Blogia
mQh

el jeque nasrallah


[Neil MacFarquhar] Mundo árabe encuentra nuevo símbolo en líder de Hezbolah.
Damasco, Siria. El éxito o fracaso de cualquier tregua en el Líbano dependerá en gran parte de la opinión de un solo personaje: el jeque Hasán Nasrallah, secretario general de Hezbolah, que ha visto su propio aura, y el de su partido, realzados inconmensurablemente tras batirse con el ejército israelí durante casi cuatro semanas.
Ahora que las tropas israelíes operan en el sur del Líbano, el jeque Nasrallah puede continuar peleando en los territorios de donde quiere expulsar a los invasores, en gran parte como ya lo hizo en los años previos a la retirada de Israel en 2000.
O puede aceptar una tregua -quizás para tratar de rearmarse- y ganarse la gratitud del Líbano y de gran parte del mundo.
Los analistas esperan algún tipo de resultado de medio camino, que pare los ataques a gran escala pero con los guerrilleros de Hezbolah todavía atacando a los soldados, de modo que Israel siga sintiendo dolor.
De cualquier modo, el mundo árabe tiene un nuevo símbolo.
Ya no existen las huecas amenazas hechas por la radio oficial del presidente Gamal Abdel Nasser durante la guerra árabe-israelí de 1967 de expulsar a los judíos al mar, incluso cuando Israel ocupaba Jerusalén, las Alturas del Golán y la Península de Sinaí.
Tampoco existe la vana promesa de Saddam Hussein de "quemar la mitad de Israel" sólo para lanzar limitadas descargas de chisporroteantes Scuds. Tampoco existen las promesa incumplidas de Yasir Arafat de dirigir a los palestinos en su regreso a Jerusalén.
Ahora está el jeque Nasrallah, 46, el jefe de la milicia libanesa, ocultándose en un bunker, combinando la rígida lógica de un clérigo con la resuelta determinación de un general, rescribiendo de punta a cabo las reglas del conflicto territorial árabe-israelí.
"Es el hombre más poderoso de Oriente Medio", suspira el vice-primer ministro de un estado árabe, mirando uno de los cuatro discursos televisados del jeque Nasrallah desde que empezara la guerra, durante una reunión informal. "Es el único líder árabe que hace lo que dice que va a hacer".
Días después de que empezara la guerra actual, terminó un discurso observando tranquilamente que Hezbolah acababa de atacar un buque de guerra israelí en las costas del Líbano, una proeza considerada inconcebible para su grupo. Los que corrieron hacia fuera vieron un resplandor en el buque impactado, hecho que provocó que se celebrara en todo Beirut.
El desvío que representa el jeque Nasrallah -su turbante negro marcándolo como un sayyid, un clérigo que desciende del Profeta Mahoma-, ha sido particularmente evidente en esos discursos. No promete destruir a un Israel militarmente superior, sino hacerlo sangrar y ofrecer concesiones.
"Cuando le dice a la gente: yo soy vuestra voz, yo soy vuestra voluntad, yo soy vuestra conciencia, yo soy vuestra resistencia, él combina al mismo tiempo un sentido de humildad y de haber sido ungido para la tarea", dice Waddagh Sharara, profesor de sociología libanés y descendiente de clérigos chiíes. "Es como el mago del circo que saca un conejo de su sombrero y siempre sabe exactamente quiénes están en la audiencia".
Algunos llaman a esto su "toque Disney".
De muchos modos, esta guerra es el momento que el jeque Nasrallah ha estado preparando desde siempre desde que fuera elegido en 1992 para dirigir Hezbolah, a los 32 años, después de que un proyectil israelí incinerara a su predecesor.
En sus transmisiones se ve un hombre tranquilo, seguro de sí mismo, sincero y bien informado, dominando al mismo tiempo los hechos y la situación, dedicado por entero a su causa y a sus hombres. Es distante, aunque presta a su organización, secreta y fuertemente armada, un aire de transparencia, compartiendo detalles del campo de batalla.
El jueves ofreció dejar de disparar misiles si Israel paraba sus ataques, diciendo que Hezbolah prefería el combate terrestre. La posición de Hezbolah en cuanto a una tregua, de la que se ha hecho eco el gobierno libanés, es que nada es posible mientras haya soldados israelíes en territorio libanés.
"Él detenta todo el poder; el gobierno no tiene cartas en este asunto", dice Jad al-Akhaoui, el asesor de prensa de un ministro del gabinete libanés. "Él siempre dice que apoya al primer ministro, pero eso no se ha traducido en el terreno, no ha pasado nada. La decisión sigue siendo una decisión de Hezbolah".
Ni siquiera está claro cómo se formulan esas decisiones. Aunque Hezbolah tiene dos ministros en el gabinete, las propuestas son transmitidas por Nabih Berru, el presidente del Partido Amal y el antiguo rival de Hezbolah, como la voz de la clase trabajadora musulmana chií.
Funcionarios libaneses dijeron que una vez que Berri pasaba las propuestas, nadie estaba seguro de lo que pasaba. Los funcionarios de Hezbolah son o imposibles de localizar o mudos.
Pero el jeque Nasrallah mantiene los contactos. Se relame con la evidente confusión que se refleja en la prensa israelí sobre su ofensiva militar. Se sabe que ha leído las autobiografías de los primeros ministros israelíes. Llama siempre a Israel "la entidad sionista", manteniendo que los inmigrantes judíos deberían volver a sus países de origen y que debería haber una Palestina con igualdad para musulmanes, judíos y cristianos.
En el pasado, cuando Israel invadió el Líbano en su persecución de combatientes palestinos, los palestinos defendían posiciones fijas, luego se retiraban hacia Beirut a medida que iban cayendo las líneas.

