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el precio de la ilusión


[Mary Jordan] Para mujeres centroamericanas, la coerción sexual es uno de los peligros en ruta hacia Estados Unidos.
Tecun Umán, Guatemala. "Si viene a mi oficina y te acuestas conmigo, te dejaré pasar". Esa era el ofrecimiento, recordó Ileana Figueroa, que aprendió que el sexo era el precio para entrar a Estados Unidos.
Mientras reflexiona sobre la exigencia del funcionario aduanero hondureño, Figueroa, 20, dijo que pensó en su hermano que la esperaba en Miami, donde él le había prometido que podría ganar sumas increíbles de dinero cuidando a ancianos. Pensó también en lo terrible que sería volver a su pueblo en Honduras y contar a su familia que había gastado en nada sus ahorros de toda la vida pagándole a un contrabandista.
Así, madre de dos hijos, se encaminó a regañadientes hacia la oficina del puesto de control en la frontera entre Honduras y Guatemala y cerró la puerta. Era agosto de 2003. "No quería ser una fracasada. Quería ir a Miami", dijo Figueroa, con su pelo castaño amarrado en una coleta.
Cuando el funcionario terminó, Figueroa pudo continuar su viaje hacia el norte. Pero a la semana fue detenida en México y deportada, más pobre que cuando había partido y demasiado avergonzada como para volver a casa. Terminó en este destartalado pero pavimentado pueblo cerca de la frontera entre México y Guatemala, durmiendo en la parte de atrás de una cantina y vendiendo su cuerpo por seis dólares por cliente.
"¿Qué otra cosa puedo hacer?", dijo.
Empujadas al comercio sexual por contrabandistas, funcionarios aduaneros, pandilleros y otras figuras que controlan la ruta clandestina hacia Estados Unidos, muchas mujeres inmigrantes pagan un precio especialmente alto por la oportunidad de terminar finalmente en el norte, de acuerdo a funcionarios de gobierno y eclesiásticos.
El problema es particularmente grave para las mujeres en América Central que no tienen ni profesión ni documentos legales y deben cruzar 2.400 kilómetros de territorio mexicano antes de llegar a la frontera con Estados Unidos. Las que no logran llegar, se sienten demasiado avergonzadas como para volver a casa y ha menudo terminan empantanadas en burdeles a lo largo de la ruta.
"El sexo se ha transformado en un mecanismo de negociación. Muchas veces es la única manera que tienen las mujeres para cruzar", declaró René Leyva, un investigador sanitario de México.
El reverendo Ademar Barilli, un sacerdote que dirige un refugio para inmigrantes en Tecun Umán y ha hablado con cientos de mujeres que residen ahí, dijo que creía que "más de la mitad" son obligadas a tener sexo en el camino. A veces, dijo, los hombres se portan amistosos con ellas y les ofrecen un lugar donde dormir, agregando sólo más tarde que tener sexo es una condición.
Barilli dijo que la iglesia, desde los púlpitos de América Central, ha advertido a las mujeres de los peligros implicados en viajar hacia el norte, incluyendo el secuestro y la extorsión sexual, y que algunas mujeres hacen desde hace poco el viaje en grupos. A pesar de los peligros, siguen viajando.
"Las que no tienen nada que perder en sus países de origen, deciden arriesgarse de todos modos", dijo.
Nadie sabe con precisión cuántas inmigrantes tratan de entrar a Estados Unidos, pero más de 800.000 mujeres han sido deportadas por funcionarios fronterizos norteamericanos desde 2000. Casi todas eran mexicanas y centroamericanas que fueron capturadas y detenidas en la frontera norteamericana-mexicana. Funcionarios mexicanos dijeron que en el mismo período habían detenido a decenas de miles de mujeres centroamericanas en ruta hacia el norte.
Hugo Eduardo Beteta Méndez, un académico guatemalteco y asesor presidencial, dijo que las historias de secuestros y extorsión sexual a lo largo de la ruta son ahora tan comunes que cuando las mujeres no llegan a Estados Unidos, muchas no pueden volver a sus pueblos porque sus vecinos y parientes asumen que ellas también han sido víctimas. Así, algunas de esas mujeres consideran la prostitución como su única opción.
"Es una doble tragedia", dijo Beteta. El mapa de América Central hacia la frontera estadounidense, agregó, está "lleno de sufrimientos".
En El Limbo De La Vergüenza
En casi cada bar en la Calle Tres de Tecun Umán, desde el Safari hasta la Estrella Polar, hay un burdel con cuartos diminutos y numerados ocupados por mujeres que trataron de llegar a Estados Unidos sin conseguirlo. Unas 1.000 mujeres trabajan aquí como prostitutas -muchas con la esperanza de ganar suficiente dinero como para seguir su viaje hacia el norte nuevamente, según funcionarios de la iglesia.
Miles de inmigrantes centroamericanos pasan por aquí cada semana. Los que se dirigen hacia el norte pasan hacia el borde del pueblo y cruzan el estrecho y turbio Río Suchiate hacia México flotando en unos tubos huecos.
