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4 CHALABI Y LA CAMPAÑA DE DESINFORMACIÓN - jane mayer


En esta cuarta parte del reportaje de Jane Mayer en el New Yorker las sorprendentes revelaciones sobre la fabricación de pruebas para justificar un ataque contra Iraq adquieren renovada importancia a la luz de las recientes revelaciones sobre las invenciones de Bush sobre las armas nucleares de Saddam Hussein. Chalabi pagó a informantes para que divulgaran informaciones falsas entre los espías norteamericanos. Pero estos supieron desde el principio que eran falsas.
El 7 de octubre de 1998, la Ley de Liberación de Iraq, cuyo borrador había sido redactado por Trent Lott y otros republicanos, fue aprobada casi por unanimidad por el Congreso. Chalabi, Brooke y sus aliados en el Congreso trabajaron juntos en formulación de la ley. El llamado en el proyecto a un ‘cambio de régimen' en Iraq era drástico, aunque, increíblemente, apenas si causó controversia. Chalabi una vez más, había presentado astutamente el derrocamiento de Saddam como un proyecto hecho por y para los iraquíes, y que requería un soporte aéreo mínimo de parte de Estados Unidos. En esa época, el Congreso también aprobó leyes que otorgaban abiertamente ayudas de 97 millones de dólares al Congreso Nacional Iraquí CNI.
Poco después de la aprobación de la ley, el general Anthony Zinni, que era entonces jefe del comando central estadounidense, que tenía como tarea el control operacional de las fuerzas de combate norteamericanas en Oriente Medio, vio una copia del plan militar de Chalabi. "Me causó una gran indignación", me dijo. Zinni conocía bien el terreno iraquí, y declaró ante el Congreso que el plan de Chalabi era "un castillo en el aire, un cuento de hadas". Declaró: "Se decía que si se ponía a mil hombres en el terreno, el régimen de Saddam se derrumbaría, que ellos no lucharían. Yo dije que yo volaba sobre ellos todos los días y nos disparaban, y que cuando les disparábamos, nos disparaban de vuelta. No era en absoluto posible que con mil hombres pudiéramos terminar con el régimen. El grupo de exiliados estaba entregando informaciones incorrectas. Su plan era ridículo".
Cuando asumió el gobierno de Bush en 2001, neo-conservadores como Wolfowitz y Perle volvieron al poder. Brooke me dijo que en febrero de ese año, Wolfowitz lo llamó una noche tarde y le prometió que esta vez Saddam sería derrocado. Brooke dijo que Wolfowirtz le había dicho que él estaba tan empecinado en alcanzar ese objetivo que renunciaría si no lo lograba. (Wolfowitz calificó este informe de ‘sin sentido').
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, muchos en el gobierno empezaron a ponderar un ataque preventivo contra el régimen de Saddam, y aceptaron ansiosamente los informes secretos de Chalabi. En 2002, un Plan de Recolección de Información para el servicio secreto del CNI, que era financiado por el ministerio de Asuntos Exteriores, fue transferido a la Agencia de Inteligencia de la Defensa [Defense Intelligence Agency] DIA, una división del Pentágono. "Chalabi era la muleta sobre la que apoyaron los neo-conservadores para justificar la intervención", dijo Zinni. "Él distorsionó los datos de inteligencia en que se basaron, y entregó una imagen tan rosada y poco realista que pensaron que sería fácil".
La CIA seguía escéptica de los informes de desertores que estaba promoviendo el CNI e insistió en analizarlos independientemente. El presidente Bush fue informado de la opinión de la CIA sobre Chalabi poco después de asumir el cargo, pero finalmente tomó partido por el vice-presidente Cheney y los neo-conservadores. En los meses previos a la invasión de Iraq, Bush y Cheney se refirieron en público a los laboratorios móviles de armas de Saddam. Seis semanas antes de la invasión norteamericana, el 5 de febrero de 2003, en su discurso ante Naciones Unidas, el ministro de Asuntos Exteriores, Colin Powell -que al principio había opinado que los datos sobre las armas de destrucción masiva no eran concluyentes- mencionó a testigos que no fueron nombrados, uno de los cuales había proporcionado "descripciones de primera mano de fábricas de armas biológicas sobre ruedas y en rieles". Según dijo, era "una de las cosas más inquietantes en emerger de los gruesos informes de los servicios de inteligencia con que contamos sobre Iraq".