Los analistas dicen que la genialidad del jeque Nasrallah consistió en adiestrar a cientos de combatientes de base -maestros de escuela y carniceros y camioneros-, y luego utilizar la religión para inspirarlos a luchar hasta la muerte, con un sitio garantizado en el cielo.
El jeque Nasrallah diseñó algunas tácticas en el discurso del jueves.
"No es nuestra política aferrarnos a un territorio; no queremos que nuestros muyahedines y jóvenes mueran defendiendo un puesto, un cerro o un pueblo", dijo en el estudio, con banderas del Líbano y de Hezbolah detrás de él. La idea es hacer caer en la trampa a los soldados israelíes de elite, haciéndolos entrar a los pueblos antes de que sus guerrilleros abran el fuego.

En un mundo donde los padres son conocidos por el nombre del hijo mayor, el jeque Nasrallah es conocido como Abu Hadi o padre de Hadi, por su hijo mayor, que murió en septiembre en 1997, a los 18, en un enfrentamiento con los israelíes. El nombre hace recordar inmediatamente a todo el mundo su credibilidad y compromiso personal con la causa.
Ese día de septiembre, el jeque Nasrallah debía leer un discurso en Haret Hreik, un deteriorado barrio en los suburbios de Beirut, lleno de edificios de apartamentos que Israel acababa de convertir en escombros. Pero no dijo nada sobre su pérdida hasta que la multitud empezó a gritarle que hablara sobre los ‘mártires'. Elogió a Hadi como parte de una gran victoria.
En entrevistas ha dicho que no dará a sus enemigos la satisfacción de verlo llorar públicamente, pero que sí lo había hecho en privado.
Tiene una hija y dos hijos. Del mayor, Jawad, de 26, se cree que está luchando en el sur del Líbano.
El jeque Nasrallah se enorgullece de hacer frente a Israel en el campo de batalla. Todos sus discursos de tiempos de guerra han estado entrelazados de referencias a la recuperación de una perdida virilidad árabe, un convincente argumento en una región que ha vivido durante largo tiempo con un sentimiento de impotencia. Calificó a los tres pueblos del sur donde estallaron los enfrentamientos más violentos, "el triángulo del heroísmo, la virilidad, el coraje y la caballerosidad".
Puede ser intermitentemente comprensivo y amenazador.
Walid Jumblat, jefe de la secta drusa y uno de los críticos más declarados del jeque Nasrallah, dijo que encontraba irritante esa combinación. "A veces sus ojos le traicionan", dijo Jumblat en una entrevista en su castillo en la montaña. "Cuando está calmado, ríe. Es muy simpático. Pero cuando está un poco irritado, te mira a los ojos con una mirada intensa y feroz".
En el escalafón jerárquico de la clerecía musulmana chií, el jeque Nasrallah es más bien un clérigo ordinario, un hojatolislam, un escalón por debajo de un ayatollah, y mucho más abajo que un mujtahid, o "ejemplo" a ser seguido como guía.
Sin embargo, los fieles chiíes del Líbano lo veneran, tanto como figura religiosa como líder que les ha ganado un mínimo de respeto en el sistema político religioso del país que ha sido dominado durante largo tiempo por barones cristianos y musulmanes sunníes. Las familias que han abandonado sus casas en los barrios del sur de Beirut dejan atrás invariablemente un Corán abierto con la fotografía del jeque Nasrallah a un lado, con la esperanza de que los versos sagrados protejan sus casas y a su líder.
Se cree que vive modestamente y que rara vez sale fuera de los círculos dominantes de Hezbolah. Evita el teléfono por razones de seguridad, pero se ha reunido con miles de partidarios y envía mensajeros personales a felicitarlos con ocasión de sus bodas y bautizos.
Aparte las operaciones militares secretas de Hezbolah, el estado dentro del estado que ha ayudado a construir con dineros iraníes y de los expatriados incluye hospitales, escuelas y otros servicios sociales.
