Blogia
mQh

plan of attack, cuando se decidió la guerra


[Bob Woodward] Este es el primero de los cinco capítulos adaptados por The Washington Post de 'Plan of Attack', de Bob Woodward, publicado por Simon & Schuster, donde se presentan los preparativos y conversaciones entre los gestores de la guerra de Iraq.
Poco después de la nochevieja de 2003, la consejera nacional de seguridad, Condoleeza Rice, se reunió en privado con el presidente Bush en su rancho de Crawford, Texas.
Bush pensaba que los esfuerzos por endurecer las inspecciones de armas de las Naciones Unidas en Iraq para acabar con Sadam Husein no estaba dando resultado. "La presión no se mantiene", le dijo Bush.
Los informes en los medios de comunicación -con iraquíes sonrientes paseando a los inspectores, abriendo edificios y diciendo, "¿Ven? No hay nada"-, enfurecía a Bush, que entonces se ponía a leer informes del servicio de inteligencia que decían que los iraquíes estaban trasladando y ocultando cosas. No estaba claro qué estaba siendo trasladado, pero a Bush le parecía que Husein iba a burlar nuevamente del mundo. Parecía que las inspecciones no eran lo suficientemente agresivas, que tomarían meses, o más tiempo aún, y que estaban condenadas a fracasar.
"Yo estaba preocupado de que la gente no se concentrara en Sadam, en el peligro que representaba, ni en su engaño, sino en el proceso, y con ello Sadam podía escabullirse de nuevo", recordó Bush en una entrevista en diciembre pasado.
"Estaba preocupadísimo", agregó. Las recepciones de verano en la Casa Blanca no le sirvieron para nada. "Los músculos de la mandíbula se me pusieron tiesos. Y no era solamente porque estuviera sonriendo y dando la mano todo el tiempo. Hubo un montón de tensión en esas últimas vacaciones".
Intervenía otro factor que no era conocido públicamente. Unos delicados informes del servicio secreto sobre Hans Blix, el jefe de las inspecciones de la ONU, señalaban que no estaba informando sobre todo y no estaba haciendo lo que decía. Algunos miembros del gabinete de guerra de Bush creían que Blix era un mentiroso.
"¿Cómo puede pasar esto?", le preguntó Bush a Rice. "Sadam se hará más fuerte".
Blix le había dicho a Rice: "Nunca he protestado contra la presión militar que ejerce usted. Creo que es algo bueno". Rice se lo comunicó al presidente.
"¿Cuánto tiempo cree que puedo seguir con esto?", se preguntó Bush. "¿Un año? No puedo. Los Estados Unidos no pueden permanecer en esta posición mientras Sadam hace trucos con los inspectores".
"Tiene que continuar su amenaza", dijo Rice. "Si va a usar diplomacia correctiva, tendrá que vivir con esa decisión".
"Está ganando más confianza, no perdiéndola", comentó Bush acerca de Husein. "Puede volver a manipular a la comunidad internacional. No estamos ganando".
"No tenemos el tiempo a favor nuestro", le dijo Bush a Rice. "Probablemente tendremos que declarar la guerra".
Según Rice este fue el momento en que el presidente decidió que Estados Unidos declararía la guerra a Iraq. Los planes militares estaban siendo elaborados desde hacía más de año, incluso cuando Bush buscaba una solución diplomática a través de Naciones Unidas. Podía continuar con esos esfuerzos, al menos en público, durante diez semanas más, pero había alcanzado un punto donde no había marcha atrás.
Durante las vacaciones el presidente también informó de su decisión a Karl Rove, su principal estratega político. Rove había viajado a Crawford para poner al día a Bush sobre el plan confidencial de la campaña de re-elección de 2004. Laura Bush estaba sentada leyendo un libro mientras Rove daba una presentación con Power Point sobre la estrategia, sobre los temas y la agenda de la campaña.
Luego de abrir su ordenador portátil, desplegó ante Bush, en letras en negrita sobre un fondo azul oscuro lo siguiente:



IMAGEN:

Líder fuerte

Conducta agresiva



Grandes ideas

Paz en el mundo

Una América más compasiva

Se preocupa de gente como yo

Dirige un buen equipo



Si las cosas siguieran igual, preguntó el presidente, ¿cuándo te gustaría comenzar la campaña y la recaudación de fondos?
Rove dijo que quería que el presidente empezara la campaña en febrero o marzo y comenzara a recaudar fondos. Se necesitaban unos 200 millones de dólares. Tenía un programa. En febrero, marzo y abril habría entre 12 y 16 recaudadores.
"Tenemos una guerra en camino", le dijo el presidente a Rove, de plano, "y tendrás que esperar".
Había decidido. "Llegó el momento". El presidente no fijó una fecha, pero a Rove le causó la impresión de que sería en enero o febrero, o, a más tardar, marzo.
"Recuerde el problema con la campaña de su padre", replicó Rove. "Un montón de gente dijo que había comenzado demasiado tarde".
"Lo entiendo", dijo Bush. "Ya te diré cuando me sienta con ganas de comenzar".
Rice fue el único miembro de su gabinete de guerra a quién Bush preguntó directamente su opinión sobre su decisión de declarar la guerra.
"¿Qué crees tú?", le había preguntado semanas antes. "¿Debemos hacerlo?"
"Sí", dijo ella. "Porque no es la credibilidad de América la que está en juego, es la credibilidad de todos si este gángster puede burlar otra vez a la comunidad internacional". Por importante que sea la credibilidad, dijo, "no puede llevarte nunca a hacer algo que no deberías". Pero esto era mucho más importante, aconsejó, algo que debía hacerse. "Dejar que esta amenaza de esa parte del mundo manipule a la comunidad internacional de esta manera nos puede llegar a pesar. Ésa es la razón por la que hay que hacerlo".
Excepto Rice, Bush dijo que no necesitaba preguntar a sus consejeros principales sobre lo que pensaban de la guerra. Sabía lo que pensaba el vice-presidente Cheney, y decidió no preguntar ni al secretario de estado, Colin L. Powell, ni al ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld.
"Yo sabía lo que pensaban", recordó el presidente. "No necesitaba pedirles su opinión sobre Sadam Husein. Si tú estuvieras en la posición en que estoy, lo verías con claridad. Creo que vivimos en un ambiente en que la gente se siente libre para decir lo que piensa".
Entre ellos no se encontraba Karen Hughes, una de sus principales consejeras y directora de larga data de comunicaciones. Hughes, que había dimitido el verano previo para regresar a Texas, probablemente sabía lo que Bush pensaba y hablaba, como todo el mundo.
"Le pregunté a Karen", recordó el presidente. "Me dijo: si vas a declarar la guerra, agota primero todas las oportunidades de lograrlo [el cambio de régimen] pacíficamente. Y tenía razón. En realidad, expresaba mis propios sentimientos".
Más de un año antes -el 21 de noviembre de 2001- Bush le había contado a Rumsfeld que quería que elaborara un plan de guerra contra Iraq. Desde esa época, el ministro de Defensa ha estado trabajando en estrecha colaboración con el general Tommy R. Franks, director del Comando Central de los Estados Unidos, y otros comandantes americanos, así como Bush y otros miembros de su gabinete de guerra, en la elaboración de un plan, incluso cuando Bush buscaba una solución diplomática a través de las Naciones Unidas.
A veces, el jefe del Estado Mayor, Andrew H. Card Jr., imaginaba a Bush como un jinete de circo con un pie en el corcel de la diplomacia y otro en el de la guerra, con las dos riendas en sus manos, en ruta hacia un cambio de régimen. Los caballos tenían anteojeras. Estaba claro ahora que la diplomacia no le conduciría a esa meta, de modo que soltó a ese caballo y se quedó parado solamente en el de la guerra.
Rumsfeld había estado tratando de ponerse en la situación del presidente para asegurarse de que Bush no fuera tan lejos en sus palabras, en su proxémica o estado mental, que le fuera imposible arrepentirse de una decisión de ir a la guerra, en un momento en que Estados Unidos se encontraba concentrando tropas en torno a Iraq.
Por otro lado, Rumsfeld sabía que llegaría el momento en que el presidente no querría retroceder, y realmente no podría. Esa vez llegaría antes de que Bush tuviera que decidir poner a las Fuerzas de Operaciones Especiales en Iraq, el punto sin marcha atrás posible identificado por Franks.
"Recuerdo que traté de darle tan pronto pude una señal de que eso era lo que estaba por ocurrir", recordó Rumsfeld en una entrevista.
