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capitalista a regañadientes


[Susan B. Glasser] El vendedor y su país han pagado un alto precio por la estabilidad.
Nizhny Novgorod, Rusia. Alexander Markus sacudió la cabeza cuando miraba dos cajas idénticas con ropa interior masculina.
Este es su negocio ahora, y ha aprendido demasiado bien la diferencia entre los calzoncillos que se venden y esos que, como los dos modelos rusos que ha examinado en su bodega, no se venderán. "Demasiado caro", dijo. "Mal empaquetado". Y se encogió de hombros. Es "trivial", dijo, repitiendo una palabra que usa al menos una docena de veces al día, "pero tengo que comer".
En el pasado, Markus estudió física avanzada y fue reclutado para trabajar en una planta de investigación nuclear soviética ultra secreta. Hoy, es un capitalista a regañadientes en un país todavía incómodo con las fuerzas del mercado que se liberaron con la caída del comunismo. "Renunciaría mañana mismo, con gusto", dijo. "Los negocios para hacer negocios no me han interesado nunca".
En el caníbal mundo de los negocios rusos, la trivialidad de la vida de Markus representa una especie de victoria, un producto de la tentativa estabilidad que reina en Rusia bajo el presidente Vladimir Putin. "Antes, no tenía sentido tener propiedades porque las perdías todas", dijo Markus. "Ahora hay algunas reglas que hasta las autoridades obedecen".
Pero su fe en el sistema -en cualquier sistema- desapareció a lo largo de la estridente, violenta y torcida ruta que precedió su tranquila vida como vendedor de corpiños y bañadores. El negocio de Markus es un reflejo de su país: A cambio de estabilidad, los rusos dieron carta blanca a su presidente y son indiferentes a las intrigas del Kremlin que hacen de esta una época de incertidumbre sobre el futuro del comercio ruso.
La carrera de Markus, contada durante varios días de entrevistas con él, su familia, amigos y colegas, describe el arco del capitalismo ruso. En los años ochenta acogió la empresa libre y flirteó con la idea de ser un disidente. En los noventa aprendió duramente lo que llama irónicamente "los negocios rusos" -mafiosos armados que se apoderaron de su primera tienda, empleados corruptos que hicieron quebrar el banco con el que hacía negocios, compañías occidentales que prometían pero cuyos productos no eran lo que parecían.
Sólo ahora, gracias a los bragas polacas y calcetines turcos y a la relativa prosperidad de Putin, tiene Markus algún grado de seguridad económica. A los 38 ha levantado una cadena de seis tiendas en esta ciudad industrial junto al Río Volga. Da empleo a 50 personas, mantiene a tres hijos y juega juegos de ordenador en la oficina porque su trabajo no presenta ninguna dificultad para alguien que esperaba ser físico nuclear.
"En resumen", dijo, "me aburro".
Hace tiempo que Markus dejó de creer en los demócratas y ahora le "dan ganas de vomitar porque son como todos los demás". Dice que cree que el sistema está dominado por burócratas "parásitos" y oligarcas codiciosos como Mikhail Khodorkovsky, el magnate del petróleo encarcelado cuya compañía, Yukos, está siendo demolida por el estado como parte del intento de Putin de concentrar el poder en el Kremlin.
Markus es uno de los millones que votaron por Putin que están dispuestos a aceptar un sistema más autoritario como el precio de una vida más previsible. Sin embargo, no es un creyente incondicional de las promesas de la Rusia de Putin.
Cuando conducía a través de las averiadas calles de Nizhny Novgorod, Markus indicó con un gesto el nuevo centro comercial en manos de unos grandes almacenes turcos. "Todavía no tenemos que vernóslas con estos gigantes. Es por eso que podemos vivir", dijo. Pronto, explicó, tendrá que ampliar sus negocios para hacer frente a la competencia. Pero Markus tiene miedo de transformarse en lo que desprecia: un capitalista como Khodorkovsky, que hace dinero "parándome la espalda de mis vecinos" y vulnerable a la manipulación del estado, o algo todavía peor.
Así Markus sigue siendo un escéptico, un escepticismo que ganó a punta de pistola. "Una rica experiencia en este país me dice que la verdadera estabilidad sólo se alcanza después de la muerte", dijo. Y no estaba bromeando.

