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matrimonios desiguales


[Tamar Lewin] El dinero no es la única diferencia.
Northfield, Massachusetts, Estados Unidos. Cuando Dan Croteau conoció a Cate Woolner hace seis años, él estaba vendiendo coches en el lote de Mitsubihsi, en Keene, Nueva Hampshire, y ella pretendía ser una cliente, haciendo una prueba de carretera de un Montero negro mientras ella y su hijo de 11 años, Jonah, esperaba que le pasaran el coche.
La prueba de carretera duró una hora y media. Jonah pudo ver cómo funcionaba el vehículo en las pozas de lodo fuera del camino. Y Croteau y Woolner se cayeron tan bien que ella le envió más tarde una carta en la que le sugería que si no estaba comprometido con alguien, no era republicano ni venía del espacio sideral, quizás podían tomar café juntos. Croteau meditó sobre la propiedad de citarse con una cliente, pero cuando finalmente respondió, hablaron por teléfono desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana.
Tenían un montón de cosas en común. Los dos venían de matrimonios fracasados y tenían dos hijos. A los dos les gustaba bailar, las motos, Bob Dylan, los juegos de palabras malos, la política liberal y la Radio Pública Nacional.
Pero cuando empezaron a salir, descubrieron diferencias. La diferencia religiosa -ella es católica, él judío- no planteaba problemas. La brecha verdadera entre ellos, dicen ambos, es más sutil: Croteau es de una familia obrera, Woolner de una familia con dinero.
Croteau, que llegará a los 50 en junio, creció en Keene, un viejo pueblo aserradero en el sur de Nueva Hampshire. Su padre era un obrero cuya educación terminó en el octavo; su madre también trabajaba a veces en una fábrica. Croteau tuvo una infancia difícil y abandonó la escuela a los 16. Dejó su casa, se alistó en la Marina y estuvo a la deriva en una larga serie de trabajos sin encontrar su verdadera vocación. Se casó con su novia embarazada, de 19 años, y para cuando él tenía 24 tenían dos hijas: Lael y Maggie.
"Me crié en una familia donde mi abuela vivía en la casa de al lado, mis tíos unas calles más allá, los hermanos de mi padre eran además vecinos, y mis amigos de juegos eran mis primos", dijo. "Lo máximo que se podía esperar de la vida era obtener un buen trabajo en una fábrica. Mi madre trataba de alentarme. Me decía: ‘Dan es listo; pregúntale algo'. Pero si decía que quería estudiar en la universidad, era como decir que quería plantar branquias y respirar en el agua".
Siempre creyó que la gente rica de la ciudad, "los que tienen sus nombres en los edificios", como dijo, vivían en otro mundo.
Woolner, 54, viene de ese otro mundo. Hija de un médico y una bailarina, creció en un confortable hogar de Hartsdale, Nueva York, con campamentos de verano, vacaciones y educación universitaria que las ricas familias del condado de Westchster dan por sentado. Siempre se sintió incómoda con el dinero; cuando recibió una modesta herencia a los 21, ignoró el saldo de su cuenta durante varios años hasta que aprendió a canalizar su inquietud hacia causas de filantropía social. Estaba en la treintena y casada con un psicoterapeuta cuando nacieron Isaac y Jonah.
"El padre de mi madre tenía un Rolls-Royce y un mayordomo y una segunda casa en Florida", dijo Woolner, "y por lo que puedo recordar, siempre tuve conciencia de que yo tenía más dinero que los otros, y me sentía incómoda porque no parecía ser justo. Cuando era niña me obsesionaba la idea con mis amigas de que yo tenía más pijamas que ellas. Así que cuando voy a una fiesta de cumpleaños y me quedo a dormir, siempre llevo un par de pijamas de regalo".
Los matrimonios que cruzan las fronteras de clase no presentan un conjunto claro de retos como el que presentan los que cruzan las líneas de raza o nacionalidad. Pero de un modo silencioso la gente que se casa cruzando líneas de clase también se desplaza hacia fuera de sus zonas de comodidad, hacia el territorio desconocido de parejas con un nivel diferente de riqueza y educación y a menudo un conjunto diferente de presupuestos sobre cosas como las maneras, el alimento, la crianza de los niños, los regalos y cómo pasar las vacaciones. En los matrimonios de clases cruzadas, uno de la pareja tendrá usualmente más dinero, más opciones y, casi inevitablemente, más poder en la relación.
No es posible decir cuántos matrimonios de este tipo hay en el país. Pero en la medida en que la educación sirva como ejemplo de la clase, parecen estar descendiendo. Incluso más que la gente que se casa cruzando líneas raciales y religiosas, a menudo con parejas con las que se avienen fuertemente en otros aspectos, cada vez menos escogen pareja de un nivel diferente de educación. Aunque la mayoría de estos matrimonios normalmente involucraban a hombres casándose con mujeres de menos educación, estudios han concluido últimamente que esa pauta ha revertido, de modo que para 2000 la mayoría involucraba a mujeres, como Woolner, casándose con hombres con menos escolaridad -una combinación que probablemente termina en divorcio.
"Es definitivamente más complicado, dadas las pautas culturales con las que crecimos", dijo Woolner, que tiene un diploma de psicología e irradia una solícita sinceridad. "A todos nos enseñaron que es el hombre el que tiene el dinero y el prestigio y el poder".

