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imprevisible revolución boliviana


[Monte Reel] Indios de Bolivia viajan cientos de kilómetros para el anteproyecto de Constitución.
Llallagua, Bolivia. Unas cuarenta personas se amontonaban en la parte trasera de un camión, algunos apoyándose en las tambaleantes rejas que amenazaban con ceder cada vez que el vehículo tenía que girar. El polvo del camino en la montaña serpenteaba entre las grietas de la tierra resquebrajada. Cada sacudida activaba un brusco remezón que empezaba en el coxis y subía por la columna vertebral.
En un trayecto de treinta horas, el camión llevaría al grupo de indios quechua y aimara en un viaje desde esta región minera y agrícola de las tierras altas, a la ciudad de Sucre, donde el domingo se inauguraba la Asamblea Constituyente para aprobar una nueva Constitución boliviana.
Entre 2003 y 2005, disturbios civiles dirigidos por indios derrocaron a dos presidentes, y durante esos disturbios la reforma de la Constitución para garantizar una mayor igualdad se convirtió en el grito de guerra de la mayoría indígena de Bolivia. La elección en diciembre del presidente Evo Morales -que reclama descender de aimaraes y ha sido toda la vida partidario de la reforma constitucional- aprobó oficialmente el proceso de modificación que él llama "la re-fundación de Bolivia".
Impulsados por el optimismo y galones de diesel, los peregrinos de Llallagua desafiaron las rudas condiciones de su transporte como meros accidentes. A menos de una cuadra de viaje, lanzaron fuegos artificiales y empezaron a cantar. Cuando las últimas casas de adobe del pueblo desaparecían en la distancia, empezaron a tocar tambores de piel de cabra, flautas y charangos.
Este no era un viaje por carretera; era una fiesta.
"¡Viva la Asamblea Constituyente!", gritaban.
En los últimos días, en los caminos rurales de Bolivia caravanas de indígenas como estas han marchado serpenteando hacia Sucre, a unos 400 kilómetros al sudeste. La mayoría de la gente amontonada atrás en los camiones no viajaron a Sucre por razones oficiales. Fueron porque quieren ser testigos de la historia, dicen muchos, y quieren que su presencia sirva para hacer recordar a los miembros de la asamblea las protestas indígenas que condujeron a la formación del órgano de 255 miembros.
"Vamos a marchar por las calles y vamos a representar a nuestro pueblo", dijo Román Arosquipa, 28, uno de varios campesinos que caminaron durante ocho horas desde la aldea de Jachavi el jueves noche para coger el camión desde Llallagua. "La asamblea es nuestra gran esperanza. Tenemos que mejorar nuestras vidas. Y queremos preservar nuestra cultura".
La vida en Arequipa se concentra en su pequeña casa de adobe en la región del norte de Potosí, el territorio más pobre del país más pobre de América del Sur. Aquí cultiva cereales como trigo y maíz -no para venderlos en el mercado, sino para alimentarse a sí mismo y compartirlos con sus vecinos. Su casa -como la de todos los demás en Jachavi- carece de electricidad. Lleva una colorido chaleco bordado con bordes blancos, lo que indica a los ojos de otros indios que es soltero, aunque su sombrero no es tradicional: es una gorra de béisbol del Hombre Araña.
Encontrar el equilibrio correcto entre lo tradicional y lo moderno será el gran desafío de la asamblea, de acuerdo a los analistas políticos. Aunque la comunidad indígena está bien representada entre los miembros de la asamblea -especialmente entre los 137 miembros del partido de Morales, el Movimiento hacia el Socialismo-, ningún partido o grupo de interés especial tiene la mayoría de dos tercios que se requieren para aprobar cambios constitucionales.
Pero incluso antes de que comience la asamblea, las tensiones entre los que buscan fortalecer la presencia de la cultura indígena y aquellos que defienden otras opiniones, sugieren que la reformulación de la constitución podría parecerse mucho a este viaje: lleno de baches y tropiezos.
Cuando el camión llegó al pequeño pueblo de Lagunillas, el conductor aparcó cerca de un lago que brillaba como una moneda de plata metida entre los afilados picos de los Andes.
"Esto es", dijo Zacarías Colque, uno de los líderes de la federación local de trabajadores indígenas, que pagó el flete del camión. "Bajen todos. Cuidado con los tambores".
Con sus instrumentos musicales en la mano, se dirigieron hacia un claro en la plaza del pueblo, que está unida a una pequeña iglesia coronada por dos cruces de madera. Algunos se sacaron las gorras de béisbol y se pusieron sus tradicionales sombreros alones con plumas metidas en su cinta. Un grupo de aldeanos se unieron a ellos en la plaza. Los músicos tocaron y bailaron en torno a una jarra de alcohol en el suelo, mientras otros se cogían de la mano y los cercaban formando un círculo. Algunos minutos después, la ceremonia se trasladó hacia la nave de la iglesia.
"Estamos rezando por el viaje, pidiendo a la Pachamama que no pase nada malo", dijo Víctor Chocotel, 42, uno de los vecinos de Lagunillas reunidos en la plaza.