Pocas Reglas, Grandes Riesgos
"No quiero escupir en el espejo por las mañanas", dijo Markus, discutiendo de buen humor con su mejor amigo, Valera Nakaryakov, de vuelta para visitarlo después de haber emigrado hace más de diez años.
Nakaryakov estaba ansioso de culpar el "salvaje capitalismo" de Rusia por los muchos reveses que ha sufrido Markus. Él había considerado tomar el mismo camino. "Tuve que tomar una decisión muy pensada: o meterme en negocios aquí, o emigrar", dijo. "Me marché". Hoy, Nakaryakov es un ciudadano británico, un prominente y joven físico espacial en la Universidad de Warwick, que tiene más de 58 publicaciones académicas en su currículum. Es consultor de la NASA y la Agencia Especial Europea, y sus últimos descubrimientos son tema de entusiastas notas de la prensa.
Bebiendo una cerveza cerca de las aulas donde en el pasado eran inseparables, Nakaryakov le dijo a su amigo que siempre lo vería como un capitalista involuntario.
"Te obligaron a meterte en los negocios", dijo. "Lo hiciste contra tu voluntad".
En realidad, fue la política -la única cosa con la que coqueteó Markus- la que lo puso en el camino de transformarse en un vendedor de ropa interior.
Fue en 1989, y al joven físico conocido como Sasha por sus amigos le faltaba un mes para terminar sus estudios. A él y Nakaryakov -ambos casados y con hijas- les esperaban prestigiosos trabajos en Arzamas-16, la cercana planta nuclear secreta. Pero Nizhny Novgorod, en esa época todavía una ciudad industrial militar llamada Gorky, hervía de activistas que esperaban emular al científico nuclear disidente Andrei Sakharov, que pasó la mayor parte de los años ochenta en el exilio aquí. "Entonces éramos todos demócratas", recordó Markus.
"Todo se estaba derrumbando", dijo Markus. "Me quería sentir como un disidente y ayudé a echarlo abajo completamente". Ese Primero de Mayo se unió a los manifestantes en el desfile anual de los trabajadores gritando lemas en pro de la democracia. La policía los detuvo. "La gente estaba contenta, estábamos todos cantando canciones revolucionarias. Incluso en la cárcel estábamos contentos", dijo.
Los profesores partidarios de la causa no pudieron silenciar el escándalo de la detención. A Markus no le permitieron terminar los estudios, y Nakaryakov y otros amigos perdieron los trabajos prometidos en Arzamas-16. "Encontraron una oveja negra en el grupo, así que decidieron que nadie saldría libre", dijo Markus.
No sabía qué hacer hasta que un amigo "me dio un dato de que había una palabra llamado ‘negocio'" y lo conectó con un grupo que compraba ordenadores a bajo precio en Moscú y los vendía a precios más altos en Nizhny. Markus se transformó en el director técnico porque él "al menos había visto un ordenador antes". Se ganaba mucho dinero. "Todos los negocios tenían éxito en esa época", recordó. "No había reglas del juego en el nuevo mercado -ni en el país- y la actitud era ‘lo que se gana fácil, se gasta fácil'".
Nunca fue una persona que gustara de los grupos, así que Markus decidió iniciar sus propios negocios. "Estaba aprendiendo", dijo. "Más tarde me di cuenta de que no importa lo que vendas, provisto que no se trate de personas, drogas o armas".
Pero era confuso. Estaba excitado con el dinero que nunca tuvo antes y rodeado de nuevos y dudosos amigos del mundo del comercio gris. Su matrimonio se derrumbó en 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética. "Se metió en negocios y así es como comenzó a hundirse", dijo su primera esposa, Anna Mariniechenko. "La gente empezó a tener un dinero que no habían tenido nunca antes; era la época de las fiestas. Muchos rusos quedaron en la bancarrota en esa época".
Para entonces, el nombre de Nizhny Novgorod había sido recuperado y las autoridades imaginaron un futuro comercial para la ciudad basándose en su propia historia como un cruce comercial entre los ríos Volga y Oka.
