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¿existe el fascismo musulmán?


[David E. Sanger] ¿Basta con llamarlo así?
Poco después de que la policía británica anunciara, la semana pasada, que había desbaratado una conspiración para hacer explotar unos aviones sobre el Atlántico, el presidente Bush declaró que el asunto era "un crudo recordatorio de que este país esta en guerra con los fascistas islámicos".
Funcionarios británicos, por otro lado, se refirieron a los hombres detenidos como los "principales actores" y rehusaron comentar sus motivos o ideología, para no poner en peligro "los procedimientos criminales".
La diferencia entre estas caracterizaciones públicas iniciales fue reveladora: El presidente estadounidense recurrió a un lenguaje que reafirma que Estados Unidos está trabado en una guerra global en la que sus enemigos están unidos por una ideología común y un odio compartido de la democracia. De momento, el gobierno británico se ciñó al lenguaje moderado de las agencias policiales.
Un debate crítico en Estados Unidos hoy -entre los candidatos políticos y entre los expertos de seguridad nacional- es si cinco años de declaraciones de guerra y de guerra misma han ayudado a que Estados Unidos sea un país más seguro. O, incluso en ausencia de un atentado de significación en suelo americano después del 11 de septiembre de 2001, si esta estrategia ha creado un peligro mayor proporcionando a los grupos terroristas exactamente lo que ansían: la creencia de que forman un ejército unificado de yihadistas. Y si esta estrategia no ha radicalizado a grandes sectores del mundo musulmán de modos que en 2003 no eran todavía imaginables.
Para la Casa Blanca, la conspiración terrorista de la semana pasada fue la Prueba A en defensa de su estrategia de guerra: los conspiradores atacarían a los estadounidenses, con o sin guerra en Iraq. Pero los críticos dicen que la confusión entre la guerra global contra el terrorismo e Iraq está creando nuevos yihadistas, desde Indonesia hasta Walthamstow, la zona de Londres del Este, donde se incubó la conjura.
Inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, pocos cuestionaron la estrategia de la guerra contra el terrorismo. La guerra en Afganistán restó valor a la capacidad organizativa de Al Qaeda, aunque hubo indicaciones, la semana pasada, de que la red terrorista tiene lazos con los sospechosos del atentado en Londres.
El presidente Bush y el vice-presidente Dick Cheney ridiculizaron lo que ven como el enfoque policial de los años de Clinton. Como dijo hace poco Cheney a un grupo de diplomáticos: "Hubo una guerra en los años noventa, pero no lo supimos".
Recita rutinariamente la historia de los atentados terroristas contra estadounidenses en las últimas dos décadas, desde la destrucción de las barracas de marines en Beirut en 1983 hasta el ataque contra el U.S.S. Cole en 2000 -que fueron todos, dijo, tratados como investigaciones policiales, envalentonando a los conspiradores del 11 de septiembre de 2001.
"Una y otra vez los terroristas atacaron a Estados Unidos o a blancos estadounidenses, y Estados Unidos no respondió con suficiente fuerza", dijo Cheney en un discurso hace poco.
La prueba de fuerza del poder de la voluntad estadounidense, han insistido Cheney y Bush, está en Bagdad, lo que explica por qué se aferran al lenguaje que está en el "frente central" de la guerra contra el terrorismo y es una pieza del dominó que Estados Unidos no puede dejar caer. La derrota allá, advierten, daría una victoria a los yihadistas y les envalentonaría a trasladarse al siguiente país: quizás Pakistán, quizás Arabia Saudí, quizás el Líbano.
La cuestión es si esa aproximación -y el lenguaje que la acompaña- no tiende una trampa al propio gobierno.
"Creo que lo que está pasando es que todo está siendo exagerado", dijo Stepehn Cohen, académico especializado en Oriente medio del Foro de Políticas de Israel [Israel Policy Forum]. "Del mismo modo que toda pequeña crisis en el mundo formaba parte de la Guerra Fría, ahora todos formamos parte de la lucha entre el islam militante y Estados Unidos. Y eso hace que los conflictos individuales sean más difíciles de resolver", y se conviertan en fuente de inspiración para la guerra santa.
