soldado rescata a cachorro iraquí
28 de septiembre de 2009
Hutchison pagó, como era su costumbre, y dio la señal para marcharse, recuerdan los miembros del equipo. Pero el asesor de logística lo paró.
Los soldados se hallaban reunidos en la parte trasera de uno de los vehículos y estaban jugando con un esquelético cachorro amarillo, uno de los muchos perros abandonados que merodean por las calles iraquíes.
Nueva misión, ladró Hutchison. Cogió al cachorro de un mes para llevarlo a su blindado, le dio su bocadillo de pavo y agua de su botella.
"El mayor Hutchison quedó atrapado", escribió más tarde en un email el sargento Andrew Hunt a la familia de Hutchison. "Ella dormía con él en la cama en la noche y en el día dormía la siesta debajo de la cama... La llevaba en su regazo todo el día mientras visitábamos a nuestros colegas iraquíes en otros lugares".
Hutchison no era un soldado típico. Para empezar, tenía sesenta años. Nacido en Cincinnati, se crió en Long Beach y estudió en la Secundaria Wilson antes de enrolarse en el ejército en 1966. Estuvo dos veces en Vietnam con la Aerotransportada 101 y recibió una Estrella de Bronce.
Aparte de su pecho lleno de medallas, también tenía un doctorado en psicología. Después de una carrera militar de veintidós años, había recibido su doctorado en la Universidad de Delaware y luego enseñó psicología organizacional en la Loyola Marymount University, el Claremont McKenna College y la Universidad de California en Long Beach. Entre las veintinueve publicaciones mencionadas en su currículum, destaca esta: ‘¿Qué tienen en común el ego, la energía, el amor propio, la eficacia personal, el optimismo y la inadaptación? ¿Estructuras de personalidad relacionadas con la salud o neurosis revisada?’
Era arisco y retraído, no exactamente un hombre de familia, dijo su hermano menor Richard Hutchison, de Mesa, Arizona. Se había casado cuatro veces, y estaba alejado de sus dos hijas mayores. Las fuerzas armadas habían sido siempre su única familia.
Cuando su cuarta esposa, Kandy Rhode, murió de cáncer en 2006, Hutchison se hundió en una profunda desolación. Puso su casa en Scottsdale, Arizona, a la venta y se enroló en el programa de re-enrolamiento de personal en retiro del ejército, que reintegra a ex soldados de menos de 64 años que quieran servir otro periodo en servicio activo.
La decisión consternó a muchos de sus familiares.
"Era el hombre más liberal que conocía", recordó su sobrina Laurie Hutchison. "Todo el mundo decía: ‘¿Por qué vas a volver a las fuerzas armadas a pelear por una causa que la mayoría de los liberales rechaza?’ Pero se le rompía el corazón con el sufrimiento de todos esos iraquíes y afganos, y creía apasionadamente que mucha gente no veía el lado humano de porqué estábamos allá".
Hutchison fue asignado a Ft. Riley, Kansas, donde los equipos de transición del ejército se preparan antes de su despliegue. Cuando llegó, con el talego colgando de su hombro, los miembros de su equipo se mostraron escépticos; la mayoría eran treinta años más jóvenes.
"Me dije inmediatamente: ‘¿Estamos tan necesitados que tenemos que poner a viejos en los equipos de transición?’", dijo Elext Holmes, el asesor de logística del equipo, en el funeral de Hutchison.
Pero sus hombres aprendieron pronto a respetar su tranquilo liderazgo. Hutchison nunca decía a nadie qué hacer, pero sus actos determinaban las normas. Era siempre el primero en ofrecerse como voluntario para trabajos pesados en la base. Y después de volver de una extenuante patrulla, preguntaba despreocupadamente si alguien lo quería acompañar para una carrera.
"Era profesor de psicología, y sabía lo que estaba haciendo", dijo Holmes.
Hutchison pasó el primer año de su periodo de dos en Afganistán, el segundo en Iraq. Su base era el Fr. Riley y fue asignado al 2o Batallón, Regimiento Blindado 34, Equipo de Combate de la 1ra Brigada, División de Infantería No.1.
Su equipo en Iraq lo llamaba "el testarudo viejo cabro". Era obcecado, mostraba poca paciencia con las reglas del ‘Nuevo Ejército’ y ocasionalmente ignoraba algunas de ellas, dijeron familiares y miembros de su equipo.
El libre pensador que se alojaba en él se expresaba de modo estrafalario, como llevar pantalones cortos color púrpura para sus trotes mañaneros alrededor de la base. Más de una vez le ordenaron ponerse el uniforme de gimnasia del ejército. Pero a los pocos días le volverían a ver -un hombre canoso de 1 metro 95 corriendo con pantalones cortos color púrpura.
Finalmente tuvo problemas con sus superiores sobre Laia, el nombre con que Hutchison bautizó al cachorro que había adoptado su equipo -como mascota. El Comando Central no permite que el personal militar mantenga mascotas nativas; los perros callejeros eran sacrificados por lo general el mismo día que eran capturados. En varias ocasiones sus superiores ordenaron a Hutchison deshacerse de su perro.
Hutchison se negó repetidas veces a obedecer esa orden, corriendo el riesgo de ser castigado bajo el Código Uniforme de Justicia Militar, recuerdan los miembros de su equipo. Ocultaba a Laia en su tienda de campaña, o la enviaba a otra base cuando sus superiores se encontraban en la zona.
El 10 de mayo, Hutchison dejó a Laia atrás cuando salió con su equipo para un patrullaje en Al Farr, Iraq, cerca de Basra. Una bomba improvisada explotó cerca de su vehículo, y Hutchison murió por las heridas que le causó la metralla.
Le quedaba un mes para su cumpleaños número 61, lo que lo convirtió en la baja estadounidense de mayor edad en Iraq, de acuerdo al ministerio de Defensa.
Después de su funeral en Ft. Riley, fue sepultado en Scottsdale el 19 de mayo, y le sobreviven su madre, hermano, hermanastro, media hermana y sus dos hijas.
Tras la muerte de Hutchison, Hunt pidió a un oficial -el mismo que había ordenado a Hutchison deshacerse de Laia- si podían enviarla a Estados Unidos como un tributo al mayor.
"Llevénsela de aquí y no dejen que la vuelva a ver", dijo el oficial de acuerdo a un email de Hunt.
Para preparar el viaje, Hunt trabajó con la embajada norteamericana en Iraq y el programa de la SPCA, International’s Baghdad Pups, que ha reasentado a 146 perros y gatos desde que empezara en febrero de 2008, de acuerdo a la portavoz de SPCA, Stephanie Scroggs. A la organización sin fines de lucro le cuesta un promedio de cuatro mil dólares rescatar a una mascota.
Laia, que sufrió un revés hace poco cuando perdió una pierna debido a una infección, está viviendo ahora en Michigan con la familia de un agente especial del Servicio de Inmigración y Aduanas que trabajó en Iraq con el equipo de Hutchison. Richard, el hermano de Hutchison, piensa visitarla pronto; su madre ya lo hizo.
"Ha crecido terriblemente desde que la vimos la última vez", dijo Hunt a la familia de Hutchison en un email reciente. "Como al mayor Hutchison, no le puedes decir a Laia qué debe hacer".
9 de agosto de 2009
©los angeles times
cc traducción mQh
0 comentarios