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tolerancia holandesa e integración


columna de mérici
Acabo de leer su ‘Tolerancia holandesa', de Agustín Villanueva.
Su nota es extraña e incompleta en lo que toca a Holanda. Iré señalando paso por paso lo que me llama la atención sobre el permanente mal entendido en torno a Holanda y su política de integración.

Define usted en el primer párrafo que la integración implica convivencia, igualdad de oportunidades y mucho respeto a las creencias, etc. Pues es justamente lo que la actual política holandesa de integración quiere dejar de lado. Ha usted de saber que el término ‘integración' se usa en Holanda explícitamente como sinónimo de ‘asimilación'. En el intenso debate de principios de 2004, el gobierno optó por mantener el uso de ‘integración' sólo porque la palabra ‘asimilación' ya había usada en un contexto similar por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial -cuando se hablaba de la ‘asimilación de los judíos', de los que en esa época se decía que no estaban ‘integrados' y que supuestamente causaban problemas al país.
El actual gobierno holandés no ha definido nunca en qué consistiría lo que llama falta de integración de la población inmigrante y de los extranjeros residentes en general. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que según las conclusiones de la comisión Blok, de diciembre de 2003 y enero de 2004, la integración de los inmigrantes ha de considerarse un gran éxito. Sin dar explicaciones, sin embargo, el gobierno rechazó esas conclusiones y siguió adelante con sus planes en torno al tema. Que afirme el gobierno que los extranjeros no están integrados es reconocidamente falso en el contexto holandés. Sí señaló la comisión Blok que los problemas que enfrentaban los extranjeros en el país -mayor desempleo, mayor dependencia de subsidios- se debían fundamentalmente a una política casi sistemática de exclusión de los ciudadanos de origen extranjero del servicio público y al racismo de una parte de la población nativa. La comisión indicó medidas para superar estos problemas, que el gobierno obviamente rechazó.
La afirmación de que los inmigrantes no están integrados es de naturaleza política e ideológica y poco tiene que ver con la realidad del país. Al contrario, debido a la burda implementación de los llamados programas de integración, los problemas de los inmigrantes y extranjeros son cada vez mayores y ha provocado mayor desempleo, mayor exclusión y mayor racismo.

La diferencia entre inmigrantes con papeles y sin papeles me parece enteramente irrelevante y no se ve a qué buenas conclusiones puede conducir.

En seguida, y sin que venga a cuento, salta usted al Wall Street Journal y al asesinato de Theo van Gogh. Se preguntaba ese diario, dice usted, "qué ha podido fallar para que el cineasta haya sido asesinado por un islamita radical". ¿Qué cree usted? ¿Cree que algo ha tenido que fallar? ¿No le parece que si ha fallado algo, ese fallo debe haber ocurrido en la cabeza del autor del asesinato? En 2002 fue asesinado el cabecilla de la extrema derecha, Pim Fortuyn. Lo mató un extremista holandés. ¿Habríamos de decir, coherentemente, que algo falló -dónde- para que se produjera ese asesinato? Ha de saber usted que los atentados contra políticos ocurren en Holanda desde principios de los años noventa y que han recrudecido en los últimos cinco años. La inmensa mayoría de estos atentados han sido cometidos por terroristas de extrema derecha. Los atentados incluyen intentos de asesinatos e intimidación de políticos demócratas -sobre todo a nivel provincial; incendios provocados de mezquitas, escuelas y centros de reunión de musulmanes; ataques a personas de origen árabe. ¿No debemos preguntarnos qué ha debido ocurrir para haber llegado a este estado de cosas?
Ayaan Hirsi Ali, la diputado somalí, tiene una historia particular que no debe ser ignorada. Con un terrible pasado de violencia, cree que su labor es erradicar el islam. Hirsi Ali propone que los inmigrantes de origen árabe deben optar entre el islam y la Constitución holandesa. La incoherencia del punto de vista es manifiesta, dado que la Constitución re-afirma la libertad de religión. Sus puntos de vista extremistas y ajenos a la tradición holandesa le han valido el creciente reproche incluso de colegas de su propio partido -el VVD, una coalición de liberales y elementos de extrema derecha. En Holanda se mira con tristeza su caso, pues su rechazo visceral del islam está teñido por experiencias en su país -que incluye la mutilación genital. Es interesante observar, sobre su película ‘Submissión', que fue esta un encargo del ministerio del Interior, y que la película fue aprobada por este ministerio antes de su publicación -en una proyección a la que asistieron, aparte los dos realizadores, los ministros del Interior y de Justicia.

No se han discutido abiertamente las dificultades para integrar a los musulmanes por la sencilla razón de que no hay problemas de integración de los musulmanes.

