el mito del capitán nazi
22 de diciembre de 2008
Nacido en 1894, el futuro marino venía de una familia de abogados y pastores. Pero, cuando tenía cuatro años, la familia se mudó y se encontró con un vecino ilustre, el almirante y conde Maximilian von Spee. Abiertamente influido por el conde, Langsdorff entró a la academia naval de Kiel en 1912, justo a tiempo para servir en la Primera Guerra Mundial. El joven teniente se ganó la Cruz de Hierro de segunda clase en la batalla de Jutlandia y la de primera clase en acciones de torpederos en 1918.
A la casualidad de haber conocido al almirante por el que años después se nombraría su barco se le suma otra que ya parece destino. Graf Spee comandaba la flota alemana que en 1914 quiso quebrar la idea de que Britania gobierna los mares. La flota fue emboscada por los ingleses nada menos que en las islas Malvinas y fue hundida entera. Graf Spee y dos de sus hijos, que servían bajos sus órdenes, murieron en ese combate.
Langsdorff sobrevivió y sirvió en la ínfima flota alemana de posguerra. Para cuando los nazis tomaron el poder, el capitán estaba en el ministerio en Berlín y, parece, no recibió muy bien el cambio de régimen: pidió un traslado a algún barco, cosa de alejarse de sus nuevos jefes. No le dieron bola y recién en 1936 volvió a flotar. Fue en el flamante, poderoso y ultramoderno Admiral Graf von Spee, que patrullaba las costas españolas dando apoyo a los franquistas.
El Graf Spee era una maravilla de la época, un barco pequeño por las sanciones que le impedían a Alemania botar cruceros, pero armado como uno. Los alemanes habían logrado un casco liviano usando soldaduras en lugar de remaches y motores diesel en lugar de turbinas a vapor. Las toneladas ahorradas se usaron en armarlo como un dreadnought, la clase más pesada del momento. Para más, el Graf Spee tenía un radar de última generación y sistemas de tiro coordinados.
Langsdorff recibió el mando a fines de 1938 y apenas comenzada la guerra se le ordenó esconderse en aguas brasileñas y esperar a ver si los ingleses realmente iban a combatir. En septiembre de 1939 Berlín lo autorizó a atacar el tráfico comercial británico. En los tres meses siguientes, el Graf Spee tomó y hundió nueve cargueros en el Atlántico y el Indico. En ninguna acción hubo siquiera un muerto, tan cuidadoso era Langsdorff, que se ocupaba de detener buques neutrales para liberar prisioneros.
En diciembre de 1939 los ingleses alcanzaron al Graf Spee con los cruceros livianos HMS Ajax y HMS Achilles, y con el más pesado HMS Exeter. Los alemanes destrozaron al Exeter pero recibieron decenas de impactos. El buque se arrastró a la neutral Montevideo para reparaciones que no se pudieron realizar. Los uruguayos les dieron tres días para irse o entregarse como prisioneros y Langsdorff decidió enterrar a sus muertos en el cementerio alemán. Luego puso al Graf Spee en el centro del río, le voló la cala y acompañó a su tripulación a la más amistosa Buenos Aires. Dos días después, el 19 de diciembre, cuando supo que pasarían la guerra a salvo, puso la bandera de su buque en la cama del hotel, se acostó encima y se pegó un tiro. Dejaba una carta explicando que así se mostraba la voluntad de pelear por la patria.
Un detalle: en la foto del entierro de los marineros en Montevideo, Langsdorff es el único que no hace el saludo nazi. De blanco, despide a sus hombres haciendo la venia.
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