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échale la culpa a fidel


[Wesley Morris] En ‘Échale la culpa a Fidel' [Blame It on Fidel], Nina Kervel es eternamente curiosa.
Hay preguntas que ningún abuelo burgués quiere oír: "¿Quiénes son los comunistas, abuela?" Anna, la despiadadamente inquisitiva niña de nueve que es Nina Kervel en ‘Échale la culpa a Fidel', de Julie Gavras, tiene que saberlo. Estamos en 1970 y ella es hija de unos intelectuales de clase media que apoyaban la revolución tanto en España como en América Latina, hasta que un viaje a Chile los empuja a implicarse más activamente. Pronto su apartamento parisino se convierte en un lugar de reunión de revolucionarios que trabajan para que Salvador Allende sea elegido en Santiago. Y, de manera brillante, la película se convierte en una historia de madurez doble. El despertar político de los padres corre paralelo al de su hija.
‘Échale la culpa a Fidel' está narrada enteramente desde el punto de vista de Anna (la cámara a menudo deja las cabezas fuera del marco). Lo ve todo y quiere que le expliquen lo que no entiende, como el comunismo. Cuando pregunta qué quieren los comunistas, la madre de su madre (Martine Chevallier), una mujer altiva, pero no demasiado elegante, no se contiene: "Todo".
Otra explicación, más enojada, proviene de una de las nanas de Anna (Marie-Noelle Bordeaux). Una cubana exiliada que tuvo que huir cuando Castro tomó el poder, dice que los comunistas son nómadas barbudos que no creen en Dios. Cuando Anna se lo pregunta a un comunista de verdad, le responden con una de las metáforas en la película que ponen en cuestión su educación católica: una naranja cuyos gajos, dice, los comunistas quieren compartir con todo el mundo.
Se puede ver a Anna considerando todo esto y pensando en ello del mismo modo que parece saberlo todo sobre pájaros y abejas. Kervel tiene una asombrosa capacidad para expresar estos sentimientos. El silencio que sigue no es impasibilidad, sino reflexión. Ella y Gavras (hija del director de izquierdas, Costa-Gavras) crean un alma emocionalmente translúcida. Es una chica que se guarda sus sentimientos, pero no es de ningún modo retraída. Es evidente el peso de las ideas de sus padres, pero la película no la pide que dramatice la infelicidad. Si algo la molesta, te lo hará saber, seas su padre o la rígida monja que la educó en la escuela de niñas.
La madre de Anna, Marie (Julie Depardieu), es periodista, y su hija controla las entrevistas que está haciendo para el reportaje principal de una revista sobre el aborto. Se entera de la tensa relación de su padre Fernando (Stefano Accorsi) con su familia española. Logró sacar del país a su hermana (Mar Sodupe) y su hija joven (Raphaëlle Molinier) después de que ella perdiera a su marido en la lucha contra el régimen de Franco. Fernando se siente culpable por no haber luchado él mismo. Anna puede oler la contradicción en que vive. Sus preguntas sobre sus imperfecciones políticas sólo suenan inocentes. Está buscando el significado de sus actos. En eso, podría ser incluso mejor que su madre. La película no nos deja saber si Fernando y Marie sopesan el efecto que tienen sus políticas en Anna y su hermano menor. Pero podemos asumir que hubo alguna conversación sobre los posibles efectos secundarios de, digamos, una manifestación anti Franco a la que llevaron a los niños y terminó en caos universal y gases lacrimógenos.
Gavras, que adaptó la película con Arnaud Cathrine, de la novela italiana de Domitilla Calamai, presenta la película como una liviana pero fundamental lucha de Anna por aceptar la desilusión con un módicum de gracia. Para Gavras, la pérdida de la inocencia política es un triunfante enriquecimiento. No priva a Anna de su infancia. La hace más profunda. Ella no se rebela, y, sin embargo, su rechazo a permanecer deliciosamente confundida, como su hermano François (Benjamin Feuillet), la mantiene en un estado de interrogativa recalcitrancia. Aunque es François quien tiene que recordarle, cuando él sugiere que "toquen a Allende y Franco", que Franco no es el bueno de la película. Pero Anna lo discute a fondo con su prima.
Esta chiquilla tiene impresionantes primos cinemáticos, cada uno de ellos afectado de alguna manera por el régimen de Franco. Está la curiosa Ofelia de ‘El laberinto del fauno' [Pan's Labyrinth], de Guillermo del Toro, y las bucólicas hermanas españolas de ‘El espíritu de la colmena', de Victor Erice. ¿Qué pasa con el tema niñitas y Franco que saca lo mejor de los directores?

wmorris@globe.com

24de septiembre de 2007
17 de agosto de 2007
©boston globe
©traducción mQh
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