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reinvención de tijuana


[Reed Johnson] Nuevas direcciones al sur de la frontera. Con una bullente comunidad artística, Tijuana se está reconvirtiendo rápidamente en una dinámica ciudad global.
Tijuana, México. Cuando la larga limusina blanca se desliza en la calle, tres rubias gringas asoman su cabeza por el techo y empiezan a gritar a todo el mundo. Cerca, un par de prostitutas ríen histéricamente no se sabe por qué.
Un tipo con parafernalia de Raider Nation pasa pavoneándose frente a la cafetería D’Volada, donde los capuchinos son tan fuertes como un tequila doble. Al otro lado de la calle, el hip-hop sale resonando de uno de esos bares que son populares entre las sociedades de estudiantes. ¿Puede haber algo más raro, más loco que la Avenida de la Revolución de esta ciudad un sábado noche? ¿El lado oscuro de la luna, quizás?
Sin embargo, la Avenida de la Revolución también es el palpitante subconsciente de una excitante e inquieta ciudad, una de las ciudades fronterizas más ajetreadas y de peor reputación del mundo.
Encontrar diversiones dudosas en Tijuana es como encontrar arena en una playa de Santa Mónica. Los estadounidenses han estado llegando aquí en tropel desde la época de la Prohibición a la búsqueda de placeres prohibidos y emociones baratas. Primero fueron los casinos, las corridas de toro y las carreras de caballo, luego los cigarros cubanos y los bares de tetas, y ahora... bueno, elija su propio veneno post-TLCAN.
Pero aparte de la Tijuana del cliché -el sórdido infierno de la película ‘Sed de mal’ [Touch of Evil], de Orson Welles-, existen muchas intrigantes facetas de esta mal reputada metrópolis de 1.2 millones de habitantes.
Si te aventuras más allá de la media docena de calles frenéticamente comerciales a cada lado del río Tijuana a la que se confina la mayoría de los turistas, encontrarás una ciudad provincial asombrosamente tranquila, campechana, formada de oasis urbanos dispersos, como el Parque Teniente Guerrero, lleno de niños comiendo churros y ancianos escudriñando tableros de ajedrez como si estuvieran desenrollando los pergaminos del Mar Muerto.
Más atractivo para aventureros vanguardistas es el animado circuito de arte contemporáneo de Tijuana: música electrónica, fotografía, películas, instalaciones de video, moda. Aunque durante muchos años este ambiente era en gran parte subterráneo, últimamente ha emergido de las sombras y se ha instalado en el centro de la atención internacional.
Pioneros de la música electrónica como Nortec Collective, han adquirido una audiencia internacional tras sus distintivas fusiones de ritmos del tecno con los tradicionales sonidos de bandas norteñas. El revolucionario grupo de diseño, Torolab, ha participado en exposiciones de museos en Nueva York y San Diego. En 2003, Newsweek calificó a Tijuana como uno de los ocho "centros culturales más vitales y creativos del mundo".
El año pasado, la feria internacional de arte ARCO en Madrid exhibió los trabajos de más de una docena de artistas de Tijuana y Baja California.
Para mejor o peor, las viejas bandas de bronce de la ‘ciudad fronteriza’, los tenderetes de caldosos tacos y recuerdos baratos se está reconvirtiendo rápidamente en una dinámica ciudad globalizada. Y para explorarla, no necesitas hablar español fluidamente; muchos tijuanenses son bilingües, y la gran mayoría son infaliblemente amables y serviciales cuando se trata de ayudar a angloparlantes.
Pero es también propio de la bipolar cultura de Tijuana, que gran parte de este fermento creativo esté todavía oculto a plena vista, generalmente invisible al turista casual e incluso a la mayoría de los residentes locales.
"No hay un diálogo entre la comunidad y los artistas", dice Tania Candiani, una pintora y artista conceptual nacida en Ciudad de México y que ha vivido en Tijuana en los últimos once años. Incluso así, dice Candiani, que es quizás mejor conocida por sus retratos de inmensas, carnosas mujeres, la riqueza cultural de Tijuana es para su arte "como la gasolina" para un coche.