Bob Drogin y Greg Miller, de Los Angeles Times, informaron recientemente que la fuente de estos datos era un tránsfuga iraquí cuyo nombre en clave era Curva, que es supuestamente un hermano de uno de los ayudantes de Chalabi. (Chalabi dice que el desertor no está relacionado a nadie de su organización). Se dice que Curva se acercó a agentes secretos alemanes y les entregó mapas y descripciones detalladas de laboratorios de armas móviles. Curva olvidó contar a los agentes alemanes que antes de huir de Iraq había estado preso por estafa. Además, expertos de Estados Unidos y de Naciones Unidas recorrieron todo Iraq a la búsqueda de esos laboratorios móviles; todo lo que encontraron fueron dos camiones, cuya función está todavía en discusión. En enero pasado, Cheney se refirió a esos camiones como pruebas definitivas de que Iraq tenía laboratorios móviles de armas, aunque los expertos dijeron que contenían más probablemente balones atmosféricos.
Para cuando le pregunté a Chalabi sobre Curva, el tránsfuga se había transformado en un tema delicado. "¿Ese es el tipo de informes que tenemos que negar?", preguntó, elevando la voz. "¿Informes anónimos sobre gente anónima? ¡Nadie sabe quién es esa persona! ¿Cómo lo vamos a saber?" Chalabi preguntó por qué se le responsabilizaba de las imprecisiones del desertor, cuando era trabajo de los servicios secretos norteamericanos "chequear a esa gente". Preguntó: "¿Qué quiere que hagamos? ¿Quedarnos callados cuando la gente nos cuenta esas cosas?"
Otros en el CNI insistieron en que la organización no tenía lazos con el servicio secreto alemán. Pero Vincent Cannistraro, el antiguo experto en contra-terrorismo, me contó que la CIA cree ahora que Aras Habib, el jefe de inteligencia del CNI, sospechoso de haber entregado secretos norteamericanos a Irán, "se encargó de presentar a Curva a los alemanes". Agregó: "La CIA está segura de eso".
Después de la guerra, incluso los padrinos de Chalabi en la DIA concluyeron que la mayor parte de la información que recibieron del tránsfuga era "de poco o ningún valor". De acuerdo al Times, a principios de 2003, un informe oficial de la agencia concluyó que varios desertores presentados al espionaje norteamericano por el CNI habían afirmado falsamente que tenían conocimiento directo de programas de armas ilegales en Iraq.
Chalabi y sus partidarios han argumentado que críticos como Zinni han exagerado el papel de los exiliados en la entrega de datos falsos sobre armas de destrucción masiva. "¿Cómo se nos puede culpar del fracaso de todos los servicios de espionaje del mundo?", me preguntó Chalabi. Ciertamente, hay responsabilidades que compartir, especialmente entre los planificadores civiles de la guerra en el ministerio de Defensa y la Casa Blanca, los que burlaron, al aceptar informaciones del CNI sin corroborarlas con rigurosidad, los reglamentos del servicio de inteligencia. Como dijo Robert Baer, el antiguo funcionario de la CIA, "Chalabi estaba estafando a Estados Unidos porque Estados Unidos quería ser estafado".

Un documento interno del CNI revela lo influyente que era el Plan de Recolección de Información. El 6 de junio de 2002, Entifadh Qanbar, un funcionario del CNI, envió un memorándum al Comité de Asignaciones del Senado en el que daba crédito al CNI por "informaciones" que fueron utilizadas en 108 reportajes en publicaciones en lengua inglesa que aparecieron entre octubre de 2001 y mayo de 2002. Esos artículos, decía el escrito, retransmitieron informaciones del CNI recabadas de "desertores, informes e informaciones no procesadas" sobre Iraq. Además, escribió Qanbar, el CNI proporcionaba esa información directamente a "receptores del gobierno norteamericano", incluyendo a William Lutti, en el Pentágono, y John Hannah, el asistente especial de seguridad nacional en el Despacho del vice-presidente.
Los reportajes en los que el CNI afirmaba haber colocado sus "informaciones" incluyen algunos de los artículos periodísticos más cuestionables que aparecieron en el preludio de la guerra. El 20 de diciembre de 2001, Judith Miller publicó un artículo en primera plana en el Times sobre un ingeniero iraquí que afirmaba tener conocimiento directo de veinte sitios secretos de armas químicas, biológicas y nucleares en Iraq. Un sitio, dijo, estaba oculto debajo de un hospital. También describió pruebas de esas armas prohibidas sobre prisioneros kurdos y chiís vivos. Miller reveló en su artículo que el CNI había ayudado al ingeniero a salir de Iraq, y había organizado la entrevista, y que el objetivo del CNI era derrocar a Saddam Hussein. También observó que funcionarios norteamericanos estaban "tratando de verificar" las revelaciones del desertor. A pesar de estas cautelas, Miller informó que "unos expertos dijeron que la información parecía fiable y significativa". En un artículo posterior, escribió que el mismo tránsfuga había entregado a los funcionarios de la inteligencia norteamericana" decenas de informes altamente confiables sobre compras y actividades iraquíes relacionadas con armamentos".
