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papel de la heroína en afganistán


[Anne Barnard y Farah Stockman] El comercio del opio y la heroína es más importante para la economía del país que la ayuda extranjera. Jefes de policía y gobernadores trafican abiertamente. Son los antiguos señores de la guerra que ayudaron a EEUU a derrotar a los talibanes.
Kabul, Afganistán. El bullente comercio ilegal de opio en Afganistán se ha transformado en la amenaza más grande a la democracia, superando la que representan Al Qaeda y los talibanes y obligando a funcionarios norteamericanos a considerar una intervención militar contra los traficantes, dijeron funcionarios norteamericanos y afganos aquí.
Incluso cuando el gobierno de Bush aclama Afganistán como un importante triunfo de su política exterior, los disparados beneficios del comercio de droga en el país son ahora equivalentes a casi la mitad de su producto nacional bruto y se han transformado en la principal fuente de los fondos de reconstrucción, superando a la ayuda extranjera. El tráfico de drogas también está alentando la corrupción en los más altos niveles del gobierno, e involucra a generales del Ejército y otros oficiales de jerarquía que trabajan normalmente con militares norteamericanos en operaciones anti-terroristas, de acuerdo a los funcionarios.
Ayer en Washington el comandante de tierra norteamericano en Afganistán dijo que Estados Unidos está considerando extender el rol de las casi 18.000 tropas norteamericanas en el país para ayudar a terminar con la desbocada economía de la droga.
"Estamos estudiando cómo debería ser reformulada la misión de los militares en el próximo año, dada la importante amenaza que representan las drogas para el futuro de Afganistán", dijo a periodistas el teniente general del Ejército, David Barno. "Estamos estudiando ahora qué deben hacer los militares... para aportar más apoyo en esta lucha".
Los comandantes norteamericanos han concentrado su atención en el comercio del opio -que produce un 75 por ciento del opio mundial y su derivado, la heroína- y considera atacar a los comandantes de las milicias que están implicados en el tráfico.
Por ejemplo, Hazrat Ali, un antiguo comandante afgano pagado por las tropas norteamericanas para luchar contra Al Qaeda, ha sido mencionado por funcionarios afganos y norteamericanos como un importante traficante de opio. También es el jefe de policía de Jalalabad.
"Un buen día se despertará para descubrir que se acabaron sus negocios", dijo el coronel David Lamm, jefe del estado mayor de las tropas estadounidenses en Afganistán, sobre Ali en una entrevista reciente en Kabul, la capital. "Conocemos las rutas de los narcotraficantes, sabemos quiénes se benefician, y estamos empezando a ocuparnos de este asunto".
El enfoque constituye un giro para el Pentágono, que se ha mostrado reluctante a involucrar a los militares en la lucha contra los traficantes de drogas debido a que su principal misión es combatir el terrorismo. Hoy la orden de las tropas terrestres es destruir las drogas sólo si se las encuentra durante operaciones militares y no tomar iniciativa por cuenta propia contra bodegas o laboratorios. Los soldados estadounidenses normalmente dejan pasar camiones llenos de semillas de amapola en las carreteras una vez que se aseguran de que no transportan a miembros de Al Qaeda.
"Es sólo desde julio que los norteamericanos han empezado a darse cuenta de lo importante que es hacer cuentas con los señores de la guerra", dijo un diplomático europeo en Kabul, que habló a condición de mantener el anonimato. "Una razón por la que estoy ligeramente optimista sobre Afganistán es que el gobierno norteamericano parece haber despertado en los últimos meses y entendido el problema de las drogas y la relación de las drogas con el poder de los señores de la guerra y los milicianos".
Cuando las tropas norteamericanas entraron en Afganistán en octubre de 2001, se metieron en un aprieto: Sabían que los jefes de las milicias estaban implicados en el tráfico de drogas, pero necesitaban su ayuda para ganar la guerra contra los talibanes.
El mayor James Hawver, un reservista en Jalalabad en 2002, dijo que el permiso de Ali hizo más fácil que las tropas norteamericanas pudieran operar en el área.
"Era una especie de protector nuestro", dijo Hawver. "Hizo saber que cualquiera que se metiera con nosotros, tendría problemas con él".
Pero la presión ha estado subiendo en el último año para que el ministerio de Defensa adopte medidas contra los traficantes. El diputado norteamericano Henry J. Hyde, un republicano de Illinois, ha escrito al ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld pidiéndole una mayor intervención y concluyendo que las ganancias de la heroína están financiando la compra de armas de terroristas e insurgentes.
