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en méxico agentes matan a estudiantes


Fue durante la represión de una manifestación en México. Diez agentes presos. El gobierno mexicano responsabilizó a la policía por las muertes ocurridas en el estado de Guerrero y echó a tres funcionarios de seguridad después de que organizaciones sociales denunciaran la represión.


México. El gobierno mexicano responsabilizó a policías del estado de Guerrero por la muerte de dos estudiantes, durante una protesta en la que un grupo de alumnos fue reprimido en el municipio de Ayotzinapa. Por el violento desalojo a la manifestación estudiantil, tres funcionarios tuvieron que dejar sus cargos, cese laboral anunciado por el gobernador, Ángel Aguirre Rivero, y diez policías fueron detenidos, después de que las organizaciones sociales denunciaran el exceso policial. El vocero de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSP), José Salinas, aseguró que, según los peritajes realizados hasta el momento, los autores de los disparos que causaron la muerte de Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús –estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa que el lunes cortaban la autopista México-Acapulco, junto a varios compañeros, en reclamo del reinicio de las clases, suspendidas hace un mes y medio por el nombramiento de un polémico director y el aumento de la matrícula escolar de 140 a 170 plazas para el próximo año– fueron policías de ese estado.
“Hay fotos donde se aprecia en el muro de contención de la autopista los impactos de balas hechos en forma lateral, procedentes del área donde estaba disparando la policía del estado, algunos de ellos vestidos de civil”, precisó Salinas. En un principio, las autoridades afirmaron que había habido infiltrados en la manifestación de los estudiantes e informaron sobre la detención de un joven al que acusaron de poseer un rifle AK 47. Sin embargo, más tarde el gobierno estatal exhibió una secuencia fotográfica y una serie de videos de los hechos mostró que supuestos policías federales vestidos de civil y miembros de la Policía Federal abrieron fuego sobre los manifestantes, que demandaban una cita con el gobernador.
Durante una rueda de prensa convocada ayer por las autoridades del estado mexicano, Aguirre detalló que cinco agentes de la policía “preventiva” (dependiente de la Policía Federal) y otros cinco de la policía de Guerrero fueron detenidos, sospechados de haber disparado el lunes sobre los estudiantes que se encontraban protestando. A su vez, el gobernador aseguró que no se estaba negando que haya habido presencia de armas de fuego durante el desalojo. Además de los funcionarios policiales puestos a disposición de la Justicia, el procurador de Guerrero, Alberto López –quien el día del incidente sostuvo que la policía llegó desarmada al sitio de la manifestación de los estudiantes de una escuela rural para maestros–, fue separado de su cargo. La misma suerte corrieron el secretario y subsecretario de Seguridad estatales.
“El que tenga que ser sometido a investigación lo será. He dejado claro que no fue el gobernador, no fue el gobierno el que dio la orden, para que la policía acudiera a la protesta”, deslindó Aguirre, y adelantó que probablemente hoy se reunirá con las familias de los jóvenes asesinados, pero evitó expresarse sobre los responsables de las muertes. “Se ha generado una especie de competencia, agregó, en referencia a las acusaciones mutuas hechas el martes entre la policía de Guerrero y la Policía Federal, acerca de quiénes habrían sido los que dispararon contra los manifestantes.”
Los estudiantes llegaron ayer en autobuses y bloquearon la autopista que comunica Ciudad de México con el popular balneario de Acapulco, exigiendo mayores cupos para estudiar en la escuela normal de Ayotzinapa. El caso generó reacciones de grupos defensores de derechos humanos y de políticos en general, entre ellos varios de los aspirantes a la presidencia en las elecciones del 2012. Este año, Guerrero fue escenario de numerosas protestas de educadores y estudiantes que reclamaron que el gobierno estatal no escuchaba sus reclamos.
La Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) había liberado ayer a veinticuatro alumnos detenidos, entre ellos a Gerardo Peña, arrestado luego de los enfrentamientos, en posesión de un arma. Dos versiones circulan por estas horas sobre ese incidente: por un lado, los estudiantes sostienen que Peña fue obligado por funcionarios policiales a accionar el arma; en tanto que el presidente de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos del Estado, Juan Alarcón Hernández, estima que el arma de fuego fue “plantada” por los policías.
Tras la liberación de los estudiantes, los secundarios levantaron el piquete que habían instalado en la entrada principal del Palacio de Gobierno estadual y regresaron a su escuela, aunque anunciaron más movilizaciones. En octubre, los maestros de Acapulco firmaron un acuerdo para iniciar clases en todas las escuelas, después de dos meses de huelga en demanda de seguridad para los educadores. El gobierno federal desplegó hace dos meses a miles de policías y militares para contener la violencia en Acapulco y el resto de Guerrero, afectado por acciones de unas 17 bandas de carteles del narcotráfico.
15 de diciembre de 2011
©página 12
 

condenan a militares mexicanos


Personal militar mexicano recibe duras penas de prisión por asesinato de civiles. En un raro caso, catorce soldados y oficiales han sido sentenciados a largas penas de prisión por el asesinato de dos mujeres y sus tres hijos en el estado de Sinaloa hace cuatro años.
[Tracy Wilkinson] Ciudad de México. Activistas de derechos humanos saludaron el viernes las sentencias a prisión del personal militar mexicano implicado en el asesinato de civiles, aunque dijeron que continuaban desconfiando de que el ejército juzgue él mismo a sus hombres.
Los catorce soldados y oficiales del ejército fueron condenados a largas penas de prisión por el asesinato a tiros de dos mujeres y sus hijos en un puesto de control en el estado de Sinaloa hace cuatro años.
El Ministerio de Defensa, en una declaración sobre el fallo, describió los asesinatos como "un lamentable error". Sin embargo, una corte marcial dictó condenas de van de los dieciséis a los cuarenta años de cárcel, más penas monetarias.
Esta puede ser la primera vez que se dicten sentencias tan severas sobre personal militar implicado en casos de muerte de civiles, dijo José Rosario Marroquín, director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez de México.
"Nuestros datos indican que nunca antes se dictaron sentencias a firme", dijo. "Pero todavía no podemos celebrar. Persistimos en nuestra demanda de que este tipo de caso sea visto en tribunales civiles".
El número de atrocidades de derechos humanos de que se responsabiliza a los militares -incluyendo homicidios, torturas y desaparición forzada de civiles- ha aumentado enormemente desde el inicio de la guerra contra los carteles de la droga del presidente Felipe Calderón hace cinco años. Pero pocos casos han llegado a tribunales.
La mayoría son relegados a tribunales militares donde tienden a languidecer sin resolución. Los militares mexicanos sufren una intensa presión para demostrar que pueden impartir justicia aun cuando se trata de violaciones cometidas por su personal.
Organizaciones internacionales de derechos humanos, así como la Corte Interamericana de Derechos Humanos regional, han pedido hace tiempo que en casos que impliquen abusos de militares contra civiles, los casos sean llevados por tribunales civiles. En julio, la Corte Suprema mexicana coincidió, y ordenó que todos esos casos fueran transferidos a cortes civiles. Pero es un proceso lento.
En el caso de Sinaloa, la familia de Adán Abel Esparza iba en un camión en junio de 2007 cuando, según el ejército, no obedecieron la orden de parar en un puesto de control militar. Los soldados dispararon contra el vehículo, matando a tres niños -de dos, cuatro y siete años- y dos mujeres.
Ocurrió en un periodo en que el papel del ejército en la guerra contra los carteles era relativamente nuevo y los controles carreteros de los militares se instalaban a menudo de manera inesperada.
El Ministerio de Defensa, en su declaración, dice que un tribunal militar sentenció al oficial a cargo ese día a cuarenta años de cárcel por homicidio y delitos relacionados; otro oficial recibió una pena de 38 años, mientras que doce soldados fueron sentenciados a dieciséis años cada uno.
La declaración fue hecha pública el jueves noche y dice que las sentencias fueron dictadas la semana pasada. No identificó por su nombre o rango al personal militar implicado.
Se estiman en 45 mil las tropas desplegadas en todo el país para combatir a los poderosos carteles de la droga.
30 de noviembre de 2011
4 de noviembre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

