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sáder, signo de interrogación


[Sudarsan Raghavan y Ellen Knickmeyer] Responder al cambiante rol del clérigo chií se ha convertido en todo un reto para los norteamericanos en Iraq.
Nayaf, Iraq. El triste lamento de una madre atravesó el silencio del Cementerio de los Mártires, donde las banderas verdinegras de la resistencia ondean sobre las tumbas de cientos de milicianos musulmanes chiíes. Arrodillada en la tierra caliente y rojiza, Abbas Sabah, 17, no se movió. Sus pensamientos estaban concentrados en su hermano Anwar, 29, que murió en un enfrentamiento con tropas norteamericanas, como otros muchos de los muertos que están enterrados aquí. Arrojó un poco de agua sobre la lápida de Anwar y la limpió suavemente.
"Queremos venganza", dijo Sabah, que llevaba el negro uniforme del Ejército Mahdi, la milicia del clérigo antinorteamericano Moqtada al-Sáder. "Quiero pelear o morir por la causa".
En otro barrio, Mustafa Yaqoubi, un ayudante de Sáder que también perdió a un hermano en un choque con soldados norteamericanos, estaba librando otro tipo de guerra.
"Hemos entrado en un juego político", dijo Yaqoubi, que llevaba un turbante negro para indicar que desciende del profeta Mahoma. "Hemos entrado en este gobierno para usarlo como arma para presionar a los invasores".
Sabah y Yaqoubi personifican el dilema que representa Sáder para el gobierno de Bush y el frágil gobierno iraquí. Aunque Sáder y sus seguidores tienen más escaños en el parlamento de Iraq que cualquier otro grupo político, su actitud hacia la ocupación norteamericana sigue siendo beligerante. Participan en el gobierno, pero siguen siendo marginales, agudamente conscientes de que su autoridad se deriva de su independencia y su oposición a la ocupación.
La continuada evolución de Sáder, de clérigo populista a cabecilla de la guerrilla y consejero político, está emergiendo como el reto central a las expectativas norteamericanas de un Iraq estable. Es un signo de interrogación que muchos analistas dicen que debe ser solucionado inmediata y delicadamente.
"Sáder es un trabajo en progreso", dice Phebe Marr, importante experta en política iraquí. "Es volátil y oportunista y peligroso. Pero es también popular y tiene apoyo de base entre un importante sector de la población. Él y su movimiento deben ser abordados con cuidado y hábilmente antes de que puedan echar raíces permanentes.
"Ahora está demasiado poderoso como para enfrentarlo directamente".
Funcionarios norteamericanos de alto nivel están empezando a compartir este punto de vista. Antes desechado por generales y funcionarios del gobierno de Bush como irrelevante para el futuro de Iraq, Sáder empieza a ser visto cada vez más como un hombre que tiene el poder sea de hacer explosionar a Iraq o de mantenerlo unido, a medida que su milicia continúa retando la autoridad del gobierno iraquí y sus aliados norteamericanos. Mientras la violencia religiosa asola Bagdad y otras partes del país, los musulmanes sunníes acusan el Ejército Mahdi de Sáder de ser responsable de los escuadrones de la muerte bajo el manto del islam.
"En mi opinión, no hay una solución militar a Moqtada al-Sáder", dijo un funcionario de la coalición, que habló a condición de mantener el anonimato. "Podemos sentirnos un poco incómodos con su posición en cuanto a su legitimidad como político, pero sí es un participante válido".
Es un cambio extraordinario para dos enemigos cuyas fuerzas son las más poderosas en Iraq y que han librado algunas de las batallas más mortíferas desde la invasión norteamericana de 2003. Pero en el cuarto año de ocupación, la naturaleza de la resistencia iraquí ha cambiado a medida que política, religión y guerra se han fundido. Ahora los milicianos controlan ministerios claves y derivan su legitimidad tanto de las urnas como del campo de batalla.
Públicamente, oficiales norteamericanos han declarado que el Ejército Mahdi y otras milicias son la mayor amenaza para la estabilidad de Iraq. En privado, sus opiniones son más moderadas.
"Tenemos que cuidarnos de demonizar a Jaish al-Mahdi, porque... hay que mirar los resultados de las elecciones", dijo el alto funcionario de la coalición, utilizando el nombre árabe del Ejército Mahdi. "Moqtada al-Sáder mismo es un personaje terriblemente popular. ¿Por qué? Porque se burla de la coalición. Así que debemos tener cuidado de no demonizarlo".
Hoy, Sáder controla treinta escaños en el parlamento iraquí y cuatro ministerios. Todas las carteras de Sáder proporcionan servicios clave, tales como salud pública y transporte. Le dan la capacidad de canalizar recursos hacia electorados que lo apoyan y reforzar su base popular. Durante las prolongadas negociaciones sobre quién sería primer ministro después de las elecciones de enero, Sáder apoyó a regañadientes a Nouri al-Maliki, también chií, que encabeza el gobierno.
"Sáder representa un problema complejo", dijo Vali Náser, experto en el islam político del Consejo de Relaciones Exteriores. "Es difícil tratar con él política y militarmente sin socavar al gobierno de Maliki que descansa en él".
Ese predicado fue subrayado el mes pasado cuando soldados iraquíes y asesores militares norteamericanos allanaron Ciudad Sáder, la extensa barriada que es el bastión de Sáder en Bagdad, provocando un enfrentamiento a tiros que duró dos horas. Maliki apareció en la televisión al día siguiente denunciando la operación como un obstáculo para los esfuerzos de reconciliación nacional, prometiendo a los iraquíes que "no volverá a ocurrir".
Los militares norteamericanos también han rehuido declarar públicamente que Sáder y su Ejército Mahdi son una amenaza para la estabilidad de Iraq. Pero diplomáticos norteamericanos han identificado a Sáder como una amenaza para el país y no han intentado acercársele. En marzo, el embajador norteamericano Zalmay Khalilzad dijo en una entrevista que Estados Unidos no ha tenido ningún encuentro cara a cara con el clérigo.
Pero Ali al-Dabbagh, portavoz del gobierno iraquí, dijo que el gobierno de Bush y los militares norteamericanos deben aproximarse a Sáder y tratarlo como un líder político en momentos en que muchos iraquíes temen que la guerra civil sea inevitable.
"No han hecho nada, no han dado ningún paso en esa dirección", dijo Dabbagh. "Deberían esforzarse por entrar en diálogo con Moqtada. Excluir a Moqtada no es una decisión cuerda. Podría ser empujado en la otra dirección. Nadie debe ignorar a Moqtada".

