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iraquíes desconfían de gobierno


[Megan K. Stack] Cansados de años de guerra e incertidumbre, pocos creen que el gobierno solucione los problemas del país.
Bagdad, Iraq. Hubo una época en que la sala de estar del renombrado Club Social Ilwiya estaba permanentemente llena y había siempre bullicio.
Pero eso era antes de que el temor hiciera que los iraquíes se encerraran en sus casas. En estos días, la tenue luz del sol de primavera baña sillones vacíos y la desgastada alfombra. Un solitario músico está acurrucado cerca del viejo piano vertical, tocando desganadamente el teclado electrónico.
El encargado del club, Hisham Amin Zekki, mira, cansado, la sala. Como muchos iraquíes, también está demasiado preocupado con sus propios problemas como para prestar mucha atención al nuevo gobierno iraquí.
Está preocupado de que los precios de la gasolina son muy altos, de los ataques de mortero y de quedarse en pana en el barrio equivocado. Sueña con enviar a su hijo único, de 25 años, a Estados Unidos, en búsqueda de una vida mejor. Lo persiguen los recuerdos de las noches de bingo y de las bodas que se prolongaban hasta el alba.
"No tengo confianza de que el nuevo gobierno traiga democracia o seguridad", dice Zekki, un sunní de 65 años con el cabello cuidadosamente engominado. "No debemos desesperar. Deberíamos tener esperanza. Pero hasta ahora, no hay ningún signo de mejoría, nada".
En el país, los iraquíes de toda condición se esfuerzan por mostrar entusiasmo con el gobierno tanto tiempo esperado, que fue aprobado el sábado por el parlamento, después de cinco meses de regateos políticos.
Cuando el primer ministro Nouri Maliki asumía sus nuevas funciones el domingo en medio de la continuada violencia, las opiniones de los iraquíes eran una ventana hacia los difíciles retos que debe superar -y una dura ilustración del cisma que existe entre la rarificada retórica de la elite gobernante iraquí y la depresión, la rabia y la venganza en las calles.
Después de tres años de guerra e incertidumbre, muchos iraquíes están demasiado cansados como para dedicar energía emocional al proceso político. Están cansados del derramamiento de sangre, desconfiados de sus vecinos, luchando con problemas de identidad y violencia religiosa.
También están agudamente conscientes de que la mayoría de sus dirigentes políticos pasan sus días encerrados en la fuertemente fortificada Zona Verde, protegidos del resto del país por soldados extranjeros y estrictos puestos de control.
"La gente a la que elegimos renunció a demasiados derechos", dice Mohammed Ali Hilfi, un chií de 29 años de la ciudad santa de Nayaf al sur del país. "Los políticos no van a parar la violencia, porque no les interesa la sangre de los iraquíes".
Hilfi está tratando de vivir de su cibercafé, pero no es fácil. No tiene ni casa ni coche. Todavía soltero, vive con sus padres. Recita su lista de deseos para el gobierno: electricidad, servicios y, sobre todo, seguridad.
"Mi familia se preocupa todos los días sobre si volveré o no a casa", dice.
Esas preocupaciones soplan por todo el país -es una hebra vinculante en un país dividido.
"Lo que necesitamos es seguridad, seguridad, seguridad", dice Hussein Abdullah Ubaidi, un sunní de 45 que vive en la ciudad étnicamente mixta de Kirkuk. "Queremos que el gobierno de Maliki termine con el derramamiento de sangre iraquí. Se la derrama todos los días, a sangre fría".
Como muchos sunníes, Ubaidi se queja amargamente de la distribución de puestos en el gabinete según los grupos religiosos.
"La manera en que se formó este gobierno es incorrecta", dijo. "Los sunníes son oprimidos y maltratados por este gobierno. Sólo les dieron unos pocos ministerios, y, además, los más insignificantes".
