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revolución de la escuadra de 1973


Una obra magistral del historiador Jorge Magasich Airola. En dos tomos y más de 800 páginas editadas por Lom, el autor desmitifica los clichés acuñados por la Armada de entonces respecto del movimiento de la marinería leal a Allende.
[Jorge Escalante] Chile. "Por la chucha, iñor', si hubiese un oficial entre nosotros, ¿cree usted que íbamos a andar hueveando aquí en Santiago con ustedes?!"
Esa fue la frase explosiva con que el Perro Roldán, cabo de uno de los barcos de la Escuadra, respondió al secretario general del Partido Socialista, Carlos Altamirano, la noche del viernes 3 de agosto de 1973 en una casa-quinta de Puente Alto.
Altamirano quería saber si en el movimiento y los planes que esa noche un grupo de marinos de la Escuadra venían a contarle a él y al secretario general del MIR, Miguel Enríquez, para adelantarse al golpe de Estado que la Marina tenía listo para el 8 de agosto de ese año, había algún oficial de la Armada involucrado.
El asunto para el comité marinero era claro: tenían información de primera fuente de que un puñado de almirantes y capitanes de navío, entre ellos Arturo Troncoso Daroch, Ismael Huerta, Patricio Carvajal y Hugo Castro (el mismo que pidió a Patria y Libertad volar puentes, oleoductos y torres de alta tensión para apurar el golpe, ofreciendo los explosivos necesarios) tenía el golpe listo para derrocar a Allende. La Marina actuaría sola, obligando al Ejército y al resto de las Fuerzas Armadas a plegarse sobre hechos consumados.
Su comandante en jefe, el almirante Raúl Montero, leal a Allende, poco importaba. Ellos tenían a casi todo el cuerpo de almirantes y oficiales de menor graduación alineados con la asonada.
Los más de cien marineros antigolpistas que también estaban coordinados y cuyo único suboficial era Juan Cárdenas Villablanca, presente esa noche en la reunión integrando el comité de siete miembros que los representaba, explicaron su plan.
Para adelantarse al golpe se tomarían los barcos de la Escuadra, arrestarían a punta de pistola a los oficiales encerrándolos en los camarotes y prepararían las baterías para bombardear los cuarteles de Valparaíso y Talcahuano que se opusieran desde tierra a su acción.
Sólo pedían que los partidos de la Unidad Popular y el MIR los apoyaran desde tierra con su fuerza militante y las armas con que contaran, para asegurar el éxito de sus operaciones.
Se presentaron como "constitucionalistas leales al Gobierno de Allende legalmente constituido" y declarados antiderechistas, orientación que por esos meses imperaba entre la oficialidad de la Armada, que repartía odiosas proclamas anticomunistas en las reparticiones navales para promover el golpe en la institución.
Días antes, el comité se reunió en Valparaíso con el secretario general del MAPU, Óscar Guillermo Garretón, para plantear lo mismo.
Entre los coordinados de tierra dispuestos a parar el golpe estaba también un grupo de trabajadores de los astilleros de la Armada en Talcahuano, que mantenía estrecho contacto con 'Rafael', el estudiante de economía y militante del MIR José Goñi, actual ministro de Defensa.
Ni Altamirano ni Garretón creyeron en los planes expuestos por el comité de marinos. Sí lo hizo Miguel Enríquez. Los dos primeros no se comprometieron a nada, sólo a contarle a Allende. El MIR de Enríquez armó rápidamente estrechos lazos con el comité y prometió entregarle las armas cortas que esa noche, en la reunión, el grupo de siete marinos liderado por Cárdenas requirió para arrestar a los oficiales.

