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dudas sobre elecciones en egipto


[Megan K. Stack] Pocos creen en la promesa de elecciones libres en Egipto.
El Cairo, Egipto. En las neblinosas y ajetreadas calles de la capital egipcia, gente de todas las tendencias políticas acogieron con un profundo escepticismo el sorpresivo llamado el domingo del presidente Hosni Mubarak a realizar elecciones presidenciales abiertas.
Para la gente aquí, un gobierno representativo y libertades civiles parecen colgar en el horizonte como espejismos, despertando sugerencias que vibran en la televisión por satélite y en aulas universitarias. Pero cuando las reformas parecen cercanas, vuelve a desaparecer.
"El presidente Mubarak seguirá a cargo, y todos los demás seguirán desempeñando sus papeles", dijo Mohammed Ibrahim, un jardinero de 30 años que entró en El Cairo para vender macetas de pensamiento, ramitos de romero y plantas de lavanda. "Mubarak no va a cambiar las cosas".
Funcionarios en Washington y el Cairo repitieron el llamado de Mubarak a enmendar la Constitución para permitir que varios candidatos compitan contra él en un importante paquete de reformas en una región reprimida durante largo tiempo. Pero como muchos egipcios de la clase trabajadora que hormiguean en el caótico estruendo de un domingo en El Cairo, Ibrahim manifestó un tibio entusiasmo.
"Todo esto es nuevo para nosotros, y es bienvenido", dijo sobre las perspectivas de elecciones abiertas. "Pero no cambiará nada. Míreme: ¿Cree usted que yo, como campesino, me podría nominar a mí mismo?"
Egipto ha estado un estado oficial de emergencia, sujeta a leyes marciales, desde que el presidente Anwar Sadat fuera asesinado en 1981. La prensa es cuidadosamente censurada sobre tópicos que van desde la salud de Mubarak hasta los burros: las autoridades egipcias están tan ansiosas de proyectar una imagen de modernidad que la ‘ley del burro' prohíbe que se publiquen fotografías de los muchos burros que ocupan las calles del Cairo.
Grupos de derechos humanos han documentado numerosas detenciones arbitrarias por una serie de delitos políticos, incluyendo la disidencia política y la homosexualidad, y las cárceles de Egipto son notorias por la tortura de los reclusos. Fundar un partido político es un proceso arduo. La Hermandad Musulmana, que se cree es el partido con el apoyo popular más ardiente, ha sido oficialmente prohibida y sus miembros son regularmente encarcelados.
No hay límites de mandatos para la presidencia, que Mubarak ha monopolizado el poder desde el asesinato de Sadat. Muchos egipcios creen que está acicalando a su hijo para que ocupe su lugar. Algunos analistas caracterizaron la decisión del presidente como un modo de introducir a Gamal Mubarak, 41, en la carrera política sin entregarle el poder descaradamente.
"No importa que digan que serán elecciones abiertas", dijo Sarah Nabil, especialista en comunicaciones de masas, de 18 años, en la Universidad de El Cairo. "Nadie votará por otro: tienen demasiado miedo. Todos tienen miedo del gobierno".
Ganduleando en patio del campus bañado por el sol, Nabil sacudió su velada cabeza y se encogió de hombros. "Primero será Mubarak", dijo, "y luego será Gamal. Eso es todo".
Los egipcios rechazaron el anuncio de Mubarak como un gesto ideado para aligerar la presión norteamericana y calmar el descontento anti-gubernamental que ha estado bullendo en las calles de Egipto.
Pronosticaron que, a pesar de las promesas de elecciones abiertas, Mubarak y sus colegas continuarán su inflexible gobierno del país. Además, se burlaron de la sugerencia de que Estados Unidos estaba sinceramente interesado en crear una democracia aquí.
"Bush es un mentiroso. En mi opinión, es un terrorista", dijo Ahmed Hussein, 20, un estudiante de económicas con una delgada barba. "Y Mubarak es su criado. Él les da todo. Este país no es democrático".
