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LA ESTRATEGIA PARA CONTROLAR IRAK NO PREVEÍA UNA SEGUNDA GUERRA - michael r. gordon


El ministro Rumsfeld y el Pentágono hicieron caso omiso de las advertencias de los generales que debía invadir Iraq. La ausencia de tropas internacionales debilitó la presencia norteamericana.
El 16 de abril de 2003 el general Tommy R. Franks descendió de un avión C-130 en el aeropuerto de Bagdad y golpeó el aire con su puño. Las tropas norteamericanas habían entrado a la capital de un Iraq liberado poco más de una semana antes, y era la primera visita del comandante a la ciudad.
La mayor parte del Triángulo Sunní no se patrullaba casi nunca, y Bagdad todavía estaba convulsionada tras el pillaje. Cuando el general Franks se dirigió al Palacio Norte de Abu Ghraib, un retiro de Saddam Hussein que servía ahora de cuartel general de los militares, helicópteros de guerra Apache controlaban el cielo.
Apiñado en un salón con sus comandantes de mayor jerarquía, el general Franks les dijo que era tiempo de hacer planes para retirarse. Si todo marchaba de acuerdo a los planes, dijo, las tropas de combate debían estar preparadas para comenzar a retirarse dentro de 60 días. Hacia septiembre, de las más de 140.000 tropas que había en Iraq no deberían quedar más que una división, unos 30.000 hombres.
Para ayudar a estabilizar el país y permitir la retirada de los norteamericanos, el presidente Bush había estudiado el día anterior un plan que preveía que cuatro divisiones extranjeras -incluyendo tropas árabes y de la OTAN- se ocuparan de funciones de mantenimiento de la paz.
Cuando la reunión se acercaba a su fin en Bagdad, el presidente, a través de internet, felicitó a los comandantes por el buen trabajo hecho. Después, posaron para unas fotos y fumaron unos puros para celebrar la victoria.
Con todo, en pocos meses las optimistas proyecciones del gobierno de Bush se habían derrumbado. Muchas de las tropas extranjeras no llegaron nunca. Las instituciones iraquíes con las que se contaba para dirigir el país, se derrumbaron. El adversario, que se suponía que estaría apabullado por la sorpresa y el pavor se estaba reorganizando más allá del alcance de las estiradas tropas norteamericanas.
En el debate sobre la guerra y sus secuelas, el gobierno de Bush ha retratado a la insurgencia que todavía está fastidiando en Iraq hoy como un desafortunado e inevitable accidente de la historia, un enemigo que emergió sólo después de haberse derretido durante el rápido avance norteamericano hacia Bagdad. El único error que ha reconocido Bush en la guerra es no haber previsto lo que llamó un "éxito catastrófico".
Pero muchos oficiales y funcionarios que prestaron servicio en Iraq en la primavera y verano de 2003 dicen que los errores de cálculo del gobierno le costaron a Estados Unidos un valioso tiempo -y permitieron que la insurgencia, que estaba en sus primeras fases, se intensificara y extendiera.
"Creo que fueron los sunníes baazistas los que se propusieron resistir a todo coste, pero perdimos la oportunidad y eso llevó a más de ellos a la resistencia", dijo en una entrevista Jay Garner, el primer administrador civil de Iraq y teniente general en retiro del Ejército, refiriéndose al Partido Baaz de Hussein y a sus partidarios musulmanes sunníes. "Las cosas se han complicado mucho más de lo que debían. No custodiamos las fronteras porque no teníamos suficientes tropas para hacerlo, y eso nos trajo terroristas".
Un oficial de alta jerarquía que prestó servicio en Iraq, pero que no quiere ser identificado debido a lo delicado de su posición, dijo: "La verdadera pregunta es: ¿Tenía que haber una insurgencia? ¿Ayudamos a que surgiera la insurgencia por desaprovechar la oportunidad que tuvimos en el período justo después de que Saddam fuera derrocado?"