Muchos iraquíes dicen que estaban preocupados de que el nuevo gobierno, con sus ministerios repartidos según los partidos religiosos, sólo reforzarían las hostilidades entre las diferentes facciones, infundiendo esta frágil sociedad con tensiones todavía más profundas.
"Necesitamos reconciliación de todas las partes", dijo Hussein Ali Baldawi, un chií de 65 años de la ciudad de Balad. "Un gobierno honesto es importante, pero, según pienso, no debería ser religioso".
Alaa Mahmood, una chiíe de 25 años, estudiante universitaria de Mosul, admite que su secta está generosamente representada en el gabinete. Como grupo mayoritario de Iraq, los chiíes, dominan ahora el parlamento y el gabinete. Es un renacimiento histórico para un grupo que fue duramente oprimido durante el régimen de Saddam Hussein.
Pero Mahmood, madre de tres niños, no está satisfecha con las ventajas políticas de su secta. Como muchos chiíes, su paciencia con los soldados y diplomáticos estadounidenses se está terminando. Llama ‘invasores' a los estadounidenses -una queja típica de los chiíes que han pasado de ver a los soldados estadounidenses como liberadores, a verlos como obstáculos para un mayor poder chií.
"No confío en el nuevo gobierno. No espero nada de él", dice Mahmood. "Deberían empezar con el verdadero trabajo: expulsar a los invasores".
Salam Abdallah Mihmidi, 50, sunní y maestro jubilado en la inquieta provincia occidental de Al Anbar, estaba en una tienda de telas, sus ropas raídas. Interrogado sobre el gobierno, dijo que estaba inquieto sobre los derechos de los sunníes, pero también sobre la crisis económica que se ha apoderado del occidente de Iraq desde que la guerra terminara con el flujo de turistas y hombres de negocios.
"Si no tienes trabajo, ellos saquearán, matarán y se unirán a las pandillas de asesinos", dijo.
El hijo Mihmidi se salió hace poco de la universidad de Bagdad porque temía que su nombre, Omar, común entre sunníes, delatara ante los chiíes su identidad religiosa y lo convirtiera en un blanco.
Los ánimos estaban algo mejor en el norte kurdo, donde tanto la seguridad como la economía han estado relativamente saludables desde la invasión norteamericana.
"Como kurdos, creo que lo hicimos bien. Tenemos las posiciones que satisfacen nuestras ambiciones", dijo Eyad Ahmed Hamad Ameen, 34, maestro en Irbil. Pero, agregó Ameen: "La situación de seguridad es un problema importante. Queremos viajar sin miedo por todo Iraq".
Ahora se acerca el verano, y para muchos iraquíes la electricidad todavía es un parpadeo débil e intermitente. Bagdad sólo tiene electricidad unas pocas horas al día. Los generadores son demasiado caros para muchas familias, la gente se está preparando para pasar los calurosos meses que les esperan en la húmeda oscuridad de sus casas.
"No tenemos electricidad en casa, así que tenemos que acostumbrarnos al calor", dijo Izzadin Khalaf Youssef, 25, estudiante de educación física de la Universidad de Bagdad. "Se ha puesto muy difícil. Hay veces que no puedes salir de tu apartamento".
Ocultos detrás de una violencia que llena los titulares de los diarios, los iraquíes están tratando de sobrevivir todo tipo de pequeñas privaciones. Yousef Jaber Mohsin, un chií de 36 años de la sureña ciudad de Samawah, sólo quiere ver a su hermana. Ella vive en Baqubah, al norte de Bagdad, y las carreteras han estado demasiado peligrosas como para viajar.
"Quiero ver a mi país en paz", dijo Mohsin, maestro, que, con los brazos llenos de mercaderías, hizo una pausa en su camino a casa. "El gobierno debería ocuparse de los sueños de la gente, y entender que la gente está viviendo una catástrofe".

Suheil Ahmad y Saif Rasheed y corresponsales especiales en Samawah, Mosul, Al Anbar province, Irbil, Kirkuk, Najaf y Baqubah contribuyeron a este reportaje.

21 de mayo de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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