Estrategias Cambiantes
Sentado en un sofá color chocolate, Yaqoubi, el ayudante de Sáder, habló con confianza sobre el poder que tiene ahora su movimiento. Cuando se le preguntó por qué pensaba que los oficiales norteamericanos no estaban atacando públicamente a Sáder, Yaqoubi replicó con una sonrisa: "Están tratando de no empeorar la situación".
De voz suave, con una gruesa y cuidada barba negra, Yacoubi reconoce que la guerra de guerrillas no ha sido efectiva a la hora de terminar con la ocupación norteamericana. Ahora, Sáder y sus seguidores han cambiado de estrategia y se están concentrando en la arena política, en la creencia de que la presión doméstica en Estados Unidos conducirá inevitablemente a que las tropas norteamericanas abandonen Iraq.
"Todos pensaban que los partidarios de Sáder sólo pensaban en pelear, como los talibanes", dijo Yacoubi. "Queremos demostrar que tenemos la capacidad para participar en el proceso político".
Los partidarios de Sáder se niegan a tratar con oficiales norteamericanos. Yacoubi expresó amargura sobre la falta de apoyo norteamericano de la insurrección chií después de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, que fue reprimida brutalmente por Saddam Hussein.
Interrogado si acaso Khalilzad ha hablado con Sáder alguna vez, Yacoubi dijo: "No necesita intentarlo. No necesita ser un invasor. No lo es, y podemos hablar con él".
Agregó que Sáder ha rechazado las aperturas diplomáticas hechas por funcionarios norteamericanos a través de Naciones Unidas y otras terceras partes.
Al mismo tiempo, los partidarios de Sáder están preocupados sobre el impacto que están teniendo los asesinatos del Ejército Mahdi y sus enfrentamientos con soldados iraquíes en su imagen y en sus posibilidades de ser tomados en serio en el escenario político. Y funcionarios norteamericanos y expertos iraquíes están cada vez más dudas sobre el control que ejerce Sáder realmente sobre sus milicianos.
"Siempre he creído que tiene menos control de su organización de lo que nos quiere hacer creer, y él tiene ese tipo de lugartenientes con franquicia que siguen sus directrices más amplias, pero las interpretan y aplican a su modo", dijo el alto funcionario de la coalición. "Puedes ver, de vez en vez, que él está tratando de cambiar ese orden de cosas".
Eso ocurrió la semana pasada después de intensos enfrentamientos entre los milicianos del Ejército Mahdi y fuerzas iraquíes en la ciudad de Diwaniyah, al sur de Iraq. Los ataques inquietaron incluso a los propios seguidores de Sáder. Después, Sáder señaló al gobernador de Diwaniyah que debería investigar las acciones de sus milicianos. En los últimos días, también ordenó que sus fotos fueran retiradas de los ministerios y oficinas de gobierno para impedir cualquier abuso cometido en su nombre o imagen.
"Eso puede afectar la reputación de Moqtada al-Sáder", dijo Yacoubi.
Sin embargo, Sáder se ha demostrado imprevisible y sorprendentemente capaz de movilizar a sus seguidores. Su disposición a utilizar la violencia en caso de que el experimento político de Sáder no logre alcanzar sus objetivos, arroja una sombra sobre las palabras de Yacoubi.
"Si les dejamos la decisión a ellos, no se irán. Se quedarán", dijo Yacoubi sobre los norteamericanos. "Para que los invasores se marchen, necesitan algunos sacrificios. La gente debe sacrificar sus almas para que los norteamericanos se marchen".