Laura Caravante, una funcionaria de inmigración mexicana, dijo que México deporta a unas 350 personas al día hacia esta caliente y caótica ciudad de 30.000 habitantes, donde los tiroteos ocurren cada noche. Dijo que hace diez años era raro ver a mujeres que fueran deportadas, pero hoy cuatro de los deportados son mujeres.
Empantanadas a medio camino, algunas asumen la prostitución temporalmente, hasta que pueden ahorrar lo suficiente para intentarlo de nuevo y llegar a tener un trabajo decente en Estados Unidos, dijeron funcionarios.
"Mi hermano lo logró en Miami. Yo también quiero ir", dijo Figueroa, transpirando pesadamente en un top amarillo y vaqueros sentada en su agobiante cuarto. "Pero para nosotras, el sexo es un obstáculo para llegar allá".
El cubículo es justo suficientemente grande como para una cama y una mesita donde Figueroa guarda las medicinas para su persistente y convulsiva toz. La pintura se desprende de las paredes y un ventilador eléctrico -su único lujo- zumba inútilmente en una esquina.
Figueroa dijo que la mayoría de los hombres de su pueblo en el norte de Honduras se habían marchado y que había poco que hacer aparte de plantar frijoles y bananas. En el pueblo el salario típico mensual es de cien dólares. En todo México y América Central, cientos de pueblos están siendo abandonados por hombres en edad laboral, que ahora están claveteando cartones de yeso en Houston o lavando platos en Silver Spring.
Ahora, atraídas por las mismas tentaciones, las jóvenes están cada vez más arriesgando el mismo salto. Sus familias ahorra durante años, toman dinero prestado de familiares e incluso venden la tierra para financiar sus viajes hacia el norte.
Figueroa dejó a sus dos pequeños hijos con su madre, cogió los ahorros familiares y pagó a un contrabandista una adelanto de 2.000 dólares. Su inversión habría sido en vano si no hubiera aceptado las exigencias del aduanero.
"¿Qué alternativa tenía?", se preguntó.
Una vez fuera de Honduras y en Guatemala, Figueroa abordó un bus y viajó 320 kilómetros hacia Petén, un área desierta a lo largo de la frontera con México. Acompañada por su contrabandista y un grupo de emigrantes, dijo, caminaron durante seis días con sus noches a través de cañones antes de llegar al sur de México.
Pero cuando llegaron a la ciudad de Villahermosa, el contrabandista les robó a todos y los abandonó. No mucho después Figueroa estaba en una cárcel mexicana a la espera de ser deportada de vuelta a Guatemala. Otros mujeres susurraron que se podía hacer dinero rápido en un lugar llamado Tecun Umán, de modo que se encaminó hacia allá. Ahora, después de más de un año, todavía está atrapada en un limbo de vergüenza y supervivencia.
"No puedo volver a casa y contar a mi familia dónde estoy", dijo.
Aferrándose A Una Ilusión
A medida que Estados Unidos aumenta la presión sobre México para detener a los inmigrantes ilegales centroamericanos antes de que lleguen a la frontera con Estados Unidos, las autoridades mexicanas están deteniendo a cifras récord, a menudo más de 1.000 al día. Y a medida que aumentan las deportaciones, han surgido numerosos pueblos de zona roja a lo largo de la frontera del sur de México.
Otro cubículo en la parte de atrás de la Calle Tres es ocupado por Carolina, 23, una rechoncha nicaragüense que quería llegar a Houston. Detenida y deportada en ruta, tenía demasiada vergüenza como para volver a su viejo trabajo como empaquetadora de gambas. Además, dijo, podía ganar más en Tecun Umán y salir más pronto hacia Tejas.
"La otra noche un hombre trató de estrangularme", dijo Carolina, mostrando cómo le habían agarrado el cuello. "Dijeron que habían llamado a la policía, pero no apareció nadie".
La joven sentada junto a Carolina asiente llorando a medida que la nicaragüense describe las dificultades de su intento de llegar a Estados Unidos -incluyendo su experiencia con el policía mexicano que prometió no detenerla a cambio de sexo. Pero a pesar de todo, dice Carolina, "la ilusión es más grande que los riesgos".
Figueroa dijo que sueña todos los días con poder reunirse con su hermano en Miami y trabajar en una residencia de ancianos. Y está ahorrando dinero, un poco con cada cliente, para pagarse el viaje. En un día ajetreado, calcula, tiene cinco clientes y debe pagar la mitad de sus ganancias al dueño del bar. Se queda con 15 dólares.
Mientras hablaba, sorbiendo una soda fría en el bar, un hombre entró y la miró a ella y a otras deportada, todas disponibles por seis dólares.
"No es lo que quería de la vida", dijo Figueroa. "Es todo lo que tengo".

6 de diciembre de 2004
©washington post
©traducción mQh

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