Prejuicios de Dos Lados
Cuando conoció a Woolner, Croteau había dejado recientemente de beber y estaba tratando de enmendar su vida. Pero cuando ella le dijo, poco después de que empezaran a salir, que ella tenía dinero, la noticia no cayó en buena tierra.
"Me habría gustado que se esperara un poco más", dijo Croteau. "Cuando me lo dijo, mi primera idea fue, uh, eh, esto es complicado. A partir de ese momento empecé a cuestionar mis motivos. No andas buscando sentirte como un cazafortunas. Tienes que decirte a ti mismo, esa es la persona a la que amo, y eso es lo que viene con el paquete. Cate es muy generosa, y reflexiona un montón sobre lo que es justo y trabaja duro para poner las cosas al mismo nivel, pero también tiene un montón de bagaje en torno a esa cualidad. Tiene un montón de opciones que yo no tengo. Y ella se lleva la parte del león a la hora de tomar decisiones".
Antes de introducir Woolner a su familia, Croteau les advirtió sobre su origen. "Les dije: ‘Mamá, quiero que sepas que Cate y su familia son ricos'", dijo. "Y ella me dijo: ‘Bueno, no la culpes por ello; de todos modos, probablemente es muy simpática'. Pensé que era asombroso".
También había prejuicios al otro lado. El verano pasado, dijo Croteau, cuando estaban en casa de la madre de Woolner, en la Viña de Marta, su suegra le confesó que ella se había sentido inicialmente incómoda con que él fuera un vendedor de coches y estaba preocupada de que su hija lo estuviera adoptando como una especie de proyecto de caridad.
Sin embargo, la relación avanzó rápidamente. Croteau conoció a Woolner en el otoño de 1998 y se mudó al cómodo hogar de ella en Northfield en la primavera siguiente, después de satisfacer con su condición de que él vendiera su pistola.
Incluso antes de que Croteau se mudara, Woolner le dio dinero para comprar un nuevo coche y pagar algunas dudas. "Yo le quise dar ese dinero", dijo. "Yo no me lo había ganado con el sudor de mi frente. Le dije que era un dinero que me había llegado por haber nacido en una clase, mientras él había nacido en otra". Y cuando él perdió su trabajo poco después, Woolner empezó a pagarle un estipendio mensual -él se refiere a eso como el dinero de bolsillo- que continuó, a un nivel más discreto, hasta noviembre pasado, cuando ella dejó su trabajo en la agencia local contra la pobreza. Ella accedió a pagar un curso de informática que lo ayudó a prepararse para su trabajo actual como analista de software en el Centro Médico de Cheshire, en Keene. Desde el principio, el balance de poder en la relación fue un tema lo suficientemente delicado como para que a instancias de Woolner, unos meses antes de su boda en 2001, participaran en una serie de talleres sobre relaciones entre personas de clases diferentes.
"Yo sentía terror ante la idea de hablar en un grupo", dijo Croteau, que es franco e intelectualmente inquieto. "Ciertamente es un lujo de clase alta pagarle a alguien para contarle tus problemas, y con todos los problemas que hay en el mundo uno se siente extraño de sentarse a hablar de tu relación. Pero fue útil. Fue un alivio escuchar a gente hablando sobre el mismo tipo de problemas que teníamos nosotros, sobre gente que tiene el poder en la relación y cómo lo usan. Creo que lo habríamos hecho de todos modos, pero, sin el grupo, habríamos pasado tiempos más difíciles".
Todavía se acepta como verdad en la familia que la condición social de Woolner le ha dado poder de decisión en el matrimonio. Croteau no parpadeó cuando, cenando una noche, su hijo Isaac dijo brutalmente: "Siempre pienso de mi mamá como la que tiene el poder en la relación". Es plenamente consciente de que en esta relación, la suya es cuya la vida que ha cambiado más.