amuletos y brujerías contra la mafia


Mexicanos se defienden con brujerías y amuletos de las fuerzas oscuras de los carteles de la droga.
[Karla Zabludosvky] Catemaco, México. En el penumbroso cuarto trasero de una modesta casa en esta ciudad turística ahora en gran parte vacía, Luis Tomás Marthen Torres, un hechicero con cincuenta años de experiencia, cierra sus ojos y canta mientras restriega enérgicamente una clara de huevo crudo sobre los brazos, pecho y cuello de una preocupada cliente.
El ritual es antiguo y común aquí en el principal centro para maestros de las artes ocultas en México -donde la brujería se transmite de generación en generación-, pero como muchas cosas en México, las peticiones de ayuda han cambiado.
"La gente pide ayuda porque tiene miedo de las amenazas, de la extorsión. Están llenos de energía negativa", dice Marthen Torres.
Los visitantes de esta ciudad de clase media de cerca de 67 mil habitantes, que atribuye su misticismo a las antiguas raíces toltecas de la región, han llamado durante décadas a hechiceros para hacer encantamientos de amor y curar achaques físicos. Pero en medio de la violencia que ha acosado al estado de Veracruz, las nuevas y creativas formas de brujería de protección contra la extorsión y para ayudar a encontrar a familiares secuestrados se han convertido en la principal demanda de sus clientes, dicen practicantes locales.
El temor en Veracruz se ha intensificado debido a que el estado es uno de los más recientes campos de batalla de los más poderosos carteles de la droga en México. Jorge Chabat, experto en seguridad y tráfico de drogas en el CIDE, un centro de investigación en Ciudad de México, dijo que un cartel conocido como los Zetas y el cartel de Sinaloa estaban ajustando cuentas en este estado costero, sacando el último ventaja de los recientes golpes que le ha propinado al primero el gobierno federal.
La creciente presencia del tráfico de drogas aquí ha traído consigo un negocio que ha prosperado en todo el país en los últimos meses: la extorsión. Ni brujas ni hechiceros escapan a ella.
"Siempre dicen: ‘Le habla el jefe de los Zetas’", dijo el hijo y colega hechicero de Marthen Torres, John Joseph, sobre las llamadas que recibe de miembros de la organización criminal exigiendo dinero.
Algunos de los hechiceros de Catemaco tienen cada vez más miedo, mientras otros -quizás buscando un margen en la lucha por clientes- reclaman sentir las vibraciones de la persona al otro lado de la línea. Cuando sienten un aura negativo, dicen, simplemente no contestan el teléfono. De hecho, Marthen Torres dijo que estaba seguro de que él no sería otra víctima de la guerra contra las drogas porque la fecha de su muerte ya se le había revelado. (Y no ocurrirá en los próximos diez años, dijo).
Por supuesto, personas menos clarividentes pueden no sentirse tan equipadas para hacer frente a ola de violencia.
"Estoy constantemente consciente de que mis hijos podrían ser secuestrados en cualquier momento. Es mi mayor preocupación", dijo Julisa del Carmen después de ser limpiada por un hechicero. "Estás oyendo constantemente sobre niños que son secuestrados".
Visita tanto a Marthen Torres como a su hijo para una limpia cada vez que sufre ataques de pánico relacionados con la delincuencia, dijo.
No sorprende que la creciente demanda de protección haya provocado todo un nuevo conjunto de servicios místicos. Por sólo 180 dólares puedes encontrar a un familiar perdido, dijo Alondra Martínez, 35, una bruja que hace a menudo el trayecto hacia un cerro cercano para realizar un ritual por el retorno seguro de mujeres secuestradas. Dijo que el mes pasado había recibido cinco peticiones.
"Antes esto no era frecuente. Ahora se está convirtiendo en una moda", dijo Martínez.
Una pareja desesperada la visitó hace poco, pero dijo que no ayudaría a los aterrorizados padres si no pagaban toda la tarifa. "Les dije que tenían ocho días para encontrar a su hija".
No son sólo civiles los que buscan ayuda. Agentes de policía y matones de los carteles también acuden a los chamanes de Catemaco en busca de protección. Los agentes tienen miedo de ser asesinados en una emboscada o de que sus familias sean atacadas en actos de venganza; los traficantes de drogas temen "ser capturados por la policía federal o de perder su territorio", explicó un hechicero de una ciudad cercana que es conocido como El Gato Negro, agregando que a menudo hace sacrificios animales en una caverna. A veces, dicen los chamanes de aquí, las autoridades y los delincuentes se cruzan en las salas de espera de las brujas, aunque ningún lado identifica al otro.
Sin embargo, en general, los negocios marchan mal.  Algunos dueños de hotel dicen que la tasa de ocupación ha caído en casi un ochenta por ciento en los últimos tres años, lo que quiere decir que hay menos clientes para los brujos. Pese a ello, algunos clientes nuevos son bastante rentables. Un brujo, José Alberto Vera Cisneros, contó que una persona que afirmaba ser un narcotraficante preso en Manzanillo, la ciudad que cobija al puerto más ajetreado de México, había llamado hace poco para pedirle un ritual que lo hiciera salir de la cárcel. Cuando poco después recuperó su libertad, contó el ocultista, el hombre le regaló un coche.
Mientras los miembros de los carteles hacen obsequios muy caros, Marthen Torres entrega lo que llama "servicios sociales" -limpias gratis para los que han sido extorsionados hasta el punto de quedar en la indigencia.
Para combatir la creciente ola de delincuencia, los gobiernos del estado y federal han empezado la Operación Veracruz Seguro. Las fuerzas federales se han desplegado en todo el estado, las policías locales y del estado está siendo purgadas de sus elementos corruptos y se han montado puestos de control fuertemente armados. Desde que el plan fuera implementado a principios del mes pasado, se ha detenido a más de 250 personas, pero la violencia persiste. El 20 de octubre, ocho cuerpos fueron encontrados en la ciudad de Paso de Ovejas, a 160 kilómetros al noroeste de Catemaco.
Y mientras persista la delincuencia, los chamanes de Catemaco seguirán siendo solicitados para hacer hechizos de protección y clarividencia por parte de policías, ladrones y sus víctimas. Marthen Torres dijo que los cuerpos de las víctimas golpeadas estaban todavía tibios cuando llegó al sitio del suceso al otro lado del país para determinar cómo habían ocurrido los asesinatos. "Puedo ver la última imagen que vio la víctima en sus ojos", dijo.
Ciertamente algunos encontrarán esto difícil de creer. "La delincuencia no se resuelve con magia", dijo el presidente Felipe Calderón en un discurso en 2009 (aunque obviamente lo dijo en un sentido figurado, no literal). Similarmente, Ernesto Cordero, un aspirante a la candidatura para la elección presidencial de 2012 y miembro del partido político de Calderón, señaló hace poco que no había remedios mágicos para "salir del problema en que nos metimos nosotros mismos".
Los brujos y hechiceras de Catemaco discrepan.
17 de noviembre de 2011
1 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

