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[Maurice Possley y Steve Mills] Un secreto imaginario. Violento matón se fanfarroneaba de ser el verdadero asesino. Última entrega.
Era un secreto que todos compartían. Algunos lo guardaron por temor. Otros porque nadie les preguntó nunca. Cualquiera sean sus razones, era un secreto que pudo haber salvado a Carlos De Luna de la ejecución.
Veinte y tres años después del asesinato de Wanda López en la gasolinera donde trabajaba, familiares y conocidos de otro hombre, Carlos Hernández, han roto su silencio para confirmar lo que De Luna había dicho siempre: que en 1983, Hernández, un tipo violento, había matado a López.
Una investigación del Tribune ha identificado a cinco personas que dicen que Hernández les confesó que él había apuñalado a López y que De Luna, al que llamaba su "estúpido tocayo", fue al corredor de la muerte en su lugar.
También dicen que él confesó haber asesinado a otra mujer, en 1979, un crimen del que fue acusado, pero nunca juzgado.
Aunque algunos aspectos de las acciones de De Luna la noche del asesinato de López siguen siendo sospechosos, Tribune descubrió substanciales evidencias que socavan su condena. Entre los hallazgos:
El único testigo que estuvo frente a frente con el asesino en la gasolinera después de que López fuera apuñalada dice ahora que no estaba completamete seguro de la identificación de De Luna. Identificó a De Luna, dijo, después de que la policía le dijera que habían arrestado a De Luna debajo de un camión cerca del sitio del suceso -una información que mitigó su incertidumbre.
El análisis de Tribune de los libros de la gasolinera Sigmor también socava la afirmación de la fiscalía de que el asesinato tomó lugar durante un asalto, una circunstancia agravante que hizo posible que el acusado fuera condenado a muerte. Documentos nuevamente examinados sugieren que de la gasolinera no se sustrajo dinero.
La fiscalía dijo que Hernández era un "fantasma", aunque uno de los fiscales conocía bien a Hernández, pero no informó a los abogados de De Luna -un posible error jurídico que podría haber sido un motivo para revocar su condena.
Y uno de los detectives de Corpus Christi en la época del crimen ahora dice que cree que De Luna fue ejecutado equivocadamente. El ex detective Eddie Garza, dijo que unos informantes le contaron que Hernández había matado a López, la madre de una niña de seis. Sin embargo, esos datos no fueron investigados.
Garza conocía a los dos hombres y dijo que el asesinato de López era el tipo de crimen que podía cometer Hernández, no De Luna.
"No creo que De Luna pudiera hacer una cosa así y apuñalar a alguien hasta la muerte", dijo Garza.
Pero Hernández, agregó, "era un criminal despiadado. Era malo y creo que era un asesino".

Sin Más Secretos
Tras la muerte de Hernández en la cárcel en 1999, el rumor se extendió por Corpus Christi y la gente empezó a hablar.

Janie Adrian recuerda que Hernández se fanfarroneó de haber apuñalado a López, y dijo que Carlos De Luna, el hombre que compartía su nombre de pila, era inocente.
"Dijo: ‘Acusaron a mi estúpido tocayo'", recordó hace poco.
Adrian, vecina de la madre de Hernández, Fidela, dijo que ella siempre pensó que alguien le preguntaría sobre lo que sabía. Pero nadie lo hizo, así que nunca contó nada.
"Me guardé el secreto", dijo en su casa en Corpus Christi. "Quizás debí haberlo contado".
Dina Ybañez esperó porque tenía miedo. Conoció a Hernández en 1985, y después de que su marido y ella se hicieran sus amigos, él les confesó que había matado a López.
"Dijo que él lo había hecho, pero que habían acusado a otro -a su estúpido tocayo", dijo Ybañez en una entrevista. "Carlos se reía con el asunto, porque logró salirse con la suya".
Como otros en Corpus Christi que conocían a Hernández, Ybañez dijo que él también confesó haber matado en 1979 a Dahlia Sauceda, una mujer de la localidad que fue estrangulada y abandonada con una ‘X' marcada en la espalda. Hernández fue interrogado sobre el asesinato en 1979, luego acusado por este en 1986, pero los fiscales nunca lo llevaron a juicio.
Ybañez también dijo que ella temía tanto a Hernández que nunca contactó a la policía acerca de sus confesiones, ni siquiera después de que él la tajeara desde el ombligo hasta el esternón durante una pelea. "Me dijo que me iba a matar como a ella", dijo.
Beatrice Tapia y Priscilla Jaramillo no hablaron nunca sobre lo que sabían porque quería olvidar.
Aunque no se habían visto en años, recordaron independientemente los mismos escalofriantes detalles del día en que oyeron a Hernández confesar que había matado a López.
Jaramillo es sobrina de Hernández y durante los años ochenta vivió en casa de su madre, donde, dijo, fue sexualmente violentada por Hernández.
Poco después del asesinato de López, Jaramillo, entonces de 11 años, y Tapia, de 16, una amiga del vecindario, estaban sentadas en las escalinatas, charlando pero también escuchando a Hernández y a su hermano Javier, que estaban en el porche bebiendo cerveza.
Carlos le dijo a su hermano que él había matado a la mujer de la gasolinera.
"Dijo que había hecho algo malo y pronunció el nombre de Wanda. Dijo que él la había matado", recordó Tapia, que todavía vive en Corpus Christi. "Dijo que lo lamentaba".
Los recuerdos de Jaramillo son similares. "Mi tío Carlos dijo que le había hecho daño a alguien, que había apuñalado a alguien", dijo Jaramillo, que ahora vive en Tejas. "Javier no me creyó".
"Carlos dijo: ‘Yo lo hice'. Y la nombró, y Javier la conocía", dijo Jaramillo. "Él dijo que ella se llamaba Wanda".
Además de las cuatro mujeres que contaron la confesión de Hernández, Tribune entrevistó a un hombre de Corpus Christi que contó una historia similar. Miguel Ortiz, que tiene antecedentes penales, dijo que los dos estaban bebiendo en un parque cuando Hernández empezó a hablar de una dependienta que había "estropeado" en una gasolinera.
"No le hice caso", dijo Ortiz.

