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UNA DECISIÓN LARGO TIEMPO ESPERADA SOBRE TURQUÍA


El ingreso de Turquía en la Unión Europea ha sido largamente esperado. Turquía ha jugado un papel de la mayor importancia en la defensa de Europa. Su integración tendría un impacto decisivo en la democratización de Oriente Medio. Pero Europa debe vencer primero la oposición de fuerzas políticas que se oponen a la integración de Turquía y que constituyen la principal amenaza para la democracia y los valores occidentales en Europa: entre ellos, Holanda.
Después de 45 años, la espera casi ha terminado. En 1959 el gobierno de Turquía trató por primera vez de llegar a un acuerdo de asociación con la Comunidad Económica Europea, que precedió a la Unión Europea. Esta semana, la Comisión Europea, el cuerpo ejecutivo de la Unión, anunció que Turquía ha satisfecho los requisitos políticos del bloque para iniciar las conversaciones formales sobre su entrada. Ahora deberán decidir los presidentes europeos, que se reunirán en diciembre, si endorsan las recomendaciones de la Comisión y fijan una fecha para el inicio de las negociaciones.
Si los presidentes retroceden, derrocharán una oportunidad histórica. Al aceptar a Turquía, Europa tendría la oportunidad de probar que los derechos humanos internacionales -la esencia de los criterios sobre integración de la Unión y el foco de numerosas reformas en Turquía en los últimos años- son definitorios en la definición de la identidad europea, y no las identidades étnicas o religiosas.
El papel de Turquía en el destino de Europa no ha sido nunca tan importante como ahora. Como miembro de la OTAN en 1952, Turquía proporcionó durante toda la guerra fría una protección crucial del flanco oriental de Europa. Tras la guerra fría, Europa se dio el lujo, durante un tiempo, de imaginar que podía avanzar hacia el futuro como una federación organizada en torno a unos pocos países centrales. Luego vino la nueva era iniciada por el terrorismo internacional de los extremistas musulmanes, que ha amenazado no solo la seguridad del continente sino además los valores permanentes de Europa.
Turquía, un país predominantemente musulmán con una democracia secular, tiene cualidades únicas para hacer frente a este reto. Situado entre la masa continental que une a Europa con Asia, cuenta con experiencia militar como el baluarte contra las amenazas desde el Oriente, con experiencia diplomática como un puente entre Oriente y Occidente, y con lazos religiosos y étnicos con Europa, Oriente Medio y Asia Central.
Todavía más importante, Turquía es la prueba de que el islam y la democracia pueden ser compatibles. Su ejemplo -que será todavía más formidable por una asociación cada vez más estrecha con Europa- es un reto mucho más importante a los autócratas de Oriente Medio que la actual y desaventurada política de Estados Unidos en Iraq. Una integración exitosa de Turquía en la Unión Europea demostraría al resto del mundo que los musulmanes y los occidentales, unidos por principios comunes, pueden vivir y trabajar en paz para beneficio mutuo.
Hay riesgos prácticos considerables. Turquía es un país pobre y populoso, lo que hace aumentar los temores europeos de una inmigración turca a través del continente y los costes de subsidiar la integración turca. Turquía también tiene un pasado de golpes militares, violaciones de los derechos humanos y crisis económicas. Ha llevado a cabo reformas, pero se necesitan más. Se espera que las negociaciones sobre su integración tomarán al menos diez años, tiempo más que suficiente para resolver problemas y asegurar que ocurra un cambio de verdad.
Más inquietantes son los obstáculos políticos. Las fuerzas anti-musulmanes y anti-inmigratorias, particularmente en Austria, Francia y Holanda, se oponen al ingreso de Turquía. Convertir o neutralizar esas fuerzas de oposición es el principal reto de los líderes europeos de los próximos diez años.
8 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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