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narradores callejeros de marruecos


[Marlise Simons] Narradores callejeros mantienen vivas tradiciones literarias de Marruecos, sobreviviendo a duras penas.

Marrakech, Marruecos. Es la hora de trabajar y Mohammad Jabiri sale para Jemaa el Fna, la plaza principal de Marrakech, llamada a menudo el cruce cultural de Marruecos.
Un poco encorvado, se desliza entre la muchedumbre, pasa frente a los encantadores de serpientes y sus flautas, el ruido de los tocadores de tambores y címbalos, los vítores de los acróbatas, y los pregones de los vendedores de kebabs, hasta que encuentra un lugar tranquilo para sí mismo.
Jabiri es un contador de historias, un oficio que ha practicado durante más de cuarenta años. Todos los días conjura pasados imaginarios o reales llenos de guerras antiguas y poblados por pecadores y profetas, sabios sultanes y astutos ladrones.
Para esto necesita pocos accesorios: un pequeño taburete y unas ilustraciones de color. El resto es actuación. Sus ojos se hacen grandes y enigmáticos y su voz retumba o susurra, dependiendo de la trama.
Jabiri, 71, es uno de los ocho bardos que todavía actúan en público en la región de Marrakech, al sur de Marruecos. Pero como la mayoría de ellos, teme que su generación pueda ser la última de una línea de que es tan antigua como esta ciudad del medioevo.
Estos hombres descienden de la época en que -muchos antes de la radio y la televisión, teatros y teléfono- los narradores itinerantes traían noticias y entretención en las ferias de campo y plazas de pueblos.
Sin embargo, de algún modo, Jabiri todavía se las arregla para hacer frente a la descomunal competencia electrónica.
"Alguna gente piensa que la televisión está muy lejos de ellos", explicó a un visitante. "Prefieren tener contactos personales, prefieren oír historias vivas".
Y así lo hicieron una tarde hace poco, cuando Jabiri echó una bendición, levantó su mano derecha y empezó a contar la historia de una joven que se había enamorado de un castp eremita. Pero el eremita la rechazó como una enviada del demonio, así que decidió acostarse con un pastor que cruzó su camino, quedó embarazada y dijo que era el hizo del eremita.
La historia se extendió durante la hora siguiente, adentrándose por varios temas secundarios e inesperados recovecos. El público estaba formado solamente por hombres, algunos sentados en el suelo, algunos apoyados contra sus bicicletas. No se supone que las mujeres deban pararse y escuchar historias estrafalarias u obscenas.
"A la gente más vieja le gustan las historias sobre la vida del profeta y sus compañeros", dijo. "Les gustan las historias de guerra, de batallas entre musulmanes y persas o entre musulmanes y cristianos. A la gente también le gustan los milagros, como la de Jesucristo devolviendo la vista a los ciegos".
Estudiantes de las costumbres locales dicen que las historias son una gran olla podrida de religiones y cuentos folclóricos de los bereberes, gnawi y árabes de la región.
Mohammad el-Haouzi, un biólogo que creció cerca de la plaza, dijo que le encantaba el espectáculo siempre cambiante de los malabaristas, curanderos, músicos y narradores. "A veces paso por la noche, cuando necesito alguna distracción", dijo. "Aquí puedes comer, reír, arreglar tus dientes y hacer que te pinten el cuerpo".
Haouzi ha oído aquí innumerables historias e incluso cuando las conoce, rara vez suenan iguales. La magia está en la narración, dijo, y el ánimo puede cambiar las payasadas del narrador, o los gritos y burlas de la audiencia. Las historias pueden ser moralejas o del burlesco, o pueden parodiar a los ricos.
"Un hombre parodiaba a menudo la pompa de los periodistas de televisión", dijo Haouzi. "La gente aullaba de risa".
Juan Goytisolo es uno de los pocos expatriados europeos que habla el dialecto árabe de Marruecos y entiende a los narradores. Un prominente escritor español que ha vivido aquí desde los años setenta, es un aficionado de Jemaa el Fna y sus artistas. Dijo que habían inspirado su novela ‘Makbara’.
En un café con vistas a la plaza, habló con admiración de los "viejos maestros" que ha conocido, sus improvisaciones y bromas, y los trucos que usaban para capturar y conservar sus audiencias. Algunos solían empezar con una pelea falsa para atraer a los espectadores. Recordó que "Sarouh, un hombre muy fuerte ahora muerto, podía levantar en el aire a un burro. Cuando el burro empezada a rebuznar, la gente se acercaba a toda prisa. "Locos", gritaba entonces a la multitud. "Cuando les hablo sobre el Corán, nadie me escucha, pero corréis como locos para oír a un asno".
Otro narrador, cuando veía que su audiencia empezaba a achicarse, gritaba: "Que se marchan todos los que han maldecido a sus padres", dice Goytisolo con una risa ahogada. "Así que, por supuesto, todos se quedaban y pagaban".
Goytisolo es motor detrás del movimiento para proteger la plaza, que llama un "espacio cultural grande y rico, que está en peligro de ser inundado por el comercio, por la presión de desarrollarse". En los últimos años el grupo ha logrado bloquear proyectos como de la construcción de una enorme torre de cristal y un garaje subterráneo. Ahora se han prohibido los coches.
También consiguió la ayuda de la Unesco, que en 2001 designó a la plaza parte del ‘Legado Oral e Intangible de la Humanidad’.
En los últimos años los estudiantes han usado grabadoras de video para documentar las vistas y sonidos de la plaza, y algunos de los narradores han visitado las escuelas, dijo Goytisolo, "de modo que los niños sepan que hay más que los alimentos enlatados que ven en la televisión". Pero está preocupado, dice, porque los viejos maestros están muriendo y nadie los reemplaza.
Jabiri dijo que en su juventud era más fácil ganarse la vida como narrador. Aunque apenas si podía leer y escribir, aprendió su oficio escuchando a los viejos bardos e imitándolos. Finalmente, quiso ver el mundo y, recuerda con orgullo, contar sus historias en lugares tan remotos como Casablanca, Fez y Meknes.
Pero ahora, el turismo extranjero ha traído la inflación y, con los dos o tres dólares que gana al día, ya no puede pagarse el billete en autobús para volver a casa o pagarse una cama. Ve los cambios a su alrededor. Algunos de sus colegas se han enfermado y dejaron de venir. Dos jóvenes aprendices que están trabajando en Marrakech tienen todavía mucho que aprender.
Cuando el atardecer cae sobre la plaza, Jabiri todavía está contando su historia, y ha llegado a un momento crítico. La mujer embarazada, el eremita y el pastor han sido todos llamados para ser juzgados por el rey. El rey le dice al eremita que será decapitado, pero que puede hacer un último deseo.
En ese momento, Jabiri para abruptamente y propone a su encantada audiencia que hagan un aporte para que él pueda continuar. Recoge las monedas, entona una bendición y, elevando la voz y abriendo sus ojos, completa la historia, haciendo hablar al bebé, que salva al eremita que, a su vez, se enamora de la joven. Por lo menos, es una historia con un final feliz.

27 de febrero de 2006

©new york times
©traducción mQh

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