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tribulaciones de un espía


[Greg Miller] Howard Hart, espía de la CIA durante 25 años, dice que una paliza que le dieron en Irán arruinó su salud.
Stanardsville, Virginia, Estados Unidos. El mes pasado cirujanos del hospital de la Universidad de Virginia pasaron un bisturí a lo largo de una gruesa y rosada cicatriz que se estiraba al lado derecho del tórax de Howard Hart.
Los médicos se pusieron a reparar su dañada caja torácica, sujetando una capa de malla sobre una apertura que permitía que los órganos de Hart se abultaran como una burbuja púrpura sobre sus costillas.
Fue su tercera operación en dos años. La primera vez que los doctores intervinieron a Hart, en febrero de 2003, se quedaron perplejos con lo que vieron: los intestinos estaban apretujados alrededor de su pulmón derecho, tenía graves lesiones en el diafragma, que se supone que separa al abdomen del pecho, y las costillas estaban retorcidas como si hubieran sido apartadas con una palanca.
"No había visto nunca un caso como este", dijo el doctor Richard J. Brewer, que realizó la primera operación. Las lesiones eran similares a las que sufren peatones atropellados por coches, dijo, excepto que esos casos tendían a tener lesiones orgánicas acompañantes que eran a menudo fatales. En medio de la operación, dijo Brewer, un colega levantó la vista del paciente y preguntó: "¿Cómo le ocurrió todo esto sin morir en el proceso?"
En el caso de Hart, la respuesta puede tener que ver con el hecho de que logró matar a los otros tipos primero.
Hart, 64, es uno de los más legendarios agentes de la CIA de su generación, encargado de una serie de sensibles puestos en el extranjero y posiciones de alto nivel en el cuartel general. Cuando se retiró en 1991, puso todo eso detrás y empezó con una consultoría comercial que podía operar desde su casa en la cima de las Blue Ridge Mountains, en Virginia.
Pero problemas de salud en los últimos años han reabierto un capítulo largamente olvidado de su vida. Cuando los médicos le preguntaron cómo había soportado esas heridas, se dio cuenta de que había sólo una causa posible -una severa paliza que recibió después de una reunión secreta a medianoche en Irán en 1979.
Luego de eso aceptó una serie de exigentes misiones, pero las operaciones lo afectaron de una manera que la paliza no hizo. A menudo incapaz de trabajar, su bien pagado negocio como asesor empezó a decaer. Para cubrir la pérdida de ingresos, hizo lo que habría hecho cualquier otro empleado: Pidió la cobertura por accidente laboral.
Pero Hart no era un empleado corriente, y tampoco era corriente su demanda. Sus lesiones no fueron diagnosticadas sino años después de su jubilación -a pesar de numerosos chequeos médicos durante su carrera. La CIA no tenía antecedentes sobre el incidente que causó las lesiones porque Hart, por miedo a ser retirado de la misión, nunca lo reportó. Hasta el momento, el gobierno se ha negado a pagar.
Como resultado, Hart ha pasado una buena parte de los últimos años reviviendo esa noche en Teherán, recuperándose de operaciones y recurriendo la decisión del gobierno al que sirvió durante 25 años de no pagarle una pensión de incapacidad.
"Es surrealista", dijo Hart hace poco. "Mi vida no sólo se ha parado. Ha retrocedido".

A pesar de sus males, Hart sigue siendo un hombre robusto -1.89 metros de estatura, el pelo blanco y una voz grave que se salta un octavo cuando ríe. Vive al final de una larga calle de tierra que serpentea 600 metros hacia arriba por las colinas del noroeste de Charlottesville -una zona rural preferida por los jubilados de la CIA, a una distancia prudente de Washington y suficientemente cerca para volver de la asesoría y otros asuntos.
Hart y su esposa Jean viven en una casa con un porche que la rodea, bañera y una vista panorámica de la precordillera. Dentro, dos grandes habitaciones exhiben su extensa colección de históricas armas de fuego militares.
Una fotografía en una pared muestra a un rubio Hart dando instrucciones a marines con máscaras de gas custodiando la embajada norteamericana en Teherán. Otro marco contiene cinco medallas que recibió de la CIA. Entre ellas hay una que recibió en 1997, cuando la CIA seleccionó a 50 de sus empleados más venerados para conmemorar el 50 aniversario de la agencia. Hart fue llamado un pionero que había "contribuido a dar forma a la historia de la agencia".
De muchos modos, la historia ayudó a formar a Hart.