El nombre del desertor es Adnan Ihsan Saheed al-Haideri. Desde la guerra, ni los inspectores de armas de Naciones Unidas ni David Kay, el inspector de armas de Estados Unidos, han encontrado evidencias que confirmen sus informes. De acuerdo a un reciente informe de Knight Ridder, funcionarios estadounidenses escoltaron a Haideri de vuelta a Iraq después de la guerra, pero no pudo localizar ninguna instalación de las armas prohibidas. Según se informó, el CNI proporcionó a Miller con la exclusiva historia de Haideri tres días después de que fallara una prueba con un detector de mentiras a la que lo sometió la CIA a petición de la DIA.
Cuando pregunté sobre los problemas en torno a la credibilidad de Haideri, un ayudante de Chalabi, que se negó a ser nombrado, puso en duda la historia de la prueba con el detector de mentiras, diciendo que los funcionarios de la DIA le había contado que Haideri "era una mina de oro" de información, y que valía la pena "incluso si sólo el tres por ciento era verdad".
Miller se negó a comentar sus artículos sobre Iraq, como asimismo otros colaboradores del Times. Durante meses, el Times ha sido criticado por su cobertura de preguerra sobre las armas de destrucción masiva. El 26 de mayo, el diario publicó un escrito del editor reconociendo que había sido influido inapropiadamente por Chalabi. "Los informes de los desertores iraquíes no fueron siempre cotejados con su fuerte anhelo de derrocar a Saddam Hussein", decía la nota. "Parece que, junto con el gobierno, fuimos embaucados".
En una inusual decisión, dos meses antes de que empezara la invasión, el corresponsal jefe del Times, Patrick E. Tyler, que estaba a cargo de supervisar la cobertura de la guerra para el diario, contrató a una sobrina de Chalabi, Sarah Khalil, para que se ocupara de las oficinas del diario en Kuwait. Chalabi había sido durante mucho tiempo una de las fuentes de Tyler. La hija de Chalabi, Tamara, que estaba en Kuwait en esa época, me dijo que Khalil colaboraba con las actividades de su padre cuando estaba trabajando para el Times.
A principios de abril de 2003, Chalabi estaba inmovilizado en el desierto poco después de que fuerzas norteamericanas lo transportaran por avión, a él y varios cientos de sus seguidores , al sur de Iraq, dejándole sin agua, alimento o transporte adecuados. Una vez más, la ayuda de los militares norteamericanos había fracasado. Chalabi usó un celular para llamar a Khalil y pedir ayuda. Según Tamara, Khalil se hizo con dinero de los fondos del CNI y organizó un convoy de todoterrenos, que dirigió ella misma a través de la frontera de Iraq.
Tyler me contó que él no sabía que Khalil había ayudado a Chalabi a llegar al sur de Iraq. Agregó que Khalil tenía experiencia como periodista, y que Chalabi no era un factor importante en la guerra cuando él la contrató. "Estábamos cubriendo una guerra, no a Chalabi", dijo. El Times despidió a Khalil el 20 de mayo de 2003, cuando los editores en Nueva York se enteraron de sus actividades. Durante los cinco meses que Khalil estuvo trabajando para el Times, el diario publicó nueve artículos en los que se mencionaba a Chalabi. Cuando pregunté sobre la operación de rescate de Chalabi que dirigió Khalil, William Schmidt, un editor general del Times, dijo: "El Times no sabe nada de esa historia, ni si ocurrió. Si fue así, estaba fuera de nuestro alcance".
Otra historia promovida por la organización de Chalabi establecía un vínculo no probado entre Iraq y Al Qaeda. El CNI difundió la historia de que Mohamed Atta, el cerebro de los atentados del 11 de septiembre, se había reunido en abril de 2001, en Praga, con un agente del servicio secreto iraquí. En febrero de 2002, David Rose escribió en Vanity Fair que un desertor llamado Abu Zeinab al-Qurairy dijo que había trabajado en un campamento terrorista en Iraq llamado Salman Pak, donde fundamentalistas no iraquíes eran adiestrados para secuestrar aviones y aterrizar helicópteros en trenes en movimiento. También afirmó que Atta se había reunido con un agente iraquí en Praga. Rose observó que el CNI había pagado a Qurairy, y escribió que un ayudante de Chalabi había actuado de intérprete del desertor.