Cohen citó la política estadounidense en el conflicto entre Israel y Hezbolah. Si ese conflicto fuera nuevamente considerado simplemente como otro capítulo de una prolongada disputa regional, en Washington se pondría menos en juego, facilitando que Estados Unidos pudiera desempeñar su rol más tradicional como intermediario.
La respuesta del gobierno es que describe el mundo tal como es, antes que ignorar las realidades de Oriente Medio.
Aunque le preocupa que con el término ‘fascismo islámico' se corra el riesgo de alejar a las comunidades musulmanas, Farhaba Ali, analista política de la Corporación RAND, dijo: "No culpo al gobierno por tratar esto como una guerra, porque, de muchos modos, lo es. Es una guerra política".
Menciona el video dado a conocer el mes pasado, exactamente un año después de los atentados en el metro londinense. En él, uno de los conspiradores que murió en los atentados parecía hablar desde la tumba cuando advirtió que las explosiones eran apenas el principio de ataques de más envergadura.
Daniel Benjamin, autor de ‘The Next Attack', un libro sobre el futuro del terrorismo, dijo: "Los terroristas del metro en Gran Bretaña estaban claramente motivados, en gran medida, por Iraq. Estaban obsesionados con ello".
Washington ha tratado, a veces, de ablandar su mensaje. Bush ha iniciado esfuerzos diplomáticos para convencer al mundo musulmán que la guerra es con los terroristas, no con "una gran religión". El gobierno ha prestado ayuda a las víctimas del tsunami en Indonesia, en parte para recordar al país musulmán más grande del mundo que los objetivos de Estados Unidos van más allá de las operaciones de contrainsurgencia.
Pero esas operaciones militares son lo que la mayoría del mundo ve cada noche. Un misterio de la conspiración de Londres es si Al Qaeda lo ha incitado -como si sus jefes sobrevivientes quisieran probar que todavía pueden asestar un buen golpe- y si los sospechosos fueron provocados por la imaginería militar televisada.
Jon B. Wolfsthal, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, dijo el viernes: "Si yo pudiera hacer una pregunta, como interrogador, a los tipos que detuvieron, me gustaría descubrir quiénes eran y qué pensaban sobre este tipo de atentados antes de Iraq, o después. Me gustaría saber si su rabia con Estados Unidos es de largo tiempo o si nosotros hemos echado leña al fuego y estamos creando nuevos extremistas. No quiero decir que [la invasión de] Iraq sea correcta o un error, sino que cada acción acarrea sus consecuencias".
En el último número de The Atlantic, James Fallows argumenta que la imaginería de la ‘guerra prolongada' -una que de hecho ya ha durado más que la guerra con Corea- es contraproducente. "Una guerra abierta es una invitación abierta a la derrota", escribió. "Alguna vez habrá otros atentados, otros tiroteos, envenenamientos y otros disrupciones en Estados Unidos". Algunos serán obra de extremistas islámicos, otros no. Agregó: "Si ocurren mientras se libra la guerra, serán ‘victorias' del enemigo, no desastres del tipo que sufren las grandes naciones".
Para Bush, sin embargo, olvidarse de la clasificación de ‘guerra prolongada' sería equivalente a enviar el mensaje de que Estados Unidos puede volver a dormir. Así, cada ataque o amenaza terrorista está entretejida en el panorama más grande de una guerra global.
Esto ayuda a explicar el reciente re-despliegue de tropas americanas en las calles de Bagdad: retirarse demasiado pronto sería un retorno al enfoque fracasado de los años noventa. Sería otra Somalia, otro Beirut. El problema es si seguir allá da a los yihadistas otra cosa más: La justificación de un conflicto interminable, en una guerra que se libra en Bagdad, en el Líbano y en la clase turista de un 747.

13 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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