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luchador japonés de mongolia


[Bruce Wallace] El luchador sumo Asashoryu no es tan grande; ni siquiera es japonés. Pero en un deporte antiguo con una crisis moderna, es el señor del ring.
Tokio, Japón. Con apenas 140 kilos, Asashoryu no es el más grande de los barrigones que se contonean en el ring de tierra de este frío gimnasio de sumo, buscando alguien a quien zangolotear.
Pero es definitivamente el más malo.
Sus rivales parecen haber sido sacados a cincel de las montañas. Pero Asashoryu les da tirones de oreja y los obliga a doblar la rodilla. Les golpea con la palma de la mano en sus gargantas, para hacerlos retroceder. Los agarra por sus cinturones y los lanza por el aire fuera del cuadrilátero.
Juega con sus colegas luchadores como juega un gato con una pelota de playa.
El cuerpo color crema, casi impecable, de Asashoryu, es ahora el sol en rededor del cual da vueltas el deporte nacional de Japón. Apenas de 24 años y con cara de bebé, ha ganado desde 2003 seis de los últimos siete torneos más importantes, dominando el sumo del modo en que Tiger Woods dominó alguna vez el golf.
Es el único yokozuna reinante, el primero en un deporte que nunca ha tenido más de cuatro yokozunas a la vez, un luchador al que muchos califican como el mejor que ha visto Japón en la era de posguerra.
Y ni siquiera es japonés.
El verdadero nombre de Asashoryu es Dolgorsuren Dagvadorj, y es mongol. Nacido en una familia de luchadores en la capital del país central-asiático, Ulan Bator, llegó a Japón después de termina la secundaria, hace unos ocho años, un chico fuerte y de rasgos ruines que soñaba con el estrellato sumo. Adoptó el nombre de Asashoryu, que significa ‘Dragón Azul de la Mañana', justo cuando una ola de extranjeros comenzaron a romper la barrera cultural que ha hecho del sumo durante largo tiempo el más japonés de los deportes.
La invasión extranjera está causando una revolución en el sumo, un deporte en el que se enfrentan hombres robustos en una corta explosión de violencia que termina cuando uno de ellos es arrojado fuera del ring o toca el suelo con cualquier parte del cuerpo que no sean sus pies.
El sumo puede haber tenido sus altibajos en sus 1.500 años de torneos registrados, pero han sido siempre altibajos japoneses. Según la leyenda la supremacía japonesa sobre las islas se estableció después de una lucha entre los dioses, y los rituales del deporte proporcionan vínculos con las raíces religiosas y militares de Japón.
Ahora con sus posiciones más altas ocupadas cada vez más por luchadores (rikishi) de otros país, el sumo se encuentra a la deriva. La asistencia está aflojando. No hay un luchador japonés emergente que capture el alma de los aficionados y ponga en jaque el poderío del mongol.
"Los japoneses no son buenos", dice Asashoryu despreciativamente, una mañana después de los ensayos. Se sienta a almorzar -un extenso almuerzo- con las piernas cruzadas en una colchoneta de tatami.
"La economía de Japón se ha desarrollado y la gente es más débil", dice, reflexionando mientras estira sus pulgares para estimular el sedentario hábito de jugar juegos electrónicos.
Asashoryu ríe, y lo acompañan en sus bien humorados movimientos de cabeza incluso los luchadores japoneses que están a la mesa. (El yokosuna está acostumbrado a que la gente se ría de sus chistes). En contraste, dice, los veranos que pasó en las estepas de Mongolia, durmiendo en una tienda, cuidando ovejas y montando a caballo, fueron las cosas que le dieron la dureza que exige el sumo.
"El mundo del sumo es difícil", dice, mientras los otros luchadores rellenan obedientemente sus platos de espagueti y cerdo, tofu y arroz (tres cuencos), una tortilla e innumerables tazas de té.
Los luchadores no sólo deben ganan torneos para ser reconocidos como yokosuna, sino además ser aceptado por los regentes del sumo como un hombre de carácter ejemplar. El énfasis en el ritual y conductas culturales significa que el deporte tiene claramente más en común con una ceremonia de té que con el béisbol. Un yokosuna no solamente desempeña un papel ritual en expulsar a los malos espíritus del ring antes de la pelea, sino también es el maestro de un séquito de otros rikishi.
Asashoryu no es el primer yokosuna extranjero. En 1992, el canadiense Chad Rowan, de 237 kilos, que peleó bajo el nombre de Akebono, se transformó en el primer luchador de fuera de Japón en obtener esa condición. Los logros de Akebono fue equiparados por un peso similar de Samoa, Hawai, llamado Musashimaru, conocido en su familia como Fiamalu Penitani, que se transformó en el segundo yokosuna extranjero en 1999.
