Blogia
mQh

desertores en la guerra


[Richard Bernstein] Los alemanes todavía encuentran nuevos pesos morales de la guerra.
Ulm, Alemania. Esta atractiva ciudad en el Río Danubio está dotada de docenas de monumentos conmemorativos dedicados a los que sufrieron las dos guerras mundiales, entre los que destaca un monumento en particular, un grupo de siete losas inscritas encima de un montículo en el cementerio principal, que sirve oficialmente como el monumento conmemorativo a todas las víctimas del nazismo.
Pero hay una controversia local sobre estos monumentos, y refleja un hecho más importante de la vida alemana. Incluso ahora este país todavía no ha determinado cómo recordar a las víctimas, o cuáles sufrimientos y pérdidas tienen derecho a conmemorar.
Un pequeño grupo de gente joven aquí ha empezado a llamar la atención de los diarios locales, argumentando en folletos y en mítines públicos que los monumentos en memoria de Ulm deja fuera una categoría de víctimas: los que desertaron del ejército alemán, muchos de los cuales fueron ejecutados durante la guerra.
"Es absolutamente obvio que la Segunda Guerra Mundial fue un crimen terrible", dijo uno de los jóvenes, Johanna Nimrich, 18. "Es imposible entender por qué se honra a la gente que participó en la guerra, pero no a los que se negaron a participar".
Nimrich y otros cinco jóvenes, que se reunieron en torno a su oposición a la invasión norteamericana de Iraq, quieren honrar a los desertores, los que, en su visión y en la opinión que prevalece en Alemania, dieron una respuesta moral a una guerra definida por su inmoralidad.
Su exigencia, de que un imponente trabajo de la artista Hannah Stütz-Mentzel honrando la memoria de los desertores sea exhibido de manera permanente en algún espacio público, es ciertamente un asunto local, al que se ha prestado poca atención en la prensa nacional de Alemania.
Pero otras ideas y argumentos han emergido en los últimos años, incluyendo la insistencia de algunos historiadores y otros de que Alemania debe llorar por sus propios sufrimientos en la guerra, y entre ellos los causados por los bombardeos de los aliados.
Entretanto también se están haciendo oír los miembros de millones de familias alemanas étnicas que fueron deportados de Europa del Este a países como Polonia y Checoslovaquia después de la guerra, y que quieren reconocimiento público de lo que perdieron.
"El trauma es demasiado familiar, el peso moral sopesado y aceptado", escribió hace poco Jürgen Leinemann, ensayista de la revista Der Spiegel. "Ahora la atención esta girando hacia los sufrimientos de Alemania misma".
Alemania ha tenido una larga evolución en comprender la guerra. En los primeros años, una generación desconcertada y avergonzada dio cuenta del nazismo y las persecuciones nazis con mucha delicadeza, si es que del todo.
"Incluso el estudio académico del genocidio del pueblo judío", escribió Leinemann, "fue tentativo e incierto en esas primeras tres décadas".
Pero en los años sesenta y setenta, poderosamente influida por los juicios de crímenes de guerra de esos años, la generación que nació durante la guerra empezó a cuestionar la complicidad de sus padres en los crímenes de los nazis. Al mismo tiempo, personajes como los novelistas Günter Grass y Christa Wolf y dirigentes de movimientos estudiantiles como Joshka Fischer, ahora ministro de Asuntos Exteriores, exigieron un informe completo y franco de los crímenes de Alemania, especialmente la persecución de los judíos.
Y ahora, es justo decirlo, hay muy poco de desconocimiento oficial o incluso evitación de todo el horror de los crímenes nazis, que fueron explicados en las escuelas alemanas y documentados por cientos de museos y exposiciones en todo el país.
