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huérfanos en iraq


[Jonathan Finer] A pesar del estigma, un número creciente de niños termina en instituciones públicas.
Bagdad, Iraq. Athier Hamed llegó al orfelinato de Bagdad hace dos años, después de la repentina muerte de su madre y cuando su padre, dice, "se volvió loco".
"Se enfadaba conmigo. Se ponía furioso conmigo y me pegaba como si nada", dice Athier, de voz suave y espigado, arremangándose la camisa para mostrar las brillantes cicatrices que dejaron en sus muñecas las esposas que dice que su padre, en un ataque de ira, trató de soldar a sus brazos.
Temiendo por su vida, Athier, ahora de 13 años, escapó, convenciendo a un conductor de autobús que lo llevara a la capital iraquí desde su pequeña ciudad en la provincia de Anbar, al occidente del país. La policía lo llevó al Primer Hogar para la Infancia, fundado en 2003 cuando el número de niños abandonados y huérfanos empezó a aumentar en la capital iraquí.
Pero cuando en una visita los funcionarios de gobierno lo entrevistaron sobre su pasado, decidieron devolverlo a su padre. Eso no duró demasiado tiempo.
"Yo les dije que no quería volver, pero me dijeron que entonces estaría con mi propia familia", dijo Athier en una entrevista hace poco en el orfelinato. "No podía soportar la idea de volver con él. Después de dos días me golpeó y volví".
Athier se convirtió nuevamente en pupilo del estado, una condición cada vez más común aquí a pesar de un estigma tan poderoso que ha llevado a un gobierno económicamente estrangulado a pagar a las familias para que recojan de vuelta a sus niños.
Antes de la invasión norteamericana de 2003, vivían en orfelinatos iraquíes unos cuatrocientos niños, a los que Saddam Hussein pagaba a menudo visitas altamente publicitadas para demostrar su magnanimidad. Pero para principios de 2004, ese número había crecido a cerca de mil, según estadísticas oficiales. Para un país que ha estado en guerra y bajo asfixiantes sanciones económicas durante más de 25 años, esas cifras son todavía menores de lo que podría esperarse. Pero las sociedades musulmanas consideran vergonzoso abandonar a los niños al cuidado del estado, así que tradicionalmente la mayoría de los niños que han perdido a sus padres son absorbidos en las extensas redes familiares.
Asistentes sociales y funcionarios en Iraq dicen que el firme incremento en el número de huérfanos entregados al estado -que ha exigido la construcción en los últimos tres años de tres nuevos orfelinatos solamente en Bagdad- refleja el peaje que la guerra y las penurias económicas están cobrando a las familias, considerada el núcleo de la sociedad musulmana. Esa tendencia también se observa, dicen, en la actual creencia de que los niños estarán mejor en esas instituciones que en barrios asolados por la guerra.
"En el mundo árabe, la tradición juega un papel en esto. En algunas provincias, no tenemos orfelinatos porque sería una desgracia que las familias no se ocuparan de los niños", dice Abeer Mahdi al-Chalabi, directora del departamento de orfelinatos del ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales. "Pero las familias tienen más problemas que nunca antes. Algunas se están desmoronando".
El año pasado el gobierno iraquí implementó la política de pagar a familiares de los niños huérfanos o abandonados para que los recojan de vuelta y los saquen de las dependencias del estado. Los funcionarios iniciaron esfuerzos por localizar a miembros de las familias de los niños en esas instituciones y ofrecieron estipendios mensuales de unos 35 dólares por niño para que cuiden de ellos.
"Es mejor para los niños", dice Chalabi.
Pero la medida corre el riesgo de exponer a los niños abandonados o maltratados o vulnerables, a la violencia de la que estaban tratando de escapar, dicen algunos empleados de los orfelinatos.
"En algunos casos, obviamente no tiene ningún sentido ponerlos en una situación en la que pueden volver a ser agredidos", dice Suda Radhil, directora del Primer Hogar para la Infancia.
Entrevistas con varios niños en un orfelinato al norte de Bagdad, en el barrio de Waziriya, mostró que están agudamente conscientes de los prejuicios sociales que despiertan. Hablando firmemente, mirando fijo, Ahmed Abbas dijo que su madre murió en el parto y su padre murió como héroe.
"Murió como mártir con el ayatollah Mohammed Bakir Hakim", agregó el muchacho de dieciséis, contando detalles sobre las mortales heridas que sufrió su padre en el atentado de agosto de 2003 contra un santuario en Nayaf que mató a uno de los líderes musulmanes chiíes más poderosos de Iraq.
"Por supuesto, no me gustaría estar aquí. Mi padre no quería que me viniera aquí", dijo Ahmed. "Pero no tenía otra alternativa".
Después de que el chico saliera del cuarto, la directora del orfelinato contó rápidamente otra versión. El padre de Abbas es un delincuente común, dijo, que fue detenido por la policía hace dos años por ser miembro de una banda de secuestradores. Y su madre lo abandonó porque no podía criarlo sola.
"A veces la verdad es demasiado dura como para admitirla", dijo.
Visitas recientes a dos orfelinatos de Bagdad mostraron dependencias impecables y bien equipadas, separadas por sexo, con niños de cinco a dieciocho años. El orfelinato de Waziriya, que no tiene nombre, tenía un espacioso patio interior con aros de baloncesto y porterías de fútbol, un televisor grande y consolas de videojuegos y un pequeño cuarto de ordenadores donde se enseña a los niños mecanografía y otras cosas.
Pero también son lugares inclinados a la violencia. Radhil dijo que ha sido golpeada hasta quedar casi inconsciente por los internos dos veces desde que empezara a trabajar en el Primer Hogar para la Infancia en 2004. Estallan peleas casi todos los días, y los niños se fugan a menudo, sólo para ser traídos de vuelta por la policía.
"Esos son niños cuyos padres murieron en incidentes violentos o que han vivido en calles violentas y sólo conocen la violencia", dijo.
En el orfelinato de Waziriya, ese clima se refleja en los dibujos de Saella Saleh que cuelgan por todas partes en la dependencia. Un interno de ocho años, dijo solamente que sus padres habían "muerto normalmente", un refrán oído a menudo de huérfanos cuyos padres han muerto en circunstancias violentas.
Uno de sus dibujos, con rotulador, muestra un mapa de Iraq con una gruesa cadena de metal cruzándolo y una bandera norteamericana en el candado. Otro muestra a mujeres y hombres llorando en torno a un ataúd frente a un edificio rotulado ‘Morgue de Bagdad'. En un tercer dibujo, un tanque apunta su cañón principal contra un grupo de estudiantes que llevan mochilas.
Para muchos niños, sin embargo, los orfelinatos son un santuario entre el caos. El largo camino a Bagdad de Muhammad Rahman empezó hace casi dos años cuando un empezó el masivo asalto norteamericano contra Faluya.
Una bomba norteamericana, o quizás un proyectil de artillería, dijo, impactó en su casa cuando él estaba jugando al fútbol con otros niños del vecindario. Sus padres, dos hermanos y una hermana, murieron en esa explosión.
Durante días Muhammad, entonces de nueve años, deambuló por las calles de la asediada ciudad sin tener dónde ir. Lo encontraron unos comandos de la policía iraquí, que lo llevaron a Bagdad y luego al Primer Hogar para la Infancia.
"Este es mi hogar. Esta es mi familia", dijo. "Quiero quedarme aquí por el resto de mi vida".

Omar Fekeiki y Bassam Sebti contribuyeron a este reportaje.

2 de septiembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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