De niño pasó tres años en un campo de internamiento japonés en Filipinas que fue liberado en 1945 por las tropas del general Douglas MacArthur. Uno de los primeros recuerdos de Hart es el de ser trasladado a un lugar seguro por un paracaidista norteamericano. Hart, de 5 en la época, recuerda a un soldado diciéndole: "No te preocupes, niño. Te vas a casa".
El padre de Hart, un agente del National City Bank de Nueva York, había aceptado una posición en la sucursal filipina del banco. Tras la guerra, la familia volvió a la isla, donde Hart asistió a la escuela con estudiantes cuyos padres habían montado una guerra de guerrillas contra los japoneses. Las historias que contaban fueron una educación en la guerra de guerrillas que demostraría ser valiosísima para su futura carrera.
Hart sacó sus diplomas de estudios asiáticos y ciencias políticas en la Universidad de Arizona, mientras estudiaba hindostani y urdu. Mientras estudiaba sus opciones profesionales, dijo Hart, "recordé en silencio muchas veces al marine". "Estados Unidos me dio mi vida. Yo le debía mi vida -una vida por otra".
Pensó en alistarse con los marines. Pero sus habilidades lingüísticas y su experiencia en ultramar llamaron la atención de un reclutador de la CIA. En 1968, la agencia lo envió a India, su primera misión de ultramar.
Clair George era una agente estacionada en Delhi que llegaría a ser subdirector de operaciones de la CIA. Recordó a Hart como una presencia magnética, que poseía una comprensión innata del trabajo de espionaje.
"Mi primera impresión fue que era un tipo maravilloso, de buen humor y extrovertido", dijo George. Algunos agentes de la CIA pasan sus carreras tratando de dominar su oficio. Pero incluso antes de llegar a Delhi, dijo George, "Howard sabía lo que tenía que hacer".
El servicio secreto de la CIA ha tenido siempre una abundancia de personalidades embestidoras, pero Hart cargaba más duro que los demás. Buscaba puestos en el Tercer Mundo y despreciaba a los agentes que pasaban el tiempo cazando fuentes en recepciones diplomáticas.
"Siempre quise servir en lugares difíciles que eran absolutamente espantosos, pero importantes", dijo. "Probablemente he dicho esto unas 500 veces, cachondéandome de agentes europeos cuyo problema más grande era el metro de París".
Después de cinco años en India, y dos en Bahrain, Hart llegó a Irán. Fue encargado de una pequeña sección de "operaciones unilaterales" compuesta por agentes que no eran declarados ante el gobierno iraní, y estaban allá para hacer espionaje.
En 1953, la CIA había orquestado un golpe que llevó al poder al shah. Pero hacia 1978, el shah estaba desmoronándose. Disturbios, huelgas y manifestaciones condujeron a una revolución a toda escala a principios de 1979. El shah huyó del país, el ayatollah Ruhollah Khomeini volvió del exilio y Teherán se convulsionó con la violencia.
Miles de americanos fueron evacuados de Irán, incluyendo a la primera esposa de Hart y sus dos hijos. La mayoría de los empleados de la embajada norteamericana y de la CIA también fueron sacados del país. Se quedaron cinco agentes, y Hart fue nombrado el jefe suplente de la estación.
Él y su equipo reclutaron informantes entre los moderados del movimiento de Khomeini y enviaban diariamente informes de inteligencia a Washington. También trataron de proteger a sus antiguas fuentes del antiguo régimen.
"Se están ajustando cuentas en todo el país", dijo Hart. "Los militantes islámicos estaban ejecutando o metiendo en la cárcel a todo funcionario del régimen que podían capturar".
Los antiguos agentes de la SAVAK, la policía secreta y el servicio de inteligencia del shah, eran particularmente vulnerables. Los revolucionarios se hicieron con los archivos de la SAVAK, quemaron su cuartel general y comenzaron a ejecutar a sus agentes.
Un funcionario de alto nivel de la SAVAK había sido uno de los informantes más valiosos de la CIA. Para ayudarle a escapar, Hart había conseguido documentos falsos y dinero y había acordado reunirse con el agente en una calle vacía al norte de Teherán. La reunión fue fijada a las 2 de la mañana del 18 de marzo de 1979, unas seis semanas después del retorno de Khomeini.
Hart fijó su ruta, revisó el área de antemano, y se aseguró de que no era seguido. La reunión no sufrió ningún percance, y Hart volvió a su casa de seguridad de la CIA. Fue entonces que tomó por la calle equivocada.
A apenas dos manzanas del punto de reunión dos guardias revolucionarios habían instalado un puesto de control. Armados con rifles de asalto, sacaron a Hart de su coche y lo empujaron boca abajo en el pavimento. Gritando "¡CIA!", uno de ellos apuntó con un arma a la cabeza de Hart mientras el otro empezó a darle patadas en las costillas.
