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para qué sirve la gobernabilidad


columna de mérici
No es habitual ni leer ni oír defensas del sistema binominal. Por eso sorprende el editorial de hoy de La Estrella de Arica, que rompe lanzas por su mantención. Sin embargo, el alegato de la defensa es igual de torcido que el sistema que defiende. La primera defensa del sistema que propone el editorialista es que, aunque el binominal no es representativo ni asigna cupos de manera proporcional, no se le puede acusar de poco democrático porque "[...] uno de los países con mayor tradición democrática, como Inglaterra, tiene un sistema uninominal, que es aún menos proporcional que el nuestro".

Vaya defensa. Esto es como pretender que en Chile es falso que durante el régimen militar se hayan violado los derechos humanos de los opositores porque acá los agentes de las policías secretas no se comieron a ningún prisionero, como sí ha solido ocurrir en algunas dictaduras africanas. Aunque no se ha investigado nunca si los agentes de la dictadura practicaron o no el canibalismo con sus víctimas, la mera ausencia de antropofagia no implica el respeto de los derechos humanos. En realidad, cuando hablamos de derechos humanos rara vez se nos viene a la mente el espectro del canibalismo. No se más demócrata porque se compara uno con lo que otro pretende de sí mismo.

Por lo demás, ¿qué puede importar si Inglaterra se cree o es creída más o menos democrática que otros países? El sistema binominal fue inventado por la dictadura comunista polaca durante el régimen del general Jaruzelski, con el fin de impedir que los comunistas, repudiados por la población después de décadas de dictadura, dejaran de gobernar y controlar el país. El escuálido señor Guzmán, que se hizo llamar senador durante sus últimos meses de vida, simplemente lo adoptó de ese régimen.

El editorialista pretende enseguida que el retorno a una democracia verdadera, y por tanto el abandono del sistema binominal, redundaría en la "[...] fragmentación del sistema político, con la consiguiente pérdida de gobernabilidad". Es un argumento al que la extrema derecha recurre a menudo. ¿Qué quiere decir, exactamente? Demasiados partidos políticos convierten en inestable al sistema político, y permitir un acceso proporcional al sistema político, vale decir, retornar a la sana democracia representativa, podría otorgar demasiado poder a los partidos chicos.

Este punto de vista es bastante reducido. No sé si el editorialista está consciente o considera que la historia política europea de después de la Segunda Guerra Mundial se caracteriza por su inestabilidad política, sobre todo presuntamente si se la compara con la gobernabilidad de la Alemania nazi. O que las sociedades con muchos partidos políticos son más inestables que Chile mismo. Es probable que, por ejemplo, donde la política está mucho más cerca de la administración pura del Estado antes que de la representación interesada de grupos de la población, la abundancia de partidos políticos, que puede provocar períodos de negociación bastante prolongados-en vistas a la formación del gabinete y en torno al programa de gobierno-, sea visto por algunos como sinónimo de inestabilidad. Pero hay países donde es habitual que esas negociaciones duren incluso dos años, y de la llamada inestabilidad no se entera uno sino leyendo noticias sobre Chile.

¿Por qué se considera que la democracia es inestable? Y, ¿qué es la estabilidad?

El editorialista considera negativo para el sistema político -no para la democracia- que el parlamento incorpore a partidos políticos de minoría, que en ciertas coyunturas pueden adquirir demasiado poder. Partidos que no representan ni al cinco o tres por ciento de los votantes terminan siendo decisivos a la hora de formar gobierno. Según el escritor, "[...] esta reforma [...] otorgaría un poder inmenso a los partidos pequeños, como el partido comunista o eventualmente otros, pues el empate entre los dos grandes bloques a que conduce el factor binominal del sistema propuesto se definirá por el voto de esos partidos pequeños".

Eso ha sido siempre así en las democracias.  No tiene nada de malo. No conozco ningún sistema democrático en que los políticos elegidos, o sus partidos, no tengan más o menos poder dependiendo de los resultados de la votación. Así es, y así debe ser la democracia.

¿Qué deberíamos entender por gobernabilidad, estabilidad política o institucionalidad política?

A la hora de decidir sobre las bondades del sistema binominal -no veo yo ninguna-, el editorialista recurre a lo que piensa que son consecuencias de la mantención de este sistema. El país es estable, piensa. Aunque el binominal no sea democrático, el país gana en estabilidad y eso está bueno.

Independientemente de la aparente estabilidad del sistema, lo que hay que tomar en cuenta es que el sistema binominal es una aberración moral. Es una perversión infame de lo que es una verdadera democracia. Desde el momento en que deja de ser proporcional, deja de ser democracia. ¿Qué tipo de gobernabilidad es esta que se basa en que los ciudadanos sólo pueden elegir directamente a la mitad de sus representantes? ¿Cuál sería entonces la diferencia de fondo con la llamada democracia popular? ¿Y por qué deberíamos aceptar que nos gobiernen políticos que no hemos elegido?