La obra de arte de lejos más grande y más sorprendentemente pública de Tijuana no es la que ve la mayoría de los domingueros que cruzan la frontera a pie o en coche. Pero si llegas a Tijuana en avión, no puedes dejar de verla. A lo largo de una fea muralla de metal que se extiende a horcajadas a lo largo de la frontera Estados Unidos-México se encuentran gigantescas imágenes (derivadas, muchas de ellas, de fotos aumentadas) de inmigrantes, logos de pop art, diseños abstractos y, de vez en vez, la cara del candidato a la presidencia de México, Luis Donaldo Colosio, cuyo asesinato en 1994, y todavía no resuelto, todavía acosa a la ciudad.
Las imágenes son remplazadas y reordenadas constantemente, como una galería de puertas giratorias que corresponde a la transitoria personalidad de la región.
La muralla está también tachonada de pequeñas cruces blancas y ataúdes de decoración de madera, profusamente decorados, que simbolizan los miles de mexicanos y centroamericanos que han perdido la vida tratando de entrar al norte ilegalmente.
Para una experiencia artística más convencional está el fiable Centro Cultural Tijuana, un asombroso ensamblaje de modernos y geométricos edificios en el centro de la ciudad. Las propuestas este invierno y primavera en el gigantesco y múltiple complejo incluyen el concierto Mainly Mozart, una retrospectiva de Jim Jarmusch, un festival de cine animado japonés y una alegre comedia titulada ‘¡Hombres!’, con la gran actriz mexicana Patricia Reyes Spíndola, que hizo de madre de Frida Khalo (Salma Hayek) en la película biográfica ‘Frida’.
El centro también alberga una impresionante exhibición de artefactos de las ruinas pre-aztecas de Teotihuacán, cerca de Ciudad de México, y una fascinante exposición sobre Baja California, desde la época prehistórica hasta el presente, pasando por la colonización española. Sin embargo, en los planos turísticos no encontrarás nada de los más apasionantes experimentos artísticos de la ciudad. Es mejor echarle un vistazo al diario artístico alternativo, en español, Radiante, o navegar por internet.
Tipeando palabras claves podrás llegar a sitios como www.luivelazquez.org, el hogar cibernético del espacio artístico alternativo de Lui Velazquez. Este pequeño y espartano local está en el último piso de un edificio de oficinas de tres pisos de aspecto engañosamente insípido, a unas manzanas de la frontera. (El nombre ‘Lui Velazquez’ ha sido adaptado del nombre de un doctor que habitaba antiguamente en el edificio). Uno de los más logrados artistas de Tijuana, Marcos Ramírez, ERRE, mantiene un espacio, Estación Tijuana, en el mismo complejo, con vistas directas a la carretera que lleva a Estados Unidos.
El principal objetivo de Lui Velázquez es fomentar las perspectivas críticas sobre una variedad de temas y prácticas artísticas contemporáneas desde un punto de vista multi-disciplinario, principalmente por medio de residencia de artistas por períodos cortos (normalmente un mes). También lleva un creciente archivo de películas y videos.
Gestionado por tres artistas colaboradores -Sergio de La Torre, Shannon Spanhake y Camilo Ontiveros-, el espacio funciona más como un centro comunitario y estudio informal que como una galería de arte tradicional, "como un punto de extensión, y no solamente como un lugar donde colgar algo", como dice Spanhake. Aunque Spanhake vive en San Diego, considera a Tijuana, como otros muchos artistas, como su hogar creativo y cree que la ciudad hermana del norte es demasiado limpia y conservadora. "Si no fuese por Tijuana, San Diego sería imposible", dice.
Un viernes noche reciente, Lui Velázquez organizó una velada de videos y debates de su actual artista en residencia, Patricia Montoya. Montoya, colombiana y antigua residente de Nueva York, está trabajando en un proyecto llamado ‘Terrazas’, un tríptico de video experimental en el que usa las terrazas de su nativa Medellín y en Tijuana para abordar temas de dislocación y nostalgia de emigrantes. De La Torre no pudo asistir porque la película documental, ‘Maquilapolis’, en la que colaboró, sobre las estresadas y mal pagadas trabajadoras de las fábricas multinacionales de montaje de Tijuana, estaba siendo estrenada esa noche en el 35 Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Pero Spanhake y Ontiveros dialogaron con una audiencia pequeña pero entusiasta que mataba al hambre con tamales vegetarianos y cerveza.