Datos Sobre Hernández
Aunque algunos en Corpus Christi guardaron silencio sobre Hernández, otros no lo hicieron.

Garza, que era detective entonces, recuerda haber recibido informaciones unos días después de que De Luna fuera arrestado, de que había otro tipo que estaba contando que él había apuñalado a la dependienta de la gasolinera.
"Estábamos recibiendo datos de que Carlos Hernández era el tipo que la había matado", dijo Garza, que ahora trabaja como detective privado. "Varias personas nos dijeron eso".
Garza dice que él pasó esa información a la detective que dirigía la investigación, Olivia Escobedo.
Escobedo, ahora una agente inmobiliaria y asesora de la policía en Florida, dijo que no recordaba haber recibido esos datos. "No recuerdo nada sobre Carlos Hernández", dijo en una entrevista reciente.
"Siempre seguía todas las pistas", dijo Escobedo, que investigaba fundamentalmente crímenes sexuales y manejó el caso de De Luna sola. "Seguía huellas de conejo, aunque no tuviera que hacerlo. Seguía todas las pistas posibles".
El colega de Garza en la época, Paul Rivera, ahora capitán en el departamento del sheriff del condado, dijo que tampoco recordaba esos datos.
Garza no declaró en el juicio, pero sí lo hizo cuando De Luna fue sentenciado, diciendo que el acusado gozaba de "mala" reputación en la ciudad. Garza dice que para entonces él asumía que los datos habían sido chequeados y tenidos por falsos. Ahora cree que los datos fueron ignorados.
Su reciente análisis de los informes de policía sobre el caso, a petición de Tribune, renovaron su escepticismo sobre la culpabilidad de De Luna. Garza concluyó que la investigación inicial del sitio del suceso fue chapucera y breve.
Observó que nada de la sangre que había salpicado el suelo de la gasolinera fue recogida para su análisis, de modo que no era posible determinar si había ahí sangre del atacante. El único objeto sometido a un análisis de sangre fue la navaja, la ropa de De Luna y un billete de cinco dólares.
Una foto de la policía muestra a Escobedo parada en el medio de un charco de sangre detrás del mostrador de la gasolinera. La gasolinera volvió a abrir sus puertas apenas unas horas después del asesinato.
"Este caso no fue investigado correctamente", dijo Garza.
Observando que los investigadores no encontraron evidencias materiales que pudieran ser usadas para identificar al agresor, dijo, "probablemente estaban ahí y nadie las encontró. Simplemente las pasaron por alto".