Examinando retrospectivamente ese crucial período, esos oficiales, funcionarios de la administración y otros han proporcionado relatos informados y detallados sobre cómo se torció la situación de posguerra. Los administradores civiles de la ocupación de Iraq mostraron preocupación sobre los planes de reducir las tropas norteamericanas; los servicios de inteligencia dejaron a las fuerzas norteamericanas poco preparadas para las enconadas batallas en las que tuvieron que participar en el sur de Iraq y no enfatizaron los riesgos de una insurgencia en la posguerra. Y generales y civiles de alta jerarquía no se pusieron de acuerdo sobre los planes de construir un nuevo ejército iraquí, que era necesario para mantener el orden.

Al Principio
En agosto de 2002, importantes funcionarios de la administración hicieron circular un documento altamente secreto con el insulso título de ‘Iraq: Metas, Objetivos y Estrategias'. Todavía quedaban meses de altercados en Naciones Unidas, pero funcionarios de alto rango estaban redactando los principios que guiarían la invasión si el presidente daba orden de atacar.
Las metas en Iraq eran de largo alcance. El objetivo no era solamente derrocar a un dictador, sino construir un sistema democrático. Estados Unidos conservaría, pero reformadas, a las burocracias que hacían el trabajo del día a día de administrar el país. También había metas no formuladas. Los asesores esperaban instalar un gobierno pro-estadounidense que ejercería presión sobre Siria para que dejara de apoyar a los grupos terroristas y sobre Irán para que paralizara su programa de armas nucleares.
Pero los grandes objetivos no significaban un mayor número de tropas. Desde el principio, el plan del Pentágono para invadir Iraq contrastaba fuertemente con la doctrina para usar el poder bélico que había desarrollado Colin L. Powell cuando era presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto. En lugar de reunir en seis meses una gigantesca fuerza invasora, como se hizo para la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, el gobierno intentó atacar con una fuerza mucho menor, ya que los refuerzos todavía estaban en camino desde Oriente Medio.
La estrategia era consistente con el proyecto del ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld de transformar las fuerzas armadas de modo que dependieran menos pesadamente de las tropas de tierra y más de la tecnología, el servicio secreto y de las fuerzas de operaciones especiales.
Rumsfeld había hacía tiempo mostrado su impaciencia con lo que pensaba que era un modo de hacer la guerra que era lento, reacio a tomar riesgos y demasiado caro. Los estrategas del Comando Central del general Franks pensaban que se necesitaba un nuevo enfoque por otras razones: tomar a los iraquíes por sorpresa y evitar los planes de sabotaje de los yacimientos petrolíferos o de fortalecer las defensas de Bagdad.
"Casi todos estaban preocupados sobre lo que podría pasar en la guerra si esta se prolongaba", dijo en una entrevista el subsecretario de Defensa Douglas J. Feith. "Esto subrayó la importancia de la velocidad y de la sorpresa. Era un modo poco habitual y creativo de comenzar una guerra, con menos tropas de las que esperaba Saddam y contaba con que el flujo [de tropas] continuaría después de empezar la guerra".
Si el ejército iraquí ofrecía mayor resistencia de la que se esperaba, dijo Feith, el Pentágono podía seguir enviando tropas. Si la resistencia era ligera, como esperaban que fuera muchos asesores civiles, Washington podía detener el flujo de tropas. En la jerga del Pentágono, habría una "vía de salida".
Lograr las ambiciones de la administración significaba acabar con cualquier problema que surgiera después del colapso del gobierno de Hussein y sus represivos servicios de seguridad. Los funcionarios de la administración asumieron que las tropas norteamericanas y multinacionales ayudarían a estabilizar a Iraq, pero también creían que los iraquíes recién liberados compartirían la carga.
"La idea era que nosotros derrotaríamos al enemigo, pero que las instituciones seguirían funcionando, desde ministerios hasta fuerzas policiales", dijo en una entrevista Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional del presidente. "Ellos instalarían un nuevo gobierno, y nosotros lo mantendríamos en su lugar".