Ser artista en Tijuana no es algo para las almas tímidas. A pesar del ímpetu creativo de los últimos quince o veinte años, la comunidad artística aquí es dispersa; sólo hay dos galerías comerciales y no existe ningún enclave bohemio grande donde los artistas vivan y se reúnan. El gobierno local ofrece muy poca ayuda económica.
Pero entre los artistas, esas circunstancias han dado origen una innovadora estética del hágalo-usted-mismo, muy a tono con una ciudad de frontera.
"Esta es una ciudad que está siempre en construcción", dice Yvonne Venegas, una fotógrafo de Tijuana que está concluyendo un proyecto de libro, ‘Las Novias Más Hermosas de Baja California’, con sus fotos de jóvenes novias de la clase media de Baja California, y jóvenes madres, a menudo con sus hijos. Muchas de las retratadas por Venegas son sus antiguas compañeras de colegio, ahora grandes y criando familias. Colectivamente, las imágenes ofrecen una intrigante ventana hacia las resguardadas y protegidas vidas de la gente con dinero de Tijuana.
La comunidad artística local se comunica por e-mails y sitios en la red como por proximidad física. Uno de las mejores vitrinas de sus trabajos, hasta la fecha, es ‘Extraño Nuevo Mundo: Arte y Diseño Desde Tijuana’, una exposición que durará del 21 de mayo al 17 de septiembre, en el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego.
Quizás la forma de arte más fascinante de Tijuana no pueda ser vista, sino sólo oída. Es el sonido computarizado, sintetizado, de la música electrónica de la ciudad, que llegó primero a América del Norte y luego se extendió por el mundo hace apenas cuatro o cinco años atrás. Infatuados como adolescentes con los cerebrales ritmos de Kraftwerk y otros pioneros tecno de Europa, músicos-dj de Tijuana, como Bostich (Ramón Amezcúa), Clorofila (Jorge Verdin), Hiperboreal (Pedro Gabriel Beas), Fussible (Pepe Mogt) and Panóptica (Roberto Mendoza), crearon el pulcro y oscuro híbrido musical que finalmente se hizo conocido como ‘nortec’.
Ya no tienes que viajar a Tijuana para oír nortec, que ahora es parte fija de la programación de radios alternativas. Pero la música continúa evolucionando en la ciudad donde empezó. Hoy, uno de los mejores locales donde escucharla es en La Embajada, un programa mensual que toma lugar en el barrio Playas de Tijuana, que se trepa hasta el borde del Océano Pacífico.
El anfitrión, Lauro Saavedra, un dedicado músico y promotor del sonido de Tijuana, organiza el evento en su casa, una modesta vivienda de dos pisos. (El hermano de Saavedra, Rafa, edita el periódico alternativo, Radiante). Las noches de espectáculo, la casa se convierte en un laboratorio para algunos de los más creativos músicos del sur de Los Angeles.
"La idea es que la gente venga aquí y se den cuenta de que en México estamos haciendo música", dice Saavedra, gritando por encima de los sordos compases para hacerse oír, una noche hace un mes.
La habitación principal de su casa era un bosque de altavoces, tocadiscos y ordenadores portátiles, cercando un pequeño área para los artistas. Fotos gigantescas de David Bowie y Lou Reed planean como santos en la pared de atrás. En dos horas, media docena de dejotas y músicos se hicieron oír en sets de 45 minutos -El Poeta, los Trebles- combinando compases y mezclando de todo, desde guitarra acústica hasta ragas indias, en sus exuberantes collages. La público, la mayoría gente de 20 y 30 años, consistía de tipo con gafas Devo, y chaquetas de cuero, y chicas con el pelo a lo Grace Slick y diminutas zapatillas de ballet. La Embajada es un gran lugar para vivir a la joven y ansiosa Tijuana, a la próspera ciudad de mañana que ya existe. Sin embargo, antes de dejar la escena artística alternativa de Tijuana, la mayoría de los visitantes querrán vivir los incentivos de la Avenida de la Revolución, sus tributarios y áreas en torno a los puentes de peatones que cruzan el río.
Parte de esta efervescencia es profundamente deprimente: madres indias descalzas y sus hijos pidiendo limosna, hombres sin piernas en monopatín vendiendo chicles por algunos céntimos
Otra parte es irremediablemente criminal. Es una zona peligrosa porque ha quedado en el fuego cruzado de una violenta guerra territorial entre carteles rivales de narcotraficantes de Baja California y Sinaloa.
