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larga y ejemplar lucha de lila


Adela Forestello, madre de Plaza 25 de Mayo de Rosario habla sobre las condenas recientes. Su hija fue secuestrada en Rosario en 1977, a su nieta Victoria la recuperó al poco tiempo y con ella fue a escuchar las condenas perpetuas para los represores de Rosario. "Lo que dijeron los jueces fue aleccionador", explicó.
[Sonia Tessa] Argentina. La madre de la plaza 25 de mayo, Adela Panello de Forestello, vuelve a llorar en la tardecita del viernes, cuando recuerda el momento de la lectura de la sentencia a los cinco genocidas que se produjo el jueves 15 de abril. Caen lágrimas por su rostro arrugado y todavía bello, a los 87 años, pero nunca pierde la compostura. A Lila -como le dicen todos le cuesta precisar cuándo dio por muerta a su hija, Marta María Forestello, Lala para sus compañeros de militancia, desaparecida a los 24 años. Pero sí recuerda que recién después de 1984 supo que no volvería a verla. La angustia que le provoca la sentencia tiene que ver con ese tremendo dolor, aún vigente para ella y Victoria, que tenía un año y medio cuando fue secuestrada junto a su madre. Su abuela la crió, vivieron juntas buena parte de su vida, y fueron juntas a escuchar el veredicto del Tribunal Federal Oral que preside Otmar Paulucci. Forestello fue la única Madre de Plaza de Mayo que querelló en esta causa por la desaparición de su hija, secuestrada primero en el Servicio de Informaciones, y luego en Quinta de Funes, escuela Magnasco y La Intermedia. "Era lo máximo a lo que se podía aspirar. Todo lo que pasó no tiene vuelta atrás. Una sentencia no te cambia nada. Sólo saber que esos tipos que son una porquería van a estar presos toda la vida. Creo que es un momento para estar contenta", dice Victoria, que no quiere ningún protagonismo en la nota, y aclara que no participa en política. Lila, en cambio, empezó a trabajar en Familiares en plena dictadura, dio vueltas a la plaza 25 de Mayo durante aquellos años, cuando hombres amenazantes les sacaban fotos, y la vuelta no era alrededor del monumento central, sino en todo el perímetro de la plaza. Llevó la primera bandera que tuvieron las Madres en Rosario. Y durante muchos años creyó que su hija estaba viva.
"Ahora en retrospectiva te parece imposible que hayamos podido pensar que estaba viva", dice Victoria, mientras acuna a su hijo más pequeño, de 9 meses, y mira al más grande, de 6 años, jugar por el mismo departamento donde vivían sus abuelos en 1976, y donde "las fuerzas conjuntas del Ejército, la policía y la Prefectura" fueron a buscar a su mamá, en 1976. No la encontraron, pero robaron todo lo que había. El primer allanamiento que sufrió Lila Forestello fue el 1º de junio de 1976. La patota volvió un mes después. Entonces, junto a su marido y la otra hija, María Susana, decidieron irse a España. Un infarto masivo le quitó también a su compañero de vida, y Lila volvió a la Argentina a fines del 76. Una sola vez pudo volver a ver a Marta María y su nieta, en la Florida, en el verano de 1977. El 19 de agosto de ese año, secuestraron a la joven con su pequeña hija en Lavalle entre 9 de julio y 3 de febrero.
Lila se enteró casi a la medianoche, y salió en busca de ayuda. Fue a ver a un juez provincial amigo de su marido, pero recibió como respuesta que "no podía hacer nada". Desde entonces, comenzó a ir todas las mañana al Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, en Córdoba y Moreno, para preguntar sobre su hija. Nunca obtuvo respuestas. Durante los primeros quince días de la desaparición de Lala, además, buscó incansablemente a la niña. Un juez de menores le restituyó a la nieta. Pero a su hija no volvió a verla. Victoria vivió con su abuela desde entonces, y hasta que hizo su propia familia. Nunca militó en política ni organismos de derechos humanos. "Siempre lo viví como algo personal. Fue como un acuerdo tácito. La que se expuso fue mi abuela", dice ahora.