Enseguida une usted, sin explicarse mayormente, el tema de la inmigración con el del terrorismo. Es un paso en falso, y de mala fe. Los actos terroristas, como le explico arriba, vienen ocurriendo en Holanda desde principios de los años noventa; la inmensa, abrumadora mayoría de ellos son cometidos por terroristas de extrema derecha -y no estoy incluyendo como acto terrorista la matanza de Sbrenica, en julio de 1995 en la antigua Yugoslavia, cuando tropas holandesas se hicieron cómplices de la matanza de 7.800 niños y hombres musulmanes. Ninguno de esos actos terroristas ha terminado en juicios ni condenas. Nada se ha hecho tampoco para impedirlos, y nada se ha hecho para relacionar su ocurrencia con determinados sectores de la población nativa. Obviamente hay terroristas islámicos entre los musulmanes del país, y es labor del servicio secreto su detección y detención. También hay terroristas fascistas entre los holandeses del país, y es igualmente labor del servicio secreto su detección y detención.
La influencia potencial a que se refiere Hirsi Ali es una idea tendenciosa. Podríamos decir lo mismo: "Aunque hoy los fascistas son una minoría muy pequeña entre nuestros conciudadanos holandeses, es enorme la influencia potencial de los extremistas de este grupo". Son palabras huecas. Es obvio. Un terrorista empecinado -como recordará usted a los terroristas de ‘Crimen y castigo'- logrará convencer a otros para llevar a cabo sus planes. Sea. Nada nuevo nos enseña la constatación.

Lo que ha dicho Edwin Bakker es más reconocible. La violencia y grosería en la vida política se ha transformado en norma desde que asumiera el primer gobierno de extrema derecha aquí, en 2002. Tan es así que algunos diputados demócratas han denunciado que no se sienten seguros ni en el propio Parlamento, donde las amenazas, insultos y amenazas en los pasillos son cada vez más comunes. (¿No le recuerda nada?) En lo que se refiere a los insultos, ciertamente Van Gogh era conocido por su grosería. Pero en su caso era mucho más que eso: Van Gogh despreciaba e insultaba a menudo a los judíos, y fue procesado por injurias en repetidas ocasiones. De hecho, estuvo en juicio durante los últimos nueve años de su vida. Llegó a celebrar en sus columnas el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Luego de desearle la muerte al jefe de la bancada verde hace algunos años, anunció su intención de ir a mear en su tumba. Ese era el cineasta. También estuvo amenazado de muerte en los últimos 15 años de su vida. Su muerte estaba anunciada -pero tenía demasiados enemigos y no sabíamos de dónde saldría la mano que lo mató.

El país no ha ignorado la presencia del radicalismo islamita. Es una labor del servicio de inteligencia. El servicio de inteligencia ha fallado en la detección de estos terroristas, y ha fracasado en gran parte debido a su propia incompetencia. Como en otros países de Europa, la cantidad de personal musulmán o árabe, incluyendo a traductores, en los servicios secretos y policiales, es mínima. Y eso refleja el problema que señalaba la comisión Blok: la política de exclusión del estado holandés le ha jugado una mala partida. Cuando necesitaba infiltrarse en esos grupos, no pudo hacerlo por haber dejado de lado la urgente y natural tarea de contar con personal árabe. Eso ciertamente no es culpa de la comunidad musulmana.

La señora Verdonk no es una fuente de autoridad. Es ella de profesión guardia de prisiones y no tiene una formación redondeada. Probablemente no significa esto demasiado, pero no lo olvide. Sus planes no se basan en nada real ni mesurable, sino solamente en su odio a los extranjeros y a lo que es diferente. Es una típica representante del nuevo fascismo holandés: ignorante, grosera, falsa, mal amanerada, vociferante y fanática. En la calle se la llama ‘la hija de Hitler'.

