amelong, el que está en el banquillo
14 de octubre de 2009
Aquel 28 de febrero, relató Carlos, no solo se llevaron a los tres hermanos desde la casa de pasaje Nelson, que estaban desalojando para mudarse, el grupo de tareas también se apropió de un Fiat 125 que utilizaron después en La Calamita. Esa también era una práctica habitual: la de quedarse con los bienes de quienes secuestraban.
De su cautiverio, Carlos recordó que fue llevado a La Calamita, de la que describió la cocina con azulejos blancos, la escalera debajo del cual lo esposaron junto a Alejandro, asi como la presencia de "seis o siete personas vendadas sentadas en silencio". Uno de ellos, el único que se animó romperlo, se identificó como "Ruffa, un profesor de San Luis".
Una puerta vaivén los separaba de la sala de torturas: desde allí escucho gritar a Jorge. "Les voy a decir todo, pero hay cosas que no sé", decía mientras era brutalmente torturado. En medio del silencio también quedaron grabados en sus oídos los golpes de puño a un joven estudiante universitario, que los sufría y caía pesadamente sobre el piso.
El ruido de trenes, el sonido de aviones, el recuerdo de una radio a través de la cual se comunicaban sus captores, el sabor del plato de arroz con pollo podrido, con el que los alimentaban por las noches, y los tiros que repiqueteaban en el exterior fruto de ejecuciones simuladas, fueron también parte del relato.
El testimonio de Alejandro fue clave para la jornada: según recordó mientas estaba cautivo alguien se le acercó desde atrás y le preguntó dónde había hecho el servicio militar y a quién había conocido allí. "Lo hice en Santo Tomé y ahí conocí al subteniente Amelong", le contó. "Esa era su voz, la misma además de la persona que nos liberó junto a mi hermano cerca de la avenida de Circunvalación", reveló. Después, giró y lo señaló sin dudarlo entre los cinco imputados sentados delante del blindex.
"No me anima el odio ni la venganza, soy cristiano y lo siento por las familias de los imputados. Sólo quiero justicia y verdad", remató Carlos luego de describir las escenas del horror cotidiano que vivió durante estos treinta años, con lágrimas en sus ojos.
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