En este sentido es significativo que la conmemoración del fin de la guerra en Alemania sea un domingo, pero lo que es quizás el evento nacional más grande relacionado con la guerra tomará lugar el martes cuando el monumental Monumento Conmemorativo del Asesinato de los Judíos de Europa sea inaugurado oficialmente en Berlín. Consiste principalmente de 2.711 estelas de cemento gris oscuro erigidas en un campo parecido a un cementerio en el corazón del Berlín reunificado, a poco más de un tiro de piedra del Puente de Brandenburgo.
El tamaño y ubicación central del monumento son considerados ampliamente aquí como un testimonio a la centralidad y unicidad del Holocausto entre los muchos crímenes de los nazis, así como la voluntad de Alemania de aceptar su responsabilidad, tanto moral como material, por los crímenes de los nazis.
También es significativo, en las secuelas de la decisión de levantar el monumento al Holocausto, que varios grupos, entre ellos homosexuales y gitanos, que también fueron perseguidos por los nazis, han exigido monumentos propios, así como miembros de familias deportadas del Este.
En este sentido, lo único que es diferente sobre Ulm, una ciudad de más de 100.000 habitantes en las riberas del Danubio al sur de Alemania, es que parece ser el único lugar donde ha surgido la demanda de que el movimiento que busca recordar a los desertores de la Wehrmacht forme parte de las conmemoraciones públicas.
Las raíces de la iniciativa de Ulm se remonta a 18 años, cuando un grupo de gente opuesto al servicio militar en Alemania encargó a Stütz-Mentzel, una artista de la localidad, que creara una obra dedicada a los desertores. Stütz-Mentzel hizo una enorme estructura de metal que mostraba una serie de losas, de muy pequeñas a muy grandes, en la que la losa más pequeña iniciaba un efecto de dominó, derrumbando a las losas más grandes.
"La idea es que incluso el más insignificante de los soldados puede influir en los más grandes", dijo recientemente en su taller.
En 1989 Stütz-Mentzel y sus amigos colocaron la escultura en una plaza pública en las afueras de Ulm, donde se cree que fueron ejecutados algunos desertores. Pero las autoridades de la ciudad le ordenaron retirarla. Como consecuencia en los últimos 16 años la pieza de Stütz-Mentzel ha estado guardada en un pequeño jardín trasero del maestro de inglés de la localidad, Hildegard Henseler, donde, de vez en vez, la gente para a visitarla.
Entonces, hace unos meses, un pequeño grupo de estudiantes secundarios de Ulm oyeron hablar sobre la escultura semi-desechada de Stütz-Mentzel. El ayuntamiento rechazó la petición de los estudiantes de colocar la obra en un espacio público. Los estudiantes y sus partidarios sospechan que es porque la deserción sigue siendo una materia delicada, especialmente en una ciudad como Ulm, sede de una enorme base del ejército alemán. Pero el alcalde de Ulm, Ivo Gönner, un social-demócrata de 52 años, niega que sea el caso.
"Los desertores están incluidos en el monumento general como víctimas del régimen nazi", dijo Gönner en una entrevista en su despacho. "No se trata de que los desertores, por principio, no puedan tener monumentos".
Otros, incluyendo a los estudiantes que han reiniciado el debate en Ulm sobre la escultura de Stütz-Mentzel, están en desacuerdo.
"Los desertores no cuadran, cómo decirlo, en nuestra historia no procesada", dijo Manfred Messerschmidt, profesor de historia militar de la Universidad de Ulm. De acuerdo a Messerschmidt unos 22.000 soldados alemanes fueron ejecutados por deserción durante la guerra. Entre los desertores que sobrevivieron estaba José Ratzinger, un joven soldado que desertó en las semanas finales de la guerra y que llegó a ser el Papa Benedicto XVI medio siglo después.
"El desertor, que es una especie de conciencia potencial, no es adoptado aquí, y eso es inquietante", dijo Messerschmidt. "Es por eso que no lo quieren tomar en cuenta. Es por eso que no quieren un monumento".

10 de mayo de 2005
8 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

0 comentarios