El 12 de noviembre de 2001, el CNI proporcionó otro desertor, Sabah Khalifa Khodada al-Lami, a la prensa, a través de un video enviado desde Londres. Lami, que fue descrito como un ex coronel del ejército de Saddam, afirmó que en Salman Pak se estaba adiestrando a militantes islámicos. También dijo que el campo de adiestramiento estaba contaminado por el carbunclo, una acusación que fue hecha poco después de que Estados Unidos comenzara a investigar unos incidentes de intoxicación con carbunclo en Nueva York, Florida y otros lugares. Las historias de Lami aparecieron después en el Washington Times, el Seattle Times y otros diarios. Desde la caída de Saddam no se ha encontrado ningún campo de adiestramiento de terroristas en Iraq.
El CNI tuvo igualmente éxito en difundir sus historias entre funcionarios del gobierno norteamericano. El cuento de Haideri llegó hasta un estudio de la Casa Blanca, titulado ‘Una década de engaño y desafío', que fue dado a conocer como material de apoyo de un discurso sobre Iraq que el presidente Bush leyó ante Naciones Unidas el 12 de septiembre de 2002. Haideri "sustentó sus afirmaciones con pilas de contactos del gobierno iraquí, completo con especificaciones técnicas", se lee en el estudio.
Chalabi negó que él o sus ayudantes hubiesen fabricado testigos o de haber distorsionado la información para apoyar sus acusaciones. "No hemos engañado a nadie", dijo. "Dijimos que teníamos información. No dijimos que la información era importante. Pensamos que podía ser útil". No alcanzó a decir que todavía creía en los cuentos de los desertores. "Creía que eran lo que decían que eran", dijo. Ningún desertor se ha presentado para decir que Chalabi difundió conscientemente historias falsas.
Sin embargo, el caso de Khidhir Hamza ilustra cómo la información se puede transformar en propaganda. Hamza es un científico nuclear que sirvió como administrador en el programa de armas nucleares de Saddam durante los años ochenta. Desertó de Iraq en 1994. Fue primero desdeñado por la CIA, que pensó que sabía poco de interés. En 1997 se le pidió que se uniera a Ciencia y Seguridad Internacional, una organización en Washington dirigida por David Albright, un antiguo inspector de armas nucleares. Cuando Hamza empezó a trabajar con él, me contó Albright, sus informaciones parecieron fiables. En 1998 Hamza incluso ayudó a desenmascarar una exagerada historia entregada por otro desertor, cuando Chalabi estaba tratando de generar apoyo para la Ley de Liberación de Iraq. "Entonces vimos las garras de Chalabi", dijo Albright. Alguien del CNI, dijo, llamó para regañar a Hamza, diciéndole que había dañado la causa de la liberación de Iraq. ‘Hamza estaba abatido, y dijo que no lo volvería a hacer", me contó Albright.
En 1999, Hamza abandonó el instituto de Albright para escribir una memoria, ‘El fabricante de bombas de Saddam', con Jeff Stein, un escritor que vive en Washington. De acuerdo a Albright, muchas de las afirmaciones en el libro, incluyendo algunas sobre la importancia del papel de Hamza, "eran simplemente ridículas". Hamza, que había estado alejado de Iraq y de los programas nucleares del país durante más de una década, afirmaba que Saddam estaba a años, y posiblemente meses de desarrollar una bomba atómica.
La aserción de Hamza era asombrosa. Después de la primera Guerra del Golfo, Estados Unidos se enteró de que Saddam había intentado construir un arma nuclear. Pero su programa nuclear fue desmantelado más tarde y hacia mediados de los noventa la mayoría de los expertos creían que esta amenaza había desaparecido. De acuerdo a Albright, Francis Brooke "participó" en la promoción del libro de Hamza. "Estaba claro que jugó una parte en él", dijo.
La gente de Chalabi ayudó a Hamza a promover su historia entre los medios de comunicación, y el cuento se hizo ampliamente conocido. Cheney empezó a leer discursos alarmistas sobre la inminente amenaza nuclear iraquí. El 6 de agosto de 2002, declaró que Saddam había "reiniciado sus planes para adquirir armas nucleares" y podría pronto ser capaz de someter a sus enemigos a un "chantaje nuclear".
Hamza, que había administrado una gasolinera en Virginia antes de su asociación con Albright, comenzó a dictar unas bien pagadas conferencias. Un antiguo ayudante de Chalabi dijo que muchos desertores que habían proporcionado informes hiperbólicos eran gente "desesperada"; el CNI les había ofrecido un salvavidas económico, y, para aferrarse a él, "muchos habían torcido sus normas éticas".