Pero los primeros extranjeros eran desconocidos, renegados que treparon las murallas con actos solistas basados fundamentalmente en su abrumador tamaño. En contraste, la corriente erosión del dominio japonés ha marcado una revolución dentro del deporte que comenzó a fines de los años noventa. Enfrentado a un agudo descenso en el número de adolescentes japoneses que optan por dedicarse a sí mismos al rígido modo de vida sumo, los administradores de los gimnasios del deporte, o propietarios de clubes, enviaron delegados a Asia y Europa a buscar nuevos talentos.
Cientos de aspirantes a rikishi llegaron a Japón pare ver si sus capacidades no cultivadas y fuerza les podrían proporcionar un hueco en el único circuito profesional de sumo del mundo. Para un deporte con una identidad cada vez más global, hay un solo lugar donde actuar: en el lugar de nacimiento y hogar espiritual del sumo. Ahora hay 61 rikishi extranjeros en Japón entre los más de 700 luchadores en el ránking, incluyendo a 37 mongoles.
El reparto actual del sumo incluye lugares como Rusia, Bulgaria, China, Estonia, Tonga y Brasil. Casi una de tres posiciones en la división superior está ocupada por un luchador extranjero. Si hay alguien que amenaza el dominio de Asashoryu es Hakuho, otro mongol que, a los 19, ya se ha convertido en un favorito de multitudes en Japón.
Aficionados al sumo en Mongolia proclaman la noticia de los éxitos de su compatriota. Pero los aficionados japoneses se están apartando del sumo a favor de deportes más elegantes como el fútbol, o formas híbridas de lucha como el K-1, un carnaval de lucha extrema que funde las artes marciales con las bravuconadas callejeras. El K-1 ha incluso seducido a Akebono para sacarlo de su retiro y ponerlo de vuelta en el ring (ha perdido miserablemente todas sus seis peleas) y ha reclutado a uno de los hermanos de Asashoryu, Sumiyabazar, para mudarse a Japón y pelear bajo el nombre de Lobo Azul.
Entretanto, el recién concluido Gran Torneo Sumo del Nuevo Año, ganado nuevamente Asashoryu, que ganó 15 luchas consecutivas, se realizó en Tokio ante estadios semi vacíos. Algunos editores de revistas de sumo dicen que su tiraje es ahora la mitad de lo que era hace diez años. Dadas esas malas noticias, uno tendería a pensar que los japoneses estarían agradecidos de Asashoryu, cuyos éxitos son un recordatorio de que el sumo gira sobre técnicas, y no es solamente una cuestión de volumen. Pero Asashoryu ha pasado más dificultades tratando de ganarse el alma de los japoneses, que peleando.
Los japoneses tradicionalmente esperan que su yokosunas muestren tanta emoción como una máscara de teatro noh -en otras palabras, ninguna. Se supone que los campeones posee ‘hinkaku': sentido de la dignidad y la elegancia. Es por eso que hay tantos murmullos sobre la muy poco japonesa exuberancia de Asashoryu en el ring y su tendencia a meterse en problemas fuera de él.
Los puristas no toman a la ligera sus celebraciones con los puños, o el modo en que mira a los árbitros, o cómo termina una pelea con un empujón extra a los rivales que ya están fuera del ring. Resienten el uso de su mano izquierda en lugar de la tradicional derecha cuando echa sal en el ring (dohyo), en el ritual de purificación antes de una pelea.
Y señalan una serie de incidentes que ha llevado a algunos de los aficionados y funcionarios de sumo a proponer abiertamente que Asashoryu sea despojado de su condición de yokosuna. (Los yokosunas no son nunca degradados. Si sus capacidades empiezan a desteñir, deben retirarse).
Hubo una notoria descalificación en 2003 en una pelea por tirar el nudo de cabeza -el pelo cuidadosamente peinado y sujeto con alfileres- de su compatriota mongol Kyokushuzan. Tres días más tarde, Asashoryu y Kyokushuzan reanudaron su pelea cuando empezaron a retarse en unos baños públicos donde habían estado bañándose juntos.
La policía debió ser llamada al gimnasio de Asashoryu el verano pasado cuando los vecinos informaron haber oído gritos de borracho muy tarde por la noche y amenazas entre el luchador y su entrenador. Los diarios informaron que sus colegas luchadores debieron sujetar a Asashoryu después de que los dos hombres empezaran a discutir sobre la división del botín obtenido con la venta de los derechos de prensa sobre el matrimonio del yokosuna.
Finalmente, la condición de extranjero de Asashoryu recibió una atención no solicitada en otoño pasado cuando tres de sus parientes mongoles que habían venido a Japón para su boda se quedaron en el país y encontraron trabajo en una fábrica sin tener permisos de trabajo. Fueron deportados después de ser detenidos en una redada policial.
La prensa japonesa se ha regocijado con los escándalos de Asashoryu. Lo apodaron ‘Genghis Khan' y ‘El Matón de Bator'.
"Por supuesto, la prensa hace alborotos sobre mí", dice Asashoryu, minimizando sus problemas. "Sería lo mismo si en Estados Unidos un extranjero se hiciera campión de alguno de vuestros deportes nacionales".