Primeros Avisos
Sin embargo, algunos militares estaban preocupados de que el gobierno se quedara corto. El general Hugh Shelton, que fue presidente de los Jefes del Estado Mayor Conjunto durante los primeros nueve meses del gobierno de Bush, era uno de ellos.
El general Shelton tenía contactos en Oriente Medio que habían advertido que Iraq se podía transformar en un caos después del derrocamiento de Hussein.
En una reunión en el Pentágono a principios de 2003 con los antiguos presidentes de los Jefes del Estado Mayor Conjunto, antiguos vice-presidentes y sus sucesores, expresó su preocupación de que Estados Unidos no tuviera suficientes tropas inmediatamente después del derrocamiento del dictador. Previno que era importante tener tropas suficientes para hacer frente a lo inesperado.
En la Casa Blanca, los funcionarios estaban tratando de determinar cuántos tropas se necesitarían.
Los asesores militares en el Consejo de Seguridad Nacional prepararon una sesión informativa confidencial para Rice y su subdirector Stephen J. Hadley, en la que examinarían lo que se había necesitado en ejemplos previos de reconstrucción de posguerra.
La revisión, llamada ‘Fuerzas de seguridad en siete recientes operaciones de estabilidad', observó que no había una regla general que se pudiera aplicar en todos los casos. Pero enfatizó un principio básico bien conocido entre estrategas militares: Independientemente de las tropas requeridas para derrotar a un enemigo, la mantención de la seguridad posterior es determinada por un conjunto enteramente diferente de consideraciones, incluyendo la población, la naturaleza del terreno y las tareas necesarias.
Si Estados Unidos y sus aliados querían mantener la misma razón de tropas de pacificación y población como en Kosovo, se dijo en la sesión, tendrían que estacionar en Iraq 480.000 tropas. Si se tomaba Bosnia como punto de referencia, se necesitarían 364.000 tropas. Si se tomaba a Afganistán como modelo, sólo se requerirían 13.900 hombres. Las cifras más altas eran consistentes con las proyecciones proporcionadas más tarde al Congreso por el general Eric K. Shinseki, entonces jefe del estado mayor del Ejército, que se necesitarían varios cientos de miles de tropas en Iraq. Pero Rumsfeld desechó esos cálculos como exagerados.
En general se requieren más tropas si los países a controlar cuentan con grandes centros urbanos. La sesión informativa indicó que tres cuartos de la población iraquí vivía en zonas urbanas. En Bosnia y en Kosovo, los habitantes de las ciudades constituían la mitad de la población. En Afganistán sólo un 18 por ciento.
Sin embargo, ni el ministerio de Defensa ni la Casa Blanca consideraron que los Balcanes debían ser el modelo a seguir. En un discurso del 14 de febrero de 2003, titulado ‘Más allá de la reconstrucción del país', que Rumsfeld leyó en Nueva York, dijo que el gran número de tropas extranjeras para mantener la paz en Kosovo había conducido a una "cultura de la dependencia" que desalentaba a los habitantes a hacerse responsables de sí mismos.
El ministro de Defensa dijo que pensaba que había mucho que aprender de Afganistán, donde Estados Unidos no estacionó una fuerza de seguridad a nivel nacional sino descansó en un nuevo ejército afgano y tropas de otros países para ayudar a mantener la paz.
James F. Dobbins, que era el enviado especial del gobierno para Afganistán y también había prestado servicio como embajador extraordinario en Kosovo, Bosnia, Somalia y Haití, pensaba que el gobierno estaba adoptando el modelo equivocado. La antigua Yugoslavia -con sus divisiones étnicas, renqueante economía y un pasado de gobierno totalitario- tenía más paralelos con Iraq de lo que los funcionarios del gobierno estaban dispuestos a reconocer, pensó Dobbins. La anomalía era Afganistán.
"Ellos preferían encontrar un modelo para una reconstrucción exitosa de un país que no fuera asociada al gobierno previo", dijo Dobbins en una entrevista. "Y Afganistán ofrecía una respuesta mucho más agradable en términos de lo que se necesitaría en lo que se refiere a recursos, incluyendo tropas".