Dudas de los Testigos
Sin evidencias forenses que vincularan a De Luna con el crimen, los fiscales descansaron pesadamente en dos testigos oculares
que dijeron que lo habían visto en la gasolinera -uno antes del asesinato, y otro, después.
Arrestado menos de una hora después del ataque, De Luna fue esposado y metido a una patrullera, luego llevado a la gasolinera donde un agente le alumbró la cara con una linterna.
De esos testigos, sólo Kevan Baker estuvo cara a cara con el asesino después de que López fuera apuñalada. Ahora vive cerca de Jonesville, Michigan. Baker recuerda vívidamente esa noche.
Había parado a repostar y vio a López forcejeando con un hombre en la gasolinera. Cuando se acercó a la puerta para ayudarla, el asaltante se volvió, lo miró a los ojos y huyó.
De Luna y Hernández eran más o menos de la misma altura y se ven muy parecidos en las fotos de las fichas de la policía.
Baker identificó a De Luna, pero ahora dice que no estaba seguro. "Yo no estaba seguro, pero como era hispano y todo eso... dije: ‘Sí, creo que es él'", dijo Baker hace poco. "Los polis me dijeron que lo habían encontrado escondiéndose debajo de un camión. Y eso me llevó a creer que ese era probablemente el tipo".
Esta forma de identificación -en la que un testigo mira solamente a un sospechoso en lugar de intentar reconocerlo en una hilera de sospechosos- puede ser precisa, pero también puede dar a los testigos una falsa impresión de certeza, de acuerdo a expertos. Dicen que limitarse a un sospechoso, aumenta la posibilidad de una identificación equivocada.
"Los agentes se creen que tienen al tipo, así que todo su comportamiento, su modo de hablar, el modo en que tratan al tipo sugiere al testigo que esa es la persona que busca", dijo Gary Wells, psicólogo de la Universidad del Estado de Iowa y experto en problemas relacionados con identificaciones de testigos oculares. "El testigo se encuentra bajo una enorme presión".
El otro testigo que identificó a De Luna cuando estaba en el coche policial, George Aguirre, rechazó ser entrevistado para este artículo. En una vista preliminar fue incapaz de mostrar a De Luna en la sala del tribunal. Sin embargo, sí lo identificó durante el juicio, un mes después.
Dos testigos adicionales en el juicio, John y Julie Arsuaga, dijeron que ellos vieron la cara de De Luna cuando pasaba trotando en el estacionamiento al este de la gasolinera algunos minutos después de que López fuera atacada.
De Luna dijo a las autoridades que cuando vio a Hernández forcejeando con López, huyó del lugar porque estaba con libertad condicional y no quería que lo viera la policía.
Julie Arsuaga no pudo ser localizada. En una entrevista hace poco, su ex marido dijo que todavía cree que De Luna era el hombre que vio en la calle.
Pero reconoció que nunca vio a De Luna en la gasolinera. "No vi a ese hombre cometer ese crimen".

No Fue un Asalto
El hallazgo de 149 dólares en el bolsillo de De Luna cuando fue detenido fue importante para la acusación de la fiscalía,
porque era una manera más de vincularlo con el crimen.
Pero una revisión de las cuentas de la gasolinera muestra que esa es una suposición endeble.
Los abogados defensores de De Luna determinaron que él había cobrado, el día del asesinato, un cheque de pago de 135 dólares, y 71 dólares la semana anterior. Además, observaron que los 149 dólares estaban en un rollo ordenado -lo que hace improbable que lo hubiese substraído de la caja- y ninguno de los billetes analizados reveló rastros de sangre. El dinero que se encontró disperso en la gasolinera Sigmor tenía manchas de sangre.
En el juicio, un gerente regional de la cadena de gasolineras, dijo al jurado que un inventario realizado la noche del crimen mostró un déficit de 166 dólares. No pudo decir cuánto correspondía a mercaderías, y cuánto, si acaso, a dinero en efectivo.
Pero otro empleado de Sigmor en esa época, Robert Stange, nunca creyó que se hubiese substraído dinero.
Stange, que dice que nunca fue entrevistado por la policía, los fiscales o los abogados de la defensa, trabajó en el turno diurno en la gasolinera antes de López. En una entrevista reciente dijo que fue llamado la noche después del asesinato para que limpiara la sangre e hiciera el inventario.
Dijo que encontró 55 dólares en efectivo en la caja, y 200 dólares guardados en la gasolinera para tener cambio para los clientes.
López, dijo, siempre se aseguraba de que, cuando acumulaba cien dólares en boletas, de colocarlos en la caja fuerte y apuntaba la hora y la cantidad depositada en el libro de registro de la gasolinera.
Una copia del libro muestra que López hizo su último depósito de cien dólares a las 7:31 de la tarde, 38 minutos antes de ser atacada.
Para que los 149 dólares de De Luna fueran producto del asalto, explicó Stange, debería haber reunido al menos esa cantidad en la media hora previa al asesinato, sin depositarla en la caja fuerte. López, dijo, "no habría guardado nunca esa cantidad de dinero en la gaveta, sin depositarla. No le gustaba tener esa cantidad de dinero en la mano. A nadie le habría gustado eso".
A petición del Tribune, Kevin Stevens, un profesor de contabilidad de la Universidad de DePaul, analizó el informe del inventario que los fiscales utilizaron durante el juicio. Stevens, que casualmente trabajaba en la gasolinera cuando estudiaba en la universidad, concluyó que el sistema de contabilidad de Sigmor era demasiado caótico como para ser preciso.
"No pueden haber sabido cuánto dinero faltaba", dijo Stevens, "porque no podían saber cuánto dinero había".