Presión Para Responder
En la mezquita de la cúpula dorada de Nayaf, la del Imán Ali, el lugar donde está enterrado el santo más venerado del islam chií, los milicianos del Ejército Mahdi en sus tradicionales uniformes negros merodean en torno a las entradas, observando a los que entran. A menos de cien metros, unos jóvenes gravitan hacia un puesto donde se pasan videos de propaganda del Ejército Mahdi.
Muchos observadores dicen que en momentos en que el gobierno de Bush y Sáder no están hablando, una opción política es tratar de sacar a los hombres pobres y de clase media baja como estos de las calles.
"Lo mejor que se puede hacer es darles trabajos, no en el sistema de seguridad, sino donde puedan estar activos en la economía", dice Dabbagh, el portavoz de gobierno, refiriéndose a los milicianos del Ejército Mahdi. "Una vez que tengan ingresos, no creo que obedezcan a una ideología o se conviertan en fundamentalistas o extremistas".
Otros observadores dicen que el gobierno iraquí y sus benefactores norteamericanos deben interrumpir la red de servicios sociales de Sáder proporcionando servicios sanitarios, educación y otros, así como implementar las leyes.
"Sólo si los líderes chiíes moderados proporcionan seguridad y gobernabilidad, podrán hacer frente a Sáder", dijo Náser. "Sería un error enfrentarlo directamente. Se convertirá en un mártir, y su movimiento se hará todavía más fuerte. Además, acabar con los partidarios de Sáder puede crear milicias mucho más militantes y diversas".
Sáder tiene que integrarse gradualmente a la vida política, dijo Marr, "manteniéndolo en la superficie, donde pueda ser observado y presionado... Así podremos cortarle las alas, militarmente, y podremos reducir su popularidad proporcionando servicios públicos, trabajos, y desacreditando su extremismo".

Naseer Mehdawi contribuyó a este reportaje.

©washington post
©traducción mQh
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