infiltrando los carteles de la droga


Agencias antinarcóticos estadounidenses en México.
[Ginger Thompson] Washington, Estados Unidos. Las agencias policiales estadounidenses han construido importantes redes de informantes mexicanos que les han permitido infiltrar algunas de las más poderosas y peligrosas organizaciones criminales del país, de acuerdo a funcionarios de seguridad a ambos lados de la frontera.
A medida que Estados Unidos habría nuevas avanzadas policiales y de inteligencia en todo México en los últimos años, las redes de informantes de Washington también han crecido allá, dijeron actuales y ex funcionarios. Han ayudado a las autoridades mexicanas a capturar o matar a más de veinte traficantes de drogas de niveles alto y medio, y a veces han dado a los agentes antinarcóticos norteamericanos acceso a importantes líderes de los carteles que están tratando de desmantelar.
Normalmente, dijeron los funcionarios, a México se le ocultan los contactos de Estados Unidos con sus informantes más secretos -incluyendo agentes de la policía mexicana, funcionarios elegidos y operativos de carteles- en parte debido a preocupaciones por la corrupción en la policía mexicana, y en parte debido a las leyes que prohíben que las fuerzas de seguridad estadounidenses operen en territorio mexicano.
"Los mexicanos ponen los ojos en blanco y dicen que saben lo que está pasando, pese a que no se supone que esté pasando", dijo Eric L. Olson, experto en asuntos de seguridad mexicana del Centro Woodrow Wilson.
"Eso es lo que lo hace tan difícil", dijo. "Estados Unidos está utilizando herramientas en un país donde los funcionarios no se sienten cómodos con esos métodos".
En los últimos años, las opiniones de los mexicanos sobre la intervención estadounidense en asuntos de seguridad nacional se han ablandado debido a que las olas de violencia relacionada con las drogas han causado ya cerca de cuarenta mil víctimas mortales. Y Estados Unidos, con la esperanza de reforzar la estabilidad de México e impedir que la violencia cruce la frontera, ha expandido su papel en modos que eran impensables hace cinco años, incluyendo aviones no tripulados que surcan los cielos mexicanos.
Los esfuerzos han logrado fragmentar a varios de los carteles mexicanos más grandes en pequeñas organizaciones criminales, que se supone son menos peligrosas. Pero la violencia continúa, lo mismo que el flujo de drogas ilegales hacia el norte.
Mientras que el uso de informantes sigue siendo un asunto en gran parte clandestino, varios casos recientes han arrojado luz sobre los tipos de investigaciones que han contribuido a este resquebrajamiento [de los carteles], incluyendo una conspiración este mes en la que Estados Unidos acusó a un vendedor de coches iraní-estadounidense de tratar de contratar a asesinos a sueldo a nombre de un cartel de la droga mexicano, conocido como Los Zetas, para asesinar al embajador saudí en Washington.
Funcionarios estadounidenses dijeron que agentes del Servicio de Control de Drogas [Drug Enforcement Administration, DEA] con vínculos con los carteles ayudaron a las autoridades a localizar a varios sospechosos relacionados con el asesinato, en febrero, de un agente del Servicio de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos [United States Immigration and Customs Enforcement], Jaime J. Zapata, que se supone fue asesinado a tiros por miembros de los Zetas en el centro de México.
Los tratos de la DEA con informantes y narcotraficantes -a veces, reconocieron funcionarios, son lo mismo- están en el centro de las audiencias en un tribunal federal en Chicago, donde uno de los líderes de más jerarquía del cartel de Sinaloa será enjuiciado el próximo año.
Y el mes pasado, un juez federal de El Paso sentenció a un líder de nivel medio del cartel de Sinaloa a prisión perpetua después de ser encontrado culpable de cargos relacionados con drogas y conspiración para delinquir. Fue acusado de ser una especie de agente doble, proporcionando al Servicio de Inmigración y Aduanas información sobre los movimientos de un cartel rival para desviar la atención de sus propias actividades relacionadas con el narcotráfico.
Por importantes que hayan sido los informantes, complejos temas éticos tienden a surgir cuando agentes de policía tienen tratos con delincuentes. Pocos informantes, dicen funcionarios policiales, deciden empezar a dar información al gobierno por altruismo; normalmente son capturados cometiendo un delito y quieren mitigar sus problemas legales, o esencialmente aceptan sobornos para dar informaciones sobre sus colegas.
Morris Panner, ex vicefiscal que es un importante asesor del Centro para la Justicia Penal Internacional de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, dijo que algunos casos recientes relacionados con informantes destacan esos problemas y demuestran que las amenazas que representan las redes mexicanas de narcóticos van mucho más allá del comercio de drogas.
"Las organizaciones criminales organizadas de México se han metamorfoseado, pasando de ser organizaciones dedicadas al narcotráfico a algo nuevo y mucho más peligroso", dijo Panner. "Ahora los Zetas son activos en extorsiones, trata de personas, lavado de activos y, cada vez más, cualquier cosa que pueda hacer una organización criminal para hacer dinero, sea en México, Guatemala o, tal como parece, en Estados Unidos".
Debido a la naturaleza clandestina de sus comunicaciones con informantes, y el potencial para estallidos diplomáticos entre Estados Unidos y México, funcionarios estadounidenses se muestran reluctantes a la hora de entregar detalles sobre el alcance de sus fuentes confidenciales al sur de la frontera.
En los últimos dos años, dijeron funcionarios, agentes de la DEA en Houston lograron hacerse con "varias fuentes confidenciales muy bien situadas con acceso directo" a importantes líderes del cartel del Golfo y de los Zetas. Esta red de informantes pagados es un elemento central en los intentos de la oficina de Houston por infiltrar los rangos de ‘mando y control’ de los dos grupos.
Uno de esos informantes pagados fue el hombre que, la primavera pasada, las autoridades dicen que fue abordado por un hombre acusado por la conspiración iraní para asesinar al embajador saudí. Documentos policiales dicen que el informantes contó a sus colegas que un iraní-estadounidense, Mansour J. Arbabsiar, se le había acercado a preguntar si los Zetas estarían dispuestos a montar atentados terroristas en Estados Unidos y otros países.
Las autoridades proporcionarían solo vagos detalles sobre el informante y sus contactos con los Zetas, diciendo que había sido acusado en Estados Unidos de delitos relacionados con drogas y que esos cargos habían sido retirados debido a que había proporcionado previamente "informaciones fiables y corroboradas independientemente" a funcionarios policiales que habían hecho posible "numerosas confiscaciones de narcóticos".
El Ministerio de Justicia ha sido más comunicativo sobre el trabajo de la DEA con informantes en el caso contra Jesús Vicente Zambada-Niebla, conocido como Vicentillo. Los funcionarios describen a Zambada-Niebla como coordinador de logística del cartel de Sinaloa, considerado una de las organizaciones narcotraficantes más importantes del mundo. Sus abogados han alegado que era un informante del Servicio de Control de Drogas (DEA), que le había ofrecido inmunidad a cambio de su cooperación.
La DEA ha negado la imputación y el Ministerio de Justicia tomó la rara determinación de revelar los contactos de la agencia con él en documentos judiciales. El intermediario era Humberto Loya-Castro, que era a la vez un confidente del padrino del cartel, Joaquín Guzmán, conocido como el Chapo, e informate de la DEA.
Los documentos no dicen cuándo empezó la relación entre el servicio y Loya-Castro, pero indican que debido a su cooperación la DEA retiró en 2008 una acusación por concierto para delinquir que se remontaba a trece años.
En 2009, dicen los documentos, Loya-Castro organizó un encuentro entre dos agentes de la DEA y Zambada-Niebla, que estaba sopesando un ofrecimiento para llegar a algún acuerdo de cooperación. Pero el día de la reunión, los supervisores de los agentes la cancelaron, expresando su inquietud por el hecho de que "agentes estadounidenses se puedan reunir con un miembro de alto nivel del cartel como Zambada-Niebla".
Zambada-Niebla y Mr. Loya-Castro se aparecieron de todos modos por el hotel donde alojaban los agentes. Los agentes de la DEA despacharon a Zambada-Niebla sin hacer ninguna promesa, dicen los documentos. Pocas horas más tarde, Zambada-Niebla fue detenido por la policía mexicana y fue extraditado a Estados Unidos en febrero de 2010.
Vanda Felbab-Brown, experta en crimen organizado de la Brookings Institution, dijo que mientras algunos habían criticado a la DEA por hacer "tratos con el diablo", ella consideraba el caso de Zambada como un importante golpe de inteligencia. Incluso en la era de la vigilancia de alta tecnología, dijo, no existen substitutos de las fuentes humanas que puedan entregar a las autoridades todo tipo de información sobre los traficantes en la mira, desde lo que comen hasta dónde duermen en la noche la mayoría de las veces.
Un ex funcionario de antinarcóticos se hizo eco de esa conclusión.
"El trabajo de un agente de la DEA, antes que nada, es infiltrarse en las organizaciones criminales que está investigando", dijo el ex funcionario, pidiendo no ser identificado porque trabaja ocasionalmente como consultor en México. "Nada proporciona esa visión microscópica mejor que un anfitrión que abre la puerta".
[Charlie Savage contribuyó al reportaje].
7 de noviembre de 2011
25 de octubre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

escuadrones de la muerte en veracruz


Misteriosa organización dice que ataca a los carteles de la droga. En Veracruz, algunos están felices. Pero ¿quién está detrás de los asesinatos? Todo parece indicar que se trata de la policía del estado.
[Tracy Wilkinson] Veracruz, México. Los interlocutores del programa de radio expresaron su apoyo a los Matazetas, los asesinos de Zetas.
Es mejor que se peleen entre ellos. Dejemos que se maten unos a otros. Cualquier cosa es buena si nos libera de los matones que se apoderaron hace tanto tiempo de nuestras ciudades y están matando a nuestra gente.
Es un signo de la desesperación e indignación por la violencia relacionada con la guerra contra las drogas que los vigilantes asesinos no sólo son tolerados sino además bienvenidos por muchos aquí en el tercer estado más populoso de México.
Sin embargo, hay una pregunta que inquieta: ¿Quién está detrás de los asesinatos de Zetas -otra banda de narcotraficantes? ¿Agentes de policía que actúan en nombre del gobierno o de las fuerzas armadas? ¿Una organización ad hoc cuya presencia es tolerada tanto por las autoridades como por el público?
La costera Veracruz, durante siglos la puerta de acceso a México de inmigrantes europeos y de otros lugares, un tranquilo balneario turístico para legiones de mexicanos, en los últimos meses se ha convertido en el último estado en ser absorbido completamente por la mortífera y devastadora guerra contra los carteles.
El 20 de septiembre, casi tres docenas de cuerpos semi-desnudos fueron arrojados a plena luz del día en un paso subterráneo de una ajetreada autopista en una zona acomodada de la ciudad de Veracruz. Catorce cuerpos más aparecieron algunos días después, durante un congreso de los más encumbrados fiscales federales y estaduales del país. Luego, el 6 de octubre, apenas a 48 horas después de anunciar una importante ofensiva de seguridad, militares y policías encontraron 36 cadáveres más, y, al día siguiente, diez más.
En presentaciones de video, un grupo de hombres enmascarados con aspecto militar reclamó responsabilidad por la serie de asesinatos, describiéndolos como una operación de limpieza. Muchos de los cuerpos tenían una "Z" -por Zeta- escrita en la espalda con un marcador de tinta, dijo un testigo.
El misterioso grupo anunció que estaba operando en el estado de Veracruz como "el brazo armado del pueblo, y para el pueblo".
"Estamos pidiendo a los funcionarios y autoridades que apoyan a los Zetas que dejen de hacerlo, y que las fuerzas armadas sepan que nuestro único objetivo es terminar con los Zetas", dijo el portavoz del grupo ante las cámaras. "Somos guerreros anónimos, sin cara, orgullosamente mexicanos".
Durante los años en que los Zetas controlaron rigurosamente todo, con la opinión pública aterrorizada y sometida, el estado permaneció relativamente tranquilo. Pero hace meses los traficantes asociados con el barón de la droga Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán se trasladaron desde el norte con el objetivo de quitarle el territorio a los Zetas, que controlaban desde hace tiempo las valiosas rutas para el transporte de drogas, inmigrantes y contrabando de Veracruz.
Los "asesinos de Zetas" irrumpieron en la escena poco antes de que el presidente Felipe Calderón desplegara este mes fuerzas militares frescas en Veracruz.
Su repentino surgimiento y la quirúrgica precisión con que los asesinos eliminaron sistemáticamente a casi cien personas en diecisiete días ha llevado a algunos a conjeturar que pueden estar actuando con el apoyo implícito o directo del gobierno o de las fuerzas armadas. Algunos sugieren que el secuestro, tortura y asesinato de tres cadetes de la Marina en Veracruz en junio puede haber impulsado al cuerpo de infantes de marina a empezar a operar fuera de la ley. Los funcionarios desechan esa especulación, y otros se preguntan por qué un grupo que aspira a ser un escuadrón de la muerte secreto sube videos a YouTube.
En realidad, algunos apuntan a la red de Guzmán en Sinaloa, y dicen que el aire militar de los asesinatos puede ser un intento de desviar la atención.
Si eso es verdad, el grupo de asesinos de Zeta serían simplemente la última banda paramilitar asociada a los narcotraficantes que han estado peleando en México desde el inicio de la ofensiva lanzada por Calderón contra los carteles al principio de su gobierno hace casi cinco años.
Los Zetas mismos empezaron como el brazo militar privado del cartel del Golfo, asesinos a sueldo reclutados entre las fuerzas de elite del ejército para pelear y matar a los enemigos del cartel. Se convirtieron en un cartel de traficantes con todas las de la ley después de separarse violentamente de sus antiguos patrones.
Las bandas de vigilantes que pretenden estar defendiendo a la sociedad y que operan con algún grado de complicidad oficial han actuado frecuentemente en México en los últimos años. La Familia -de Michoacán-, que surgió en 2005 en el estado natal de Calderón en el sudoeste del país, afirmaba estar protegiendo a los vecinos contra los Zetas.
En 2009, Mauricio Fernández, alcalde de la afluente ciudad de San Pedro Garza García cerca del norteño centro industrial de Monterrey, anunció la formación de "brigadas de inteligencia" para "limpiar"su jurisdicción de delincuentes. Uno tras otro, notorios matones empezaron a aparecer muertos.
En el caso de Michoacán, el gobierno federal trató infructuosamente de perseguir judicialmente a varios funcionarios por sus vínculos con La Familia. Y Fernández, miembro de la facción política de Calderón, fue finalmente refrenado o, al menos, tranquilizado por dirigentes del partido.
En Veracruz, las dudas y las interrogantes calan hondo.
"Nos quedamos con un montón de decepciones y sospechas", dijo Miguel Ángel Matiano, dirigente sindical de los empleados judiciales en Veracruz que quiere protección para sus miembros. "¿Qué intereses, qué vínculos... tienen los políticos? No puedes tomar la justicia en tus propias manos, pero si no confías en las autoridades, te volverás hacia el otro grupo".
"En estos días no se sabe quién es quién", agregó un presentador de televisión local que no quiso ser nombrado por temor por su seguridad.
Sean quiénes sean los asesinos de Zetas, la ciudad de Veracruz bulle de terror y pánico. Las calles de esta ciudad portuaria, normalmente rebosantes de vida nocturna, empiezan a vaciarse al anochecer. Los marines estacionados en Veracruz patrullan los vecindarios realizando allanamientos casa a casa, trasladándose en convoyes, vestidos con uniformes de camuflaje y pasamontañas negros. Los padres retiran a sus hijos de la escuela al menor rumor de un ataque. Cerca de treinta familias de la elite empresarial han huido de la ciudad, dijo un residente entendido.
"Violencia ha habido siempre, pero se la ocultaba mejor", dijo el Padre Luis  Felipe Gallardo Martín del Campo, obispo de Veracruz. "Ahora se ha destapado".
Incluso Calderón, en una sorprendente confesión, dijo la semana pasada que el estado de Veracruz había estado "en manos de los Zetas".
El deterioro de Veracruz ilustra el modo en que las bandas de narcotraficantes han extendido su poder desde los estados fronterizos del centro de México. Este mes, Calderón también se sintió obligado a enviar tropas al estado de Guerrero, en la otra costa del país, donde los narcotraficantes han obligado a cerrar las escuelas durante semanas y el número de víctimas se ha disparado, destruyendo todo excepto el turismo hacia la joya del estado costeño, Acapulco.
De acuerdo a cifras de inteligencia del gobierno, desde 2006, cuando empezó la guerra contra los carteles, han muerto asesinadas más de cuarenta mil personas.
El gobierno de Veracruz ha tratado de minimizar el horror que está viviendo el estado, o de definirlo como parte de un fenómeno nacional más amplio, del que los funcionarios locales no son responsables.
"La ley debe prevalecer, y es el estado el que debe implementarla", dijo la portavoz del gobierno del estado, Gina Domínguez, en una entrevista.
Sin embargo, funcionarios del estado sólo han exacerbado la incertidumbre y sospechas ocultando información sobre las nuevas víctimas y reclamando con excesiva premura que la mayoría de la primera tanda de muertos eran delincuentes. De hecho, ni el gobernador Javier Duarte ni el fiscal general del estado, Reynaldo Escobar, que hizo esas declaraciones, contaba con esa información. El principal diario de la ciudad, Notiver, informó más tarde que la mayoría de las víctimas no tenía antecedentes penales. Escobar se vio obligado a renunciar.
Entre las víctimas había chicas de quince y dieciséis años. Otra víctima era un conocido travestí, y otras dos camaradas de un vecindario rudo llamado Playa Linda, que es cualquier cosa menos eso.
Rocío Velázquez contó a periodistas que la última vez que vio a su hijo Alan con vida fue cuando fue detenido por la policía poco antes de que se encontrara su cuerpo. Dijo que vio a la policía detener a Alan y a un amigo que había salido a comprar pienso para los pollos de Alan, y que trató de acercarse, pero los polis amenazaron con matarla si se acercaba más.
"¿Dónde está el gobierno? ¿Qué está pasando aquí? ¿De qué se trata todo esto?", dijo Velázquez a los periodistas. "Ahora hay más caos, más asesinatos en todas partes... ¿Quién esta detrás de la carnicería?"
Velázquez contó su historia a tres periodistas mexicanos de Ciudad de México, incluyendo a uno de Radio MVS, que la encontró en la morgue de Veracruz. A menudo son periodistas nacionales de Ciudad de México, o extranjeros, los que hacen las investigaciones periodísticas que los reporteros locales no hacen por temor. Desde marzo, cuatro periodistas de Veracruz han sido asesinados, incluyendo a un prominente columnista que fue ultimado a balazos junto con su esposa e hijo.
Los tres periodistas de Ciudad de México volvieron a la morgue al día siguiente para continuar su búsqueda de información. Dijeron que policías de Veracruz los golpearon y requisaron y borraron sus cintas y fotos.
1 de noviembre de 2011
19 de octubre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