Lila fue querellante y testigo en el juicio que comenzó el 31 de agosto del año pasado. "Fue bastante esperado", dice con elegancia sobre la larga lucha que libró durante más de 30 años. Cuenta, al pasar, los pedidos de información, las presentaciones judiciales, las marcas que fueron dejando algunos relatos. Como el careo con Héctor "Pollo" Baravalle, en 1984 y los primeros relatos de Eduardo "Tucu" Costanzo, en los que él mencionó entre las personas asesinadas a "la hija de un dentista que jugaba al golf. Ese era mi marido". Relata que entonces, junto a otras dos querellantes de esta causa, Cecilia Nazabal y Alicia Gutiérrez, le pidieron a Costanzo que hiciera ese relato para ellas, pero él se negó.
Supo que Lala había estado en el Servicio de Informaciones de la jefatura provincial por el relato de una testigo de este juicio, Laura Ferrer Varela. "Me enteré ahora de que había estado en la policía", dice Lila. Para su abogada, Gabriela Durruty, la participación de Lila en el juicio tuvo una importancia especial. "Una característica del caso de Marta María es que nos permitió evidenciar la vinculación que existía no sólo entre las distintas fuerzas, entre el Ejército y la policía, sino también entre los distintos centros clandestinos. Dado que ella fue vista por Laura Ferrer Varela en el servicio de Informaciones que dependía de la policía de Feced y después estuvo al menos en tres centros clandestinos dependientes del Ejército, Quinta de Funes, Escuela Magnasco y la Intermedia", puntualiza Durruty, para quien "fue un orgullo representar a la familia". La profesional afirma: "Me impresiona la fuerza de Lila, que no sé de dónde la sacó, porque ella fue madre y abuela y a su vez nunca dejó de luchar para saber qué pasó con su hija Marta María".
Y eso que sufrió amenazas e intimidaciones. Durante la dictadura, los llamados telefónicos eran permanentes, sólo se paraban durante unos días, cuando Lila hacía la denuncia ante el único juez que se la tomaba, en los Tribunales provinciales. Ahora mismo, en 2009, un mes antes del juicio, dos hombres estuvieron averiguando en la puerta del edificio si ella vivía allí. Entonces se incorporó al Programa de Protección de Testigos, al que elogia porque "han tenido muchas atenciones" con ella.
Pero jamás dejó de buscar justicia para Lala. ¿Cómo era? "Muy linda, llamaba mucho la atención porque tenía unos ojos muy claros, y era morocha. Además, era muy inteligente, le faltaban una o dos materias para recibirse de licenciada en Estadística, en la UNR, era muy buena alumna y estaba muy bien considerada por su gran inteligencia", dice la Madre sobre la hija que le arrebataron.
Para Lila fue difícil el comienzo del juicio. "Tenía una gran angustia, era vivir todo de nuevo", dice. Pero está satisfecha con la condena, aunque las lágrimas sigan surcando su rostro cuando la recuerda. "Lo que dijeron estos jueces, para mí, fue aleccionador", dice ahora, y quiere subrayar también el alegato de la fiscal Mabel Colalongo. "Me satisfizo. Me pareció muy bien porque ahí demostró que no hubo tal guerra, que no había enfrentamientos con todos los apresados, sino que se los llevaban de sus casas, que los secuestraban en la calle". Por eso, Lila, siente que el juicio fue importante, más allá de la sentencia. "Cuando leí la nota del juez Otmar Paulucci (publicada el domingo pasado en Rosario/12), a mí me satisfizo, porque yo quiero que esto se sepa. Aunque también me pregunto cómo un juez podía ignorar lo que había pasado".

25 de abril de 2010
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