Cuando se aproximaba la guerra de Iraq, Dobbins supervisaba un estudio de la RAND Corporation sobre reconstrucción. Mientras más grandes las fuerzas de seguridad, menos bajas sufrirían las tropas de la alianza, concluía el estudio. Cuando L. Paul Bremer III fue nombrado administrador jefe de Iraq en mayo de 2003, Dobbins le hizo llegar una copia.
Para fines de 2002, los militares se preparaban apresuradamente. El plan de despliegue de tropas había sido diseñado de tal manera que el Pentágono pudiera regular el flujo y enviar sólo las fuerzas que fueran necesarias. A través del proceso, Rumsfeld supervisaba las peticiones de tropas. Funcionarios de Defensa dijeron que había querido asegurarse de que los despliegues no dejaran atrás a la diplomacia de Naciones Unidas y agregaron que las peticiones para Iraq debían ser estudiadas porque Estados Unidos debía hacer frente a otras crisis potenciales.

Preocupaciones En El Terreno
Pero algunos oficiales estaban preocupados acerca de lo que percibían como críticas encubiertas del Pentágono, y se quejaron por los retrasos. Por ejemplo, una importante petición de tropas hecha a fines de noviembre no fue aprobada sino un mes más tarde.
El tema llamó la atención de Newt Gingrich, el antiguo diputado republicano y miembro del Comité de Política Exterior del ministerio de Defensa [Defense Policy Board] que asesoró a Rumsfeld durante una reunión a comienzos de febrero de 2003 con oficiales norteamericanos en Kuwait. Dijo que volvería y pediría al ministro que dejara de meterse en decisiones de nivel táctico, de acuerdo de unos apuntes de la sesión de los participantes. "Lo peor que pueden hacer es quitarme el estacionamiento", dijo.
Poco antes de la guerra, Bush preguntó a sus comandantes de mayor jerarquía si tenían suficientes tropas, especificando si eran suficientes para proteger las vulnerables líneas de aprovisionamiento. "No puedo decirte cuántas veces preguntó: ‘¿Tienen todo lo que necesitan?'", dijo Rice. "La respuesta fue que esos eran los niveles de tropas que necesitaban".
Oficiales de alto rango reconocieron que no presionaron al presidente para que proporcionara más tropas. Pero algunos dijeron que se sentirían más cómodos con una reserva más grande. Y algunos oficiales dicen que la idea de comenzar la invasión mientras los refuerzos aún estaban en camino no les parecía una práctica muy inteligente.
El 18 de marzo, un día antes de que comenzara el conflicto, el staff de los Jefes del Estado Mayor se reunió para discutir los planes de retirar las tropas americanas una vez que hubieran triunfado. Los asesores del general Franks protestaron que la reunión era prematura.
Cuando las tropas norteamericanas avanzaron hacia Bagdad en los primeros días de la guerra, se dieron cuenta de que la batalla era diferente de lo que habían esperado. En lugar de un choque entre ejércitos, por más desiguales que fueran, las tropas norteamericanas debieron luchar contra fuerzas paramilitares e incluso con soldados kamikaze. Miles de tropas paramilitares de los Feyadines de Saddam habían infestado las ciudades del sur de Iraq, que estaban siendo utilizadas como bases para atacar las líneas de aprovisionamiento de los norteamericanos.
Pero varios días después de duros combates, los norteamericanos reanudaron su marcha hacia el norte y empezaron a prepararse para lo que pensaba que sería una confrontación final con la Guardia Republicana. Con aparentemente pocas dudas del triunfo de los norteamericanos, pronto recomenzaron las conversaciones sobre una retirada.
A mediados de abril, Lawrence di Rita, uno de los más estrechos asesores de Rumsfeld, llegó a Kuwait para unirse al equipo reunido por el general Garner, el administrador civil, que debía supervisar el Iraq post-Hussein. Bush había aceptado en enero que el ministerio de Defensa asumiera la autoridad sobre el Iraq de posguerra. Era la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que el ministerio de Asuntos Exteriores no se encargaría de una situación post-conflicto.