Las "Dos Almas" de la UP
El país estaba convulsionado y el golpe militar se palpitaba, pero los comunistas y Allende no apoyaron el plan. El PC y el Presidente formaban parte hacía ya tiempo de una de las dos almas de la UP: la de "no a la guerra civil", que buscaba ampliar la base social de apoyo dialogando con la DC, estaba dispuesta a modificar el programa de gobierno y a mantener el proceso revolucionario dentro de los marcos de la institucionalidad democrática para finalmente convocar a un plebiscito que probablemente se perdería por las mismas horas cercanas al 11 de septiembre de 1973.
Al frente estaba la otra alma, la de "avanzar sin transar" y "crear poder popular". La integraban el Partido Socialista de Altamirano, el MAPU-Garretón (el MAPU ya se había dividido y la otra fracción la lideraba el actual senador PS Jaime Gazmuri, que junto al PC apoyaban las posturas de Allende) y la Izquierda Cristiana, además del MIR, que estaba fuera de la UP.
El destino de Chile estaba echado y no había vuelta atrás. Los marinos constitucionalistas tenían la máquina aceitada, aunque con muchas falencias producto de las condiciones. Pero el Servicio de Inteligencia Naval (SIN) los había descubierto y seguía sus pasos desde hacía varias semanas, sin todavía intervenir.

La Obra de Magasich
Estas son algunas de las apasionantes cuestiones contenidas en los dos tomos (más de 800 páginas) del libro del historiador ex mapucista y mirista Jorge Magasich Airola. Exiliado y todavía residente en Bélgica, Magasich trabajó ocho años investigando esta página dramática de la historia de Chile, que fue su tesis doctoral en la Universidad Libre de Bruselas.
Contra todos los malos augurios que recibió Magasich por lo extenso de su publicación y lo complejo de la materia tratada, la editorial Lom decidió publicar la obra "sin cortar ni cambiar una sola línea", como agradeció el autor la noche del 1 de abril pasado en la presentación.
Hurgó en documentos, archivos, prensa, entrevistó hasta al gato y leyó cuanto libro se le atravesó que le aportara información. Se paseó además por otros movimientos revolucionarios de la marinería, pasando por la llamada 'Insurrección de la Escuadra' de 1931, cuando las tripulaciones se apoderaron de los barcos y los condujeron a la rada de Coquimbo.
La obra rescató cada detalle de cómo se fue conformando la red de marinos que intentó actuar adelantándose al golpe que se gestaba, con pasos acelerados a partir del fallido alzamiento militar del 29 de junio de 1973, conocido como el Tancazo.
El autor rearma de manera profunda y fina el clima político de los últimos meses de Allende y su bloque político, la UP, que al final estaba prácticamente quebrada.
Hizo lo propio con el ámbito de la oposición. Se sumergió en el asesinato del edecán naval de Allende, capitán Arturo Araya Peters, el 26 de julio de 1973, complot gestado entre civiles de ultraderecha y oficiales activos y en retiro de la Armada, para apurar el golpe de Estado.
El libro revela además el conflicto y las contradicciones al interior del Gobierno de Allende a partir del arresto de la red marinera que comenzó el domingo 5 de agosto de 1973 , y cuando se empezaron a conocer las brutales torturas cometidas en contra de los que se disponían a frenar el golpe a manos de la Infantería de Marina, en Viña del Mar y Talcahuano.

Sentencia Altamirano
"No me convenció que pudieran asumir el control de los barcos y el armamento, y no me quedó claro lo que podían hacer al amenazar con bombardear ellos primero. Al querer adelantarse al golpe de los almirantes, serían ellos quienes iban a quedar en calidad de sediciosos, aunque se proclamasen leales al Gobierno y defensores de la Constitución y las leyes. Porque era obvio que esos cinco o seis almirantes y contraalmirantes que denunciaban como complotadores iban a decir que todo era falso y que esta sedición de la marinería debía ser aplastada".
Fue la sentencia que Altamirano le dio al autor en la entrevista, coincidente con la que fue su posición en aquel tiempo, distinta a lo que se conoció públicamente.
La investigación deja establecido de manera irrefutable que el movimiento de la marinería de 1973 fue autónomo de los partidos de la UP y el MIR aunque varios de sus integrantes sí simpatizaban con algunos de ellos , y desmiente con ello las acusaciones de la Armada de que fueron la izquierda y Allende quienes decidieron "infiltar" la institución con fines políticos.
De paso, la obra de Magasich echa por tierra "las falsedades", como las califica el autor, de cómo tratan este y otros asuntos similares en sus "memorias" los almirantes José Toribio Merino, Ismael Huerta, Patricio Carvajal y Sergio Huidobro.

6 de abril de 2008
©la nación
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