Después de una serie de violentas patadas, un guardia metió una bota debajo de Hart y empezó a hacerle rodar. Hart vio al otro guardia agarrando su rifle por el cañón y blandiéndolo sobre su cabeza.
Pero los guardias estaban mejor armados que entrenados. Hart dijo que no le habían aplastado la cabeza antes de empujarlo contra el suelo.
Cuando rodaba, Hart sacó una pistola Browning de 9 milímetros standard de la CIA de su cinturón y disparó un balazo al guardia con el arma levantada y otro al guardia que lo hacía rodar con su bota.
"Cayeron al suelo sin hacer ruidos", dijo Hart.
Escupiendo sangre y con mucho dolor, Hart recuerda que se arrastró hasta su coche, volvió a la casa de seguridad y durmió la mayor parte de los siguientes dos días. Cuando despertó tenía dolor, pero la hemorragia había parado y se imaginó que tenía algunas costillas rotas. A la semana, dijo, estaba moviéndose por la ciudad y reuniéndose con sus fuentes.
Hart dijo que nunca informó del incidente a sus superiores porque no quería ser retirado de Teherán antes de terminar su misión. Tampoco quería retratarse a sí mismo como héroe. La única persona de la CIA a la que le contó, dijo Hart, fue un colega en Teherán, Kenneth Haas, que fue asesinado en Beirut en 1983.
Hart volvió a la sede de la CIA en Langley, Virginia, en julio de 1979, cuatro meses antes de que militantes iraníes tomaran a más de cinco docenas de rehenes americanos en la embajada norteamericana, incluyendo a tres agentes de la CIA. Hart tenía una rutina física, pero los rayos X no mostraron lesiones internas. Los informes médicos de la CIA indican que el único problema que hallaron los médicos era "algo de sequedad en manos y pies".

Pero cualquiera fueron sus lesiones, no obstaculizaron su carrera.
Menos de un año después de volver de Iraq, Hart fue asignado a ayudar a rescatar a los rehenes. El agente de la SAVAK, que había empezado una nueva vida en Estados Unidos, ayudó a idear un elaborado plan para evacuarlos de la embajada. Hart estaba en el lugar cuando un helicóptero se estrelló en el desierto iraní y terminó con la operación de rescate. Una fotografía en su casa lo muestra con el presidente Carter después del desastre.
Los 52 americanos fueron liberados después de 444 días de tormento.
De 1981 a 1984 fue jefe de estación en Islamabad, Pakistán, dirigiendo el programa de operaciones encubiertas para armar a los combatientes musulmanes y expulsar al ejército soviético de Afganistán. Luego inició otra serie de misiones de alto nivel en los cuarteles de la CIA: dirigir el programa secreto de la CIA y la rama paramilitar antes de empezar con el centro antinarcóticos de la agencia en una época en que la guerra contra las drogas era crucial.
Mientras subía en los rangos de la CIA, Hart era considerado por sus compañeros como extremadamente efectivo, pero indecorosamente ambicioso.
"Algunos lo tenían como un agente consumado, con algo de visionario -que fue la experiencia que tuve con él", dijo David Carey, que era director de Hart en el centro antinarcóticos y más tarde se desempeñó como director ejecutivo de la CIA. "Otros lo veían como un tipo despiadadamente competitivo, que trataba de salir adelante".
Muchos pensaban que era un candidato adecuado para el cargo de subdirector de operaciones, una poderosa posición en la cima del servicio secreto de la CIA. Que es porqué muchos se asombraron cuando Hart se retiró en 1991 a los 50 años -tal como lo había planeado siempre, dijo.

Como muchos agentes de la CIA retirados, Hart montó una asesoría en la que utilizó sus conocimientos y contactos de ultramar para asesorar a compañías norteamericanas en sus operaciones e inversiones en el extranjero. Durante años su ingreso fue de seis cifras.
Punzadas ocasionales lo hacían preguntarse si acaso tenía algo físicamente mal. Una noche en un crucero se desplomó en la cama y sintió un punzante dolor en su abdomen. Pero no duró, y él lo dejó de lado.
Cuando cumplió 60, su salud empezó a declinar. Se sentía lento, le faltaba el aire, y en 2003 fue internado en el hospital con neumonía. Los rayos equis no mostraron más que fluidos en sus pulmones. Pero después de varios días de violenta tos, los médicos levantaron su bata y descubrieron moretones en su lado derecho y una parte hinchada. No es raro que hombres sesentones tengan hernia, pero es raro que la sufran por encima de la cintura.