Dirigiéndose a los asesores de Garner en su sede en un hotel de Kuwait, Di Rita describió la visión del Pentágono, la que parecía hacerse eco de los temas tocados por Rumsfeld en su discurso del 14 de febrero. Según el coronel Paul Hughes, del Ejército, que estuvo presente en esa reunión, Di Rita dijo que el Pentágono estaba determinado a evitar compromisos militares abiertos como los de Bosnia y Kosovo, y a retirar en tres o cuatro meses a la gran mayoría de las tropas norteamericanas.
"El principal tema era que el ministerio de Defensa estaría a cargo, y esto sería totalmente diferente que en el pasado", dijo Tom Gross, un coronel del Ejército en retiro y asesor de Garner, que también estaba en la reunión. "Saldríamos de ahí muy rápidamente. Nosotros estábamos desconcertados, porque no lo veíamos como un proceso de corto plazo".
Di Rita dijo en una entrevista que él no tenía la responsabilidad de los niveles de tropas, pero agregó que los comandantes querían que el nivel de tropas de posguerra fuera lo más bajo posible.
Thomas E. White, entonces el secretario del Ejército, dijo que había recibido instrucciones similares del despacho de Rumsfeld. "Nuestras suposiciones de presupuesto eran que 90 días después de terminar la operación, retiraríamos 50.000 hombres y luego, cada 30 días, 50.000 más hasta que todo el mundo estuviera de regreso", recordó. "La idea era que fuera lo que fuera que dejáramos en Iraq, debía ser mínimo".

Las Tropas No Eran Suficientes
Incluso si el gobierno de Hussein estaba perdiendo la batalla para mantenerse en el poder, algunos informes preliminares sugerían que Iraq podía seguir siendo un campo de batalla.
El Consejo Nacional de Inteligencia había advertido en un informe de enero de 2003 que los iraquíes se sentirían ofendidos por sus liberadores, a menos que el gobierno de la ocupación encabezada por los norteamericanos procediera rápidamente a reanudar los servicios esenciales y entregase el control político a líderes iraquíes. Pero esos esfuerzos fueron exasperantemente lentos.
Mientras una gran parte del país se hundía en el caos y la anarquía, los generales norteamericanos todavía no sabían a qué tipo de insurgencia se estaban enfrentando. El limitado número de tropas norteamericanas, sin embargo, planteaba problemas para controlar las porosas fronteras de Iraq, establecer una presencia significativa en el resistente Triángulo Sunní e imponer el orden en la capital.
"Mi posición es que perdimos la oportunidad y que la insurgencia no era inevitable", dijo James A. (Araña) Marks, un general de división del Ejército, jubilado, que prestó servicio como jefe de inteligencia del comando de guerra terrestre. "Teníamos ventaja cuando entramos y pusimos a correr a las tropas de Saddam. Pero no teníamos suficientes tropas", continuó. "Primero, no teníamos suficientes tropas como para dirigir patrullas de combate en números suficientes como para obtener inteligencia sólida y hacernos una buena idea del enemigo en el terreno. En segundo lugar, necesitábamos más tropas para actuar sobre los datos que recibíamos. Ellos sacaron ventaja de nuestras limitaciones de tropas".
En Bagdad, algunos vecindarios eran particularmente peligrosos y las tropas norteamericanas no pudieron realizar patrullas. La Tercera División de Infantería, la primera gran unidad que se aventuró en la ciudad, tenía unas 17.000 tropas. Pero era una división motorizada, y sólo una parte de ella podía realizar patrullas a pie. La tripulación de los tanques tuvo que esperar a que llegaran las armaduras personales.
Los insurgentes encontraron refugio al norte y oeste de Bagdad, en las volátiles ciudades del Triángulo Sunní, mientras tramaban nuevos ataques.