Ahora le diré, de mi propia cosecha, que la integración o su carencia no es realmente un tema de gentes inteligentes ni de bien y sobre el cual no se puede hacer más conjeturar, entre otras cosas porque el gobierno no ha definido nunca esta supuesta falta de integración y basa su política en presuposiciones formuladas a medias. Pareciera que lo fundamental en lo que se llama la falta de integración es el aprendizaje del holandés. El aprendizaje del holandés fue siempre alentado por el estado y hubo desde los años setenta institutos estatales que daban incluso cursos gratuitos para extranjeros.
Aprender holandés o no, obviamente, es una decisión personal. Pareciera que el gobierno hoy asume que no hablar holandés es un obstáculo a la integración. Pues bien: la inmensa mayoría de los extranjeros habla perfectamente holandés. Es difícil creer que la insignificante y desdeñable minoría de extranjeros que no domina el idioma local se haya transformado de golpe en el tema central de la integración, pues es claramente falso. En Holanda no se exige, por lo demás, que todos los extranjeros hablen holandés. Usted debe saber que hay extranjeros que no están obligados a ‘integrarse' en este sentido: los llamados por el gobierno, ‘occidentales', los que tienen ingresos superiores y los dueños de empresas. ¿No lo sabía?
Pero ¿por qué deberían hablar los extranjeros holandés? En muchos países del mundo no existe semejante e insólita exigencia y nadie supone en esos países que eso implique problemas de integración. Analice usted, por ejemplo, el caso de Chile: 300.000 palestinos, más de medio millón de alemanes, 50.000 coreanos, etc. No se ha sabido nunca que haya allá problemas de integración, ni nunca ha tenido ningún gobierno planes de integración de ningún tipo. ¿Por qué, entonces, la exigencia? Considere usted que no solamente habla la mayoría de los extranjeros el idioma, sino además que los nativos holandeses son en su gran mayoría bilingües y que es incluso normal que un nativo domine activamente dos, tres y hasta cuatro idiomas. Ciertamente no hay aquí problemas de falta de comunicación por imposibilidad lingüística. En el mercado de trabajo, si es usted de origen extranjero tendrá menos oportunidades que los nativos, hable usted o no el holandés. Es precisamente lo que señalaba la comisión Blok. No es el dominio del holandés el problema; es la actitud de parte de la sociedad holandesa.

La verdad es que el tema del idioma se deriva de otra cosa: para dificultar la inmigración -que es un objetivo, logrado, del gobierno actual y sobre todo de la cabecilla de la extrema derecha, la ministro Verdonk- se ha exigido que los futuros inmigrantes dominen el holandés antes de entrar al país. (Junto a exigencias económicas onerosas, como el impuesto especial de llega casi a los 6.000 euros para los que quieran asentarse en el país). Esta exigencia, claramente, ha hecho disminuir enormemente las tasas de inmigración. La exigencia, como se ve, es un simple truco burocrático para impedir la inmigración; no obedece a nada substancial -y le puedo asegurar que la mayoría de los miles de programadores que llegan al país no habla holandés. Tampoco lo hablan los miles de polacos y otros nacionales de países de la UE. Tan es así que los futuros inmigrantes -pero los de países considerados no occidentales, árabes y musulmanes- deben rendir su examen de holandés, o de integración, en el país de origen... por teléfono. Tal es la seriedad del asunto.

El examen de integración ha sido ampliamente discutido. Ha sido considerado irritante, humillante y estúpido, incluso por el cabecilla del propio partido fascista en el Parlamento, el diputado Nawijn. Incluye preguntas irrelevantes y tendenciosas. De la respuesta a preguntas insólitas se hace depender la entrega de un permiso de residencia. Por ejemplo, si usted responde mal a la pregunta sobre el uso de detergentes, corre usted el riesgo de no obtener ese permiso. (La respuesta correcta es que los detergentes no han de mezclarse). Por ejemplo, si no sabe usted cuál es la diferencia entre una tarjeta de crédito, un pin y un chip, corre el riesgo de perder el derecho a residir en el país. Al examen se sometieron el año pasado varios cientos de holandeses, incluyendo a políticos, intelectuales, artistas y alcaldes y ex alcaldes, y gente de a pie. La opinión fue unánime: el llamado examen de integración es una estupidez. Sus preguntas son arbitrarias y absurdas. Mide un conocimiento variopinto de trivialidades. La sospecha de todos: su intención es simplemente dificultar el ingreso de extranjeros, y humillar a los que lo sobrevivan. Sin embargo, el gobierno no ha tomado ninguna medida en torno al tema. No tiene realmente interés: el propio gobierno reconoce que el objetivo del examen no es realmente ayudar a los extranjeros a integrarse, sino a deshacerse de ellos.