"Llega un momento cuando pasan todas estas cosas en que", agregó, "cuando tienes que mirar a un país vecino a los ojos, y tienen que tomar una decisión que les es arriesgada. Y en ese momento, el presidente necesita saber eso".
De regreso en Washington, a principios de enero de 2003, Bush apartó a Rumsfeld a un lado:
"Mira, temo que tenemos que hacerlo", le dijo. "No sé cómo vamos a ponerlo [a Sadam Husein] en una posición en la que haga algo que sea consistente con las condiciones de las Naciones Unidas, y tenemos que presumir que eso no ocurrirá".
Para Rumsfeld, como decisión, era suficiente. Le pidió que hiciera participar a otros participantes extranjeros claves.
El presidente dio su aprobación, pero presionó nuevamente a Rumsfeld. ¿Cuándo debo tomar una decisión definitiva?
"Cuando su gente, señor Presidente, mire a esa gente a los ojos y les diga que usted declarará la guerra".
Uno de los participantes claves que debía ser notificado y convencido era Arabia Saudí. Las tropas americanas tendrían que ser enviadas a Iraq a través de, o desde, territorio saudí. El apoyo para las operaciones de rescate, de comunicaciones y de repostaje no serían suficientes. De los cinco países con frontera con Iraq, sólo Kuwait y Jordania apoyaban una operación militar. Las 500 millas de frontera saudí-iraquí eran críticas.
Así, el sábado 11 de enero, Cheney invitó al príncipe Bandar Bin Sultan, el embajador saudí, a su despacho en el Ala Oeste [de la Casa Blanca]. Rumsfeld y el general Richard B. Meyers, jefe del Estado Mayor, también estaban.
El príncipe Bandar había conocido cuatro presidencias americanas. A los 53, Bandar era casi un quinto estado de Washington, extendiendo la influencia y la riqueza saudíes. Insistía en tratar directamente con los presidentes y es casi pariente del padre de Bush, el antiguo presidente George H. Bush. Y había mantenido su vía de acceso especial al Despacho Oval con este presidente Bush. Sentado al borde del escritorio en el despacho de Cheney, Myers tomó un enorme mapa titulado TOP SECRET NOFORN. NOFORN significaba NO EXTRANJEROS -material clasificado que no debía ser visto por nación extranjera alguna.
Myers explicó que la primera parte del plan de guerra sería una campaña de bombardeos aéreos masivos de varios días contra las divisiones de la Guardia Republicana de Iraq, los servicios de seguridad y el comando y control de las fuerzas de Husein. Seguiría un ataque por tierra a través de Kuwait, y se abriría un frente norte a través de Turquía con la 4a División de Infantería, si Turquía lo aprobaba. Se incluía el uso masivo de equipos de las Fuerzas Especiales y de la inteligencia paramilitar para destruir todo sitio en Iraq desde donde Husein pudiese lanzar un misil o un avión contra Arabia Saudí, Jordania o Israel.
Operativos de las Fuerzas Especiales y del servicio de inteligencia distribuirían 300 millones de dólares entre los jefes tribales locales, líderes religiosos y las fuerzas armadas iraquíes.
La frontera saudí-iraquí tendría que ser vigilada. Si hubiera alternativas, dijo Myers, no le pedirían nada a los saudíes.
Bandar sabía que su país podía crear una pantalla para ocultar la llegada de tropas americanas cerrando un aeropuerto civil en Al Jawf en el desierto del norte, controlando la frontera con helicópteros saudíes día y noche como parte de controles rutinarios, y luego retirándose. Las Fuerzas Especiales americanas podrían levantar una base que no llamaría demasiado la atención.
Bandar, antiguo piloto de guerra, miró atentamente el mapa Top Secret de dos pies por tres e hizo algunas preguntas sobre las operaciones aéreas. Preguntó si podía recibir una copia del mapa, de modo que pudiera informar al Príncipe Heredero, Abdulá, refiriéndose al jefe de facto de Arabia Saudí.
"Sobre mi tumba", dijo Myers.
"Le daremos toda la información que quiera", dijo Rumsfeld. En lo que se refiere al mapa, agregó, "No se lo daré, pero sí puede tomar notas, si quiere".
"No, no es importante. Déjeme mirarlo", dijo Bandar. Trató de memorizarlo todo: las enormes ofensivas por tierra, la ubicación de los equipos de las Fuerzas Especiales o del servicio secreto, todos señalados en el mapa.
"Puede contar con esto", dijo Rumsfeld, señalando al mapa. "Puede poner las manos al fuego por ello. Puede estar seguro. Esto va a ocurrir".
"¿Qué posibilidades tiene Sadam de sobrevivir todo esto?", preguntó Bandar. Creía que Husein planeaba matar a todos los que, a alto nivel, habían estado involucrados en la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, incluyéndolo a él.
Rumsfeld y Myers no respondieron.