En Faluya, que se transformaría en un hervidero de la insurgencia, las tropas no llegaron sino el 24 de abril, dos semanas después de que entraran las tropas norteamericanas en Bagdad. Los primeros en llegar fueron los soldados de la División Aerotransportada Nº82. Pero debido a las constantes rotaciones de tropas y a su número limitado, la responsabilidad de la ciudad cambiaba repetidas veces. Las crónicas rotaciones hacían difícil para los norteamericanos cultivar lazos con los residentes y recabar datos de inteligencia útiles. Hoy, la ciudad es una zona prohibida y está rodeada por marines norteamericanos.
El teniente coronel Joseph Apodaca, un agente de inteligencia de la Marina ahora jubilado, dijo que hubo indicios tempranos en el sur dominado por los musulmanes chiíes, de que las fuerzas paramilitares a las que estaban haciendo frente las tropas norteamericanas podían señalar una insurgencia más amplia. Pero dar caza a rebeldes potenciales no era la misión asignada a los marines, y ellos no tenían tropas suficientes para la tarea, dijo.
"El plan general era atrapar a Saddam Husein", recordó el coronel Apodaca. "El punto de partida era que cuando la gente se diera cuenta de que ya no estaba, eso pondría a la población de nuestro lado y facilitaría la transición hacia la reconstrucción. Nosotros no teníamos que agarrar a esos tipos cuando manejaran las ciudades más pequeñas. No teníamos realmente los niveles de tropas como para reprimir la insurgencia".

La Esperanza Multinacional
Sin embargo, en Washington, funcionarios de la Casa Blanca y el Pentágono pensaron que lo más difícil ya había pasado. El objetivo de ganar rápidamente el apoyo de los iraquíes se frustró cuando los policías abandonaron sus puestos y las unidades militares iraquíes no se rindieron en masa. Pero el gobierno pensó que gran parte de la carga podía ser traspasada a las fuerzas multinacionales.
El 15 de abril de 2003, Bush reunió a su Consejo Nacional de Seguridad y discutió la idea de pedir fuerzas de mantenimiento de la paz a otros países de modo que Estados Unidos pudiera comenzar a retirar sus tropas. Incluso aunque había una amplia oposición a la invasión, los funcionarios del gobierno pensaron que algunos gobiernos pondrían de lado sus objeciones una vez que la victoria estuviera a la mano y los iraquíes comenzaran a formar un nuevo gobierno.
Los funcionarios del Pentágono informaron al presidente sobre un plan para formar cuatro divisiones: una con tropas de la OTAN; otra con el Consejo de Cooperación del Golfo, una asociación de países del Golfo Pérsico; una comandada por Polonia; y otra por el Reino Unido. La idea era que Estados Unidos no tuviera en Iraq más que una o dos divisiones.
Al día siguiente, el general Franks viajó a Bagdad e instruyó a sus comandantes para que diseñaran planes de retirada. En una reunión en ese palacio con sus comandantes, observó que era posible que Estados Unidos agotara la actitud positiva de los iraquíes y tuviera que mantener demasiadas tropas durante demasiado tiempo en Iraq. Dijo que se esperaba que hubiera un gobierno iraquí interino funcionando dentro de 30 a 60 días. Dijo a sus comandantes que se prepararan para correr riesgos mientras llegaran las tropas.
Después de esa reunión, el general y sus oficiales participaron en una video-conferencia con Bush. El presidente preguntó sobre la integración de tropas extranjeras en las fuerzas de seguridad. Al observar que el ministro de Asuntos Exteriores y Rumsfeld solicitarían tropas a otros países, el general dijo que pensaba hablar con sus oficiales en los Emiratos Árabes Unidos sobre una división árabe.
La notificación del general Franks de que se prepararan para correr riesgos alarmó al general Garner, el administrador civil. Temiendo que una reducción de tropas prematura amenazara la misión de construir un nuevo Iraq, el general Garner transmitió su preocupación al teniente general David McKiernan, el comandante en jefe aliado de las fuerzas de tierra.
"No había duda de que ganaríamos la guerra", recordó el general que dijo al general McKiernan, "pero sí las había sobre si ganaríamos la paz".
