¿QUÉ QUIERE EL CLÉRIGO MUQTADA AL SADR? - bartle breese bull
El clérigo chií que dirige la insurrección de Najaf ha estado envuelto en el misterio. ¿Qué quiere?
Mientras Muqtada Sadr, el joven agitador chií de Iraq dirige su insurrección en la ciudad santa de Najaf, el gran ayatollah Ali Sistani -el líder espiritual de los quince millones de musulmanes chiís de Iraq-, en Londres, se recupera de una operación al corazón. Estamos observando las dos batallas de Najaf: el furioso combate físico entre las milicias de Mahdi, de Sadr, y los militares norteamericanos, y una lucha más sutil por ganar influencia entre la mayoría chií de Iraq -una lucha que es de muchas maneras una lucha por el futuro del país.
Najaf, último reposo del imán Alí, fundador de la rama chíi del islam, es la ciudad más santa de la Tierra para los 200 millones de musulmanes chiís del mundo. Los líderes de la comunidad religiosa de la comunidad son los líderes naturales de la comunidad chií global, cuyos miembros en todas partes aspiran a ser enterrados en el cementerio donde están tomando lugar los combates. El prestigio espiritual de esos líderes conlleva un enorme poder temporal, y es esta posición política la que Sadr quiere usurpar.
Sistani es el mayor de los cuatro grandes ayatollahs de Najaf, e incertidumbres sobre su salud han puesto de relieve el tema de quién lo remplazará en el reino religioso. Independientemente de la oportunidad, cualquier sucesor espiritual de Sistani tendrá que ser uno de los otros tres. Y los tres, como Sistani, rehuyen el tipo de gobierno político directo ejercido por los mullahs de Irán. Todos están en los setenta.
El único iraquí nacido en Iraq entre ellos es Mohammed Said Hakim. Algunos observadores creen que se inclinará ante las medidas del Consejo Supremo para la Revolución Islámica de Iraq, un grupo político chií manejado por su primo y que tiene lazos históricos con Irán. El consejo mismo se alió a la coalición encabezada por Estados Unidos durante la guerra y ha en cierta medida colaborado con los ocupantes desde entonces.
De Bashir Najafi, un paquistaní que ha vivido en Iraq la mayor parte de su vida, ha sido un declarado crítico de la ocupación y, como el sucesor potencial más radical y anti-norteamericano de Sistani, se espera que adopte una línea más militante.
El tercer gran ayatollah es Mohammed Ishaq Fayyad, el más opuesto a un gobierno clerical al estilo de Irán.
Aún no ha emergido un ganador y nadie sabe cuántas semanas o décadas sobrevivirá Sistani a las tres arterias bloqueadas que provocaron su viaje a Londres.
Lo que es seguro, sin embargo, es que las condiciones que alimentan la rabia de los pobres de las ciudades que hoy dominan la política chií de Iraq no desaparecerán en el futuro previsible. Las barriadas de Ciudad Sadr en Bagdad, una selva urbana de bloques de hormigón y cables donde viven familias de nueve miembros hacinadas en un cuarto y las aguas residuales y el aceite de máquina hierven en las cunetas. No hay trabajo ni perspectivas de que lo habrá. La sensación de impotencia es general.
Después de 30 años de apartheid sunní durante el régimen de Saddam Hussein, los chiís esperan ansioso el cambio. Fueron traicionados por los británicos en 1930, con la llegada de un príncipe extranjero que gobernó a través de la minoría sunní. Fueron traicionados por Estados Unidos en 1911, cuando obedecieron los llamados de George H.W. Bush y se levantaron contra Hussein, sólo para ser aplastados. Conforman el 60 por ciento de la población y han esperado durante siglos la oportunidad de ocuparse de sus propios asuntos. No entienden por qué la caída de Hussein ha mejorado tan poco sus vidas.
