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matrimonio, víctima de la guerra


El número de divorcios se ha duplicado desde el inicio de la guerra. Entre los motivos se encuentran las tensiones sectarias y el desempleo.
[Alexandra Zavis] Bagdad, Iraq. Durante años, la mayoría de las solemnes jóvenes parejas que se acercaban a Sayid Rafid Husseini lo hacían porque querían un certificado de matrimonio. Ahora, dice el clérigo, muchos de los que llegan a su despacho en las cercanías de un venerado santuario musulmán chií, quieren uno de divorcio.
"Trato de convencerlos de que no lo hagan", dice Husseini.
Pero los tiempos son difíciles. Olas de asesinatos y desalojos, para no decir nada de las presiones religiosas, han destrozado a las familias. Y el desenfrenado desempleo está agregando una insoportable tensión, convirtiendo lo que era antes un tabú casi impensable en una realidad cada vez más común en la vida iraquí.
El número de divorcios concedidos anualmente por tribunales iraquíes se ha duplicado desde que las tropas norteamericanas invadieran el país en 2003, de 20.649 ese año a 41.536 en 2007, de acuerdo a cifras proporcionadas por el Supremo Consejo Judicial, que supervisa los tribunales. Pero la cifra real es probablemente mucho más alta.
En lugar de ir a tribunales, un creciente número de musulmanes se contenta con separarse de acuerdo a la sharia o ley islámica. Para un hombre sunní, eso puede ser tan simple como declarar su intención tres veces ante dos testigos. Para los chiíes, significa convencer al clérigo del vecindario, como Husseini, de que les entregue un certificado.
La ley del estado civil de Iraq se basa en la sharia, que rechaza el divorcio, excepto en circunstancias excepcionales como enfermedad, esterilidad o abusos. Los jueces refieren a la mayoría de las parejas a asistentes sociales, que tratan de ayudarlas a superar sus diferencias.
Anam Salman, una dama de edad con un pañuelo de cabeza, ha estado reunificando familias en el tribunales de asuntos civiles en el occidente de Bagdad durante veintiséis años. Regaña y persuade, molesta y simpatiza con las llorosas parejas que llegan a su oficina.
"Si vemos alguna posibilidad de que se reconcilien, presionamos más fuerte", dijo Salman. "Les decimos que debemos reunirnos una vez más, y de una sesión a otra los llamamos. Usamos todo nuestro dinero en tarjetas de teléfono".
Cuando las asistentes sociales terminan, envían un informe al mugriento recibidor del juez Abdullah Alousi, que atiende en una pequeña oficina atiborrada de oficinistas y abogados que sacuden documentos que debe revisar.
Hubo una época, dice Alousi, en que las peticiones de divorcio eran raras. Pero en estos días tiene que atender tantas separaciones como matrimonios.
"Basándome en mi experiencia como juez en el último cuarto de siglo, creo que la principal razón detrás del divorcio es la ausencia de religión", dijo Alousi, un hombre calvo con un bigote blanco, meticulosamente vestido con un traje de raya diplomática y una corbata de seda. "En el islam, el divorcio es la última opción. Pero ya no es así".
Las actitudes conservadoras sobre el matrimonio y el divorcio empezaron a ablandarse durante el régimen de Saddam Hussein, cuyos primeros años en el poder presidieron un impulso modernizador que llevó a más mujeres a las fábricas y garantizó su derecho a la educación. Ahora las mujeres inician más de la mitad de los divorcios, pese a la desaprobación de una sociedad que normalmente responsabiliza a las mujeres de las separaciones.
La violencia y las dificultades económicas de los últimos años han sido especialmente duras para ellas. La mayoría de las mujeres son criadas con la idea de que sus maridos deben mantenerlas. Pero cuando las pandillas sectarias empezaron a atacar a los hombres de otras sectas, las mujeres se vieron obligadas a trabajar mientras sus maridos se quedaban en casa.
Es una situación incómoda para ambos y ha causado muchos divorcios, dijo el clérigo Husseini.