Perturbadoras Diferencias
La residencia de la familia Woolner-Croteau está justo al subir la colina desde los cuidados campos de la escuela primaria de Northfield Mount Hermon -un constante recordatorio local para Croteau de lo diferente que se educaron los hijos de su esposa y sus propias hijas. Jonah cursa allá el último año. Isaac, que también asistió a esa escuela, está ahora de vuelta en el Lewis & Clark College, Oregon, después de desplazar algunos semestres para estudiar en India y asistir a la academia de masaje mientras trabajaba en una tienda de exquisiteces cerca de casa.
En contraste, las hijas adultas de Croteau -que no han vivido nunca con la pareja- se hicieron camino a través de las escuelas públicas de Keene.
"A veces pienso que Jonah e Isaac necesitan una dosis de realidad, que un par de años en una escuela pública les habría mostrado algo diferente", dijo Croteau. "Por otro lado, a veces pienso que me habría gustado poder dar a Maggie y Lael lo que tuvieron ellos. Mis niños no tuvieron el mismo tipo de privilegios ni fueron al mismo tipo de escuelas. No tuvieron maestros preocupados del desarrollo de sus tiernos egos. Era un sálvese quién pueda para todos, y eso todavía se ve en la personalidad que tienen".
Croteau tuvo también otra experiencia en Northfield Mount Hermon. Tuvo brevemente un trabajo ahí como gerente de comunicaciones, pero no se pudo adaptar a su cultura.
"Había gente universitaria", dijo. "Yo no entendía sus matices, y no me hice con ningún amigo allá. En la vida de la clase obrera, la gente te dice las cosas directamente, no son sutiles. En NMH nunca supe cómo hacían las cosas. Cuando un vendedor no cumplía con la fecha cierre, lo llamaba y le decía: ‘¿Dónde está el trabajo?' Cuando me decía: ‘Te quitamos del puesto, lo tendremos la próxima semana', yo decía: ‘¿Qué quieres decir, la próxima semana? Tenemos un acuerdo, no puedes hacer negocios así'. Yo volvía a mi supervisor, que me decía: ‘Nosotros no gritamos a los vendedores'. La idea era que las fechas cierre no existen, sino solamente recomendaciones".
Croteau dice que se siente mucho más cómodo en el hospital. "Yo tengo que trabajar con las enfermeras y otros faáticos de la informática y vienen del mismo mundo que yo, así que sabemos cómo comunicarnos", dijo.
Pero tratando con la familia de Woolner, especialmente durante las visitas anuales a la Viña de Marta, dijo Croteau, a veces vuelve a sentir ese desconcierto de clase, sintiendo que no entiende los matices. "Son increíblemente simpáticos conmigo, muy educados y muy amables", dijo. "Tanto, que es difícil saber si es verdad, si realmente les caen bien o no".
Croteau todavía está impresionada con la familia de su esposa, y de estar "entre los que tienen sus apellidos en los edificios". Él es quien muestra al visitante la fotografía de la vieja Destilería Woolner, en Peoria, Illinois, y, al describir las fotos en la pared, menciona que su suegra estudió en Yale y que conocía a Gerald Ford.