Otro tópico relacionado con la integración son los valores. El gobierno difunde la creencia de que los musulmanes o árabes tienen valores opuestos a la Constitución o incompatibles con la cultura holandesa. Pero esos valores los define el gobierno y sus representantes en base a afirmaciones de ideólogos de extrema derecha, no en base a estudios ni investigaciones. Así, dice el gobierno que el islam es incompatible con la democracia y que favorece el islam la fundación de teocracias. Ave por la imaginación de esos ideólogos. Según un sondeo reciente, sin embargo, la inmensa mayoría de los inmigrantes musulmanes defiende valores democráticos en la vida política y vivirían difícilmente a gusto en países no democráticos. Sólo un tres por ciento de la población musulmana residente conoce valores fundamentalistas. La gran mayoría de ellos participa en las elecciones como el resto de los ciudadanos y ninguno de ellos sueña siquiera con la instalación de un régimen de clérigos. Las afirmaciones del gobierno son pues arbitrarias.
Además, ser fundamentalista no es un delito y es un derecho que garantiza la Constitución. Acá hay ciudades enteras que son fundamentalistas cristianas, desde tiempos inmemoriales, y nadie supone que constituyan un gran problema -a pesar de que, por ejemplo, rechazan la vacunación. Hay barrios fundamentalistas, como algunos judíos -y tampoco se supone que constituyan un problema. De modo que no es el fundamentalismo un problema: esa gente que no bebe, no fuma, no consume drogas y no hace otra cosa que trabajar para sus familias no constituyen, ni han constituido antes, un problema para el estado.
Asegura el gobierno que los musulmanes golpean a sus mujeres. La violencia intra-familiar es un problema que afecta a todas las sociedades del mundo. No dice el gobierno que en Holanda el 50 por ciento de los casos de violencia familiar ocurre en familias nativas. Es verdad que, proporcionalmente, los musulmanes están sobre-representados (si se considera que un 10 por ciento de la población total es musulmana), pero esta constatación no justifica en absoluto esas afirmaciones tendenciosas sobre el islam y las mujeres.

¿Qué ha pasado entonces en Holanda? La extrema derecha y el neo-nazismo (ahora, además, anti-musulmán) han sido siempre fuertes en el país. Sin embargo, por la decencia que caracterizó a la clase política de Holanda, nunca lograron formar parte de gobierno alguno -hasta 2002, cuando se formó la primera coalición con partidos fascistas. Este fue el grave e imperdonable error de la clase política holandesa. Estos partidos -impulsados por el enorme éxito del cabecilla fascista Pim Fortuyn- adquirieron carta de ciudadanía. Fue un error terrible por el que Holanda tendrá todavía que pagar. La clase política, obsesionada por su rendimiento mercantil en las elecciones, optó por reconocer como legítimas ideologías perniciosas, aberrantes y basadas en el odio racial apenas disimulado. Frente al racismo y al fascismo, los políticos holandeses decidieron negociar y hasta gobernar juntos, y muchos partidos antiguamente decentes incorporaron a sus programas medidas fascistas -medidas que eran favorecidas por una parte de los electores. (E ignorando posturas de partidos normales en otros países de Europa, que se comprometieron a no negociar nunca con esos partidos, como en Francia y en Bélgica). El problema es pues que no habiendo los partidos normales alcanzado un acuerdo sobre los fascistas, y temerosos que los votos obtenidos por estos en las elecciones facilitaran coaliciones de las que podrían ser excluidos, y llevados por el ánimo de gobernar a toda costa, la clase política holandesa decidió pactar con el demonio.
Cuando se pacta con el demonio, es este el que gana. Y ha ganado esto: ha creado un clima de tensiones culturales y raciales que el país no conocía desde la Segunda Guerra Mundial, ha despojado de sus derechos a una parte considerable de su población, ha transformado en legítimas medidas discriminatorias que no son aplicadas en ningún país occidental y que violan claramente la propia Constitución y la europea, ha instalado un régimen de apartheid -que ya ha sido denunciado por numerosos estudiosos extranjeros- repugnante y evocativo de las prácticas del apartheid sudafricano de antaño. La clase política -la derecha y la izquierda- dejó entrar al demonio en casa. Y ahora será difícil -no imposible- terminar con él.

Dicen aquí muchos que todo cambió con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, Washington y Pensilvania. No es una fecha que se pueda olvidar. Sin embargo, ocurrió antes la matanza de Sbrenica, en julio de 1995, en la que tropas holandesas se hicieron cómplices de las unidades serbias que asesinaron a sangre fría a unos 7.800 niños y hombres musulmanes en la antigua Yugoslavia. Según muchos, ese acontecimiento cambió todo en Holanda -lo afirman entre otros el historiador James Kennedy. Holanda debió mirarse al espejo. ¿Cómo fue posible? ¿Cómo entender ese increíble acto de cobardía? ¿Qué hacer con los soldados? La investigación oficial de esos acontecimientos duró siete años. Cuando se publicaron las conclusiones, en 2002, el gobierno holandés optó por renunciar antes que procesar a las tropas y repensar su papel en la Unión Europea y en las misiones de Naciones Unidas. En las elecciones que siguieron a la crisis de gobierno, obtuvieron los fascistas casi un 15 por ciento de los votos. Entonces los partidos de la derecha tradicional decidieron hacer la vista gorda sobre las aberraciones morales del fascismo, y aceptaron gobernar con esos partidos -esos partidos que consideraban héroes a los asesinos y sus cómplices, y no entendían qué habían hecho mal las tropas holandesas. Entonces empezó la decadencia de Holanda. En julio de 1995.

7 de enero de 2005
©mérici

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