ojo por ojo
3 de enero de 2009
Hace cuatro años, un pretendiente despechado vertió un cubo de ácido sulfúrico sobre su cabeza, dejándola ciega y desfigurada.
A fines del mes pasado, un tribunal iraní ordenó que se echaran cinco gotas del mismo químico en los ojos de su agresor, acogiendo la demanda de Bahrami de que fuera castigado según un principio de la jurisprudencia islámica que permite que la víctima pida retribución por un crimen. La sentencia no ha sido ejecutada aún.
La aplicación de castigos corporales permitidos por la ley islámica, incluyendo los azotes, las amputaciones y la lapidación, ha provocado a menudo polémicas en Irán, donde mucha gente denuncia esas sentencias como bárbaras. Este caso es diferente.
La periodista de Teherán, Asieh Amini, que escribe sobre derechos humanos y se opone a la sentencia, dijo que las protestas habían sido apagadas porque la gente se sintió conmovida por la historia de Bahrami. "Es difícil no emocionarse cuando sabes lo que le pasó", dijo Amini.
Bahrami, 31, dijo que ha luchado durante mucho tiempo para conseguir lo que considera que es justicia.
"A una edad en que yo debería estar probándome un vestido de novia, estoy pidiendo que le arrojen ácido a los ojos a una persona", dijo en una entrevista hace poco, mientras la lluvia golpeaba las ventanas del pequeño departamento de sus padres en un barrio de clase media baja de Teherán. "Lo estoy haciendo porque no quiero que esto le vuelva a ocurrir a otra mujer".
Algunos funcionarios dijeron que el castigo podría ser un disuasivo.
"Si hacemos difusión sobre cómo castigamos a los que atacan con ácido, impediremos que este crimen se vuelva a cometer en el futuro", dijo a periodistas Mahmoud Salarkia, fiscal general de Teherán, después de que se diera a conocer la sentencia del tribunal.
En Irán no hay estadísticas sobre el número de ataques con ácido contra mujeres. "Este es un caso extremo de violencia social. Pero los asesinatos de esposas y los crímenes por honor están aumentando en Irán", dijo Amini. "Estos crímenes son reacciones violentas contra las restricciones sexuales en este país".
En la vida pública, en Irán hombres y mujeres son a menudo segregados, y el sexo antes del matrimonio es ilegal.
Amini dijo que dudaba que la sentencia contra el atacante de Bahrami pueda revertir la tendencia. "La violencia social no se curará con más violencia social", dijo.
En 2002, Bahrami era una estudiante de electrónica de veinticuatro años en una universidad en Teherán. Ella y sus amigos sintieron compasión por un desaliñado estudiante más joven, de nombre Majid Movahedi, de modo que reunieron suéteres y pantalones y le pidieron a un empleado de la universidad que se los entregara.
""Ameneh era siempre muy amable con todo el mundo", dijo su madre Shahin, llevando cuidadosamente una taza de té a los labios de su hija.
Bahrami causó una profunda impresión en Movahedi, aunque los dos no habían hablado nunca.
"Él estaba completamente loco por ella", dijo Aziz Movahedi, padre de Majid. "En algunos períodos se encerraba en su cuarto, diciendo que lo único que quería era casarse con ella".
Bahrami no compartía sus sentimientos. "Lo recuerdo como un chico raro, con una mirada obsesiva", dijo. En 2003, la madre de Mavahedi llamó a los padres de Bahrami para proponerles un matrimonio. "Yo lo rechacé cortésmente", dijo Bahrami.
Movahedi, que no aceptaba ser rechazado, empezó a esperarla frente a su trabajo y a pararla en la calle, gritando que se suicidaría si ella no se casaba con él.
La policía dijo que no podían intervenir si no había delito, así que Bahrami decidió actuar. "Las cosas se estaban descontrolando. Estaba frente a un desequilibrado", dijo Bahrami.
En 31 de octubre de 2004 se acercó a Movahedi cuando él esperaba cerca de su oficina. "Le conté un cuento, diciéndole que ya estaba comprometida y a punto de casarme. Le dije que siguiera con su vida, que nosotros no teníamos ningún futuro".
Cuando se dio vuelta para volver a la oficina, le gritó que la mataría.
Tres días después, en una clara y fría tarde de otoño, Bahrami volvía a casa por uno de los más frecuentados parques de Teherán cuando alguien la tocó por la espalda. Cuando se volvió, un líquido hirviente se derramó sobre su cara.
"Sentí como si me hubieran metido la cabeza en un cuenco de agua hirviendo", contó Bahrami. "Me agaché para que el líquido escurriera de mi cara, pero el dolor era intolerable. Caí sobre el pavimento, clamando por ayuda".
En la entrevista, Bahrami se mostró tranquila al contar el incidente. Su madre, sentada junto a ella en el sofá, la abrazaba fuertemente.
Bahrami recuerda que se formó una multitud a su alrededor. "Un transeúnte se acercó a mí con un bidón de agua fría. La arrojó sobre mi cara, pero eso sólo provocó que el ácido escurriera sobre mis brazos y mi cuerpo".
Alguien la recogió y trasladó al hospital más cercano. Los doctores ordenaron a un empleado que la mojara con una manguera en el patio del hospital.
"No la desnudaron ni le lavaron los ojos. Eso habría podido mitigar la intensidad de las quemaduras", dijo Farid Karimian, un oftalmólogo iraní que empezó a tratar a Bahrami unos días después. "Estaba muy mal".
Movahedi se entregó a la policía dos semanas después del ataque. Durante una audiencia preliminar, reconoció haber atacado a Bahrami y fue encarcelado a la espera del juicio.