Desde la guerra no se ha encontrado ninguna evidencia de un programa nuclear iraquí activo. Albright dijo que a Hamza "se le dijo que no hablara sobre las armas de destrucción masiva". Hamza volvió a Iraq en la primavera pasada. La Autoridad Provisional de la Coalición APC, el gobierno norteamericano durante la ocupación, le ofreció un alto cargo en el ministerio de Ciencia y Tecnología, que le dio un control parcial de la industria nuclear iraquí. De acuerdo al diario londinense The Independent, Hamza fue un fracaso; se peleaba con sus colegas y no se aparecía por su trabajo. Esta primavera la APC no renovó su contrato.

Nueve días después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Chalabi leyó un discurso ante el Comité de Política de Defensa [Defense Policy Board], un comité honorario de expertos que asesora a Donald Rumsfeld, el ministro de Defensa. En esa época, Richard Perle era el presidente del grupo. Francis Brooke, que asistió a la sesión, dijo que el Pentágono todavía olía el humo de los atentados de Al Qaeda, y que fue una "reunión muy emocional".
El mensaje de Chalabi, que según Brooke fue endorsado por el grupo, era saltarse toda intervención en Afganistán, donde los talibanes habían dado refugio a Al Qaeda, y proceder de inmediato a atacar a Iraq. Un participante en la reunión, que pidió no ser nombrado, recordó que Chalabi argumentó convincentemente de que a los norteamericanos les esperaba una victoria fácil: "Dijo que no habría resistencia, que no habría una guerrilla baazista, y que sería rápido establecer un gobierno".
Sin embargo, poco después Chalabi empezó a tener conflictos con el gobierno. Chalabi me dijo que hubiese preferido convencer al pueblo norteamericano sobre la base de argumentos filosóficos, como la lucha contra un tiranía genocida, y que estaba a favor de llevar la democracia al mundo árabe, pero que este enfoque fue rechazado por el gobierno de Bush. "Mire, nosotros nos concentrábamos en los crímenes de Saddam, en los crímenes morales, en el genocidio", dijo Chalabi. "No estábamos concentrados en las armas de destrucción masiva. Estados Unidos nos pidió que lo hiciéramos. Nosotros no inventamos a esa gente [los desertores]; fueron ellos. Ellos nos pidieron ayuda". (Pero se negó a decir quién lo había pedido). Francis Brooke dijo que nadie había pedido al CNI a que se concentraran exclusivamente en las armas de destrucción masiva. "Soy un tipo inteligente", dijo. "Me di cuenta de lo que querían y adapté mi estrategia". El año pasado, en una entrevista con Sam Tanenhaus para Vanity Fair, Paul Wolfowitz admitió que las pruebas sobre las armas de destrucción masiva no fueron el mejor argumento para la guerra, pero que por razones burocráticas "nos pusimos de acuerdo en un tema con el que todos podíamos concordar, que era el de las armas de destrucción masiva".
Como resultado, la guerra fue diseñada para el mercado interno como una campaña de miedo, y el CNI fue enlistado para denunciar el peligro que representaba el régimen de Saddam. Brooke dijo: "Envié un boletín detallado a nuestra red, diciendo: ‘Miren, chicos, búsquenme a un terrorista, o alguien que trabaje con terroristas. Y si encuentran materiales sobre armas de destrucción masiva, ¡enviénmenlos!"
En Washington, muchos de los partidarios de la guerra, incluyendo a Jim Hoagland y Fouad Ajami, profesor de Estudios del Oriente Medio de la Universidad de John Hopkins, estaban preocupados sobre el triunfo de la conveniencia política sobre el idealismo. Esos críticos dicen que una guerra hecha en nombre de la liberación se ha transformado en una operación política de control de daños. Chalabi mismo ha atacado el plan del gobierno de transferir la soberanía a un gobierno interino el 30 de junio como una farsa, ideada para la campaña de re-elección de Bush y no para el pueblo iraquí. Considerando la naturaleza de la campaña que él y sus ayudantes lanzaron para acelerar la invasión, sin embargo, es algo tarde para que Chalabi pueda expresar semejantes reparos. Jack Blum, un antiguo abogado del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, me dijo que el gobierno tuvo una visión distorsionada desde el principio, al descansar en socios tan dudosos como Chalabi. Dijo: "Arruinamos lo que pudo haber sido prometedor por asociarnos con la gente equivocada".

17 de junio de 2004
6 de octubre de 2004
©new yorker
©traducción mQh
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