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la dalia negra


[Carina Chocano] Adaptación de De Palma es demasiado negra.
Nada más que por horror gótico, su interés como cuento con moraleja sobre sueños rotos en Hollywood y permanente misterio, el espeluznante asesinato de Elizabeth Short, una candidata a estrella del cine cuyo cuerpo mutilado fue encontrado partido por la mitad a unas pulgadas de la acera en un sitio eriazo en el centro de Los Angeles en 1947, continúa ejerciendo una macabra fascinación sobre nuestra psique. O quizás se deba a las campañas de promoción. Como quiera que sea, ayuda a explicar por qué James Ellroy utilizó la historia de la Delia Negra, como llegó a ser conocida, como un trampolín para una novela, pero no por qué emergió de ella en un túrgido pudín de convenciones negras, escabroso melodrama, personajes estereotipados y endebles tramas secundarias más inverosímiles que un cementerio de Praga.
Como el libro que la inspiró, ‘The Black Dahlia', de Brian de Palma, "parece gato por liebre. Los archiconocidos detalles históricos, empapados en grueso y brillante ámbar (¿es una película o un panqueque?), tienen aires de muñecos de cera de mal gusto, completo con el tipo de voz recia de los años cuarenta que, sin duda, convirtió a Edward G. Robinson en un popular invitado de fiestas. Las breves escenas en que vemos a la Dalia Negra misma, tanto como horripilante cadáver en las fotos policiales como la chica triste de una miríada de pruebas cinematográficas, son las cosas más convincentes de la película. Pero incluso ella se pierde en el rebosante enjambre de personajes terminalmente obsesivos y dudosa moralidad, cada uno cargando un bizantino pasado y buques de florido equipaje.
Josh Hartnett, un inocente con corte de pelo Alfalfa, es Dwight ‘Bucky' Bleichert, ex boxeador convertido en poli que accede a participar en un match de publicidad para el Departamento de Policía de Los Angeles, contra otro púgil convertido en poli llamado Lee Blanchard (Aaron Eckhart). Bucky es un niño pobre de Lincoln Heights, y si se ve demasiado joven y demasiado guapo como para sentirse tan cruelmente desilusionado, bueno, no hay más que conocer a su chiflado padre. Se divierte disparándole a las palomas desde su ventana. La muy publicitada pelea les reporta a Bucky y Lee otras peleas publicitarias y marca el comienzo de su amistad, su asociación profesional, su platónico ménage-à-trois y su viaje por la conejera del más puro gótico de Los Angeles.
La chica con suéter en el centro de la trama es Kay Lake (Scarlett Johansson), con la que vive Lee en sospechoso lujo y aparente pecado, aunque nada resulta ser lo que parece. De hecho, poco es lo que parece en la película. Gracias a la persistente voz en off, cada pulgada de espacio entre los personajes es enmasillado con información biográfica y otros rellenos de la trama. Parece que un poli no puede investigar un homicidio en esta ciudad sin abrir una enorme lata de gusanos personales y psicológicos. El resultado es vertiginosamente difícil de seguir, y demuestra ser demasiado para Lee, que poco después de pedir su traslado desde otro caso, al del asesinado de la Dalia, desciende en una espiral de bencedrina que lo envía girando, como una peonza, a una tercera obsesión y derechamente fuera de la película.
Bucky desciende en un mundo de tinieblas de su propia invención, donde conoce a la misteriosa look-alike de la Dalia Negra, llamada Madeleine Linscott (Hilary Swank). Para ser más fatal, a Madeleine sólo le falta disparar rayos letales con sus ojos. El papel es ridículamente vampiresco, y Swank, mascullando con un incongruente acento escocés, lo explota a tope. Una heredera bisexual seducida por los bajos fondos, vive en casa con su corrupto padre autócrata, Emmet (John Kavanagh), un ambicioso inmigrante convertido en millonario de la propiedad inmobiliaria; una madre desquiciada y adicta a los barbitúricos, Ramona (Fiona Shaw); y su perversa hermana menor, Martha (Rachel Miner). Pero ella prefiere gastar el tiempo en bares de lesbianas en Hollywood, y metiéndose con marinos para variar, tal como la chica muerta con la que, según la dicen, se parece. Y Madeleine no es la única con un problema de personalidad: la cordura es realmente escasa. Su prominente familia, por ejemplo, está decadente y extravagantemente en la calle; tan en bancarrota se revela en una escena después de una copiosa cena en la que Shaw, siempre chupando pantalla, ventila los trapos sucios de la familia con la ayuda de un fuerte martini.
Mientras más escarba Bucky, más se hunde en el pantano de corrupción y engaño, perversidad sexual y traiciones que componen el clásico género negro de Los Angeles. (Al menos, no lo obligan a ir al barrio chino). Y mientras más alejados parezcan estos personajes del misterio central, más difícil se torna para la película traerlos de vuelta al sitio del suceso -o más bien, más difícil se le hace expandir el sitio del suceso hasta implicar a todo el mundo. Fue culpa de la sociedad.
Por supuesto que lo fue. El asesinato de Betty Short obtuvo la condición de leyenda como el típico homicidio de Los Angeles, pero proporciona una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar, de culpar a la ciudad por el crimen. Es tarea del pobre Bucky encontrar las piezas dispersas y hacerlas adquirir sentido, lo que hace obedientemente, distrayéndonos de vez en vez con un melodramático floreo. Unas escenas valen el precio de la entrada, por su inspirado camp; en dos de ellas aparece Shaw. Johansson no tiene tanta suerte. No tiene mucho que hacer, aparte de hacer pucheros con unos labios pintados a la perfección y rellenar un suéter, aunque le otorgan una escena de amor en la que un pollo asado de aspecto simpático es sacrificado en el altar de su pasión. Sin embargo, a pesar de algunas divertidas distracciones, ver avanzar la película no es muy diferente a mirar cómo alguien completa un rompecabezas gigante. Eventualmente todo cae en su lugar, pero ya habías visto la imagen en la caja.

The Black Dahlia
Distribución Universal Pictures Dirección Brian De Palma Guión Josh Friedman, basedo en una novela de James Ellroy

15 de septiembre de 2006
©los angeles times
©traducción
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