En los momentos más álgidos de los asesinatos sectarios en 2006, clérigos extremistas firmaron edictos religiosos prohibiendo el matrimonio entre chiíes y sunníes, que fue implementado en algunos barrios a punta de pistola.
Cuando uno de los jóvenes dijo a Alousi que quería divorciarse de su esposa porque pertenecía a otra secta, el juez hizo despejar la sala. Aislada de sus padres, la pareja estalló en llanto y confesaron que todavía se querían. Pero el hombre dijo que lo matarían si no se divorciaba. Alousi no pudo negarlo.
En otros casos, las parejas trataron de seguir juntas, usualmente en vecindarios dominados por la secta del marido. Pero la esposa fue separada de su familia y amigos, lo que también ocasiona dificultades en el matrimonio.
"Hubo muchos casos de divorcios por razones religiosas, pero hemos tratado de limitarlos", dijo Alousi. "Ahora creo que la situación se ha revertido, y volvemos a ver más matrimonios mixtos".
Dahlia, una guapa morena que lleva falda hasta la rodilla y botas a la moda, conoció a su marido en una fiesta durante su primer año en la universidad.
Pertenecía a una familia sunní laica que había prosperado durante el régimen de Hussein. Él era de la oprimida mayoría chií. Pero nada de eso importó en los primeros días de su romance. Se casaron diez meses después.
Su padre utilizó sus contactos para ayudar a su marido a encontrar trabajo en una concesionaria de coches del estado, y se fueron a vivir al segundo piso de la casa de sus padres de él.
Pero el caótico derrocamiento de Hussein lo cambió todo. El marido de Dahlia perdió su trabajo y empezó a tratar de ganarse la simpatía de los nuevos gobernantes del país, los chiíes religiosos. Repentinamente, cuenta ella, él empezó a tener ataques de rabia cuando ella salía de casa sin su pañuelo de cabeza o cuando salía de visitas para ver a amigas y amigos. Ella se negó a escucharlo.
Entonces descubrió que estaba cortejando a un rica vecina. El islam permite que los hombres tengan hasta cuatro esposas, pero para Dahli "eso fue una puñalada en mi corazón".
El día que dio su último examen, él le pidió la separación. Les tomó once meses terminar el divorcio. Ella volvió a casa de sus padres y encontró trabajo en una radio. Él se casó con la vecina.
"No es una mala persona", dijo Dahlia, que, como muchas de las personas entrevistadas, no quiso que se publicaran los nombres completos suyos o de su marido. "Pero cuando cambió el régimen, él perdió su posición y dinero y eso lo afectó tremendamente... Por supuesto, su nueva esposa es chií".
Casi todos los divorcios tienen un elemento económico, dicen las asistentes sociales. El alquiler, el alimento y el combustible están siempre subiendo de precio e incluso los pocos afortunados que tienen trabajo no pueden mantener el ritmo, lo que causa constantes rencillas entre esposos.
Shahad, hija de padres chiíes conservadores, está convencida de que su matrimonio se habría salvado si su marido hubiese podido comprar una casa para ellos. Pero incluso con un diploma universitario lo único que pudo hacer fue trabajar en la tienda de abarrotes de su padre. Así que la pareja se mudó a un pequeño cuarto aledaño a la salita de sus padres.
"Su familia se metía en todos los detalles de nuestra vida", dijo.
Shahad discutía constantemente con su suegra, y dijo que su marido siempre se ponía del lado de su madre. Finalmente sus riñas terminaron en puñetazos. Pero Shahad temía que el divorcio pudiera estigmatizarla a ella y su hija.
Para su sorpresa, desde que dejó a su marido ha recibido cuatro peticiones de matrimonio.
"La gente está superando los estereotipos", dijo. Una mujer que proviene de una buena familia y tiene una moral sólida y un salario decente, "atrae a los hombres y ya no les importa si es divorciada o no".

alexandra.zavis@latimes.com

Usama Redha, Saif Rasheed y Caesar Ahmed contribuyeron a este reportaje.

7 de mayo de 2008
13 de abril de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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