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PATRULLANDO CIUDAD SADR EN UNA FURGONETA - steve fainaru


Cuatro muertes recientes ilustran vulnerabilidad de fuerzas iraquíes.
Bagdad, Iraq. El convoy se detuvo formando una sola fila: una media docena de vehículos militares blindados estadounidenses y una furgoneta gris Nissan, todos ellos matando el tiempo en un sucio sitio en Ciudad Sadr, la barriada controlada por los insurgentes.
En la furgoneta viajaban cinco miembros de la Guardia Nacional Iraquí, que descansaban un rato después de haber estado patrullando con las tropas norteamericanas. Los hombres bebieron agua bajo el ardiente sol de mediodía. Llevaban chalecos antibalas, pero sin cascos, y estaban todos en la furgoneta no blindada.
Sin aviso previo, una bola de fuego naranja envolvió el área, seguida por un ensordecedora explosión y luego una nube de humo gris que ocultó al sol. Cuando se disipó, el Nissan y los iraquíes que estaban dentro yacían acribillados con rodamientos del tamaño de canicas que habían salido impulsadas desde una bomba colocada al lado de la acera de la calle.
"¡Están muertos! ¡Están todos muertos!", gritó un soldado americano, corriendo hacia el vehículo.
"¡Asegúrate!", gritó otro. "Mira si se mueven".
"Están muertos", dijo el primero, retrocediendo. "Los mataron a todos".
Tres norteamericanos -todos artilleros cuyo trabajo exige que estén parcialmente expuestos en la escotilla de atrás de los todoterrenos blindados- fueron heridos, aunque ninguno de gravedad. Decenas de soldados norteamericanos resultaron ilesos, gracias sobre todo a sus vehículos blindados.
La explosión, presenciada por un periodista del Washington Post que viajaba en un todoterreno blindado directamente detrás del Nissan esa tarde del lunes, demostró la desigual vulnerabilidad de las fuerzas norteamericanas, que están equipadas con armas y blindaje sofisticados, y sus aliados iraquíes, que participan en las mismas batallas con equipos terriblemente inferiores.
Entre los iraquíes son frecuentes las quejas de que ellos no tienen las herramientas para hacer su trabajo. Alrededor de una docena de soldados y reclutas han muerto en la última semana en emboscadas y atentados con bomba. Con las elecciones programadas aquí para enero, el gobierno de Bush ha puesto sus esperanzas en que los iraquíes asuman una responsabilidad cada vez mayor en lo que se refiere a la seguridad.
Cuando pregunté si una furgoneta Nissan ofrecía suficiente protección en Ciudad Sadr, donde en el último mes han estallado más de 100 bombas a lo largo de las calles, el capitán Haider Yehya, comandante de los guardias nacionales iraquíes, respondió: "No son las que debe usar un ejército".
Los iraquíes que murieron eran Amar Ali, 22; Walid Younes, 28; Sabah Mujed, 25; y Thamer Ali Majed, 20, de acuerdo a Yehya. A pesar del temor inicial de los soldados estadounidenses de que todos los ocupantes de la furgoneta hubieran muerto, había un sobreviviente: el conductor del Nissan, Ahmed Khaleb, 25, que fue herido gravemente por la metralla en su cara y piernas. Khaleb se arrastró fuera de la furgoneta, empapado en sangre, y se desplomó en el suelo. Fue evacuado al Hospital de Combate norteamericano en Bagdad. No hubo más informaciones sobre su estado.
El día comenzó hacia las 11:30 horas cuando el segundo batallón de la Compañía Bravo, el segundo batallón del Regimiento de Caballería Nº8 y la primera división de Caballería se pusieron en marcha por la Avenida del Canal de Bagdad para patrullar en Ciudad Sadr, que sigue en gran parte en manos de los insurgentes leales a Moqtada al-Sadr, el clérigo chií rebelde.
Los iraquíes eran miembros del batallón 305 de la Guardia Nacional, que tiene dos compañías asignadas a la Primera División de Caballería. La compañía cuyos hombres fueron alcanzados por la explosión, la Compañía C, es apodada ‘Los leones de la libertad'.