Los médicos ordenaron un escáner CAT -que puede ver los órganos internos y tejidos que los rayos equis no pueden- y descubrieron que las lesiones habían aparentemente pasado desapercibidas durante más de dos décadas.
Brewer, el cirujano de Hart, dijo que no era sorprendente que la carrera de Hart no hubiese sido interrumpida por sus lesiones -sus órganos continuaban trabajando, aunque algunos estaban en el lugar equivocado. Ahora los músculos y tejido lesionados en su pecho se habían deteriorado tanto que tenía que ser intervenido.
En febrero de 2003, los cirujanos cosieron trozos de malla de polipropileno sobre los hoyos que permitían la migración de sus órganos. También repararon lesiones significativas al cartílago de su caja torácica -lesiones que no aparecían en los rayos X porque no estaban ubicados en el hueso.
La cirugía solucionó algunos problemas, pero provocó otros. Hart ha sufrido dos operaciones posteriores para tratar infecciones, una nueva hernia que asomó a través de su incisión inicial y un deterioro general de su caja torácica y diafragma.
Hart es un fumador empedernido y tiene problemas de salud que no están relacionados con sus heridas en Irán. Recientemente le insertaron una lengüeta de titanio en su espina dorsal debido al deterioro de su columna vertebral. Pero dijo que fueron las operaciones en su pecho las que alteraron su vida -tiene permanentemente un firme, baja fiebre, duerme durante largos tramos en mitad del día y, debido a los analgésicos, no se puede concentrar lo suficiente como para realizar su trabajo como asesor.

La CIA se enorgullece de su capacidad de evitar la burocracia y emprender pavorosas misiones en todo el mundo. Posee abultadas cuentas reservadas para casi todo gasto imaginable relacionado con el espionaje, desde armar a milicias a reasentar a antiguos espías como el agente de la SAVAK.
Pero cuando se trata de sus propios empleados, la CIA es de muchas maneras otra agencia federal más. Así que cuando Hart preguntó si tenía derecho a una asignación por accidente, la CIA le pasó un formulario standard para solicitarla en el ministerio del Trabajo. Aunque la vida de Hart se prestaría para un interesante guión, es un caos en un caso de accidente de trabajo. Varios funcionarios sindicales que representan a los empleados federales dijeron que no habían visto ni oído nunca de uno parecido a este.
El ministerio del Trabajo dice que los empleados federales tienen derecho a una asignación por accidentes laborales años después de sus lesiones -incluso si son jubilados y hacen dinero en el sector privado- si pueden demostrar que sufrieron las lesiones durante su trabajo federal cuyos efectos no se hicieron sentir sino más tarde.
En el caso de Hart, el ministerio no discute esta versión del incidente, o los problemas médicos que causó. Pero ha rechazado dos veces su demanda, a pesar de llamados de al menos dos miembros del Congreso. Para el ministerio del Trabajo, las heridas iniciales de Hart eran tan graves e instantáneamente aparentes -a diferencia de una espalda que cede después de años de trabajos pesados- que su herida no puede ser considerada latente.
Después de un juicio en marzo de 2004, un funcionario del ministerio del Trabajo escribió que pensaba que el testimonio de Hart era "muy creíble y ciertamente apasionante". Pero, escribió, "el hecho de que las heridas posiblemente más graves de lo que él creía no lo dispensa del hecho de que estaba consciente de que estaba herido y no comunicó esa lesiones a la agencia".
Hart reconoce que probablemente recibirá una suma modesta y que él no es una persona sin recursos. Tiene sus ahorros de su consultoría y sigue recibiendo la pensión de la CIA de 1.400 dólares al mes, después de deducir la alimentación para su ex esposa. Su actual mujer trabaja como consultora de gestión de la CIA.
Sin embargo, Hart dice que la situación es difícil de aceptar. Para él, es un choque de dos culturas de gobierno: un agente de terreno de la CIA, imbuido en los valores de sacrificio y dedicación a una misión, que es castigado por su decisión hace 26 años, en medio de una revolución musulmana, de olvidar sus heridas y volver al oficio del espionaje.
"Eso fue algo que pasó cuando yo estaba tratando de hacer mi trabajo", dijo Hart. "Yo no me quejé. No quería nada, sólo olvidar el asunto y seguir con las cosas. Ahora es una especie de tragedia griega -bang, algo que pasó hace más de 20 años vuelve a ajustar cuentas contigo".Hart tiene derecho a una apelación final ante una comisión especial de pensiones por accidentes de trabajo. Su caso será visto este próximo mes.

1 de junio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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