Sadr obtiene su apoyo sobre todo de jóvenes descontentos de las barriadas chiís de Iraq. Incluso aunque es identificado como clérigo, el poder que tiene no se deriva de su autoridad religiosa. Dependiendo de quién lo diga, tiene entre 24 y 30 años, y no se sabe si completó o no su formación como seminarista. Incluso si tuviera el talento jurídico requerido, le tomaría entre 30 o 40 años llegar a ser un gran ayatollah.
Pero su poder temporal es importante. En un sondeo nacional realizado por las autoridades de la coalición en mayo, sólo el dos por ciento lo apoyaba como candidato a la presidencia, pero esa no es realmente una medida de su poder. El mismo sondeo mostró que gozaba de un 68 por ciento de apoyo a nivel nacional. Su posición se deriva en parte del prestigio de su padre, un gran ayatollah asesinado por secuaces de Hussein en 1999.
Sadr representa un conjunto de quejas y aspiraciones personificadas por un movimiento que existe con y sin él, cualquiera sea su destino ahora que los soldados norteamericanos se abren camino hacia el santuario del imán Alí donde se ha refugiado.
El silencio de Sistani mientras la batalla se extiende por Najaf -su ciudad natal y la fuente de su autoridad- no es tan extraordinario como parece. Aunque su quietismo' lo ha hecho rehuir posiciones políticas formales, Sistani es un activo participante político. Ha impuesto treguas anteriormente en Najaf y Karbala, ha echado por tierra los planes norteamericanos para establecer elecciones regionales en el proceso constitucional, impuso el 30 de junio como la fecha de traspaso de la soberanía y dictó el abandono del federalismo en la última resolución de Naciones Unidas.
Quietismo es diferentes a estarse quieto, y el silencio actual de Sistani es una fuerte y clara negativa a rescatar a un hombre al que los chíis de más edad ven como un matón revoltoso y un rival de Sistani en la lcuha por el poder en la comunidad chií.
Sea quien sea el que emerja como el principal canal de la energía política chií de Iraq, la idea clave será la misma: el máximo de poder para la mayoría por medio de un máximo de democracia directa, lo menos posible de federalismo y lo más posible de islamismo. La cuestión de si los chiís de Iraq pueden crear las condiciones para un país duradero y unificado que sea aceptable para todas sus minorías será determinada por el ganador de la verdadera batalla de Najaf.
14 de agosto de 2004
©losangelestimes
Najaf, último reposo del imán Alí, fundador de la rama chíi del islam, es la ciudad más santa de la Tierra para los 200 millones de musulmanes chiís del mundo. Los líderes de la comunidad religiosa de la comunidad son los líderes naturales de la comunidad chií global, cuyos miembros en todas partes aspiran a ser enterrados en el cementerio donde están tomando lugar los combates. El prestigio espiritual de esos líderes conlleva un enorme poder temporal, y es esta posición política la que Sadr quiere usurpar.
Sistani es el mayor de los cuatro grandes ayatollahs de Najaf, e incertidumbres sobre su salud han puesto de relieve el tema de quién lo remplazará en el reino religioso. Independientemente de la oportunidad, cualquier sucesor espiritual de Sistani tendrá que ser uno de los otros tres. Y los tres, como Sistani, rehuyen el tipo de gobierno político directo ejercido por los mullahs de Irán. Todos están en los setenta.
El único iraquí nacido en Iraq entre ellos es Mohammed Said Hakim. Algunos observadores creen que se inclinará ante las medidas del Consejo Supremo para la Revolución Islámica de Iraq, un grupo político chií manejado por su primo y que tiene lazos históricos con Irán. El consejo mismo se alió a la coalición encabezada por Estados Unidos durante la guerra y ha en cierta medida colaborado con los ocupantes desde entonces.
De Bashir Najafi, un paquistaní que ha vivido en Iraq la mayor parte de su vida, ha sido un declarado crítico de la ocupación y, como el sucesor potencial más radical y anti-norteamericano de Sistani, se espera que adopte una línea más militante.
