la masacre de polacos
24 de mayo de 2009
Los prisioneros eran en su mayor parte oficiales, agentes de policía, gendarmes y terratenientes, detenidos como parte de una peligrosa élite "burguesa" cuando la Unión Soviética invadió Polonia poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Al año siguiente, 1940, el Partido Comunista decidió eliminarlos.
Los alcaides empezaron a enviar a los hombres en tren, por grupos, hacia la ciudad provincial de Tver, entonces llamada Kalinin, a unos 160 kilómetros al noroeste de Moscú. Allá, en el sótano de la sede del contraespionaje, los prisioneros eran ejecutados: una bala a la cabeza, con una pistola alemana, dicen aquí los historiadores.
Los verdugos trabajaron durante las noches de primavera, cargando luego los cuerpos en camiones y trasladándolos 32 kilómetros hacia este claro en el bosque de pinos que en el pasado rodeaba una casa de descanso de la NKVD, la temida precursora de la KGB soviética. Los arrojaron a fosas profundas. Incluso los conductores de los camiones fueron obligados a participar en la masacre, para asegurarse de su silencio.
"La situación es normal", escribió el comisario del campo de prisioneros a sus superiores en Moscú. "Los oficiales polacos no sospechan nada. Creen que están siendo deportados a casa. Incluso los enfermos pretenden estar sanos, para ser enviados también".
Fue una primavera sangrienta. El mismo destino vivían los polacos detenidos en otros campos en el flanco occidental de la Unión Soviética.
Esta es una vieja historia entre muchas viejas historias, recogida en el fondo de la memoria rusa mucho antes de que fuera articulada oficial o públicamente. Y sin embargo las ejecuciones en masa de los prisioneros polacos sigue siendo hoy un problema grave, tanto para los rusos como para los polacos.
Hubo una época, entre el colapso del comunismo y el surgimiento de Vladimir Putin, cuando el gobierno ruso empezó a excavar en los aspectos más sucios de la historia soviética. Los investigadores llegaron a este somnoliento bosque y desenterraron miles de cuerpos, los restos de algunos de los prisioneros polacos asesinados sistemáticamente por los verdugos estalinistas en la operación conocida ahora como la masacre de Katyn. (En Katyn se encuentra otra fosa común polaca). Fueron asesinados cerca de veintidós mil polacos.
Hoy, abogados, familias polacas y organizaciones de derechos humanos están llamando al gobierno ruso a reconocer la inocencia de las víctimas y "rehabilitar" a los prisioneros polacos. También están exigiendo la desclasificación de documentos y decisiones recientes sobre la investigación de la masacre.
Las peticiones son enérgicamente rechazadas por Moscú. Apelaciones en tribunales no han logrado nada y las investigaciones se han paralizado. Poco a poco el gobierno ha restringido el acceso a los archivos de inteligencia, donde según los historiadores se encuentran más evidencias.
Algunos críticos dicen que Putin, que ha llamado un "desastre geopolítico" del siglo pasado al colapso soviético y que inició su carrera funcionaria trabajando para la KGB, es el producto intelectual del mismo sistema; que el poderoso primer ministro que fue previamente presidente de Rusia no emprenderá ninguna revaluación de la historia.
Otros dicen que el gobierno actual está volviendo al pasado, usando la nostalgia soviética y permitiendo el resurgimiento de la popularidad de Stalin como un baluarte contra la disidencia y los crecientes problemas económicos.
Cualquiera sea la razón, el caso polaco sigue envuelto en lo que Yelena Obraztsova, directora de investigaciones en el monumento a la memoria de las víctimas en Modnoye, llama "un síndrome de verdades a medias y mentiras".
Algunos diarios de propiedad estatal empezaron a dar marcha atrás hacia la propaganda de la época de Stalin sobre los prisioneros polacos, reciclando la afirmación de que de hecho fueron los nazis y no los soviéticos los que mataron a esos hombres y arrojaron sus cuerpos a fosas comunes.
En octubre de 2007 el diario más popular de Rusia publicó, sin una opinión divergente, el rechazo de un general ruso a admitir la responsabilidad de la Unión Soviética en la muerte de los polacos. Calificó las fosas comunes de "provocación alemana".
"Los destruyeron los alemanes", dijo Valentin Varennikov, que murió este mes. "Y entonces unos alemanes obligaron a punta de pistola a varios rusos a escribir declaraciones diciendo que los polacos habían sido asesinados por la NKVD".
Esto ocurre contra el telón de fondo de una marcada actitud de defensa sobre el papel de los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial. El gobierno ha discutido hace poco la posibilidad de penalizar las críticas contra las tácticas soviéticas durante el conflicto, conocido por los rusos como la Gran Guerra Patriótica.
Muchos rusos creen profundamente que los millones de muertes que sufrió su país para sofocar el crecimiento del fascismo son poco recordados, y mucho menos apreciados en Occidente.