Los vehículos se reunieron en un terraplén en la calle cerca de los límites sur de Ciudad Sadr. El convoy entró entonces a la barriada, haciéndose camino entre enormes montículos de supurante basura y a través de estrechos callejones que los soldados observaban cautelosamente como escondites potenciales para emboscadas. Retratos de Sadr cubrían los lados de los edificios.
En este tenso ambiente, los niños caminaban por la calle, observando a la patrulla. Algunos saludaron a los soldados, sonriendo; cuando el convoy se detuvo un momento, los niños rodearon a los guardias iraquíes y hablaron con ellos. Entonces, cuando el convoy se puso nuevamente en marcha, los ánimos cambiaron. Algunos niños arrojaron piedras a los vehículos.
Hacia las 2:45 el convoy regresó a un enorme terreno vacío cerca de los límites sur de Ciudad Sadr, donde fue alcanzado por otros vehículos de otras unidades que patrullaban el área. Dos tanques M1-A2 Abrams apuntaban hacia el vecindario.
El teniente Tye Graham, 23, de Pecos, Tejas, dijo que los comandantes habían decidido usar el terreno como un punto de reunión para montar un ataque contra los insurgentes que habían puesto una bomba en Ciudad Sadr, en cuya explosión dos soldados norteamericanos habían resultado heridos alrededor de dos horas antes.
Detrás del Nissan, el sargento Anthony Stewart, 31, de Sumter, Carolina del Sur, estaba sentado en su todoterreno mirando a los guardias iraquíes. Dos de ellos estaban sentados en los asientos de atrás de la furgoneta; uno de ellos estaba tomando agua con polvos hidratantes que los soldados norteamericanos le habían dado. Pero la estaba escupiendo al suelo.
"Mira a esos tipos, no saben cómo tomársela", dijo Stewart. Dijo más tarde que había pensado en bajar del todoterreno para explicarle que tenía que tragarse el agua con los polvos para que fuera efectiva.
Antes de que pudiera hacerlo, el aire se llenó con una bola de fuego de color naranja que parecía que había estallado a unos tres metros a la derecha del Nissan.
El humo de la explosión se disipó en unos 30 segundos, dejando al descubierto la carnicería.
"¡Tenemos a unos guardias heridos!", gritó Stewart en la radio. "¡Hay guardias heridos!"
La furgoneta no había ofrecido protección. El hombre que había estado bebiendo el agua estaba repatingado contra la parte de atrás del vehículo, con los ojos abiertos, y su cuerpo ensangrentado estaba inerte. El hombre junto a él también parecía haber muerto instantáneamente; su cuerpo yacía contra el lado izquierdo de la furgoneta, su mano derecha sobre sus rodillas. Sangre y partes de su cerebro y cráneo se escurrían contra la ventanilla de atrás.
Dentro del vehículo había dos muertos más; un hombre en el asiento de pasajero tenía dos rodamientos incrustados en su frente.
Khaleb, el conductor, logró abrir su puerta y dio unos pasos hacia el médico de la compañía, Justin ‘Doc' Martin, que iba en su todoterreno frente al Nissan. Pero Khaled se desplomó en el suelo y se arrastró hasta que el doctor se acercó a él.
Martin arrancó las ensangrentadas ropas del hombre y comenzó a tratarle su hemorragia arterial.
Otro soldado gritó que el artillero del todoterreno de Martin también estaba herido. El hombre, que estaba inconsciente, había sido alcanzado en la escotilla de los artilleros.
"Tuvimos que despertarlo", dijo Martin más tarde. "No sabía dónde estaba. No sabía quién era yo".
Martin se volvió hacia otro artillero que viajaba dos todoterrenos detrás del Nissan. Cortó la camisa del soldado, y observó su hombro derecho perforado.
"Mi hombro, doctor", dijo. "No siento mi hombro".
Los oficiales norteamericanos pidieron que los nombres de los tres soldados heridos por la bomba no fueran dados a conocer, debido a que sus familias aún no eran notificadas.
Entretanto, dos soldados americanos pusieron a Khaled en una camilla y lo subieron a un todoterreno.