Markus abrió una modesta pulpería en la calle de Gorky. Pero pronto los bandidos comenzaron a cebarse en propietarios como él, exigiendo dinero de protección. Markus dormía en casa con una nueva esposa y un rifle de caza. Una noche de 1993 los pistoleros entraron a su apartamento y exigieron que les entregara la tienda. "Pusieron una pistola contra mi esposa, y por supuesto les di la tienda", dijo.
Cuando fue a su tienda a suplicar que se la devolvieran, un gángster le hizo una proposición diferente, pidiéndole a Markus que trabajara en su banco. Aceptó y aprendió desde dentro el funcionamiento de los llamados bancos que proliferaron en los años noventa, haciendo las veces de escondites y operaciones de lavado de dinero para unos pocos colegas bien conectados.
En apariencia él estaba ahí para controlar las garantías de pago de los que obtenían préstamos. "Pero resultó que nadie lo necesitaba. Todos los bancos daban crédito exclusivamente sobre la base de la amistad o por órdenes directas de los dueños", recordó Markus. En 1995 el banco explotó en lo que era una "quiebra fraudulenta".
Encontró trabajo en una importante firma agrícola que vendía frutas, y la odió de inmediato. Su segunda esposa lo dejó. Después del desastre del banco, "tanto los maleantes como la policía empezaron a perseguirme", recordó. Los policías le encontraron primero, y pasó un mes en la cárcel convenciéndoles de que él era simplemente un testigo, no un implicado, de los delitos del banco.
Fue entonces que Markus prestó por primera vez atención al mundo de los calcetines, medias y ropa interior, iniciando varias pequeñas tiendas. Encontró un proveedor en Moscú e importó mercaderías turcas baratas. Pero los negocios no marchaban bien. En 1997 los socios de Markus lo dejaron y se encontró a sí mismo con una deuda de 10.000 dólares.
Llegaron mensajeros amenazándolo, exigiendo dinero. Markus no tenía modo de pagar y, como dijo irónicamente, "ellos no podían hacer nada, excepto matarme, y si me mataban, se quedarían sin nada".
Luego la firma de Moscú envió a un imponente atleta llamado Oleg Gavryuchenkov a "impresionarme". Gavryuchenkov, que dijo que debía su formidable físico a años de water polo, se negó a comentar su primer encuentro con Markus. Interrogado sobre los negocios en los que estaba involucrado entonces, replicó con una modesta sonrisa: "Gente que tenía problemas en los negocios -nosotros resolvíamos esos problemas".
Al principio Markus trató de reunir dinero trabajando para una firma francesa que vendía suplementos alimentarios. Pero incluso esta compañía, descubrió, hacía trucos. A pesar de la larga lista de ingredientes mencionados en los suplementos, "la mayoría de ellos no se hallaban en los productos", dijo.
Después de tres meses se rindió y se dirigió a Moscú a pagar su deuda trabajando directamente para la empresa turca importadora. Era la primavera de 1998.
"Me transformé en un esclavo", dijo.
La economía rusa se fundió ese agosto. El negocio, junto a decenas de miles de otros más, se fue a la ruina cuando la devaluación del rublo hizo que el coste de las cosas importadas se hiciera prohibitivo. En la crisis, sin embargo, Markus vio una oportunidad. Había decidido que Gavryuchenkov, el corpulento cobrador, era un tipo decente, y los dos hicieron una propuesta a la gerencia de la firma. Venderían las existencias de la compañía a precios de mercado al por mayor en el terreno del estadio Luzhniki de Moscú.
Y así, ese otoño, Markus aprendió lo que era levantarse a las cuatro de la mañana para un duro día de trabajo y descargar los restos de la compañía. Incluso después de todo lo que había pasado, las brutales leyes del mercado fueron una revelación. "Luzhniki es un lugar donde puedes ganar 2.000 o 3.000 dólares al día, y perder 5.000 o 10.000", dijo. "No es un modo de vida muy humano".
A fines de 1998, Markus tenía suficiente dinero y calcetines turcos como para volver a casa y empezar un nuevo negocio. El primer eslabón de lo que sería su modesta cadena fue una esquina alquilada en una tienda de alimentación. Había espacio para sólo un soporte de calcetines. Pero Markus le dio a la empresa un nombre grandioso: ‘European Tricotage'.