dentro del cartel 4


¿Por qué empezaron a ser descubiertos y requisados los cargamentos de cocaína del cartel de Sinaloa en todo el territorio de Estados Unidos? El capo en México estaba exigiendo explicaciones. No tenía ni idea de que el Servicio de Control de Drogas (DEA) estaba tras sus pasos con la Operación Emperador Imperial. Cuarta y última entrega.
[Richard Marosi y Tracy Wilkinson] Calexico, California / Badiraguato, México. Los altos portones de hierro daban a una calzada flanqueada por palmeras que pasaba frente a la parroquia familiar, un tobogán de agua en forma de caracol y dos lagunas artificiales -una con a abundantes peces, la otra con motos acuáticas.
Con sus altos campanarios gemelos, cada uno coronado por una cruz, la hacienda en las esmeraldas colinas en las afueras de Culiacán, México, tenía un esplendor casi irreal. A Carlos ‘Charlie’ Cuevas le hacía pensar en Disneyland, aunque sin las sonrisas.
Cuevas, un narcotraficante de Calexico, México, había sido convocado por Víctor Emilio Cazares, presuntamente importante jefe del cartel de Sinaloa. Se decía que Cazares estaba molesto por una ola de recientes incautaciones de drogas por parte de las autoridades estadounidenses.
En una de esas operaciones, la policía había allanado un escondite en Paramount, al sudeste de Los Angeles, y confiscado casi 205 kilos de cocaína, con un valor de casi 3.3 millones de dólares.
Sospechaban de Cuevas no sólo porque él se había encargado del cargamento. Criado en California, era un extraño. No podía presentar orígenes sinaloenses. El patrón y sus amiguetes fuertemente armados se reían de su español con acento gringo y lo llamaban con un término peyorativo para referirse a su origen mexicano-americano.
Los choferes y centinelas de Cuevas también estaban bajo sospecha. Le habían ordenado que los llevara a México para ser interrogados. Pero no lo había hecho.
Cuevas le temía a su patrón -chupaba Pepto-Bismol para aliviar sus problemas de acidez- pero esta vez se le plantó.
"Estoy seguro que no es ninguno de mis hombres. Mátame si es alguno de ellos", dijo Cuevas.

En las Sombras
El careo reflejaba las frustraciones de un cartel confundido. Los embarques de cocaína estaban siendo requisados en todo el territorio estadounidense por la policía de Nueva Jersey y Nueva York, los agentes de la Patrulla de Carreteras de California, los policías del estado de Oklahoma y otros. La gama de agencias era una fachada para ocultar a la principal fuerza que estaba detrás de la mayoría de las confiscaciones: el Servicio de Control de Drogas [Drug Enforcement Administration, DEA].
Cazares no lo sabía, pero era un importante blanco en una de las investigaciones más importantes de la DEA en toda su historia sobre una organización criminal mexicana. La Operación Emperador Imperial estaba pelando las capas de una organización de distribución de drogas que contaba con cientos de camioneros, empaquetadores, correos de dinero y encargados de escondites en todo Estados Unidos.
La policía local se encargaba de las detenciones mientras los agentes de la DEA miraban desde la sombra, reuniendo evidencias y escuchando las conversaciones por celular.
Mantener en secreto la participación de la DEA era crucial.
A un importante sospechoso de tráfico de drogas como Cazares no le preocupaban las confiscaciones locales, pero una pesquisa federal lo pondría sobre alerta. Los teléfonos interceptados dejaron de sonar, las evidencias desaparecieron, los sospechosos pudieron escapar.
La DEA estaba permitiendo que el transporte de drogas continuara funcionando, de modo que los agentes pudieran ampliar su lista de objetivos. Seguirían allanando y requisando drogas y dinero, pero sin dar el golpe final.
El gobierno estaba tratando de desangrar a la organización.
No sería fácil. La economía de la cocaína generaba millones de dólares a la semana para un reputado barón de la droga como Cazares, cuyos contactos iban desde Colombia hacia el sur del Bronx. La cocaína comprada a productores sudamericanos por cerca de tres mil 600 dólares la libra se vendía a siete mil 200 dólares en Los Angeles, y a nueve mil en Nueva York.
El mayor coste era el transporte. Cuevas ganaba cerca de 250 dólares por libra transportando la cocaína por la frontera mexicano-estadounidense hacia centros de distribución en el área de Los Angeles.
Los camiones cobraran 250 dólares por libra hacia la Costa Este. En avión, un piloto de Carlsband, John Charles Ward, cobraba 450 dólares por libra.
A diferencia de los traficantes colombianos del pasado, los capos del cartel de Sinaloa no controlaban todo el sistema de distribución. Se dice que Cazares se asociaba con organizaciones criminales locales -los miembros de la banda del condado de Orange, los mafiosos italiano-canadienses, los dominicanos en el nordeste- para llevar las drogas a los usuarios.
El margen de ganancias a nivel de mayorista era impresionante: Después de descontar los costes de transporte, una tonelada de cocaína podía rendir 5.4 millones de dólares. En tres años, Cazares había introducido en Estados Unidos unas cuarenta toneladas, generando más de doscientos millones de dólares de ganancias.
Y eso creaba otro problema logístico: llevar el dinero de regreso a México.
De acuerdo a agentes federales y a la acusación de la fiscalía del condado de Los Angeles, de eso se encargaba la hermana de Cazares. Blanca, que aparecía frecuentemente en las páginas sociales de Culiacán y era conocida como "la Emperadora", controlaba las casas de cambio de Tijuana y otras ciudades fronterizas donde el dinero traído por correos desde California del Sur era convertido en pesos mexicanos. El dinero se cortaba en sumas no superiores a diez mil dólares y depositado en bancos a lo largo de la frontera.
Blanca Cazares podía retirar o transferir fondos a voluntad, distribuyendo beneficios entre los socios, distribuidores y su hermano.