Porque en el sistema binominal, las votaciones, de por sí limitados en el sistema, son más bien procesos de ratificación que otra cosa, siendo los candidatos elegidos y nombrados por las cúpulas de los partidos. Y el segundo cupo lo rellenan no los votantes, sino el sistema mismo, que impone al primer candidato de la oposición prácticamente con independencia de la cantidad de votos conquistados en las urnas. De ese modo logró ser ‘elegido’ el llamado senador Guzmán, pese a contar con menos votos que la segunda mayoría.

Este sistema es simplemente una inmoralidad, e inmorales son quienes pretenden que esta infame estupidez es democracia.

Ocurren en el país cosas que son del todo incomprensibles. La policía utiliza armas de guerra para disolver manifestaciones políticas -reflexionese sobre el espantoso autoritarismo que se necesita para encontrar normal que las reuniones de ciudadanos sean disueltas a palos y bala- y ataca con armas de guerra a los rebeldes mapuches en el sur. Cuando no opta por hacerse parte en procesos por las llamadas leyes antiterroristas, simplemente se lava las manos, pretendiendo que los que tengan alguna causa con el estado, en razón de esa violencia y esas muertes, deben recurrir a tribunales, aunque sean estos militares y sepamos todos que la justicia militar tiene por principal función la protección de sus propios hombres, y no la administración de justicia. Sí, así somos muy gobernables.

A los ciudadanos se nos persigue, se nos tortura, se nos roba y se nos mata. No podemos protestar. No podemos pagar abogados. Somos un país muy, pero muy gobernable.

Nuestro país es profundamente inestable, pero la clase política pretende que lo tiene todo bajo control y que aquí no pasa nada. Yo considero un síntoma de una profunda fragilidad del sistema político el hecho de que las clases trabajadoras no estén representadas en el parlamento y que, en realidad, como en tiempos de la dictadura, el mejor aliado del trabajador siga siendo la iglesia católica. ¿No quiere decir nada que sea un obispo el que llame la atención sobre la intolerable situación de explotación de los trabajadores chilenos y clame por elevar el salario mínimo mientras los políticos -nuestros presuntos representantes- hacen la vista gorda y se suben descaradamente sus propios sueldos? Y, sin embargo, algunos de nuestros gobernantes se pretenden relacionados con el presidente Allende. De vivir, el presidente sacaría a esos usurpadores a patadas del palacio de gobierno.

Igualmente me parece a mí un síntoma de una profunda inestabilidad política institucional que se admita la existencia de partidos políticos que defienden ideologías totalitarias y criminales aberrantes, como hace la UDI en Chile. La mera existencia de un partido semejante me dice que aquí hay algo que huele profundamente mal. No es tolerable que haya políticos no elegidos -que son casi todos de la extrema derecha-, pero es todavía menos tolerable que se permita la existencia de partidos e ideólogos que justifican y defienden la dictadura y las violaciones a los derechos humanos. Ese partido no sería admisible en ninguna democracia del mundo, y sus dirigentes e ideólogos pasarían sus vidas en prisión, por el peligro que representan para el país y la seguridad del estado.

También la manifiesta tolerancia del gobierno a la presencia de elementos criminales en el poder judicial -como el ministro Segura- es otro síntoma de la profunda corrupción moral de Chile.

¿Cómo puede alguien pretender que tenemos un sistema estable cuando en realidad esto sólo significa que muchas instituciones heredadas de la dictadura continúan intactas y que estamos obligados a soportar la presencia del Mal en nuestra vida política, admitiendo a políticos no elegidos y considerándolos en pie de igualdad con los políticos por los que verdaderamente votamos?

En realidad, sospecho que con conceptos como estabilidad política y gobernabilidad y otras palabras biensonantes lo que se quiere decir en realidad es que la persistencia del enclave pinochetista en el estado es condición de la limitada libertad de que gozamos y que sin esos privilegios otorgados al pinochetismo no tendríamos ni siquiera esta versión estúpida y burda de lo que antes llamábamos democracia.

Este estado de estabilidad política deja fuera a varios millones de chilenos que prefieren ni votar ni inscribirse en los registros electorales. Es una decisión sana. Votar hoy es una pérdida de tiempo. No sólo valen nuestros votos la mitad, sino además si votamos les ayudamos a perpetuar un sistema político que sólo favorece a las clases dominantes y a la clase política misma.

Según lo veo yo, el sistema binominal sólo sirve para perpetuar en el poder a los políticos cuya función es la defensa de los privilegios de las clases parásitas. Es el sistema binominal el que permite que el régimen actual continúe y se perpetúe como una forma encubierta de dictadura.
    
editorial de La Estrella de Arica

[mérici]

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