Después de todo lo que le había pasado antes, vender ropa interior era difícilmente lo peor que pudo pasar a Markus. "Fue un placer", dijo, "traer a la gente un poco de belleza".

Cauto Optimismo
Markus estaba examinando ‘Número Uno', su primera tienda en la Plaza de la Libertad. Era el clímax de la temporada de bañadores, dos asistentes de ventas estaban ocupados con clientes y él miró las ordenadas perchas de camisetas rebajadas impresas llamativamente con nombres de marcas como Nike, Polo, Donna Karan y Dolce & Gabbana.
"Todos saben qué son y no tratamos de ocultarlo", dijo. "Las marcas verdaderas son completamente inaccesibles para la gente que compra en nuestras tiendas".
Cada año durante los últimos cinco, los negocios de Markus han crecido. ‘Número Uno' ha sido siempre su tienda que mejor funciona; el volumen ahora es de más de 20.000 dólares al mes. Los gángsteres ya no se aparecen exigiendo dinero. "El último ofrecimiento de protección me lo hicieron hace cuatro años. Y rechazamos con gran placer", dijo Markus. European Tricotages es ahora un nombre conocido, y vende también al por mayor. Hace poco hizo su primer viaje de negocios a Turquía.
Presionado por sus clientes ansiosos de ‘normalizar' los negocios, Markus decidió hace un año incluso abrir una cuenta bancaria de la compañía, un gran paso después de años de operar sólo con dinero contante.
Pero Markus hoy es todavía solamente un miembro de lo que el director de la asociación de pequeños empresarios rusos llama el "proletariado comercial". Está visiblemente estresado, un fantasma barbudo cuyas ropas se le caen del cuerpo. Come rara vez durante el día, manteniéndose con café y cigarrillos. No tiene coche ni teléfono móvil. Su modesto apartamento, donde vive con su tercera esposa, su hija de 10 años y su hijo de 12, le cuesta 300 dólares al mes.
El sueño de la ciudad capitalista modelo en el Volga se ha esfumado hace mucho; Nizhny Novgorod hoy no está ni siquiera entre las diez primeras regiones de la inversión extranjera. Las compras promedio en las tiendas de Markus son de 7 dólares. Los dependientes de Markus trabajan a comisión, y se llevan a casa unos 100 dólares al mes durante los períodos flojos.
La agobiante mano de los burócratas, o ‘chinovniki' en ruso, es un problema constante. "El señor Chinovnik es un parásito para gente como yo", dijo. Normalmente, deja en manos de su hermano Maksim, ingeniero civil de profesión, la tarea de solucionar dolores de cabeza como la multa de 85 dólares que están tratando de anular por tener mala la hora en la caja. "Nos pusieron la multa y les dijimos: ‘No vamos a pagar, llévennos a juicio'", recordó Maksim. "Pero los inspectores de impuestos dijeron: ‘No, tú nos llevas a juicio'. Llevar a un inspector de impuestos a juicio es mala para el futuro. Eso entendimos".
"Durante 1.500 años", dijo, "el gobierno nos acusa de vivir en Rusia".
Y, sin embargo, a veces, Markus es cautelosamente optimista, y tiene planes de abrir unos almacenes en Moscú y ampliar sus negocios al por mayor. "Estamos empezando el proceso en el que la gente piensa en el mañana", dijo. "Durante diez años para nosotros fue muy difícil hacer planes. Teníamos tantos problemas. Pero ahora me gustaría hacer algunos planes".
Ve su pequeño imperio de ropa interior como un refugio en el que protegerse de Rusia, donde trabaja rodeado de un pequeño círculo de amigos en los que confía, como su hermano Maksim, su compañero de infancia Dima y su primo Sergei. No tiene planes de meterse en política, no en grupos comerciales ni en proyectos de acción cívica de ningún tipo.
"Como muchos de mi generación hace mucho tiempo me aparté del estado y estoy viviendo en el mundo que más me gusta", dijo. "Toda persona que se mete en negocios, construye su propio estado".

21 de diciembre de 2004
15 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh

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Jordan 4 -

There can be no economy where there is no efficiency. (Disraeli, British statesman)