"¿Será esta vez la definitiva?", preguntó Bandar, escéptico. "¿Qué ocurrirá con él?"
Cheney, que había estado tranquilo, como es habitual, replicó:"Príncipe Bandar, una vez comencemos a Sadam lo machacamos".
"Estoy convencido de que es algo que puedo comunicar a mi Príncipe Abdulá", dijo Bandar, "y creo que lo puedo convencer. Pero no puedo ir y decirle que usted, Myers y Rumsfeld me lo han dicho. Tengo que llevarle un mensaje del presidente".
"Volveré a tomar contacto con usted", replicó el vicepresidente. Después de que Bandar saliera del Despacho, Rumsfeld mostró su preocupación sobre la observación del vicepresidente sobre lo de machacar a Husein. "Cristo, ¿por qué has dicho todo eso, Dick?"
"Quería que no le quedaran dudas sobre lo que planeamos hacer", dijo Cheney. En su coche, Bandar garrapateó detalles de lo que había visto en el mapa. Cuando llegó a casa, tomó un enorme mapa en blanco de la región que le había dado la CIA y comenzó a reconstruir el plan paso a paso.
Al día siguiente, domingo, Rice llamó a Bandar para citarlo a una reunión con el presidente al día siguiente, el lunes 13 de enero. En ella, el presidente le dijo a Bandar que estaba recibiendo consejos e informes de personas de la administración de que en el caso de que declarara la guerra tendría que hacer frente a una reacción árabe y musulmana masiva que pondría en peligro los intereses americanos.
"Señor Presidente, usted suena como si estuviera atacando a Arabia Saudí y tratando de capturar al Rey Fahd...", dijo Bandar. "Se trata de Sadam Husein. La gente no va a lamentar la suerte de Sadam Husein, pero si los americanos lo atacan otra vez y sobrevive y sigue en el poder después de que haya usted terminado, lo que quiera que sea que haya comenzado, entonces todos le obedecerán. Si ordena atacar la embajada americana, la atacarán".
Bandar le dijo al presidente que recordara la Guerra del Golfo de 1991. "Mire lo que se le dijo a su padre: "que el mundo árabe se levantaría desde el Atlántico hasta el Golfo!". Bueno, eso no ocurrió entonces, y tampoco ocurrirá esta vez, dijo. El problema sería que Husein sobreviviera. Los saudíes necesitaban la certeza de que Husein sería 'machacado'.
"¿Le han informado Dick, Rummy y el general Myers?", preguntó el presidente.
"Sí".
"¿Tiene más preguntas?"
No, señor Presidente.
"Ése es el mensaje que quiero que transmita al príncipe heredero", dijo Bush. "Ése mensaje es mío, Bandar".
"Muy bien, señor Presidente".
Una de las tareas de Rice, según recordaba, era "informar a los ministros", Powell y Rumsfeld. Dado que el presidente le había comunicado a Rumsfeld su decisión de ir a la guerra, era mejor decírselo a Powell, y rápido. Powell estaba cercano al príncipe Bandar, que ahora estaba al tanto de la decisión.
"Señor Presidente", dijo Rice, "si usted cree que esto puede realmente ocurrir, tiene que llamar a Colin y hablar con él". Powell tenía la tarea más difícil, mantener la vía diplomática abierta.
Así, ese lunes 13 de enero, Powell y Bush se reunieron en el Despacho Oval. El presidente estaba sentado en su sillón habitual frente a la chimenea y el secretario de estado en el sillón reservado a los dignatarios visitantes y los funcionarios importantes. Esa vez, ni Cheney ni Rice estaban presentes. Bush elogió a Powell por su difícil labor en el frente diplomático. "Las inspecciones no llevan a ninguna parte", dijo el presidente, yendo directamente al grano. Los inspectores de las Naciones Unidas están dando golpes de ciego, y Husein no mostraba ninguna intención sincera de acatar. "Creo sinceramente que tendré que hacerlo". El presidente dijo que había decidido declarar la guerra. Los Estados Unidos irían a la guerra.
"¿Está seguro?", preguntó Powell.
"Sí", dijo Bush.
"¿Pensó en las consecuencias?", le dijo Powell en una semi-pregunta. Durante casi seis meses había estado insistiendo en este tema: que los Estados Unidos derrocarían a un régimen, que tendrían que gobernar Iraq y que el efecto de onda expansiva en el Medio Oriente y el mundo no se podía predecir. La carrerilla hacia la guerra había consumido todo el oxígeno de los demás temas de las relaciones exteriores. La guerra recibiría toda la atención de los medios de comunicación y el público.
Sí, lo haré, respondió el presidente.
"¿Sabe que se hará dueño de ese lugar?", dijo Powell, recordando a Bush lo que le había dicho durante una cena ese agosto previo en el que Powell argumentó contra una acción militar en Iraq. Una invasión implicaría apropiarse de todas las esperanzas, aspiraciones y problemas de Iraq. Powell no estaba seguro de que Bush comprendiera cabalmente el significado y consecuencias de poseer Iraq en su totalidad.