Hacendado
A mediados de los años noventa, Víctor Cazares era un inmigrante ilegal con grandes ilusiones que vivía en una destartalada cabaña en la ciudad de Bell, al sudeste de Los Angeles.
Cuando la policía lo arrestó con una bolsa de drogas, dijo que trabajaba como paisajista, que ganaba cincuenta dólares al día y confesó que le gustaba la cocaína. Juró dejarla.
"Los planes del acusado eran trabajar y convertirse al cristianismo", escribió en su informe su agente de libertad condicional.
Para 2005, Cazares había vuelto a su país natal donde cumplió su promesa de construir una iglesia en su hacienda de diez hectáreas en Badiraguato, en las afueras de Culiacán. Cultivaba su reputación como un generoso hacendado y el gobierno mexicano le otorgó más de 129 mil dólares en subsidios para que criara ganado.
Cazares contrataba a lugareños para cosechar sus campos de tomate, pimiento, berenjena y calabaza, pagándoles el doble del salario habitual.
"Era un buen vecino. Le daba trabajo a la gente. Cuando pasaba, nunca dejaba de saludarte", dijo Guadalupe Rubio, que viven en un pueblo cerca de la hacienda.
Cazares era presuntamente el principal distribuidor de Joaquín ‘Chapo’ Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa y uno de los traficantes más buscados del mundo.
Sin embargo, de muchos modos, actuaba mucho más como el vicepresidente de transporte de una firma estadounidense, obsesionado con temas logísticos y control de costes.
Mientras los soldados del cartel libraban guerra en ciudades mexicanas fronterizas, asesinando a cientos de rivales y agentes de policía, trabajadores en Estados Unidos preparaban la ruta de las drogas en el anonimato, conduciendo coches pequeños, alquilando casas modestas y llevando por lo general vidas apacibles sin llamar la atención.
Se evitaba derramar sangre en las calles de Estados Unidos. Las disputas se arreglaban en México, donde la disciplina y la venganza podían ejercerse en el peligroso campo en las afueras de Culiacán.

El Gato
Hacia 2006, el dinero llegaba a raudales y Cazares trataba de trazar cada centavo, según constató la pesquisa de la DEA. Llamaba a sus asociados en Estados Unidos a cualquier hora y hacían inventarios semanales de los envíos de cocaína que cruzaban el país.
Cuando las autoridades interceptaban cocaína o dinero, Cazares exigía que los subordinados entregaran pruebas de las confiscaciones: recortes de prensa, partes policiales, documentos judiciales. Si la confiscación era resultado del trabajo policial, la carga era descontada como uno de los costes del negocio. Si era considerada como error del distribuidor, Cazares exigía compensación.
Determinar la culpa exigía a veces métodos extremos, o al menos muy cercanos al interrogatorio. En esos casos, Cazares llamaba a reunión en su hacienda, como hizo después de un allanamiento en marzo de 2006 cerca de Los Angeles.
Cuevas había arreglado una entrega de tres toneladas de cocaína desde Mexicali a un centro de distribución en Paramount. La célula era supervisada desde México por un hombre conocido por sus subordinados sólo como "el Gato."
Apenas horas después de la entrega, la policía allanó el escondite del grupo.
Eligio ‘Pescado’ Ríos, que era el encargado del escondite, huyó a México para evitar ser detenido. Una vez al otro lado de la frontera fue capturado por soldados del cartel. Creyendo que pudo haber causado el allanamiento por descuido o por una traición deliberada, lo ataron a una cama y lo golpearon durante varios días.
Sin embargo, Cazares seguía sin saber por qué había ocurrido el allanamiento.
Así que Cuevas fue llamado para ser interrogado. Quizás las respuestas ayudarían a determinar quién debía pagar por las drogas requisadas y si alguien merecía una golpiza, o algo peor.
Al cruzar la mansión de Cazares, Cuevas miró maravillado el cristal reluciente del suelo del salón junto a una piscina interior. A Cazares le enorgullecía mostrar sus caballos bailarines, y los niños jugaban en un patio lleno de columpios y estructuras para trepar.
Cazares y Cuevas fueron acompañados por un tercer hombre que no fue presentado y que guardó silencio.
Cazares empezó a interrogar a Cuevas sobre el allanamiento en Paramount, sugiriendo que alguien de su grupo había sido seguido o se había convertido en informante.
Dijo que de acuerdo al Gato, el equipo de Cuevas tenía la culpa.
Cuevas responsabilizó al Gato.
En ese momento, Cazares introdujo al hombre silencioso que estaba junto a él. Era el Gato.
Discutieron acaloradamente.
Los choferes de Cuevas habían entregado las drogas, pero el encargado del escondite del Gato habían recibido el envío. Ninguno de los dos quería hacerse cargo de 3.3 millones de dólares.
Finalmente Cazares intervino.
Le impresionó el temple de Cuevas. Después de todo, Cuevas había viajado a Sinaloa sabiendo que podría no volver, y había defendido a su equipo, incluso a los que tenían demasiado miedo como para viajar con él.
Al final, Cazares decidió no imponer ningún castigo. Fue una decisión pragmática, y ejemplificaba el tipo de distribución del cartel. Necesitaba que el Gato y Cuevas siguieran trabajando juntos, para que las drogas siguieran fluyendo. Y Cuevas todavía le debía dinero por requisas pasadas.
Sin embargo, sí trataron de intimidarlo. Antes de permitirle volver a casa a California, le mostraron la habitación donde había estado Ríos. El colchón estaba lleno de sangre.

Hora de Intervenir
Cuando Cuevas volvió a Calexico, la DEA reanudó su vigilancia. Durante más de un año, la operación había logrado datos valiosos, pero ahora los agentes estaban preocupados de que su fachada pudiera ser descubierta.
Un concesionario de San Diego que arregló los frenos del BMW de Cuevas le informó que en el coche había encontrado un dispositivo de seguimiento -que habían instalado los agentes.
Temiendo que Cuevas huyera del país -había estado buscando casa en Culiacán- el grupo de trabajo decidió actuar. En la mañana del 20 de enero de 2007, un grupo especial de operaciones echó abajo la puerta trasera de la casa de Cuevas y lo arrestó en ropa interior. Ese día, y en un otro allanamiento el mes siguiente, el grupo arrestó a dos docenas de miembros de su equipo.
Una serie de barridas se encargó de otros actores en la cadena de suministro, desde la South Gate hasta el sur del Bronx. En total, las autoridades acusaron a 402 personas, requisaron dieciocho toneladas de cocaína y marihuana y 51 millones de dólares en dinero y propiedades durante los veinte meses que duró la Operación Emperador Imperial.
Cuevas se declaró culpable de tráfico de drogas y conspiración, dio testimonio contra algunos de sus antiguos socios y fue sentenciado a trece años de cárcel -mucho menos que algunos de otros acusados.
En cuanto a Cazares, un gran jurado federal lo acusó en febrero de 2007. Agentes federales mexicanos lo vieron en el centro de Culiacán más tarde ese año. Pero estaba protegido por veinte guardaespaldas fuertemente armados, y las autoridades desistieron.
Algunos meses más tarde, soldados mexicanos atacaron su hacienda, pero aparentemente Cazares había sido avisado. Vieron a tres hombres saltando una muralla para huir. El gobierno mexicano confiscó la propiedad.
Unos meses más tarde, los funcionarios se la devolvieron por razones que no están claras.
Sin embargo, los agentes podían enorgullecerse de lo que habían logrado con la Operación Emperador Imperial. Sus turnos de vigilancia a altas horas de la noche, las búsquedas en los tachos de basura y las tediosas sesiones de escuchas telefónicas, realizadas en un cuarto parecido a un búnker lleno de menús para llevar, habían dado importantes resultados.
Pudieron componer una elaborada imagen de cómo introducía el cartel las drogas en Estados Unidos y las distribuía por todo el país. Habían desmantelado su sistema de distribución y habían provocado importantes pérdidas económicas. Habían hecho el trabajo preliminar para una campaña posterior, la Operación Xcellerator, que resultó en 755 nuevas detenciones.
Pero el sentimiento de victoria fue atenuado por el hecho de que la capacidad de recuperación del cartel podía superar incluso las operaciones más vigorosas de la policía.
Cuando se anunció la acusación contra Cazares, la entonces administradora de la DEA, Karen Tandy, dijo: "Hoy hemos acabado con la infraestructura de este imperio en Estados Unidos... y lo hemos arrojado al tacho de basura de la historia."
Más de cuatro años después, el cartel continua introduciendo drogas a través de la frontera en Calexico.
Desde la detención de Cuevas se han formado varios otros equipos de traficantes y el puerto sigue siendo considerado una de las principales vías de acceso de la cocaína en la frontera sudoeste.
Se desconoce el paradero de Cazares. En su hacienda, el césped y la entrada flanqueada de palmeras siguen siendo cuidadosamente mantenidos. Los campesinos dicen que su madre viene de vez en vez y abre la parroquia de murallas blancas, llena de vitrales y decorada con pinturas de ángeles y un sereno Jesús.
richard.marosi@latimes.com
tracy.wilkinson@latimes.com
12 de septiembre de 2011
28 de julio de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