Poco después, el Pentágono empezó a cerrar el grifo de tropas hacia Iraq.
Rumsfeld había comenzado a preguntarse si los militares todavía necesitaban a la Primera División de Caballería del Ejército, una fuerza de 17.500 miembros que estaba programada para que siguiera a la principal fuerza de invasión de Iraq. Él y el general Franks discutieron repetidas veces sobre el tema.
"Rumsfeld aburrió a Franks", dijo White, el antiguo secretario del Ejército que fue despedido después de disputas con Rumsfeld. "Si fastidias a los militares por un tiempo suficientemente largo, te dirán finalmente: ‘Está bien, haré lo mejor que pueda con la gente que tengo'. El carácter de Rumsfeld es que te cansas discutiendo con él".

Un Despliegue Cancelado
El general Franks insistió en que él no había sido consultado sobre el tema de la Primera Caballería. "Esa fue una idea de Rumsfeld", dijo, refiriéndose a la cancelación del despliegue.
"Rumsfeld no me obligó obedecer. Al principio, yo no quería detener el flujo de tropas, pero como parecía que habría una mayor participación internacional, concluí que estaba bien parar los traslados".
El general Franks también dijo que aceptó la sugerencia sólo después de que comandantes de operaciones decidieran que la división no era necesaria. Pero un antiguo oficial del staff del general McKiernan dijo que el comandante de guerra terrestre había querido que la unidad fuera desplegada y estaba decepcionado de tener que seguir adelante sin esa división adicional. El despliegue de la división fue cancelado el 21 de abril.
No pasó mucho tiempo antes de que las charlas optimistas sobre una retirada rápida de las tropas norteamericanas fueran dejadas de lado. Ni la OTAN ni los países del Golfo Pérsico querían enviar tropas a Iraq. Un general norteamericano fue enviado a Nueva Dheli a hablar con los indios, pero las esperanzas de conseguir tropas de ese país se desvanecieron pronto. Más tarde Turquía ofreció tropas de mantenimiento de la paz, pero los iraquíes no lo aceptaron. Sólo se hicieron realidad las divisiones polacas y británicas.
En mayo, poco después de llegar, Bremer, que remplazó antes de lo esperado al general Garner como el principal funcionario de la ocupación, comenzó a preocuparse de que las tropas norteamericanas se estaban estirando demasiado. A fines de junio, John Sawers, el funcionario británico de mayor jerarquía en Iraq, envió un informe confidencial a su gobierno donde hacía la crónica de las preocupaciones de Bremer.

"Una Semana Difícil En Iraq"
"Ha sido una semana difícil en Iraq", escribió Sawers. "La nueva amenaza es un bien coordinado sabotaje de la infraestructura. Un ataque contra el tendido eléctrico el fin de semana pasada causó una serie de repercusiones que han reducido a la mitad la capacidad de generación de electricidad en Bagdad y muchas otras partes del país".
"El petróleo y el gas son otros objetivos, con cinco ataques exitosos esta semana contra los oleoductos", continuó. "También estamos presenciando los primeros indicios de intimidación de los iraquíes que trabajan para la coalición".
"La principal preocupación de Bremer es que debemos mantener una capacidad militar suficiente en el país para asegurar la seguridad en todo el país", informó Sawers. "Ha dicho dos veces al presidente Bush que está preocupado de que la reducción de tropas norteamericanas y británicas ha ido demasiado lejos y ahora no podemos permitirnos mayores reducciones".
Bremer también cuestionó si las fuerzas multinacionales "serán lo suficientemente fuertes cuando sea necesario actuar", informó Sawers.
De acuerdo a funcionarios norteamericanos, Bremer expuso el problema de las tropas en una video-conferencia del 18 de junio. Bremer dijo que Estados Unidos debía tener cuidado de no retirar demasiadas tropas. El presidente dijo que el plan ahora era rotar las tropas, no retirarlas, y estuvo de acuerdo con que Washington debía mantener niveles adecuados de tropas.