Todavía Cree
Después de que Tribune empezara su investigación, el fiscal jefe en el juicio de De Luna, Steve Schiwetz, decidió examinar los archivos del caso.

Atormentado por algunas de las preguntas que se estaban planteando, pasó horas en el despacho del fiscal del condado de Nueces analizando con un periodista las pruebas instrumentales del juicio, los informes de la policía y otros documentos del caso, así como estudiando los documentos proporcionados por Tribune.
Ahora con una práctica privada de abogado, Schiwetz reconoció que el caso descansaba fuertemente en las declaraciones de testigos. "A veces es fiable. A veces, no", dijo en una entrevista. "Y a veces, en casos como este, no estás completamente seguro de lo fiable que pueda ser".
En el juicio, Schiwetz calificó a Hernández de "fantasma", pero dijo que no lo habría hecho si el otro fiscal le hubiese informado que Hernández había sido acusado del asesinato de otra mujer. Schiwerz también dijo que si le hubiesen dicho que había informes según los cuales Carlos Hernández afirmaba ser él el asesino de López, habría investigado esos informes.
"Siempre que alguien dice que ha matado a alguien, creo que vale la pena echarle un vistazo", dijo. "Pero yo he oído a montones de gente atribuirse cosas que no hicieron o cosas que son falsas".
Finalmente, Schiwetz señala varios elementos del caso que todavía lo convencen de que el jurado condenó al hombre indicado. De Luna, dijo, mintió cuando dijo que había hablado con dos mujeres en la pista de patinaje la noche del asesinato y mintió cuando dijo, aparentemente, que había conocido a Hernández en la cárcel. De Luna había perdido toda credibilidad, dijo Schiwetz.
"Mintió en la historia más importante de su vida", dijo.
Además, aunque De Luna dijo que había perdido su camisa cuando escalaba una valla, no dio ninguna explicación sobre cómo perdió sus zapatos, observó Schiwetz. Aunque el laboratorio de criminalística no encontró sangre ni otras huellas en ellos, Schiwetz dijo al jurado que De Luna pudo haber apuñalado a López sin mancharse con sangre la camisa y que toda sangre que hubiese en sus zapatos había desaparecido cuando él corría por el césped húmedo.
En cuanto a la historia de crímenes con navaja de Hernández, dijo: "Todos los hombres de esta ciudad llevaban navaja. Y la mayoría de nosotros todavía lo hacemos. Pero yo no maté a Wanda López".
El co-fiscal de Schiwetz en el caso de De Luna, Ken Botary, también sigue creyendo que el veredicto fue correcto.
"No estoy dispuesto a creer que Carlos De Luna era inocente", dijo Botary.

Rabia y Remordimiento
El asesinato de Wanda López todavía persigue a los que afectó.

Su hermano Luis Vargas ya no tiene la rabia que alguna vez le hizo pensar en introducirse a la cárcel y matar a De Luna.
Ahora, cuando piensa sobre la muerte de su hermana, siente terror por la manera en que murió. No puede olvidar sus gritos en la cinta del 911.
"Es como abrir una lata de gusanos", dijo. "Todo este tiempo se nos dijo que era ese tipo. ¿Y ahora tenemos que creer que era otro?"
Sus padres adoptaron a la hijita de Wanda. Ahora madre de cuatro niños, está criando una familia propia y todavía vive en Corpus Christi.
La hermana de De Luna, Rose Rhoton, ha creído siempre en la inocencia de su hermano. Acusa a sus abogados de no preparar una defensa más agresiva y a la autoridades por no perseguir a Hernández como sospechoso.
También tiene sus propios remordimientos.
"Si Dios me diera una segunda oportunidad", dijo Rhoton, en su casa en Dallas y llorando, "pelearía más por Carlos".
Cuando Rhoton salió de la casa de la muerte en Hunstville, después de ver a su hermano por última vez, lo dejó al cuidado de un pastor, Carroll Pickett.
Capellán del corredor de la muerte, Picket rezó con De Luna y, como hacía con los reclusos que se enfrentaban a ser ejecutados, dio a De Luna una oportunidad para que se confesara y quedara en paz. De Luna insistió en que era inocente.
De Luna fue el recluso número 33 del corredor de la muerte al que acompañó Pickett, y en los años que siguieron prestaría asesoría espiritual a 62 más. Pero este se quedó en su memoria: De Luna decía que era inocente, tomó mucho más en morir que los demás, trató de levantar la cabeza en la camilla y de hablar con Pickett antes de que la inyección letal le quitara la vida.
"Cuando lo vi morir", dijo Pickett, "también murió una parte de mí".
La experiencia lo obligó a hacerse una pregunta que todavía no puede responder: ¿Mueren los inocentes de otra manera que los culpables?

mpossley@tribune.com
smmills@tribune.com

26 de junio de 2006
©chicago tribune
©traducción mQh
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