dentro del cartel 3


Las cosas marchaban bien para el piloto John Ward, cuando transportaba cocaína por el cartel de Sinaloa. Pero los hombres al otro lado lo tenían preocupado. Tercera entrega.
[Richard Marosi] John Charles Ward despegaría un poco antes del amanecer, cuando podía correr sin focos por la pista y ascender hacia el envolvente abrazo de un cielo encapotado.
Sobrevolando con su avioneta monomotor las apretujadas autopistas de California, se servía un whiskey con Seven y planeaba la ruta hacia Pensilvania. En la avioneta había 110 kilos de cocaína. Al otro lado de la ventanilla, nada más que nubes.
"No hay bordillos en el cielo", dijo Ward. "No hay ningún lugar donde te puedas estacionar."
Transportar cocaína para el cartel de Sinaloa era el mejor trabajo que Ward había tenido en años. No se requería traficar en la calle, empaquetar ni hacer nada sucio. Entregaba la droga a un distribuidor en Pensilvania y volvía con un petate lleno hasta arriba con 2.8 millones de dólares, guardando para sí mismo un fardo de sólo quince centímetros.
Si despegaba al amanecer del Aeropuerto Municipal Corona del condado de Riverside, Ward podría volver al día siguiente para alimentar las máquinas contadoras de billetes en su casa en Carlsbad.
Sin embargo, tenía algunos persistentes problemas. Los distribuidores mexicanos en Pensilvania estaban tratando de reducir costes contratando a camioneros inmigrantes para recoger drogas en California del Sur. Y agentes estadounidenses estaban vigilando de cerca a los traficantes en sus centros de distribución en las antiguas ciudades del condado de Lancaster, Pensilvania:
Ward era un experto en cuanto a borrar sus huellas. Normalmente alojaba en un motel de cabañas justo a un lado de la pista del Aeropuerto de Smoketown, que se describía como la "puerta hacia territorio menonita de Pensilvania." Después de medianoche se vestía de negro y trasladaba los bolsos de gimnasia llenos de cocaína desde el avión hasta su cuarto. Evitaba a la gente, pagaba en efectivo la mayoría de las veces y, si alguien preguntaba, decía que era un corredor de aviones.
"El dinero nunca paró. El producto nunca paró", dijo. "Todo se movía continuamente."

Veterano
Para cuando el presidente Nixon declaró la "guerra contra las drogas" en 1971, Ward había estado transportando drogas hacia California durante años. Plantaba hierba en una granja que poseía en Missouri y la enviaba por camión. Años después, respondiendo a una demanda de mejor marihuana, se asoció con campesinos en pueblos mexicanos y contrató a pilotos -algunos de ellos veteranos de la Guerra de Vietnam- para trasladar la droga al otro lado de la frontera.
Pero no eran de fiar, así que decidió aprender a pilotar. Viajó a Hawai para adiestrarse en vientos cruzados y contrarios y en pequeñas islas.
"Me dije a mí mismo: ‘Voy a ser el mejor transportista del mundo. Voy a ser el tipo sin rollos’", dijo Ward.
Durante tres décadas pilotó más de cincuenta aviones, desde pequeños Beechcraft Musketeer de tres plazas hasta Aero Commanders 500, que llenaba con 675 kilos de marihuana. En los años setenta y ochenta, hizo viajes cortos al norte de México, aterrizando en pistas marcadas por llantas quemadas, e hizo largos viajes a través de la Sierra Madre, donde alegres campesinos corrían a caballo junto a la avioneta, disparando sus pistolas al aire.
Ward era luchador e inteligente, un yonki de la adrenalina con una inclinación por las cosas más finas. Su trabajo le pagó una hacienda en el desierto, un velero bautizado Romancing y fiestas regadas con Dom Perignon. Le gustaban los retos del contrabando aéreo e ideó ingeniosos métodos para evitar ser detectado.
Cruzando la frontera, volaba rozando la copa de los árboles para eludir los radares. Aterrizaba en el desierto en pistas improvisadas en las que su equipo disponía los focos alimentados por un generador. Para problemas de motor, llevaba un bolso de herramientas con fusibles y llaves. Para problemas humanos, se metía en la cintura un revólver de 9 milímetros.

Con Ventaja
Las autoridades federales, que sabían del contrabando aéreo de Ward desde 1975, lo perseguían en el cielo del desierto, pinchaban sus teléfonos e instalaban aparatos de rastreo en su avioneta, algunos de los cuales encontró y colgó en su bar en casa para alardear con sus amigos.
En 1981, agentes aduaneros requisaron tres de sus avionetas en aeropuertos en el condado de Riverside. Fue condenado por conspiración para traficar drogas como el jefe de trece pilotos y miembros del personal de tierra. Cumplió cuatro años de cárcel de su sentencia de ocho, y volvió a volar.
En 1990, agentes federales vieron a la avioneta de Ward aterrizar en una pista cerca de Death Valley. El personal de tierra descargó 225 kilos de marihuana, y Ward se perdió en el cielo nocturno. Un piloto del gobierno lo persiguió, pero lo perdió de vista. Los agentes encontraron el avión más tarde en el Aeropuerto Municipal de Banning. El compartimento de carga estaba cubierto de tierra y, el motor, todavía caliente, pero Ward había desaparecido.
Los agentes capturaron al personal de tierra, que delataron a Ward. Fue acusado de conspiración [para traficar drogas] en este caso, y por otro en el condado de Riverside. Si lo condenaban, podía ser sentenciado a diez años de prisión.
Su abogado Tom George Kontos, ex fiscal federal de Los Angeles, negoció un convenio declaratorio que resultó en un año de arresto domiciliario.
Ward quedó eternamente agradecido del elegante abogado que dijo que era hábil a la hora de convencer a jueces. "Podía hipnotizar a las aves para sacarlas de los árboles", dijo Ward.
Kontos y Ward trabaron amistad, asistiendo a sus respectivas bodas e invirtiendo en un negocio de coches usados. Ward recomendó a Kontos a otros traficantes; Kontos vendió a Ward su casa en Carlsbad, que fue pagada con dinero de la droga.
Ward bautizó a su segundo hijo en honor a Kontos. "Me describía como el hermano que nunca tuvo", dijo Ward. "Era mi héroe."