El jeque Nasrallah es un convincente orador con un potente dominio del árabe clásico, aunque se hace entender ampliamente usando el dialecto libanés en sus discursos. Ha acuñado numerosas frases populares, como llamar a Israel "más endeble que una telaraña".
Resulta mucho menos severo que la mayoría de los clérigos chiíes, en parte debido a su aspecto regordete y ligero ceceo. Pero también cuenta chistes, aunque muy rara vez.
El profesor Nizar Hamzeh, que enseña relaciones internacionales en la Universidad Americana de Kuwait y ha escrito un libro sobre Hezbolah, recuerda un discurso de Nasrallah el año pasado, dictado cuando la ministro de Relaciones Exteriores Condoleezza Rice estaba en la región. Un helicóptero sobrevolaba causando estrépito justo en momentos en que el jeque criticaba la intervención norteamericana, y el jeque bromeó: "Ahora mismo podréis verla allá arriba; espero que ella nos vea también". La multitud bramó.
En los barrios controlados por Hezbolah no ha apoyado nunca normas islámicas conservadoras, como el velo para las mujeres, lo que los analistas atribuyen a su exposición a las diecisiete sectas del Líbano.
Nacido en Beirut en 1960, el jeque Nasrallah creció en la comuna de Karantina, al este de Beirut, un barrio mixto de armenios cristianos, drusas, palestinos y chiíes pobres.
Su padre tenía un pequeño puesto de verduras, pero el estallido de la guerra civil en 1975 obligó a la familia a huir hacia su pueblo natal al sur.
El mayor de los nueve hijos, y ya miembro de la mezquita, se había marchado al seminario hawzachií más famoso de Nayaf, en Iraq. Huyo en 1978, justo a tiempo para escapar de la policía secreta de Saddam Hussein, y volvió al Líbano para incorporarse a Amal, entonces una nueva milicia chií. A los 20 se convirtió en el comandante del Valle de Bekaa.
Pero consideraba que la Revolución Islámica de Irán, dirigida por el ayatollah Ruhollah Khomeini en 1979 era el verdadero modelo para que los chiíes pusieran fin a su tradicional condición de ciudadanos de segunda y se mudó a Hezbolah cuando este cristalizó a principio de los años ochenta. En 1989, estudió brevemente en un seminario en Qum, Irán.
Cómo puede una figura religiosa apelar a la población generalmente cosmopolita del Líbano no ha estado nunca claro y es particularmente tenebroso ahora que ha provocado una guerra. Algunos libaneses dicen que ha vendido su alma a Damasco y Teherán.
"Pensaba que Nasrallah era el político más listo del Líbano, pero esta última operación me ha hecho cambiar de opinión", dijo Roula Haddad, 33, secretario administrativo, mientras hacía compras en el elegante centro comercial ABC en el barrio predominantemente cristiano de Ashrafiyeh. "Fue un tremendo error y él es el único responsable de toda esta destrucción. Ha demostrado que no le importan los intereses del Líbano; ha mostrado su verdadera identidad iraní".
Los analistas políticos dicen que el Líbano debería haberlo visto venir, pero el jeque Nasrallah ha sido un hipnotizador bastante hábil. "La política libanesa, especialmente desde que Nasrallah definiera su rol, se ha convertido en su propio circo", dice el profesor Sharara, el sociólogo libanés. "Construyó este circo sobre una base de pompa, mentiras, miedo, esperanzas locas y sueños absurdos.
"Ha convencido a los libaneses de que no los abandonará, que no hará nada que pueda perjudicarlos ni destruirlos, y al mismo tiempo les inspira temor, temor de sí mismo", dice el profesor Sharara. "En los últimos quince años él sabía que esto iba a pasar. ¿Cómo puedes creer en alguien que dice: ‘No se preocupen, no haré nada', justo mientras está levantando esta máquina infernal? Él sabía que la gente le creería, que se dejarían seducir".

Hassan M. Fattah contribuyó a este artículo desde Beirut, Líbano.

6 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
rss

0 comentarios