Tijuana es el sueño de un antropólogo urbano y la pesadilla de un urbanista, y si lo que quieres es tener problemas, te aseguro que aquí tendrás absoluto éxito. Pero si elige bien y usas el sentido común, puedes pasar un buen rato sin causar -ni sufrir- daño alguno.
Para el visitante dominguero, el mayor peligro en Tijuana puede ser una sobredosis de mal gusto. Las calles a lo largo del río están atochadas de tiendas de chucherías, sombreros y estatuillas de burros, máscaras aztecas de falso jade y cosas parecidas, de producción china. Toma los rollos de los vendedores de que las mercaderías están hechas a mano, manufacturadas por campesinos mexicanos, con un generoso grano de sal.
Sin embargo, puede ser divertido echar un vistazo a las mercaderías menos usuales, como la enorme colección de máscaras de lucha libre mexicana de Sergio’s Gift Shop en Avenida de la Revolución, entre la segunda y tercera calle, donde Pedro, un empleado veterano, te ofrecerá todo tipo de historias sobre quién llevó qué máscara en la edad de oro del deporte, en los años sesenta y setenta.
Una cerveza fría en Señor Maguey, Safari, el Hard Rock Café o cualquiera de las otras trampas para turistas, eh, eso es, bares realmente chéveres e inusuales a lo largo de Revolución puede relajarte en una calurosa tarde de invierno o una fría noche de enero. Sin embargo, una opción más interesante es El Dandy del Sur, una cálida taberna en la Calle 6, junto a Revolución. Abierta en 1957, El Dandy es uno de los establecimientos más venerables del área. Hay fotografías en blanco y negro de toreros decorando sus paredes, los parroquianos bilingües son amistosos y la máquina de discos mezcla una amplia serie de estilos de los dos lados de la frontera.
El Dandy tiene el cuestionable encanto de la vieja Tijuana, sin los sórdidos subproductos modernos de la cultura narco-gangsteril actual.
Si necesitas algo más substancioso, justo en el medio de Revolución se encuentra el restaurante Sanborns, una cadena de locales familiares que sirve resistentes platos de la cocina mexicana (huevos a la ranchera, enchiladas suizas y otras comidas típicas). Las camareras llevan trajes tradicionales y el decorado consiste de fotografías sepias de Ciudad de México en la época de su guerra revolucionaria.
Puede cerrar la tarde en el Salón Social Blanco y Negro, a unas puertas de El Dandy del Sur, un cavernoso y taciturno salón de baile, donde el público predominantemente local prefiere la salsa y la cumbia. Pero no tienes que ser un profesional para ser bienvenido por el palpitante gentío.
Un placer más tranquilamente culposo puede ser una visita al Museo de Cera, cuyas imágenes más destacadas incluyen una espeluznante escultura titulada "Sacrificio Humano en la Cultura Azteca" y un Moctezuma curioso, de piel blanca.
En su mayor parte, las áreas turísticas de Tijuana ofrecen una inocente excusa para malgastar unos pocos dólares en unas horas. El problema es que esas áreas son como versiones de cera de México, esmaltadas y embalsamadas para un consumo fácil. "Es como México de mentira. Es como un México que no existe", dice la artista Candiani.
Cuando te aburras de este falso México y sientas que su arte te tiene saturado, es tiempo de volver a Playas de Tijuana y dar un paseo por el malecón. Durante el día te acompañarán decenas de familias mexicanas y vendedores callejeros de refrescos y tacos. Puedes disfrutar del nuevo mirador de cemento y del paisaje adyacente, bellamente decorado con cactus y plantas de maguey por los artistas Thomas Glassford y José Parral.
Al otro lado de la muralla, que corre como una cicatriz hasta el Pacífico, podrás divisar una furgoneta de la Patrulla Fronteriza estadounidense, o un jeep aparcado en la playa. Es un raro contraste: el lado americano está usualmente ocupado por apenas un puñado de bañistas, y el lado mexicano bulle de gente y mascotas y música y los olores de sabrosas comidas.
En esos momentos, te preguntarás si acaso la vida, a pesar de sus penurias y retos, no es a veces extrañamente más rica al lado mexicano de la frontera.

Fotografías de Don Bartleti.


©los angeles times
©traducción mQh
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1 comentario

sereno -

me gusto mucho, y si, asi es tj