Echando Concreto
Ward y su esposa vivían en una enorme casa de dos plantas que daba a una laguna de agua salada en Carlsbad. Los vecinos lo veían ocupado en su garaje donde estaba diseñando un aparato para remolcar aviones. Muy rara vez llegaron a saludarlo, pero se imaginaban que se trataba de un inventor excéntrico de raras maneras. No tenían ni idea de que Ward enterraba dinero en su patio ni que se ganaba la vida transportando drogas en el país.
Ward empezó a pilotar para el cartel de Sinaloa en 2004, formando equipo con Rafael Domínguez, criador de caballos de carrera del condado de Riverside que tenía conexiones con distribuidores de drogas en California del Sur.
Cuando Domínguez tenía un cargamento de cocaína listo para su embarque, telefoneaba a Ward diciéndole que había conseguido otro trabajo para "echar concreto."
La cocaína era la mejor que había probado Ward en su vida, y se creía que venía de una red de distribución de drogas encabezada por Víctor Emilio Cazares, presuntamente un importante lugarteniente del cartel de Sinaloa. Los ladrillos eran etiquetados con el logo de un escorpión.
"No estaba cortada... era de color anacarado, con olor a caramelo", dijo Ward. "La gente era capaz de arrancarte las manos por eso."
Ward transportaba casi 112 kilos de cocaína por vuelo y cobraba 800 dólares por kilo, ganando cerca de 110 mil dólares por viaje, más cinco mil dólares para gastos.
Los camioneros, algunos con antecedentes irregulares, entregaban casi el doble de esa cantidad por menos de la mitad de la tarifa de Ward.
A Ward no le gustaba la conducta descuidada y los recortes de gastos de los distribuidores de la Costa Este a los que entregaba las drogas. Ya había discutido con uno de ellos, Noe Coronado, que cultivaba un aspecto de pandillero de Culiacán -copete y pantalón de rayón brillante- que lo hacía destacarse en el mundo de vaqueros azules y gorra de béisbol de Lancaster, Pensilvania.
A Ward le preocupaba que la falta de discreción de Coronado los pusiera a ambos en peligro. Sin embargo, era difícil resistir el atractivo de otro negocio. "No se trataba solamente de un encargo de contrabando. Era mi carrera", dijo Ward. "Pensaba mucho sobre el asunto y trataba de evitar los errores que cometían otros."
Cuando Ward recibía una llamada para otro embarque, dejaba las herramientas en su garaje, cogía su transmisor-receptor y su GPS y su bolso de viaje. En la puerta, se despedía de su mujer con un beso.
"No me preguntes cuándo vuelvo. No me preguntes dónde voy... Te veré más tarde", le diría.
Ward llegaba siempre un poco antes del amanecer al Aeropuerto Municipal de Corona, un lugar polvoriento con una cafetería y una escuela de vuelo y un remolque de doble ancho que hacía las veces de oficina del gerente.
Él y Domínguez conducirían hasta el avión y arrojarían los bolsos marineros en el compartimento para carga. Unos quince minutos antes del amanecer, Ward despegaba solo en dirección al este.
La Socata 1992, una avioneta francesa, tenía una velocidad de crucero de 320 kilómetros por hora y un rango de mil trescientos kilómetros, lo que significaba que tenía que parar cuatro veces para reabastecerse de combustible. Ward veía abajo los puestos de control en la autopista plagada de polis. Arriba podía beber, fumarse quizás un porro o mirar una película porno en su portátil.
Si volaba por debajo de los cinco mil quinientos metros, no necesitaba un plan de viaje. La mayoría de los aeropuertos donde paraba eran somnolientos aeropuertos municipales o empresas familiares.
Sin embargo, Ward no corría ningún riesgo. Después de rodar hacia una parada de reabastecimiento, revisaba la lista de revisión de mantenimiento como si fuera un equipo de asistencia de Nascar de un solo hombre.
"No perdíamos ni un segundo", dijo. "Cuando aterrizas, apagas el ordenador mientras llenas el tanque de la avioneta. Te informas del tiempo mientras pones el galón de aceite..., lo metes, arrojas el pico, te limpias las manos y vuelves a subirte."
Al anochecer podía ver las onduladas y verdes colinas y tierras agrícolas del sur de Pensilvania. Normalmente aterrizaba en Smoketown, pero pensando que su uso excesivo podía llamar la atención, había empezado a utilizar aeropuertos en York y Carlisle, ambos a menos de cien kilómetros de Lancaster.
Ward había sermoneado a Coronado sobre su chillona apariencia. Lo había criticado una vez por utilizar el señalizador en ruta a un restaurante y por no tener los documentos del vehículo al día.
Coronado rechazaba la actitud autoritaria de Ward, pero este no retrocedió. "Lo tenía que vestir y decirle qué hacer, pero es que en realidad era un desastre", dijo Ward. "Así no se viaja."
Finalmente los sermones tuvieron el efecto deseado. Para el otoño de 2006, Coronado había cambiado su guardarropa, cambiado sus pantalones brillantes por Docker y había dejado de conducir sin seguro o con licencias vencidas. También había seguido el consejo de Ward y empezó con un negocio de limpieza de alfombras, como fachada.
Pero Coronado había seguido trabajando con otros proveedores menos caros, y su indiscreción rindió sus frutos.
El 12 de enero de 2007, dos hombres llegaron desde Nueva York para recoger cocaína que Coronado había recibido por camión. Informados del trato, agentes del Servicio de Control de Drogas [Drug Enforcement Administration] los siguieron y detuvieron a Coronado después de la transacción. Los agentes encontraron 1.8 millones de dólares en su casa.
Corriendo el peligro de ser sentenciado a veinte años de cárcel, Coronado fue obligado a colaborar. Se negó a delatar a sus conexiones mexicanas, por miedo a represalias contra su familia. Pero estaba dispuesto a hablar sobre los embarques de cocaína que recibía por aire desde California.
Una mañana de junio de 2007, Ward salió de casa a recoger el diario. Lo esperaban varias brigadas de policías y agentes de la DEA.
"¡No les digas nada a estos idiotas!", le gritó a su esposa. "¡Estos tipos no son amigos!"
Ward pensaba que Kontos podía llegar a un acuerdo, como había hecho en el pasado. Pero los fiscales, sospechando que Kontos estaba lavando dinero, habían requisado doce de sus propiedades. Se declaró culpable de conspirar para obstruir a la justicia, recibió una sentencia de veintiún meses y accedió a cooperar.
Kontos confesó que Ward había enterrado el dinero de las drogas en su patio. Los detectives no encontraron nada allí, pero hallaron 67 mil 500 dólares en una bolsa de nueces en el congelador.
Ward se declaró culpable de cargos relacionados con tráfico de drogas y lavado de dinero y fue sentenciado a diez años de cárcel. El gobierno federal confiscó la casa en Carlsbad, el dinero en el congelador y su avioneta Socata. Su socio, Domínguez, fue también condenado a diez años.
La carrera de Ward como piloto había terminado.
Kontos "dijo que nunca defendería a un informante, y el tipo resultó ser uno de ellos", dijo Ward.

Libros y una Vista
Reo federal número 74505-012 en la Herlong Correctional Institution de California del Norte, Ward trabaja en la cocina, sirviendo comidas y barriendo el suelo. Ha cumplido cuatro años de su sentencia en una cárcel de mínima seguridad, sin reja perimetral, mucho más parecida a un campamento que a una prisión.
Ward, 64, pasea por el extenso patio, sigue clases de álgebra, lee libros sobre historia estadounidense y disfruta de la vista de Sierra Nevada.
Todavía está vivo, incluso después de todos los peligros que corrió en sus años de contrabando: fallos mecánicos a tres mil metros de altura, días empantanado en el sofocante desierto, encuentros con osos en Alaska, polis mexicanos, guerrilleros colombianos, pistoleros y barones de la droga roñosos.
Algunos días se lamenta, pero no hoy. Después de todo, volverá a ser un hombre libre después de unos años más en esta amable prisión.
"Soy la persona más afortunada del mundo", dijo Ward. "Si pusieras tu suerte contra la mía, no tendrías ninguna posibilidad."
3 de septiembre de 2011
27 de agosto de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

dentro del cartel 2


Canalizar el río de cocaína del cartel mexicano dirigido en camiones hacia ciudades estadounidenses requiere un vasto laberinto de contrabandistas en Los Angeles. Y mujeres como Lupita, una médium de malas pulgas. Segunda de cuatro entregas.
[Richard Marosi] Gabriel Dieblas Román recibía órdenes de jefes del cartel en México, hombres endurecidos que gobernaban sembrando el miedo, pero él no aprobaría un envío sin hablar con una valiente mujer de edad mediana de Compton.
Guadalupe ‘Lupita’ Villalobos administraba una botánica donde las estatuillas de la Virgen de Guadalupe estaban junto a los sonrientes esqueletos de la Santa Muerte. Amenazaba con convertir a sus vecinos en sapos, y sus clientes creían que podía leer el futuro en conchas de caracol arrojadas en la superficie de una mesa.
Román, un cliente, la llamó un día para pedirle su opinión sobre un importante asunto.
Ansioso sobre un envío de cocaína pendiente hacia la Costa Este, le pidió a Villalobos "echarle un vistazo."
"Cuándo sale?", preguntó Villalobos.
"Mañana", dijo Roman.
Se oyeron ruidos en la línea, luego el sonido de objetos golpeando en una superficie dura.
"Bueno, entonces todo está normal", le dijo Villalobos a Román.
Pero no había terminado.
"Ten cuidado, hay vigilancia", dijo.
Ten cuidado de un joven gordito, un tipo mofletudo. "Parece que tiene problemas con la policía."
Roman sabía lo que quería decir.
"Ese hijo de puta es peor que un loro", dijo.

El Centro en Los Angeles
El cartel de Sinaloa, la organización del crimen organizado más poderosa de México, tiene su versión como sede de multinacional en chillonas mansiones y montañosas haciendas que salpican el estado de Sinaloa. Pero su centro de distribución en Estados Unidos se encuentra a mil seiscientos kilómetros al noroeste, en los vecindarios de inmigrantes que se ubican a lo largo de las autopistas de California del Sur.
Las drogas van de Colombia a México, luego cruzan el Valle Imperial hacia escondites y áreas de montaje en los alrededores de Los Angeles. Allá, decenas de células de distribución se encargan del proceso, empaquetando la cocaína y escondiéndola en tráilers con destino a Estados Unidos.
Como uno de docenas de coordinadores de transporte, Román compró tráilers, contrató a choferes y compró toneladas de pollo congelado como fachada. Recibió las drogas de Eligio ‘Pescado’ Ríos, que operaba varios escondites.
Juntos formaban parte de una línea de distribución que se arrastraba por todo el país hasta un distribuidor que vivía cerca del Estadio Yanqui en Nueva York.
Los envíos eran relativamente pequeños, de 135 a 270 kilos, para reducir las pérdidas si eran capturados. Sin embargo, se creía que el goteo de la línea de Ríos-Román entregaba una tonelada de cocaína al mes para el nordeste de Estados Unidos.
Ninguno de los dos se estaba haciendo rico. Román conducía un viejo Ford Mustang. Ríos era dueño de una abollada camioneta blanca, que llamaba ‘la Paloma.’
La familia de Román vivía en una pequeña casa en la ciudad de Hesperia, en el desierto. Ríos alquilaba un cuarto encima de un garaje en Paramount. Ninguno usaba armas ni tenían antecedentes penales.
Eran como otros cientos de trabajadores pagados modestamente -camioneros, correos, coordinadores de la carga- que mantienen funcionando la cadena de oferta de las drogas. Ríos y Román tenían algo más en común: los dos eran supersticiosos.
Dependían de videntes para guiar sus operaciones, y les daban una parte de las ganancias. Los psíquicos le daban consejos sobre el horario. Los psíquicos de los carteles a menudo maldicen a los agentes de policía, ‘limpian’ escondites, realizan elaboradas ceremonias a la luz de candelas o manchan el suelo con sangre de cabra.
Los extraños rituales e impresionantes adivinaciones fueron oídas por agentes del Servicio de Control de Drogas (DEA) que investigaban una importante red de distribución del cartel de Sinaloa. La pesquisa había sido bautizada Emperador Imperial debido a un sospechoso llamado Kaiser (‘emperador’ en alemán).
Los agentes de la DEA también se inspiraron en sus sujetos. Inspirándose en el alias de Ríos, el Pescado, bautizaron el caso como el del Bagre Psíquico.