"Pero los japoneses son muy generosos. En el mundo de la lucha, es importante demostrar que haces lo que puedes. Yo sé que si me esfuerzo, los japoneses terminarán aceptándome".
No son ganas las que le faltan a Asashoryu. Creció en una familia donde su padre y dos hermanos mayores eran luchadores aficionados -su hermano mayor llevó la bandera de Mongolia en las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta- y él fue obligado a luchar desde muy joven.
"Yo era el bebé", dice Asashoryu. "Éramos pobres, y mi padre era una figura fuerte. Yo soñaba en ser como él. Mi hermano mayor es cien veces más fuerte que yo. Así que he sido siempre muy, muy competitivo".
Tan competitivo que frunce el ceño cuando ve el nuevo muñeco de Asashoryu de 25 centímetros que la Asociación Japonesa de Sumo ha puesto en el mercado como parte de una campaña de fomento de una serie de figuras de acción.
"Se parece a mí, pero la cara no muestra la seriedad cuando estoy en el ring", se queja. "Me gustaría que me pusieran una cara más agresiva".
Otros luchadores dicen que el "espíritu de lucha" de Asashoryu es lo que lo distingue del resto. Es evidente en el ceño con que sube al ring, la furia en sus ojos.
"Su personalidad no es la de un japonés, a los que se enseña a ser pacientes y no portarse mal", dice Toshiyuki Hamamura, que reclutó y entrenó a Asashoryu en el Meitoku Gijuku High School Sumo Club.
Hamamura dice que los mongoles están tratando de salirse de los rangos de una subclase económica.
"Los luchadores mongoles son diferentes a los japoneses", dice el entrenador. "No tienen nada en que apoyarse".
En realidad, el futuro del sumo puede depender de su atractivo ante adolescentes de fuera de Japón, para las que duras y austeras condiciones del modo de vida sumo siguen siendo atractivas. Por otro lado, ¿por qué deberían los adolescentes japoneses levantarse en las frías madrugadas para soportar sufrimientos y dolores en el ring, se preguntan, cuando podrían estar jugando, digamos, golf?
El sumo, a diferencia de los palos de golf, es un violento choque de huesos y músculos, acompañado de antiguos códigos de fanfarronadas y humillaciones.
En una reciente sesión de prácticas, Asashoryu se puso a la tarea de castigar a otro luchador cuya ética del trabajo era considerada insuficiente. Cuando el luchador con capas de grasa chocó con el otro en el ring, Asashoryu le dio una serie de violentos golpes con las dos manos en la parte de atrás de sus muslos, primero con un varilla de bambú, luego con una pala de metal.
El rikishi gritaba y caía adolorido con casi cada golpe, mientras los otros luchadores lo animaban a volver al ring y pelear. (¿Quién se atrevería a decirle al yokosuna que dejara la pala?) Cuando la víctima se retiró a su esquina del ring, Asashoryu se golpeó en la cabeza con la pértiga de bambú. Seis veces.
La sesión terminó con el luchador quejándose y dándose vueltas de dolor en el piso del ring.
Asashoryu lo llamó una "golpiza de amor", diciendo que el rikishi saldría más fuerte y contento de haber "superado" el dolor.
"Tienes que ser estricto para que se esfuercen más", explicó.
¿Recibió él una golpiza así?
"Siempre he tratado de hacerlo bien", dice, con firmeza.
Pero hay signos de que Asashoryu están madurando, que está ablandando su imagen para transformarse en un yokosuna que los japoneses puedan amar.
"Todavía está creciendo, pero está tratando en serio", dice Uragoro Takasago, el entrenador de Asashoryu y el objeto de su ira esa noche de verano. "Tiene un trasfondo diferente. Pero sin ese espíritu fuerte, no sería capaz de lograr lo que ha logrado con ese cuerpo tan pequeño".
Asashoryu no habla como un rebelde que está derribando las murallas de las tradiciones sumos. Desprecia al K-1 como vulgar, echando por tierra los rumores de que se uniría a su hermano en el ostentoso circuito.
"¿Qué es lo interesante de K-1?", pregunta Asashoryu. "A esos tíos sólo les interesa pegarle a otros".
Se desvía fácilmente para discutir la estética sumo, hablando de la "belleza del momento cuando los dos luchadores se colocan frente a frente y chocan".Repentinamente, Asashoryu empieza a sonar como el salvador del sumo, una esperanza de origen improbable, llegando al rescate del deporte nacional japonés.
"El sumo ha mantenido sus tradiciones durante un largo tiempo", dice. "Es un gesto. Es puro. No quiero que desaparezca".
"Puedo haber nacido en Mongolia", dice, con un gesto de boca desafiante, "pero soy un yokosuna japonés".

Hisako Ueno contribuyó a este reportajes.

18 de febrero de 2004
4 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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