"¿Qué pecado cometí? ¿Querer elegir yo misma, libremente, a mi futuro marido?", dijo Bahrami. "¿Qué pensaba él?"
Bahrami fue transferida a la unidad de quemados de otro hospital, donde fue intervenida en siete ocasiones en los siguientes seis meses.
"Durante todo ese tiempo tuve que dormir de pie. Estaba completamente ciega", dijo.
Después de las operaciones, los doctores la enviaron a una clínica oftalmológica en Barcelona para un último intento de recuperar parte de su visión.
Pero Bahrami no tenía seguro médico. El presidente iraní de entonces, Mohammad Khatami, que se había enterado de la historia de Bahrami a través de su abogado, pagó personalmente un gran parte de sus cuentas y prometió que el gobierno se encargaría de las cuentas pendientes.
"‘No te preocupes de nada; te cuidaremos’, me dijeron", contó Bahrami.
Los doctores del Instituto de Microcirugía Ocular de Barcelona se quedaron impresionados con Bahrami. "Era una paciente asombrosa. Muy valiente. Venía desde un país extranjero, ciega, sin conocer el idioma. Sólo quería una cosa: volver a ver", dijo Ramón Medel, un cirujano de párpados del hospital.
Medel y otros doctores se concentraron en el ojo derecho de Bahrami, que había sufrido menos daño.
"Después de algunas operaciones, pudo al menos empezar a ver sombras", dijo Medel. "Pero teníamos que seguir trabajando en ella".
En agosto de 2005, casi un año después del ataque, Mahmoud Ahmadinejad asumió la presidencia y los pagos de los costes médicos de Bahrami en el hospital y su departamento en Barcelona fueron suspendidos repentinamente.
El embajador iraní en España en la época, Morteza Alviri, dijo que había tenido pesadillas después de encontrarse con Bahrami. "Lo sentí mucho por ella. Traté de hacer todo lo que pude", dijo.
Pero cuando Ahmadinejad remplazó a varios de los embajadores, que eran partidarios del gobierno anterior, Alviri fue el primero en marcharse. "No sé qué pasó con Ameneh después de eso", dijo.
El asesor en medios de Ahmadinejad, Medhi Kalhor, dijo que sólo podía suponer por qué habían suspendido las remesas. "¿El señor Khatami le arrojó el ácido? No. Él no debería haberle pagado a ella con el dinero de los contribuyentes", dijo. "Si Bahrami hubiera sido un viejo con una uña encarnada, nadie habría hecho nada por él... Hay mucha gente que necesita ayuda. Simplemente no podemos ocuparnos de todos".
Bahrami fue finalmente desalojada de su departamento y miembros de una organización española la llevaron a un refugio de personas en situación de calle en Barcelona.
"Después de algunos días me di cuenta de que estaba rodeada de drogadictos, borrachos y prostitutas", dijo. "¿Que había hecho yo para merecer todo eso?"
"La llevaron a un lugar horrible, alucinante", dijo Amir Sabouri, presidente de la Asociación de Amistad Iraní de Nueva York, una organización benéfica que ayuda a iraníes en todo el mundo. Sabouri viajó a España para ayudar a Bahrami después de enterarse de sus penurias.
Poco después, Bahrami sintió que fluía líquido de su ojo derecho.
"Desafortunadamente su ojo, que estaba muy débil, no resistió", dijo Medel. "Debe haberse pegado una bacteria en algún lugar".
Bahrami volvió a Teherán en junio.
Con poco que perder, Bahrami tomó la inusual decisión de solicitar al tribunal la aplicación de la qisas, la ley del ojo por ojo que permite la ley islámica.
Los tribunales usualmente condenan a las familias de los acusados a pagar el precio de la sangre en casos de delitos. Pero Bahrami insistió en el castigo. Tuvo varias reuniones con el presidente del poder judicial iraní, el ayatolá Mahmoud Hashemi Shahroudi, que tiende a favorecer las interpretaciones menos estrictas de la ley islámica.
"Shahroudi me presionó para que exigiera dinero en lugar de castigo. Me explicó que una sentencia de ese tipo significaría muy mala publicidad para Irán. Pero yo me negué", dijo.
El poder judicial no respondió nuestras solicitudes de una entrevista.
Hace más de dos semanas, Movahedi fue escoltado hasta el tribunal por dos agentes de policía. No mostró remordimiento cuando la corte resolvió sobre su caso. Cuando el juez le preguntó si estaba preparado para aceptar el castigo, Movahedi dijo que todavía amaba a Bahrami, pero que si ella pedía que le sacaran los ojos, él trataría de sacárselos a ella.
"Deberían sacarle todos los ojos, porque no estoy seguro de que ella no pueda ver, en secreto", dijo. "Los diarios han hecho un gran escándalo con esta historia, pero yo no he hecho nada malo".
Movahedi fue sentenciado a recibir cinco gotas de ácido sulfúrico en cada ojo. Su padre dijo que "lamentaba mucho" lo que había ocurrido. "Si Ameneh quedó realmente ciega, mi hijo debe ser sometido a la sentencia", dijo.
Según la ley iraní, un condenado tiene veinte días para recurrir la sentencia. Si Movahedi no lo hace, el castigo será impuesto en la fecha que decida el tribunal.
Medel, el doctor de Barcelona, dijo que estaba consternado de que su ex paciente hubiera pedido que le sacaran los ojos a otra persona.
"Oí en la radio aquí en España sobre ese caso", dijo. "Nunca lo asocié con Ameneh. Es una sentencia dura, pero ella tuvo que pasar por un montón de cosas. No sé que habría hecho yo si eso le hubiera pasado a mi hija".
©14 de diciembre de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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