Sin embargo, las fuerzas norteamericanas se redujeron de unas 150.000 en julio de 2003 a 108.000 en febrero de 2004, antes de volver a aumentar cuando la violencia se incrementó fuertemente a principios de este año. Algunas de las reducciones de tropas fueron contrarrestadas por la llegada de la división comandada por los polacos en agosto de 2003.
El general Franks dijo que había tratado de cerciorarse con Bremer si tendría tropas suficientes a fines de mayo. Mientras Bremer decía que no podía lograr que la economía iraquí volviera a funcionar sino hasta que los militares norteamericanos aseguraran la tranquilidad del país, el general Franks afirmaba que el lento ritmo de la reconstrucción estaba minando su seguridad.
"Alguna gente dice que no puede haber una reconstrucción económica en un país si no hay seguridad", recordó el general Franks refiriéndose a Bremer y otros en la Autoridad Provisional de la Coalición APC. "Cuando hablaba con Jerry Bremer, le decía: ‘Mira, Jerry, tú quieres hablar de la seguridad en términos de tropas. Yo hablo sobre la APC y cuántos civiles -grumos, los llamo yo- tienen en esas 18 provincias para que manejen el dinero, lo destinen en proyectos de trabajo civiles y saquen a la gente enfadada de la calles de modo que necesitemos menos tropas".
Este debate entre Bremer, que no quiso hacer comentarios para este artículo, y oficiales de alta jerarquía en Iraq se transformaría en una cantinela conocida.

¿Qué Salió Mal?
Para algunos de los que prestaron servicio en Iraq, el verano de 2003 fue una temporada de oportunidades perdidas. Ahora hay un apasionado debate sobre qué salió mal.
"El combate es una serie de operaciones y la parte más crítica de una operación es la transición del combate a la estabilidad y las operaciones de apoyo", dijo un general. "Cuando no tienes suficiente poder de combate, terminas entregándole al enemigo una oportunidad de atacar tus puntos vulnerables".
Por su parte, el general Franks dijo que Estados Unidos tenía suficientes tropas de combate en Iraq, pero no suficiente gente para asuntos civiles, policía militar y otras unidades cuyo propósito es establecer el orden una vez que los enfrentamientos bélicos han pasado. El problema, dijo, no es el nivel de fuerzas sino su composición.
Diciendo que no estaba criticando a Rumsfeld, el general Franks sugirió que eso fue en parte el resultado de dificultades a la hora de aprobar las peticiones de tropas del Comando Central en el Pentágono. También dijo que los retrasos en la obtención de fondos del Congreso para los proyectos de reconstrucción y la decisión de muchos gobiernos extranjeros de no enviar tropas había contribuido a una prolongaba intranquilidad en Iraq.
Rice responsabilizó fundamentalmente a los insurgentes del hecho de que muchas tropas iraquíes huyeron durante la marcha norteamericana sobre Bagdad, sólo para luchar al día siguiente. También dijo que la población sunní minoritaria, que fue dominante en el gobierno de Hussein, se sentía desplazada, y eso contribuyó a una "atmósfera permisiva".
"Todo gran cambio histórico es turbulento", dijo. "Hubo un montón de planificación basada en presuposiciones, en datos de inteligencia. Pero cuando el plan se lleva a la práctica lo que se transforma en problema es lo que no fue previsto. Así la pregunta real es si puedes ajustar el plan y hacer los cambios necesarios".
El general Garner dijo que los errores del gobierno habían hecho más fácil que la resistencia lograra establecerse.
"John Abizaid fue el único que pensó en la posguerra", dijo el general Garner, refiriéndose al general que prestó servicio como lugarteniente del general Franks y finalmente su sucesor. "El gobierno de Bush no pensó en ello. Condi Rice no pensó en ello. Tampoco Doug Feith. Tú podías informarles, pero nunca vimos nunca iniciativa que emanara de esas sesiones. Asentían a todo, eso era todo. Así pasa con las cosas que terminan en tragedias".

19 de octubre de 2004
29 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

©http://www.nytimes.com/2004/10/19/international/19war.html

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