El tercer gran ayatollah es Mohammed Ishaq Fayyad, el más opuesto a un gobierno clerical al estilo de Irán.
Aún no ha emergido un ganador y nadie sabe cuántas semanas o décadas sobrevivirá Sistani a las tres arterias bloqueadas que provocaron su viaje a Londres.
Lo que es seguro, sin embargo, es que las condiciones que alimentan la rabia de los pobres de las ciudades que hoy dominan la política chií de Iraq no desaparecerán en el futuro previsible. Las barriadas de Ciudad Sadr en Bagdad, una selva urbana de bloques de hormigón y cables donde viven familias de nueve miembros hacinadas en un cuarto y las aguas residuales y el aceite de máquina hierven en las cunetas. No hay trabajo ni perspectivas de que lo habrá. La sensación de impotencia es general.
Después de 30 años de apartheid sunní durante el régimen de Saddam Hussein, los chiís esperan ansioso el cambio. Fueron traicionados por los británicos en 1930, con la llegada de un príncipe extranjero que gobernó a través de la minoría sunní. Fueron traicionados por Estados Unidos en 1911, cuando obedecieron los llamados de George H.W. Bush y se levantaron contra Hussein, sólo para ser aplastados. Conforman el 60 por ciento de la población y han esperado durante siglos la oportunidad de ocuparse de sus propios asuntos. No entienden por qué la caída de Hussein ha mejorado tan poco sus vidas.
Sadr obtiene su apoyo sobre todo de jóvenes descontentos de las barriadas chiís de Iraq. Incluso aunque es identificado como clérigo, el poder que tiene no se deriva de su autoridad religiosa. Dependiendo de quién lo diga, tiene entre 24 y 30 años, y no se sabe si completó o no su formación como seminarista. Incluso si tuviera el talento jurídico requerido, le tomaría entre 30 o 40 años llegar a ser un gran ayatollah.
Pero su poder temporal es importante. En un sondeo nacional realizado por las autoridades de la coalición en mayo, sólo el dos por ciento lo apoyaba como candidato a la presidencia, pero esa no es realmente una medida de su poder. El mismo sondeo mostró que gozaba de un 68 por ciento de apoyo a nivel nacional. Su posición se deriva en parte del prestigio de su padre, un gran ayatollah asesinado por secuaces de Hussein en 1999.
Sadr representa un conjunto de quejas y aspiraciones personificadas por un movimiento que existe con y sin él, cualquiera sea su destino ahora que los soldados norteamericanos se abren camino hacia el santuario del imán Alí donde se ha refugiado.
El silencio de Sistani mientras la batalla se extiende por Najaf -su ciudad natal y la fuente de su autoridad- no es tan extraordinario como parece. Aunque su quietismo' lo ha hecho rehuir posiciones políticas formales, Sistani es un activo participante político. Ha impuesto treguas anteriormente en Najaf y Karbala, ha echado por tierra los planes norteamericanos para establecer elecciones regionales en el proceso constitucional, impuso el 30 de junio como la fecha de traspaso de la soberanía y dictó el abandono del federalismo en la última resolución de Naciones Unidas.
Quietismo es diferentes a estarse quieto, y el silencio actual de Sistani es una fuerte y clara negativa a rescatar a un hombre al que los chíis de más edad ven como un matón revoltoso y un rival de Sistani en la lcuha por el poder en la comunidad chií.
Sea quien sea el que emerja como el principal canal de la energía política chií de Iraq, la idea clave será la misma: el máximo de poder para la mayoría por medio de un máximo de democracia directa, lo menos posible de federalismo y lo más posible de islamismo. La cuestión de si los chiís de Iraq pueden crear las condiciones para un país duradero y unificado que sea aceptable para todas sus minorías será determinada por el ganador de la verdadera batalla de Najaf.
14 de agosto de 2004
©losangelestimes
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