Fías festivos como el Día de la Victoria de este mes celebran glorias de antaño y rectitud moral de la época de la Segunda Guerra Mundial. Tanques y aviones de guerra pasan por el principal boulevard de Moscú, los frondosos parques se mecen con música de orquesta y jóvenes mujeres se visten a la moda de los años cuarenta para bailar el vals con encorvados veteranos.
Detalles como el exterminio masivo de los prisioneros polacos corroe el sentimiento de rectitud, dicen algunos.
"Existe la tendencia general de que deberíamos enorgullecernos de nuestra historia", dijo Yan Rachinsky de la organización rusa pro derechos humanos Memorial. "Y es muy difícil enorgullecerse de criminales de guerra".
Una mujer menuda de cabellos negros y ojos azules, Anna Stavitskaya, abogado de los descendientes de los polacos, ha estado presentando las demandas de las familias polacas en varios tribunales rusos durante años. Habiendo agotado este año sus apelaciones ante el más alto tribunal ruso, se está preparando para llevar su caso a la Corte Europea de Derechos Humanos en Estrasburgo, Francia.
Algunos tribunales rusos han resuelto que debido a que no que se presentó una querella criminal contra los polacos, no había pruebas de que hubiesen sido reprimidos; y debido a que muchos de los cuerpos no fueron nunca identificados, no se podría probar nunca que algunas personas fueron víctimas. Otros simplemente determinaron que los verdugos estaban todos muertos y por eso no había contra quién querellarse.
"Todo se reduce a la idea de que, aunque se hallaron fosas comunes, debido a que no se identificó a nadie, nadie fue tampoco ejecutado", dijo Stavitskaya. "No entiendo la lógica. Esto es algo que mi mente no puede asir".
La han decepcionado los veredictos, dice, pero no sorprendido. Siempre vio a los tribunales rusos como una formalidad que había que cumplir antes de llevar el caso al extranjero.
"Todo el mundo considera político este caso, y sabía que en un caso político, el resultado no sería diferente", dijo Stavitskaya said. "No se podía resolver en Rusia".
Algunos observadores señalan que, al exigir responsabilidades y admisión de culpa, los polacos están pidiendo algo que ni siquiera los rusos han pedido a su propio gobierno.
"Inclusive algunos rusos que estuvieron diez años en la cárcel, pese a ser completamente inocentes, son muy cautelosos cuando hablan sobre la represión", dijo Obraztsova. "Dicen: ‘Había tantos enemigos y saboteadores que me reprimieron accidentalmente’. Inclusive gente que perdió familiares, que perdieron a sus padres, no están realmente enfadados".
Hoy, todo lo que queda de los prisioneros polacos es un archivo y los sitios de las fosas en el bosque. Todavía se ve la firma de Stalin en la orden de ejecución de los prisioneros en el Comité Central del Partido Comunista. También existen documentos que indican que los hombres fueron trasladados a los terrenos donde fueron asesinados.
Está el testimonio del jefe local de la KKVD que, en los años noventa, describió la obliteración de los prisioneros. Hay una carta secreta que envió la KGB al presidente soviético Nikita Khrushchev en 1959, advirtiendo que las tarjetas de identificación de los "ex polacos burgueses" debían ser destruidas para que no arrojaran una luz negativa sobre la Unión Soviética.
"Algún accidente imprevisible puede provocar la revelación de la operación, con todas las consecuencias indeseables para nuestro estado", advierte la misiva. "Lo más expediente es destruir esas tarjetas de identificación".
En los años noventa, las autoridades polacas trataron de excavar los cuerpos en Mednoye y trasladarlos a su suelo nativo.
Pero las autoridades médicas dijeron que eso sería muy poco higiénico. El suelo arenoso y barroso había conservado bien los cuerpos; todavía se estaban descomponiendo.
El pequeño museo que se asoma al borde del memorial atrae a apenas unas decenas de visitantes al mes. No se suponía que aquí tendría que haber un museo, pero los historiadores reconstruyeron la historia, capítulo por capítulo, extrayendo restos en la tierra y documentos de los archivos militares en Moscú. Lo hicieron porque pensaban que era importante, dice Obraztsova.
Hubo una época, dice, en que el gobierno ruso se avergonzó y empezó con un plan más ambicioso. Después de todo, este pinar dio cobijo a los huesos de cerca de cinco mil víctimas de las purgas rusas, así como las fosas polacas. Así que Moscú decidió construir un parque memorial propio, que estaría junto a las altísimas torres de hierro que fueron levantadas por el gobierno polaco en memoria de los prisioneros asesinados.
El plan se encargó a los mismos arquitectos que supervisan la remodelación del icónico Teatro Bolshoi de Moscú. Habría una "puerta de la memoria", un "camino a la eternidad" y un espacio subterráneo y una sala de proyección cubierta con césped para simbolizar las vidas y recuerdos enterrados.
Pero en 2001, poco después de que Putin asumiera la presidencia, las obras fueron paralizadas abruptamente. El financiamiento fue retirado.
Hoy, junto al encantador y lúgubre memorial polaco, el lado ruso aún no se termina de construir.
20 de mayo de 2009
©los angeles times
cc traducción mQh
0 comentarios