Diluir las líneas entre los ritos religiosos indígenas y el catolicismo es algo común en Bolivia, aunque no sin las ocasionales controversias. El mes pasado, el ministro de Educación, Félix Patzi, sugirió que las clases de religión -el catolicismo que se enseña en la mayoría de las escuelas públicas- fueran eliminadas a favor de clases que pongan más énfasis en los credos indígenas. Cuando los defensores de la Iglesia Católica protestaron, Morales intervino diciendo que la jerarquía de la iglesia se estaba comportando como si estuviera estancada "en la época de la Inquisición". Su índice de aprobación cayó de 75 a 68 por ciento.
La semana pasada, la iglesia y el gobierno alcanzaron un vago acuerdo que permite la continuidad de las clases de religión, aunque respetando la diversidad religiosa del país. En una entrevista en La Paz la semana pasada, Eduardo González Saá, director de la comisión de educación de la Iglesia Católica, dijo que los detalles del acuerdo serían redondeados en una cumbre de la educación y que probablemente el debate volvería a surgir en la Asamblea Constituyente.
"Los temas relacionados con las religiones indígenas no se limitan solamente a la educación", dijo Eduardo Burgoa Zeballo, 36, que iba en el camión de Llallagua. "El poder judicial también está incluido, y la reforma judicial es una de las cosas más importantes que debe tratar la Asamblea".
Asintió con Chocotel, que llevaba un casco cónico emplumado hecho del cuero de un buey. El casco se usa normalmente durante los rituales de pelea tinku, que opone a los vecinos de aldeas aledañas en combates mano a mano. Si se derrama sangre, se la considera una bendición para la tierra. A veces las peleas terminan en muerte.
Como muchos otros en el camión, Zeballos dijo que quiere que la asamblea cree un sistema judicial que garantice que más jueces indígenas presidan sobre casos de indios.
"Los tribunales ordinarios no entienden que si alguien muere en un ritual tinku, nosotros no lo consideramos algo malo", dijo.
Cuando el grupo terminó la ceremonia, unos veinte vecinos de Lagunillas se treparon al camión para incorporarse al viaje. Viajaban hombro a hombro, espalda a espalda.
Menos de 30 minutos después de volver a la carretera, se pinchó una llanta. Mientras todos esperaban bajo el deslumbrante sol, un hombre cogió su charango y empezó a tocar.
"¡Viva Bolivia!", gritó.
Después de pasar la noche en una institución sin fines de lucro en la ciudad de Ocuri el viernes noche, el grupo volvió al camión el sábado en la mañana temprano para otras cinco horas de sacudidas en la carretera. Llegaron a las afueras de Sucre alrededor del mediodía, descargaron en un garaje cerca del aeropuerto donde planeaban dormir durante el fin de semana.
En la cabina del camión, Colque llevaba una copia de la propuesta redactada por la federación de trabajadores indígenas del norte de Potosí que entregaba sugerencias para los miembros de la asamblea: La educación debería incluir filosofías indígenas, el sistema de salud debería incorporar tratamientos indios y el estado debería reconocer los derechos de propiedad intelectual de las comunidades ancestrales.
Cientistas políticos bolivianos dicen que muchos en la comunidad indígena están esperando una reforma general del gobierno -algo que es improbable que ocurra dada la ausencia de una facción dominante. Un problema, dicen, sería tratar de introducir en la constitución, políticas específicas en lugar de crear los parámetros más amplios para que los legisladores puedan trabajar con ella. Los críticos de Morales han advertido que él podría tratar de maniobrar a la asamblea para que le concedan atribuciones más amplias y la oportunidad de gobernar términos indefinidos.
Otros grupos, incluyendo a muchos que viven en las tierras bajas relativamente prósperas, esperan que la asamblea les ayude a avanzar en un proyecto de autonomía que les daría más poder de decisión en cuestiones locales -un cambio al que Morales y la mayoría de los grupos indígenas se oponen vehementemente. El choque de opiniones en la asamblea provoca preocupaciones de que el proceso pudiera forzar más divisiones en un país que ha presenciado más de doscientos golpes de estado desde su independencia del dominio español en 1825.
"Es importante que los bolivianos se den cuenta de que aunque esto pueda cambiar las reglas generales del juego, no permite proyectos políticos específicos", dijo Gonzalo Chávez, cientista político de la Universidad Católica en La Paz. "Desafortunadamente, algunos en Bolivia piensan que la asamblea será el lugar donde se aprobará una especie de proyecto político revolucionario".
Néstor Hugo Torres, que representará al norte de Potosí en la asamblea, dijo que ha tratado de templar las expectativas de su electorado.
"Una nueva constitución no va a ayudar directamente a los grupos indígenas, pero una cosa que hace, y que ha hecho, es hacerlos interesarse en el proceso político", dijo Torres, que viajó en el camión en la primera parte del viaje y se reunió nuevamente con el grupo cuando este llegó a Sucre. "Hace tres o cuatro años nadie en la comunidad indígena hablaba sobre cosas como la constitución y el poder judicial. Mira ahora".
El sábado noche, el grupo del camión empezó un trayecto de varios kilómetros desde las afueras de Sucre hacia su colonial plaza mayor.
Se fundieron en una multitud de miles de personas, la mayoría ondeando banderas indias, tocando tambores y celebrando el inicio del imprevisible proceso político que han creado.

6 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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