Pero creo que tengo que hacerlo, dijo el presidente.
Muy bien, dijo Powell.
Sólo quería que lo supieras, dijo Bush, dejándole claro que no iba a discutir sobre su decisión, que sólo le estaba informando, como a otro miembro más de su gabinete. Se había llegado a ese punto en que el camino se bifurcaba y Bush había optado por la guerra.
Powell, la única persona del círculo íntimo de Bush que estaba seria y activamente explorando la vía diplomática, pensó que el presidente quería asegurarse de que él estaba a favor de la guerra. Era de algún modo un chequeo, pero no le pareció a Powell que el presidente estuviera controlando su lealtad. No había modo de escaparse del asunto en este momento. Habría sido un acto de inimaginable deslealtad hacia el presidente, hacia el propio código militar de Powell, hacia el ejército de los Estados Unidos, y sobre todo hacia los cientos de miles de soldados que irían a la guerra.
"¿Me apoyas en esto?", le preguntó el presidente. "Creo que tengo que hacer esto y quiero que estés a mi lado".
"lo haré lo mejor que pueda", respondió Powell. "Sí, señor, le apoyaré. Estoy con usted, señor Presidente".
"Es hora de que te pongas el uniforme", dijo el presidente al general retirado.
En todas las discusiones, reuniones, charlas, etc., en los agotadores duelos de Powell con Rumsfeld y Defensa, el presidente no le preguntó ni una sola vez “Powell, "*lo harías? ¿Cuál es tu opinión general? ¿Lo esencial? ¿Qué concluyes?
Quizás el presidente temía la respuesta. Quizás Powell temía ceder. Después de todo, habría tenido la oportunidad de estar en desacuerdo. Pero no habían llegado a la cuestión esencial y Powell no insistiría. Él no se inmiscuiría en el espacio presidencial más íntimo -un espacio donde el presidente decidía sobre la guerra o la paz- si no se lo invitaba. Y no había sido invitado.
La reunión de Powell con Bush duró 12 minutos. "Fue una conversación muy cordial", recordó el presidente. "No fue larga", observó. "No había mucho que discutir. Se veía que íbamos hacia una guerra".
El presidente enfatizó que aunque le había pedido a Powell que estuviera a su lado y lo apoyara en la guerra, le dijo también "No necesito tu permiso".
Antes de la reunión con el presidente polaco Aleksander Kwasniewski al día siguiente, el 14 de enero, la frustración de Bush volvió a aflorar en público a medida que cambiaba de posición sobre el tiempo que le quedaba a Husein. Mientras que días antes había dicho que el presidente iraquí "tenía tiempo", le dijo a los periodistas esa mañana, "A Sadam Husein se le está acabando el tiempo".
Bush sabía que su mejor amigo en Europa era el popular presidente polaco, en su segundo término, que había prometido contribuir con tropas a la guerra. En julio, los Bush habían invitado a Kwasniewski y su esposa a una poco común cena de estado.
"El nivel de antiamericanismo es extremadamente alto", había dicho Kwasniewski en su reunión privada. Este se enfrentaba a serios problemas políticos a causa de su apoyo a Bush.
"El éxito ayuda a que cambie la opinión pública", dijera Bush. "Si metemos a las tropas, alimentaremos al pueblo de Iraq". Lo había dicho como si ese gesto humanitario pudiera tener algún efecto en la opinión pública polaca. Dijo que había un protocolo que un país podía seguir para demostrar al mundo que se está deshaciendo de sus armas no convencionales, el que había seguido Sudáfrica manifiesta y agresivamente al abrir sus archivos e instalaciones a los inspectores. Husein no lo había hecho.
"En mi opinión, es hora de actuar, pero no haremos nada precipitadamente", dijo Bush, agregando, "pero se está acabando el tiempo. Será más bien temprano que tarde".
"Ganaremos", dijo el presidente polaco, pero, sonando como Colin Powell, agregó lastimeramente, "*pero cuáles son las consecuencias?" Después de una pausa, continuó, "Necesita un apoyo internacional amplio. Nosotros le apoyamos, no se preocupe por ello. El riesgo es que Naciones Unidas se derrumbe. *Qué la reemplazará?"
Eran preguntas difíciles, que Bush eludió, limitándose a decir, "Creemos que el Islam, como la cristiandad, puede crecer de manera libre y democrática".
Para Bush, lo importante era que Polonia lo apoyaría y que contribuiría con tropas.


[Mark Malseed colaboró en este reportaje].
18 abril 2004


©The Washington Post ©traducción mQh

0 comentarios