Los comandantes norteamericanos se marcharon rápidamente del lugar, temiendo otro ataque. La furgoneta fue abandonada. Los todoterrenos salieron a toda velocidad por la parte sudeste del terreno, dejando atrás una nube de polvo. Los dos que habían dirigido y seguido al Nissan volvieron hacia la Avenida del Canal en el mismo orden, ahora sin la furgoneta.
Dentro de media milla del terreno, la llanta derecha perforada por la metralla del vehículo que iba en primer lugar, comenzó a desintegrarse. Un humo negro y el olor del caucho quemado lo envolvían, llenando el aire. Fuera de Ciudad Sadr, en un área más segura de Bagdad, los dos vehículos se detuvieron a un lado del camino. Pasó una hora antes de que los soldados pudieran levantar con un gato el pesado vehículo y remplazar la enorme llanta.
La carrocería del lado derecho de los dos vehículos estaba agujereada con hoyos del tamaño de canicas. Las ventanillas a la derecha también estaban perforadas, pero la metralla no penetró el vehículo.
El soldado de primera clase Dion Butler, 20, iba en el asiento de atrás en el todoterreno frente al Nissan. Dijo que había abierto ligeramente la puerta antes de la explosión para controlarla, porque había estado atascándose.
Un trozo de metralla entró por la estrecha apertura. Pasó a milímetros de la cabeza del sargento Jason Pries, 28, de Rochester, Nueva York, que estaba sentado en el asiento de pasajeros de delante. El rodamiento se estrelló contra el parabrisas, perforando el cristal y originando un red de ranuras a partir del punto de impacto.
"Casi me matas", bromeó Pries aliviando cuando Butler contó que había dejado la puerta abierta.
El sargento Nick Varney, de Lancaster, California, conducía el todoterreno detrás del Nissan. Llamó a Ciudad Sadr "un planeta IED", usando la abreviatura del término militar para ‘aparato explosivo improvisado' [improvised explossive device], y dijo que el ataque en el terreno había sido probable porque los tanques norteamericanos a menudo estacionan ahí. "Era sólo una cuestión de tiempo antes de que la milicia Mahdi tratara de emboscarnos", dijo.
Los vehículos llegaron de vuelta a Camp Cuervo a las 5:30, una base de operaciones a unos 10 kilómetros al sudeste de Ciudad Sadr.
"Nunca necesité tanto un cigarrillo en mi vida", dijo uno de los soldados.
"Nunca en mi vida necesité tanto soltar adrenalina", dijo otro.
El teniente coronel Florentino ‘López' Carter, el comandante del destacamento especial, dijo que mientras los iraquíes no recibieran mejores equipos él no los enviaría a Ciudad Sadr.
Antes del traspaso de autoridad política el 28 de junio a un gobierno iraquí interino, los iraquíes acompañaban a los soldados norteamericanos en sus patrullas, ocupando a menudo los asientos vacíos de los todoterrenos. Pero ahora lo hacen en sus propios vehículos -no solamente furgonetas usadas sino camiones y mini-furgonetas proporcionadas por el ministerio de Defensa del gobierno interino. Usan viejos rifles AK-47 y ametralladoras ligeras RPK.
"Todavía usan esos viejos cascos parecidos a los de la Segunda Guerra Mundial", dijo Carter. "Para decirte la verdad, estarían mejor sin ellos, porque no proporcionan la protección balística de nuestros equipos".
Carter dijo que la falta de equipos adecuados es "el mayor obstáculo" para el objetivo de integrar a los iraquíes en operaciones dirigidas por norteamericanos.
Cuando Carter hablaba, su jefe de operaciones, el mayor Hugh McGloin, entró a su oficina. Antes ese día, McGloin había sido herido en otro atentado con una bomba al lado del camino. La metralla le dio en la parte de atrás de su casco. Cuando se inclinó, dijo, sus gafas resistentes a explosiones se cayeron, y comenzaron a llenarse de sangre.
A McGloin le vendaron la cabeza. Carter le pasó un celular para que llamara a su familia, luego examinó el casco del soldado herido.
"Esto te salvó la vida, hermano", dijo Carter.

28 de septiembre de 2004
30 de septiembre de 2004
©washingtonpost
©traducción mQh

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