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¿fue justa la guerra de iraq?


[Melinda Henneberger] Justo antes de que comenzara la guerra de Iraq esta primavera, un colega periodista desdeñó mis temores. "Simplemente no hay tantos tipos malos", dijo. "No será tan difícil" derrocar a Sadam. Entonces, es de suponer, siguió ruta hacia Damasco... Si el siglo pasado nos ha enseñado algo, es que el poder del mal en el mundo no debe ser subestimado. Una guerra justa, como definida por San Agustín y Tomás de Aquino, debe tener una posibilidad razonable de éxito. E incluso sobre ese punto guardaba yo mis dudas.
Una guerra justa debe también hacer frente a una amenaza cuya existencia está fuera de toda duda. Incluso cuando Dick Cheney dijo que sabíamos exactamente dónde estaban las armas de destrucción masiva, incluso cuando Tony Blair dijo que Iraq podía desplegar esas armas en 45 minutos, incluso cuando Colin Powell dijo que las pruebas eran suficientemente buenas para él, la amenaza nunco estuvo fuera de duda. Es verdad que, como dijo Bush en su discurso el lunes por la mañana, Iraq ahora es el frente principal de la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, cuando iniciamos la guerra, no era el caso.
Una guerra justa sólo debe librarse en última instancia. Tampoco fue el caso de Iraq. ¿Recuerdan que los inspectores de Naciones Unidas tan sólo querían unas semanas más para terminar su trabajo? Sin embargo, aunque parezca mentira, en el programa ‘Meet the Press' del domingo pasado, el presidente del comité sobre las fuerzas armadas del Congreso, el republicano de California, Duncan Hunter, insinuó a Tim Russert que fueron los inspectores de Naciones Unidas los que nos empujaron a la guerra de Iraq.
"Fuimos a la guerra... no por las declaraciones de [Ahmad] Chalabi, sino por las de Hans Blix", el jefe de los inspectores de NU, "que habló de ocho mil quinientos libros de carbunclo que había almacenado Sadam Husein... que, Tim, podían ser transportados en un solo camión". Lo que Blix dijo en realidad sobre la posibilidad de que hubiera armas químicas o biológicas en Iraq antes del comienzo de la guerra fue: "No debemos apresurarnos a concluir que existen. Sin embargo, esta posibilidad no está excluida".
Una guerra justa debe ser proporcionada, de modo que el daño que se cause no supere el bien alcanzado. Seguramente una de las citas más tristes que he leído en las últimas semanas es la del reservista estadounidense que trabaja, en su vida civil, como guardia de prisiones, y que estuvo implicado en los maltratos de Abu Ghraib: "El cristiano que hay en mí me dice que está mal", se supone que le dijo al soldado que dio a conocer esos abusos. "Pero el agente inclinado al castigo que hay en mí, dice: ‘Disfruto de ver a hombres adultos mearse en los pantalones'". Me gustaría que nadie de nosotros disfrutara realmente con este asunto -incluyendo sentimientos vengativos entre los que se opusieron a la guerra, si acaso existen esos sentimientos. Pero, ¿no somos todos un poco como ese hombre, que no sólo nos causa pavor por su crueldad, sino también por su honestidad? En una democracia, todos en alguna medida estamos implicados moralmente en los actos de nuestro gobierno y de aquellos que lo representan.
Una guerra justa debe ser declarada por una autoridad legítima, lo que los partidarios de Gore cuestionarán toda la vida.
Y, finalmente, una guerra justa debe ser declarada por buenos motivos. No me encuentro entre los críticos que creen que nuestro presidente envió a soldados a Iraq a apoderarse del petróleo, o para terminar lo que comenzó su padre, ni incluso porque quiera ganar la re-elección en noviembre. Al contrario, veo en Bush a un hombre que cree firmemente que hizo lo que había que hacer. Pero, como admiradores y detractores han observado a menudo, no es un hombre que pueda creer otra cosa.br>La única vez que entrevisté a Bush, durante la campaña de 2000, se equivocó varias veces con mi nombre, lo que no era importante, y yo no le corregí. Pero como esto se prolongó durante un rato, su ayudante, Karen Hughes, que estaba presente en la entrevista, le dijo al fin:
"Gobernador, su nombre es Melinda, no Alison".
"Sé cuál es su nombre; hemos almorzado juntos la semana pasada", dijo Bush. "Su nombre todavía es Melinda, ¿verdad?"
"Sí".
"¿Y no se lo ha cambiado desde la semana pasada?"
"No."
"Bueno, estoy feliz de que hayamos aclarado este asunto".
Hughes, sin embargo, insistió: "Gobernador, usted la estaba llamando Alison".
"Yo no la estaba llamado Alison a ella"", dijo, aparentemente convencido. "Te estaba llamado Alison a ti".
En ese momento, pensé que la escena había sido divertida. Pero ahora no estoy segura. Me sigo preguntando qué habrá pasado con la política exterior "humilde" sobre la que Bush habló en su campaña del 2000. Sí, el 11 de septiembre cambió la visión del mundo de nuestro presidente y le dio una nueva misión: la "cruzada" que mencionó alguna vez. Sin embargo, no ha modificado nuestra teoría de la guerra justa ni nuestro estado de derecho, que, a falta de humildad personal, o de dudas sobre la justicia de la acción, son guías particularmente útiles.

©newsweek
27 mayo 2004"

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