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drogas y violencia en la frontera


[Ginger Thompson] Hace cuatro meses, Brenda Cisneros, una estudiante universitaria, cruzó la frontera hacia Nuevo Laredo para celebrar su cumpleaños número 23 con su mejor amiga, Yvette Martínez, 27, madre de dos niñas pequeñas. Desde entonces se encuentran desaparecidas.
Laredo, Tejas, Estados Unidos. Gerardo Contreras, 18, un obrero de la construcción de San Antonio y padre de un hijo pequeño, se encuentra desaparecido desde mayo, cuando visitó la ciudad mexicana fronteriza de Piedras Negras para asistir al bautizo del bebé de su hermana.
Samuel y Gerardo González, hermanos de 18 y 24, desaparecieron en diciembre. Su madre, Rosita, dijo que habían llamado por última vez desde un puesto de control militar en las afueras de Nuevo Laredo cuando volvían de un viaje a Monterrey.
"Las autoridades mexicanas no hacen nada, y las estadounidenses nos dicen que no pueden hacer nada", dijo Priscilla Cisneros, la madre de Brenda. "Nos sentimos como si tuviéramos que luchar para encontrar nosotros mismos a nuestros hijos".
La guerra de México contra las drogas empezó a moverse hacia la frontera norte. En los últimos meses las guerras entre los carteles mexicanos más poderosos ha desatado una ola de violencia que, a veces, ha transformado las calles en campos de batalla y las plazas han sido tomadas por pistoleros tirando granadas y disparando con armas de asalto. Funcionarios policiales de México informan que hay un agudo aumento de asesinatos y secuestros, a medida que los jefes de los carteles luchan por hacerse con el control de este codiciado rincón de la frontera. Funcionarios norteamericanos han advertido que los traficantes de drogas mexicanos con identidades falsas se han establecido en el lado norteamericano de la frontera.
Cifras oficiales de Nuevo Laredo fijan en 68 las personas asesinadas en la ciudad fronteriza el año pasado. Sin embargo, funcionarios policiales mexicanos reconocieron que la cifra real es probablemente dos veces más grande.
Un agente del FBI asignado a Laredo dijo que creía que al menos una persona es asesinada en Nuevo Laredo cada día y dos secuestradas al mes.
A menudo, dijo el agente, los secuestros son llevados a cabo por agentes de la policía municipal que trabajan en secreto con los traficantes de drogas. Los agentes paran a sus víctimas por infracciones de tráfico y se las llevan. Michael Yoder, cónsul de Estados Unidos en Nuevo Laredo, dio la alarma el mes pasado cuando advirtió que los americanos secuestrados y asesinados habían subido de cerca de tres al año a más de 25 en los últimos seis meses.
"Creemos que las organizaciones locales de traficantes han entrado al negocio del secuestro por rescate", dijo Yoder. "Durante un largo tiempo se suponía que la gente que no se metía en el mundo de las drogas estaba segura. Pero eso ya no es así".
Laredo y Nuevo Laredo, ciudades hermanas conectadas por un puente sobre el Río Grande, ha sido codiciada durante mucho tiempo por los carteles de la droga debido a que más gente y productos pasan por Laredo que por cualquier otro puerto terrestre del hemisferio.
En los últimos años, los jefes del cartel del Golfo, que controla el tráfico de drogas a través de Laredo, han sido asesinados o están en prisión. Algunos han continuado sus operaciones desde la cárcel. Pero nuevos traficantes han comenzado a pelear por el control.
Entre los más implacables se encuentran un grupo de antiguos agentes de las fuerzas especiales conocidos como los Zetas.
"Hay un montón de paranoia entre los Zetas ahora", dijo un agente del FBI que ha pasado los últimos 18 años trabajando en la frontera. "Tienen vigilantes y casas de seguridad en todo Nuevo Laredo, y están matando a todos de los que sospechan que trabajan para sus rivales. No están corriendo riesgos. La situación ahora es muy peligrosa".
También se ha secuestrado a norteamericanos en otras ciudades fronterizas. El doctor Charles Rogers, 57, oncólogo de Brownsville que dirige una clínica de cáncer en la ciudad mexicana de Matamoros, que está justo al otro lado del Río Grande frente a Brownsville antes de desembocar en el Golfo de México, fue secuestrado el 9 de diciembre en su clínica y mantenido rehén a punta de pistola durante varias horas hasta que su esposa pudo pagar el rescate de 88.000 dólares.
Rogers dijo en una entrevista que había sido parado por tres hombres que se identificaron como agentes de la policía federal mexicana. Después de que se pagara el rescate, dijo, saltó para escapar desde el vehículo en movimiento porque tenía miedo de que los secuestradores lo fueran a matar. Dejó su clínica a médicos mexicanos y ahora atiende consultas por video-conferencia.
"No he vuelto desde entonces", dijo. "No volveré nunca".
El jueves al menos 6 guardias de prisiones y empleados de la cárcel de alta seguridad de Matamoros fueron encontrados muertos en las afueras de la prisión. Una semana antes, pistoleros secuestraron a 25 personas de una aldea pesquera de la costa. Tres de las víctimas, el antiguo alcalde de la aldea y sus dos hijos, fueron asesinados.
El asesinato el año pasado de un periodista del diario El Mañana, de Nuevo Laredo, ha tenido un escalofriante efecto sobre todas los grupos de prensa.
"Nos censuramos a nosotros mismos", dijo Ramón Cantú Deandar, editor de El Mañana. "La guerra está perdida. Estamos solos. Y no quiero que nadie más corra riesgos por una realidad que no va a cambiar nunca".
Las familias de los norteamericanos desaparecidos dijeron que habían sido inconscientes de la violencia en México hasta que sus familias fueron estremecidas por ella. Muchos todavía están paralizados por el temor.
Un grupo de familiares de las víctimas se mostraban reluctantes a ceder una entrevista. La mayoría tenían miedo de que se les tomara fotos o que se publicaran sus nombres, por miedo a las represalias.
Muchos ni siquiera han denunciado la desaparición de sus hijos ante las autoridades mexicanas porque no confían en el sistema judicial mexicano. Los que han denunciado desapariciones de personas dijeron que antes que investigar a los responsables de los secuestros, las autoridades mexicanas acusan a las víctimas de estar implicadas en el tráfico de drogas.
"Es una manera de desentenderse de los casos", dijo Pablo Cisneros, mecánico y padre de Brenda Cisneros.
William Slemaker, maquinista, el padrastro de Yvette Martínez, dijo: "Les dije que si mi hija estaba implicada en el tráfico de drogas, que lo prueben. Pero que ella estuviera o no implicada, ellos tienen la responsabilidad de investigar lo que ha ocurrido con ella".
La señora Cisneros dijo: "No puedo decirle lo doloroso que es. Apenas me puedo levantar por las mañanas".
Lentamente los familiares han reunido fuerzas y comenzado a exigir respuestas. Han publicado fotos de sus hijos e hijas desaparecidas en tablones de noticias y en una página en la red: www.laredosmissing.com. Han cedido entrevistas para la televisión y escrito cartas a Washington y a Ciudad de México. Han organizado sentadas en comisarías de policía y en despachos de alcaldes.
"Nuestras vidas están como suspendidas", dijo Iris Anzures, la hermana mayor de Jerry Contreras. Miró a su hijito, que nació poco después de la desaparición de su hermano.
"No lo quiero bautizar hasta que Jerry vuelva a casa", dijo. "Y no sé si volverá alguna vez".

Ralph Blumenthal contribuyó a este reportaje desde Houston.

23 de enero de 2005
31 de enero de 2005
©new york times
©traducción mQh

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