Divisiones Familiares
Croteau y Woolner no son los únicos que están conscientes de la división de clases dentro de la familia; también lo están los hijos.
Para Lael Croteau, 27, que estudió administración civil en la Universidad de Vermont, el dinero es siempre difícil, y Maggie, 25, tiene tres trabajos mientras cursa su segundo año en la facultad de leyes de la Universidad Americana. En los restaurantes piden que les envuelvan los restos de la comida para llevárselos a casa.
Ninguna de ellas soñaría con suspender un semestre para meterse a una escuela de masaje, como hizo Isaac. Son cuidadosa con sus maneras, planes, ropas.
"Quién tiene dinero, quién no, eso va a estar siempre en mi cabeza", dijo Maggie. "Así que me pongo la coraza. Tengo la bolsa. La blusa. Sé que la gente no puede saber mi origen sólo con mirarme".
Las hijas de Croteau son las únicas de entre 12 primos que llegaron a la universidad. La mayoría de los otros se casaron y tuvieron hijos inmediatamente después de la secundaria.
"Nos ven como si fuéramos diferentes, y a veces eso duele", dijo Maggie.
Las hijas transitan por una delgada línea. Están profundamente atadas a su madre, que se ocupó de criarlas, pero también se sienten atraídas por el mundo de Woolner y sus posibilidades. Con vacaciones y visitas a la Viña, se han acercado a sus hermanastros, sino también a los hijos de las hermanas de Woolner, cuyas fotografías cuelgan de una pared en casa de Lael en Vermont. Y miran de cerca lo diferente que fueron sus infancias.
""Jonah y Isaac no tiene que preocuparse de cómo se visten, o de si tendrán dinero para terminar la universidad o cualquier cosa", dijo Lael. "Eso es un lujo. Y cuando uno de los niños pregunta: ‘¿Por qué estornuda la gente?', su mamá les dice: ‘No sé; esa sí es una pregunta. Vamos al museo a chequearlo'. Mi mamá es muy lista y ciertamente es atractiva en muchos niveles, pero cuando se le hace una pregunta difícil, responde: ‘Porque yo lo digo'".
Las vidas de las hijas han cambiado no sólo debido a la cálida y estable presencia de Woolner, sino también por sus regalos de dinero para comprar llantas para la nieve o libros, las vacaciones de la familia que paga ella y sus conexiones. Una de las primas de Wooler, una abogado de Washington, emplea a Maggie tanto en su bufete como para cuidar su csa.
Para los hijos de Woolner, la llegada de Croteau no marcó una gran diferencia. Por lo general ignoran a la familia extendida de Croteau y apenas si se han encontrado con los primos de las Croteau, que son cercanos en edad y viven cerca, pero llevan vidas muy diferentes. En realidad, a principios de febrero, mientras Isaac, de Woolner, se readaptaba a la vida universitaria, el sobrino de Croteau, otro Isaac, de 20 años, que se había alistado con los marines apenas terminada la escuela secundaria, recibió un balazo en la cara en Faluya, Iraq, y fue enviado al Centro Médico de Bethesda, en Maryland. Isaac y Jonah son dos despreocupados jóvenes y ninguno tiene una idea clara de lo que quiere en la vida. "He estado tratando de encontrar mi vocación", dijo Jonah. "Pero sin demasiada pasión".
Isaac sueña con abrir una cervecería con espacio para actos, viajar por Sudamérica o gestionar un crucero de masajes en el Caribe. Sabe que tiene una posición tan sólida que se puede permitir cualquier fantasía.
"Tengo la red de seguridad más sorprendente que puede tener una persona", dijo. "Son unos padres increíbles, cariñosos, comprometidos y ricos".
En las raras ocasiones en que están todos juntos, las hijas se llevan bien con los hijos, aunque hay ocasionalmente tensiones. A Maggie le gustará trabajar un verano con algún grupo de derechos humanos y cuando termine de estudiar, con más de 100.000 dólares de deudas, necesitará un trabajo pagado, no uno voluntario. Así que cuando un día Isaac la fastidió diciéndole que estaba en subasta, ella le recordó que era mucho más fácil vivir de acuerdo con los ideales si no necesitabas hacer dinero para pagar por ellos.
Y hay momentos en que las desigualdades en la familia son dolorosamente obvias.
"Me siento incómoda ayudando a Isaac a comprar un noche mientras que no las ayudo a ellas a comprarse uno", dijo Woolner sobre las hijas. "Hemos hablado sobre eso. Pero también tengo que estar al quite de no extralimitarme. La casa de su madre se quemó, lo que fue terrible para ellos y yo realmente quería ayudarles. Miré mi chequera y no sabía qué era lo apropiado. Al final firmé un cheque de 1.500 dólares. Emily Post [escritora sobre protocolo, etiqueta y maneras] no tiene que enfrentarse a esas situaciones".
Ella y Croteau siguen consciente de las diferencias de clase entre ellos, y de los modos en que sus vidas han sido modeladas por diferentes experiencias.
En una visita a Nueva York, donde pasa los inviernos la madre de Woolner, Woolner extravió su tarjeta de crédito y se preocupó de quedarse desconectada, aunque fuera brevemente, de su dinero.
Para Croteau fue un momento raro. "Estaba realmente inquieta, aunque estábamos a la vuelta de la esquina de su madre, y tenía suficiente dinero como para hacer cualquier cosa que se nos ocurriera, que no fuera comprar un coche o un diamante", dijo. "Así que no entendía su problema. Yo sé cómo sobrevivir sin una red de seguridad. Lo he hecho toda mi vida".
Tanto él como su esposa se mostraron orgullosos de que su matrimonio haya soportado sus problemas y tensiones específicas.
"Creo que estamos siempre sorprendidos de que lo estemos logrando", dijo Woolner.
Pero casi desde el principio estuvieron de acuerdo en cómo abordarían su relación, e inscribieron el lema en el interior de sus alianzas: "Pulse No Me Importa".

22 de mayo de 2005
©new york times

©traducción mQh

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