Otros argumentan que la nueva policía y sistema judicial afgano no pueden vérselas con la economía de la droga, que se ha transformado en una parte integral del muy publicitado renacimiento del país y de los ingresos de gente muy poderosa.
"Estoy cada vez más preocupado de que toda la economía, todo el tejido social, llegue a estar dominado por la droga", dijo Antonio María Costa, director ejecutivo de la Oficina de Drogas y Crimen de la ONU. "Del mismo modo que la gente se engancha a las drogas, los países se pueden enganchar a una economía basada en el tráfico de drogas. Eso es lo que está pasando en Afganistán".
En los últimos años, ha sido más a menudo dinero obtenido en el comercio de drogas -y no la ayuda extranjera- el que ha financiado los resplandecientes coches nuevos que se ven en las ciudades que hasta hace poco solo conocían las carretas de burros, y los móviles en lugares que nunca tuvieron electricidad, dijo Costa.
En 2002 y 2003, los ingresos por el opio llegaron a 4.8 billones de dólares, de acuerdo a la Oficina de Drogas y Crimen de la ONU, casi dos veces que los aportes de la ayuda internacional para proyectos que comenzaron en esos años. Este próximo año se espera que suba aún más, ya que dos de cada tres granjeros encuestados para un sondeo de Naciones Unidas dijeron que pensaban aumentar significativamente sus ingresos con plantaciones de amapola.
"Las drogas son la principal fuente del dinero para la reconstrucción, superando de lejos toda la ayuda internacional", dijo James Dobbins, el enviado especial de Bush para Afganistán en 2001.
Gran parte de los ingresos fiscales del país provienen de la importación de vehículos y otros artículos caros, que son comprados principalmente con los beneficios del tráfico de drogas.
El presidente Hamid Karzai, cuyo recién investido gobierno carece del alcance suficiente como para solucionar el problema, dijo en la conferencia de países donantes en abril que "en Afganistán, las drogas están amenazando la existencia misma del estado afgano".
Karzai culpó a los traficantes de drogas -no a Al Qaeda ni a los talibanes- del atentado en septiembre contra su vice-presidente, una de las pocas instancias de violencia durante el proceso electoral.
Las drogas amenazan a la democracia de otras maneras. Aunque la lista de candidatos en las recientes elecciones presidenciales estuvo en gran parte libre de conexiones con el tráfico de drogas, se cree que una gran parte de los candidatos de las próximas elecciones parlamentarias locales programadas para esta primavera están implicados en el tráfico de drogas.
"No se trata solamente de que el dinero de la droga financia a los candidatos. Ahora los barones de la droga son los candidatos", dijo Mark Schneider, presidente del Grupo Internacional de Crisis.
En la carretera hacia el norteño pueblo de Balkh, el retorno de la economía de la droga -que en el pasado fue severamente limitada por los talibanes- no es un secreto. Bosques de plantaciones de marihuana se alinean a ambos lados de la autopista. Su acre olor penetra los coches que pasan incluso con las ventanillas cerradas. Los más lucrativos campos de opio están algo más lejos en la ruta, pero sus productos no son difíciles de encontrar.
Kamaluddin Kuchai, un comandante retirado de poca monta en la guerra contra la ocupación soviética y las devastadoras guerras entre las milicias que siguieron, dice que gana diez veces más cultivando amapola de lo que ganaría plantando trigo wheat, la otra cosecha importante de la región.
"Si planto las otras cosas, no me puedo ganar la vida", dijo. "No lo hacemos porque nos guste, sino porque no tenemos otra opción".
Kuchai, que tiene 49 años pero se ve mucho más viejo con su barba canosa y arrugada cara, invitó a los visitantes a su diminuta salita y llevó un saco de plástico que hizo un ruido como de succión cuando lo colocó en la alfombra. Adentro había un pasta marrón de la consistencia de una tarta, savia cruda de sus campos de amapolas. Un kilo produce entre 3.000 y 12.000 afganos, o 60 a 240 dólares, dependiendo de la calidad, dijo.
La savia de amapola y la marihuana se venden abiertamente en el mercado central de Balkh, junto a un camino en torno a un parque donde los elevados árboles protegen a un santuario de 500 años, dijo.
Kuchai y sus amigos describen un negocio en el que participa casi toda la comunidad: El jefe de la policía cobra un impuesto por las ventas.
En julio pasado, en una rara decisión, el jefe de policía de Balkh requisó un alijo de drogas y acusó a un poderoso jefe de una milicia local de tráfico de drogas. Pero en lugar de ser castigado, el comandante, Atta Muhammad, fue rápidamente promovido. Su nuevo trabajo: gobernador de la provincia de Balkh.

Bryan Bender contribuyó a este reportaje desde Washington; Barnard desde Afganistán; Stockman desde Washington.

20 de octubre de 2004
3 de noviembre de 2004
©boston globe
©traducción mQh

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