El gobierno sería menos corrupto, dijo Hussein, si la Hermandad Musulmana se ocupara de todo. "Mubarak dijo que va a cambiar la Constitución", dijo Hussein. "Supongo que quiere decir que mucha gente va a manosear las urnas".
Además, mucha gente en esta ciudad de 17 millones de habitantes está preocupada de mantener sus familias a flote en una economía deprimida y no tienen tiempo para gastar en política.
La población del Cairo aumenta según se estima con 3 millones cada día a medida que los campesinos y aldeanos entran a la metrópolis, para menguar cuando vuelven a casa al atardecer. Fatigados trabajadores viajan durante horas cada día para tener la posibilidad de hacer algunos dólares. Llegan a la capital buscando trabajo en las fábricas, o recorrer las calles vendiendo naranjas y repollos en cestas de palmeras trenzadas a mano.
Los licenciados universitarios pasan un tiempo difícil buscando trabajo, lo que significa que no se pueden casar ni dejar las casas de sus padres.
"Mubarak tenía que decir algo. Mire lo que está pasando en el país", dijo Ayman Yehiya Ibrahim, un conserje de 29 años. "Si busca trabajo, no hay nada. Si quiere educación, no hay nada. Estamos perdidos".
Ibrahim llegó al Cairo desde su aldea en el Delta del Nilo a la edad de 22 porque no pudo encontrar trabajo en casa. Comparte un cuarto de 15 dólares al mes en las afueras del Cairo con otro joven, y pasa una hora cada día en atiborrados autobuses para llegar al centro, donde friega pisos por menos de 50 dólares al mes.
"Es un político", dijo Ibrahim sobre Mubarak. "Tenía que mostrar a la gente que no va a estar siempre en esa posición. Pero nada cambiará. El pez gordo será siempre gordo".
En la cafetería de Hamada, vigías del vecindario han voceado las noticias a los camareros: Los inspectores del ayuntamiento estaban en camino. Los camareros se dieron prisa en recoger las destartaladas sillas y mesas de madera de las aceras, empujando a los clientes en un local del tamaño de un walk-in clóset.
Por ley, Hamada debe permanecer debajo de su tejado y fuera de las aceras; en la práctica, meter a unos 20 hombres en el local a fumar pipas de agua y sorber té sería imposible. Así que el gerente del Hamada hace lo que hace todo el mundo: Improvisa.
Pasan unos minutos, y nadie aparece. Luego se oye el aviso: "¡Falsa alarma!"
Refunfuñando y maldiciendo, los camareros volvieron a recoger las mesas y sillas y volvieron con ellas a la acera. Los clientes estaban confundidos, tratando de reconocer sus cigarrillos en las mesas desplazadas.
Hossam Paraf estaba entre ellos, el auricular de su nuevo celular metido en su oreja. Cuando se mencionó el nombre de Mubarak, Paraf, 22, resopló y encendió un Boston.
"Seguirá en su trono por el resto de su vida", dijo. "Sólo quiere mostrar al mundo exterior que no tenemos dictadura en Egipto".
Como miembro de la pequeña comunidad bahai de Egipto, a la que la mayoría musulmana mira con profunda desconfianza, Paraf dice que ha sido repetidas veces acosado por las fuerzas de seguridad. Metió la mano en su bolsillo trasero y sacó su carné de identidad, que dice que su religión es la "musulmana". Egipto no reconoce a su secta, los seguidores de un profeta iraní.
Como estudiante de inglés, Paraf fue una vez golpeado violentamente en el metro del Cairo por llevar una camiseta con la cara del presidente Bush. La leyenda debajo decía: "Idiota", pero sus agresores no leían inglés.
Paraf habló de la promesa de Mubarak con una amarga incredulidad.
"Es un mito y un sueño y te digo que no ocurrirá nunca", dijo. "Lo está haciendo sólo para satisfacer a los americanos".

3 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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