Redada en Paramount
El 1 de marzo de 2006, Ríos recibió una llamada de Carlos ‘Charlie’ Cuevas, uno de los principales transportistas del cartel en la frontera entre México y California. Esa noche, Cuevas estaba preparando un gran envío de cocaína desde México. El envío llegaría en tres Chevrolet Avalanches al restaurante Rosewood en Paramount, al sudeste de Los Angeles.
Ríos condujo hacia el restaurante y se sentó a esperar. Los agentes de la DEA esperaban cerca, observando desde sus coches. Lo habían estado siguiendo durante semanas. Le habían pinchado su teléfono.
Uno de sus escondites estaba apenas a unas cuadras de distancia, en la 1st Street en Paramount. Dos de sus hermanos vivían aquí. Los fines de semana preparaban parrillas en el pedazo de antejardín y subían un poco el volumen de la música chatarra de Sinaloa como cualquier otra familia en el vecindario de inmigrantes. Dentro, lo único que había eran unos colchones y una televisión.
Ríos usaba una caja de herramientas construida en la cama de su camión para llevar drogas desde sus escondites hasta las zonas de montaje: bodegas o casas con doble solar para poder estacionar tráilers. Los mecánicos y empacadores trasladaban la cocaína hacia los tráilers, gastando horas en las tripas de las unidades de refrigeración. Los camiones salían entonces hacia la Costa Este, con dos choferes para que se movieran día y noche.
Las diferentes partes del sistema de distribución eran estrictamente compartimentadas. Ríos entregaba las drogas al área de montaje, pero se marchaba mucho antes de que llegaran Román con los choferes. Los dos hombres probablemente no se conocían. Todo lo que sabían era que tenían que obedecer las órdenes de un hombre llamado Gato en Guadalajara, más allá del alcance de la DEA.
A los ocho y treinta, el primer Avalanche se dejó ver en Rosewood. Ríos cogió la llave y condujo hasta el escondite en la 1st Street. La pared entre el garaje y un dormitorio, tenía un enorme hueco para descargas rápidas. Los empaquetadores en el dormitorio hacían los paquetes y apilaban la cocaína para su envío a la zona de montaje.
En las siguientes horas, otros dos Avalanche pararon en el estacionamiento. Cada vez, Ríos condujo el todoterrenos a la casa escondite para su descarga y volvió al restaurante. Luego se fue a casa.
A las cuatro de la madrugada, la policía allanó la casa y encontró casi doscientos kilos de cocaína en paquetes cuidadosamente apilados. Los hermanos Ríos fueron arrestados, pero no él -una decisión calculada de la DEA.
Para acusar a Ríos, la DEA tendría que presentar una declaración jurada sobre la causa probable, lo que revelaría la operación de interceptaciones. Eso habría puesto sobre aviso a los sospechosos en todo Estados Unidos y México de que los agentes federales estaban escuchando sus conversaciones.
La DEA había hecho todo lo posible por mantener secreta la investigación, utilizando a las agencias de policía locales para hacer las detenciones y requisas, lo mismo que la redada en Paramount.
Los agentes vigilaron al nervioso Ríos, con la esperanza de captar alguna cháchara por teléfono y movimientos que les dirían algo sobre las operaciones del cartel. No anticiparon su siguiente paso: Ríos huyó hacia su casa en Culiacán, Sinaloa, donde fue prontamente secuestrado por los soldados del cartel.
La redada le costó al cartel 3.3 millones de dólares, y gente poderosa se había molestado. En Sinaloa, Ríos fue amarrado y golpeado durante varios días. Dejaron un colchón manchado con su sangre.

Desesperación
Román, un camionero fracasado que no pasó de primarias, se lamía el labio superior cuando se ponía nervioso. Hacia mediados de 2006, tenía muchas razones para estarlo.
En los últimos meses, camioneros asociados a él habían sido arrestados en Missouri, Nueva Jersey, Atlanta y Oklahoma, cada uno con más de cien kilos de cocaína. Otro camionero fue capturado con 3.5 millones de dólares en efectivo. Cada una de las requisas fue realizada por una agencia de policía diferente.
Ahora Román había perdido a su principal proveedor -Ríos- junto con la confianza en sus jefes.
Pasó horas hablando por teléfono, tratando de preparar en envío. Necesitaba efectivo para mantener a sus dos esposas -una en California, otra en México- con once hijos e hijastros y su amante embarazada.
En tiempos como estos, viajaba a Compton para visitar a Villalobos en su casa. Quizá ella podía romper esa serie de mala suerte.
En una visita, Román pasó junto a los expositores con los bustos indios de madera cerca del garaje mientras a agentes de la DEA vigilaban desde la distancia. Una estatua de la Virgen de Guadalupe se asomaba por encima de la valla de seguridad, adornada con centavos y peniques. Había pit bulls en el patio trasero, y un palomar en el frontis.
Los psíquicos mexicanos recorren con una paloma blanca de arriba a abajo a una persona para absorber las fuerzas negativas antes de liberar a las aves, y todo mal, en el cielo. Sugieren baños herbales y a veces agregan semillas de campanillas alucinógenas en el té que sirven a sus clientes.
Lo que quiera que sea que dio Villalobos a Román, era potente. Salió prácticamente tambaleando por la puerta principal y su novia tuvo que ayudarlo a llegar al coche.
Para el otoño, Román había finalmente arreglado un transporte. Llamó a Villalobos, que lanzó las pequeñas conchas.
Le dio su bendición para el encargo, pero con una advertencia: "Dile al regordete que sea más cuidadoso."

Interceptado
Tres días después, Hildegardo Rivera, un chofer de Román que vivía en el pueblo agrícola de McFarland, en el Valle  Central, se dirigía en un tráiler hacia el este, presumiblemente con cocaína.
Rivera era corpulento. No se sabe si era el hombre mencionado por el psíquico, pero en realidad tenía problemas: la DEA seguía todos sus movimientos mediante un GPS en su celular.
Seis días después de que dejara California del Sur, el celular de Rivera le dijo que estaba en Keasbey, N.J., donde los choferes de Román entregaban la cocaína y eran pagados. Rivera cambiaba los números de teléfono y la DEA no podía seguir trazándolos. Los agentes consiguieron una orden judicial para trazar su nuevo número, y para cuando reanudaron la vigilancia días después, conducía en dirección a California.
Los agentes trazaron su ruta a través de Pensilvania, Maryland, West Virginia, Virginia y Tennessee. En Arkansas, Rivera paró para recoger una carga de pollos congelados.
Cuando Rivera llegó a Arizona, agentes en Los Angeles se prepararon para interceptarlo. Uno de ellos aparcó su coche sin matrícula en la berma de la Interestatal 40 cerca de Flagstaff.
El agente no había visto nunca a Rivera ni su camión. Todo lo que tenían eran unas fotos DMV de varios de los camioneros sospechosos de Román.
Un camión púrpura pasó a toda velocidad, con un esqueleto humano pegado a su portaequipaje. Una broma de Halloween, pensó el agente. Pasaron más camiones.
Cuando el agente llamó para chequear la última ubicación de Rivera, se sorprendió enterarse de que el camión estaba ahora al oeste de él. El agente dobló en U y volvió a California a toda máquina.
Siguió a dos camiones hasta un restaurante en la carretera. Otro chequeo en la señal GPS del celular puso a Rivera cerca de él.
El agente vio el camión púrpura con el esqueleto en la parrilla. Un hombre que se parecía al bosquejo de Rivera se bajó de la cabina. El agente notificó a la Patrulla de Carreteras de California (PCC) y se marchó.
El plan era que la PCC interceptara a Rivera en un puesto de control agrícola justo entrando a California. De ese modo, no se delataba la fachada de la DEA.
Después de hacer parar a Rivera, el agente de la PCC abrió la puerta del tráiler. Parecía vacío. Un perro esnifador saltó dentro.
Los agentes de la DEA en sus coches a un kilómetro de distancia, esperaban ansiosamente. Después de treinta minutos, un agente de la PCC llamó. Nada de drogas, dijo, pero los perros encontraron 155 fardos de plástico ocultos en los compartimentos del techo del camión.
Cada fardo contenía veinte mil dólares. En total, 3.1 millones de dólares.

No Más Ayuda
La redada terminó con la poca credibilidad de Román ante sus jefes. Pronto estuvo tan arruinado que no podía pagar las cuentas de la casa. Su esposa californiana arrastraba cubos en su polvoriento vecindario de Hesperia, pidiendo agua.
El 5 de diciembre de 2006, Román visitó a Villalobos. Antes le dejaba hasta dos mil dólares por una sesión de veinte dólares, pero ahora dijo que no tenía un centavo.
Ella no se solidarizó.
"A veces uno cava su propia tumba", dijo la psíquica. "No voy a continuar atendiendo a una persona ingrata."
"No seas así", respondió Román.
Se ofreció a mostrarle el informe de policía sobre la confiscación de dinero, prueba de que él no le estaba ocultando nada.
Lo desechó. No le importaba que ahora estuviera en la ruina. Se sentía engañada de las veces en que las cosas marchaban bien.
"Escucha atentamente lo que te voy a decir: ¿cuántos años trabajamos juntos? ¿Cuántos viajes hicimos juntos? ¿Diecisiete?"
Siguió: "Con mi ayuda, todo te resultó bien."
"Así es", dijo Román.
"¿Dónde está el dinero?", dijo. "Me jodiste cuando ya no me necesitabas."
"Yo te estaba ayudando a ser el jefe de los jefes. ¿Dónde está el dinero?", le dijo. "Me dejaste a un lado cuando ya no me necesitabas."

En mayo de 2007, un gran jurado federal en Nueya York acusó a Román por distribución de cocaína y cargos de lavado de dinero. Entre los testigos potenciales se encuentra Lupita Villalobos.
Los fiscales la llevaron a Nueva York, pero ella no se atrevió a salir del hotel. Dependían de su declaración. Ella se negó.
Al final, su cooperación no fue necesaria. Román se declaró culpable y fue sentenciado a catorce años.
Ríos, el encargado del escondite que huyó a Culiacán, volvió a entrar a Estados Unidos, fue arrestado y se declaró culpable de conspiración.
Rivera, el camionero, fue acusado de conspiración, pero el cargo fue retirado.
Villalobos no fue acusada nunca. La psíquica se aferró a su historia: ella era una simple mujer de negocios tratando de sobrevivir.
"Esta gente me da dinero y yo les digo lo que quieren oír", dijo. "Yo no conozco el futuro."
28 de agosto de 2011
26 de julio de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer