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las últimas horas de huber


Al coronel Gerardo Huber lo mató el Ejército liderado por Pinochet porque había decidido contar lo que sabía acerca del tráfico de armas a Croacia. La sentencia de 461 páginas del juez Claudio Pavez develó detalles hasta ahora desconocidos.
[Jorge Escalante] Santiago, Chile. El coronel Gerardo Huber se sentó solo frente al televisor para seguir mirando las noticias de la noche. La casa de San Alfonso, en el Cajón del Maipo, estaba más silenciosa. Cerca de las nueve y media de ese 29 de enero de 1992, su familia y sus compadres Eylwin Tapia Cuevas y Ana Guerrero Hinojosa salieron para visitar a Carmen, una hermana de Ana. Caminaron veinte minutos. La noche estaba agradable y estrellada. Les prometió que, terminadas las noticias a las diez, iría a reunirse con ellos. En un acto extraño, Huber pidió a Eylwin las llaves de su auto Nissan. Raro, porque el suyo estaba en casa.
El coronel alcanzaba a oír afuera el canto de los grillos, pero no estaba tranquilo. Durante el día estuvo callado. Sus acompañantes lo notaron taciturno, como ido hacia algún lugar oscuro de sus pensamientos.
Huber escuchó los movimientos que provenían del dormitorio en que estaban Loreto, su ahijada e hija de Eylwin y Ana, y su marido Hernán García Pinochet, nieto del dictador. El hijo de ambos, Felipe, de seis meses, dormía. La pareja preparaba sus cosas para marcharse a la costa a la casona de Augusto Pinochet en Bucalemu. Al día siguiente, el general y Lucía Hiriart festejarían su aniversario de bodas con un almuerzo familiar.
Cuando los García-Tapia salieron del cuarto para despedirse, el coronel les pidió que no viajaran esa noche.
-Es muy tarde y está todo tan oscuro, les dijo.
Pero ellos decidieron partir. Huber se levantó del sillón y los abrazó. Tomó en brazos a Felipe, que despertó, y lo besó en la cara.
-Maneja con cuidado, le aconsejó a Hernán.
La casa quedó todavía más silenciosa y vacía de almas. Lo que ocurrió en los minutos posteriores sólo quedó guardado en la mente aún viva del coronel.
Poco después de las diez de la noche, la niña Julia Salamanca vio descender el auto Nissan lentamente por el estrecho camino. Un poco más abajo, en una pequeña plazoleta que formaba el angosto sendero del Cajón, Julia jugaba al ‘corre el anillo’ con un grupo de amigas. Casualmente, el anillo se le escapó de las manos y fue corriendo para recogerlo en medio de la calle. Se acercó al auto para saludar a Eylwin, a quien conocía, pero no recibió respuesta. Huber era el conductor y no le sonrió. El auto siguió bajando. Ella recogió el anillo y siguió jugando. Fue la última testigo que lo vio con vida.
García Pinochet y Loreto llevaban unos diez minutos de viaje, cuando ella se percató que había olvidado la cartera. Regresaron para recogerla. Al pasar frente al puente El Toyo, Loreto divisó tres automóviles estacionados en fila india a un costado del lugar. Eran vehículos grandes y modernos para la época. No vio a nadie adentro de los coches. Le pareció inusual la presencia de esos autos vacíos y se lo comentó a su esposo.
Cuando llegaron a la casa de vuelta, la puerta de entrada estaba abierta. La casa estaba más iluminada y el televisor seguía encendido. Su padrino no estaba. Lo llamó varias veces. Recogieron su cartera y volvieron al auto. Felipe dormía. Reiniciada la marcha, Loreto recordó que la semana anterior, García Pinochet le comentó en la misma casa de San Alfonso que había que tener cuidado con Huber.
-Se puede suicidar, le dijo una noche en que él volvió con el coronel, después de un largo paseo a caballo por la cordillera. Huber andaba con su pistola Walther PPK, que usaba en la pretina del pantalón. Era su arma favorita. El mismo modelo con la que se suicidó Hitler, y la que blandió siempre James Bond con silenciador.
Loreto y Hernán pasaron de nuevo por el puente El Toyo, pero los tres autos ya no estaban. A las once de la noche, Adriana Polloni, esposa de Huber, sus hijos Astrid (19), Alex (16) y José Ignacio (6), más Eylwin y Ana, se inquietaron porque el coronel no llegó a buscarlos. Regresaron a casa a pie. No encontraron a nadie. Pensaron que habría salido a buscar un teléfono para algo, pues la casa no tenía conexión. Pero, ¿por qué en el auto de Eylwin? Adriana se dio cuenta de que, curiosamente, su marido se había cambiado de ropa.
Esa noche, antes de salir a su destino fatal, quizás como señal de alerta para la familia, tal vez como bálsamo nostálgico de un último baño de cariño, como lo descifró Ana, o para encubrir su figura en la penumbra, Huber se puso un jeans de su hijo Alex, un sweater color marengo de Astrid y zapatillas.
La teoría más macerada es que el coronel recibió una llamada por el radiotransmisor de su automóvil para una cita engañosa sobre el puente El Toyo.
Esperaron hasta la medianoche. Adriana, Ana y Alex salieron en un auto a buscarlo. Nada. Por los alrededores lo llamaron repetidas veces en el silencio de la oscuridad. Hicieron la denuncia en el retén de Carabineros de San Gabriel. Cuando volvían a casa, divisaron el Nissan estacionado a un costado del puente El Toyo. Saltaron del vehículo para mirar, pero no lo encontraron. La llave de contacto estaba puesta. No había signos de violencia. Ningún rastro de Huber. Lo siguieron buscando hasta el amanecer.

Las Visitas
Casi al alba del día siguiente, 30 de enero, la casa de San Alfonso se llenó de militares de civil. Después, la familia se enteraría que todos eran agentes de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) y de su brazo operativo, el Batallón de Inteligencia (BIE). Uno de los primeros en arribar fue el coronel Manuel Provis Carrasco, jefe del BIE. Un temido asesino que operó siempre desde las tinieblas y nunca de cara a sus víctimas. Llegó a interrogar a la familia con aspaviento, como si cooperara para encontrar a Huber. A su alrededor se paseaban observando conspicuos personajes del crimen organizado encubierto: Arturo Silva Valdés, Jaime Torres Gacitúa, Pablo Rodríguez Márquez, Marcelo Sandoval Durán y Nelson Román Vargas, todos oficiales y suboficiales agentes de la Unidad de Operaciones Especiales de DINE. Tres meses antes, los mismos habían sacado clandestinamente de Chile al químico de la DINA, Eugenio Berríos, al que meses después mataron en Uruguay.
Sorprendió la llegada del coronel Hernán Novoa Carvajal, abogado que hasta 2008 fue ministro de la Corte Marcial en Santiago. En una extraña dupla, Novoa llegó con el mayor Maximiliano Ferrer Lima, el jefe del Servicio Secreto de DINE. Novoa explicó tiempo después al juez que llegó ahí por encargo de su jefe en la comandancia en jefe del Ejército y ex agente de la Brigada Mulchén de la DINA, brigadier Jaime Lepe Orellana, uno de los autores del homicidio del diplomático chileno-español Carmelo Soria.
Novoa y Ferrer llegaron inquietos, preguntando por unos documentos que Huber había sacado de su oficina en los días previos. Un mes antes, el 7 de diciembre de 1991, estalló el tráfico de armas del Ejército a Croacia, bajo la inocente pantalla de "ayuda humanitaria" proveniente del Hospital Militar de Santiago.
Huber tuvo mediana participación en la exportación fraudulenta. La autorización final la otorgó Augusto Pinochet, consciente del delito. Algunos generales se beneficiarían económicamente con la venta, incluyendo al propio dictador. Pero el desaparecido coronel, jefe del Departamento de Adquisiciones de la Dirección de Logística del Ejército, firmó su sentencia de muerte cuando se dieron cuenta de que quería bajarse y colaborar con la investigación judicial abierta.
Adriana contestó a Novoa que su marido efectivamente sacó documentos de su oficina, pero que los quemó en el patio de su casa en Las Condes.
-Eran de colores amarillo y rosado, le dijo a Novoa.
El abogado se sintió más tranquilo. Sin embargo, Novoa y Ferrer informaron a Adriana que habían abierto la caja de fondo de la oficina de su esposo para sacar cinco carpetas que contenían escrituras de propiedades que ellos tenían junto a Huber. Antes de retirarse la noche de ese día 30, entregaron a Adriana un puñado de monedas de oro. Según le dijeron, las sacaron de la caja de fondos del coronel.

Chiflidos en la Noche
A partir de la desaparición de Huber, la DINE y el BIE iniciaron una cruenta persecución a su familia. Presionaron y amenazaron a Adriana para que dijera dónde había escondido Huber unos documentos. Previendo algo maligno, ella escondió a su hijo menor José Ignacio en el fundo Rabones de su hermana Clina, en Linares. Coincidentemente, los jefes de los organismos involucrados en el crimen estaban oficialmente de vacaciones el día de la desaparición del coronel. Manuel Provis y Víctor Lizárraga, segundo de la DINE, retornaron veloces a sus tareas a primera hora del día siguiente. El general Eugenio Covarrubias, máximo responsable de la DINE, fue más vivo y continuó su feriado.
Provis y Lizárraga descubrieron que el niño José Ignacio estaba oculto en el fundo Rabones. Fueron hasta allá para secuestrarlo, pero Clina y su esposo Ricardo Kostner se resistieron. El padre de Adriana y Clina, el coronel Jorge Polloni, reforzó la negativa. Lizárraga amenazó con sacarlo en helicóptero. A los días regresaron por José Ignacio, volviendo a fracasar. Lo querían para "llevarlo a un sicólogo" al Hospital Militar. Suponían que el niño podría delatar un eventual escondite de papeles de su padre. Para explicar sus viajes al fundo, Provis y Lizárraga, dos de los recientemente condenados por el crimen de Huber, dijeron al juez que en Linares buscaban a una bruja vidente que daría pistas para encontrar al oficial extraviado.
Cuando Loreto Tapia y Hernán llegaron esa noche a Bucalemu para celebrar el aniversario de bodas de los Pinochet-Hiriart, el general abrazó a Loreto.
-Tu padrino Gerardo desapareció, pero no se preocupe mijita, porque lo vamos a encontrar, le dijo cariñosamente.
Tiempo después, al juez le dijo otra cosa.
-Por mi experiencia militar, a Huber lo mataron disparándole con un fusil de alta precisión. Pero a mí me informaron que se había suicidado, magistrado, declaró.
Seis días después de la desaparición del oficial, en San Alfonso sucedió un hecho que terminó de convencer a los Huber-Polloni que el Ejército liderado por Augusto Pinochet había asesinado al coronel. La noche del 4 de febrero, Clina, Adriana, Alex y Astrid estaban en casa de Matilde Hinojosa. Cerca de la medianoche llegó Loreto, quien, de manera altanera, les ordenó que nadie saliera de la casa. Se sorprendieron. Luego, Loreto salió a la puerta y dio un chiflido. Curiosa, Clina salió por una ventana y se escondió tras un árbol. Afuera vio a Hernán García Pinochet con un radiotransmisor en sus manos comunicándose con alguien.
¡Todo en orden, todos están adentro!, escuchó Clina que decía el nieto del dictador a su interlocutor. Acto seguido, García Pinochet chifló y ella vio que de inmediato Loreto llegó a su lado y se fueron.
El 20 de febrero apareció el cuerpo de Gerardo Huber en un islote del río Maipo. La DINE y el BIE cubrieron rápidamente todo, impidiendo el arribo de otros observadores. El primer protocolo de autopsia indicó que Huber se suicidó con un tiro en la cabeza. Lo mismo informó el Ejército. Tres años después, el 24 de agosto de 1995, el juez Claudio Pavez ordenó exhumar su cuerpo. El médico criminalista de la Policía de Investigaciones, Pedro León Rivera, determinó entonces que Huber fue asesinado con un tiro disparado desde larga distancia con un fusil de alta precisión, utilizando una bala con una carga altamente explosiva, que entró en la cabeza del coronel a tres veces la velocidad del sonido, lo que explica que haya volado la caja craneana desde atrás hacia adelante.
Ese informe significó la expulsión de León de la policía civil. También desconocidos lo amenazaron junto a su familia. Temiendo lo peor, León cambió su conclusión. Dijo que se equivocó y emitió un segundo dictamen, asemejando ahora la causa de muerte a un suicidio.
-Me dijeron que toqué círculos de poder muy sensibles, confesó León al juez Pavez.
El criminalista apeló al director de la policía Nelson Mery, quien, luego de unas semanas, lo reincorporó. León volvió por sus fueros y emitió un tercer informe, ratificando el primero y aclarando por qué debió mentir en la segunda versión.
Nunca se halló el fusil. Tampoco al francotirador.

11 de octubre de 2009
©la nación
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