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una morgue de bagdad


[Alissa J. Rubin] En el pasado Abu Imad cuidaba el jardín de un hospital de Bagdad, pero la guerra lo convirtió en conserje de los muertos.
Bagdad, Iraq. Después de enterarse de un atentado suicida, mi intérprete y yo fuimos al Hospital Yarmouk, que tiene una de las morgues refrigeradas de la ciudad. Ahí conocí a Abu Imad.
Él estaba siempre en la parte de atrás, cerca del congelador, empujando los cuerpos en el frío cuarto, cubriéndolos, y revisando los papeleos que mostraban familias que reclamaban a sus muertos. Nos decía la cantidad de personas que habían muerto en un atentado, cuántos cuerpos quedaron calcinados, cuántos eran de mujeres y niños.

Pero durante mis dos años y medio en Iraq, Abu Imad también habló de muchas otras cosas -sobre todo de las innumerables maneras en que el caos había arruinado vidas corrientes. En medio de la implacable violencia, nunca perdió su firme fe religiosa ni su simpatía hacia las víctimas. Se convirtió en uno de un puñado de personas que me ayudaron a entender Iraq después de la invasión norteamericana. Este articulo sobre Abu Imad es el primero en una serie de retratos incidentales de hombres y mujeres que fueron mis piedras angulares en un país extraño.
Cuando hablé con Abu Imad un día de esta primavera, estábamos en su humilde cuarto en el hospital: una habitación desnuda con un catre de hierro. Antes cuidaba del jardín en el hospital, pero poco después de empezar la guerra de 2003, fue asignado a ocuparse de los muertos.
Le pregunté: "¿Cuándo te vi por última vez? ¿Era un atentado?"

No lo recuerdo. Hay tantos. A veces el área se llena de cadáveres, todo el patio. Ahora el congelador está lleno, hay 44 muertos ahí. Algunos fueron matados por la policía, otros por la guardia nacional, el resto por los muyahedines.
He trabajado aquí durante cuatro años. A veces me siento muy triste. Creo que estoy perdiendo la memoria. No recuerdo bien a la gente que han traído aquí. Siento pena, por supuesto, por la gente que matan y ahora mismo me siento triste por los que están en el congelador. Si me dejaran, los enterraría de acuerdo a las solemnes normas del islam. De acuerdo a la práctica musulmana, hay que enterrar a los muertos de inmediato, no deben quedar insepultos ni un solo día. Y aquí algunos han estado aquí hasta dos y tres meses.
Este es mi primer trabajo en la morgue. Antes trabajaba en los jardines. No fui yo quién decidió cambiar de trabajo; ellos me lo cambiaron, la dirección del hospital. A mí me gustaba los jardines y las flores. Me encantan las plantas y la agricultura. Ahora ya no pienso en esas cosas...
Estudié hasta quinto. Nunca pensé que sería nada porque vivíamos en un pueblo y éramos campesinos. Vivíamos cerca de Kut. Cultivábamos de todo -cantalupos y sandías, cebada y semillas. Era nuestra familia. Yo prefiero las plantas del verano -los tomates, los pepinos, las uvas. Son más fáciles de cultivar, crecen más rápido. Y las flores le gustan a todo el mundo. A mí me gustan todas las flores. Sabes, hay algunas rosas que se adaptan al calor.


Sonrió tímidamente, apoyando un codo en un abollado escritorio de metal, el único otro mueble en el cuarto, y acarició nerviosamente su barba de dos días. Tiene 46, pero se ve más viejo.

Trabajo en turnos de 48 horas; luego tengo libre otras 48 horas. Cuando llego a casa después del trabajo, agradezco a Dios, porque nunca sabes si vas a llegar, debido a los coches-bomba. Los coches-bomba empezaron cuatro o cinco meses después de la invasión -bueno, cuando empezaron a colocar bombas a iraquíes. Es gente que vino de Siria, y luego empezaron los atentados con coches-bomba. Por supuesto, los coches-bomba son más graves que las balas. A veces la familia de las personas no pueden reconocer a sus muertos.
Simplemente cubrimos los cadáveres. Si no tenemos esteras o mantas, ¿qué puedo hacer? Pero si es una mujer, tengo que cubrirla. Traigo una sábana. Llegan dos o tres mujeres por día. Hay una mujer que lleva aquí siete días. No sé por qué no ha venido nadie a reclamarla. Tiene entre 20 y 25 años. Tiene una bala en la cabeza. Quizás la acusaron de trabajar como intérprete.
Duele -sólo vemos las cosas malas. Realmente, estoy muy triste. No puedo dejar de estar triste, no puedo dejar de sentir la pena de la gente.
Esos clérigos de los dos lados, ellos podrían parar todo esto. Aunque soy chií, no hago diferencias entre chiíes y sunníes. Se cree que habrá una guerra religiosa
fitna, y una guerra civil. En el Corán se dice que Dios tiene miedo de los partidos políticos.
Estamos acostumbrados a estas tragedias y violencia porque hemos presenciado la guerra con Irán y Kuwait. Yo creía que después de la llegada de los americanos sólo tendríamos problemas. Si vivimos otros cien años, sólo veremos destrozos. De cualquier manera, con o sin americanos, no veremos nada excepto destrozos. Quizás, quizás con los americanos se pongan las cosas algo mejor.
A veces vienen aquí familias con niños a reclamar sus familiares. Trato de mantenerlos alejados del congelador para que no vean los cadáveres, pero ellos miran de todos modos, atisbando por la puerta. Tengo miedo de que sufran pesadillas, pero descubrí que son todavía más fuertes que yo.


Encendió un barato cigarrillo iraquí e indicó hacia la puerta del congelador. Me contó sobre los niños que había visto recientemente.

Esta mañana recibí a dos niños de tres años. Habían sido enviados al hospital por su madre para una inyección... porque tenían tos y estaban agripados. Y las enfermeras usaron la mitad de las dosis que usan con adultos, pero los niños murieron inmediatamente. Ahora están esperando la autopsia del médico forense [para descubrir si murieron de sobredosis o de una mala reacción]. Sólo el padre se apareció a recoger los cuerpos, y se golpeaba la cabeza contra la pared, llorando. Yo también lloré cuando vi a esos niños. Sentí como si fueran mis hijos. Llevaban pijamas y camisetas y tenía el pelo muy largo. Era como flores.
Yo tengo siete hijos. Mi hija mayor está casada y tengo un hijo de 17. Los otros son más jóvenes. Espero que crezcan y tengan buenos trabajos. El de 17 se queda en casa sin nada que hacer porque tengo miedo de que salga a la calle. No quiero que se reúna con gente joven que se integrarán a los mujahedines, o que tenga amigos que beban.
Aquí en el congelador hay cuatro mujahedines. Tenían esas mochilas y cinturones. Uno tenía un cinturón con explosivos, y la gente en Karbala [una ciudad santa para los peregrinos musulmanes chiíes] se dio cuenta de que era un terrorista suicida y lo pararon y mataron. Los otros también llevaban de esos cinturones suicidas y se mataron. Luego estaba el terrorista de la bicicleta en Bayaa. El del atentado de la base aérea de Muthana; era un saudí.
Casi ninguno de los terroristas suicidas son iraquíes. Según la policía, en los papeles del ciclista terrorista encontraron uno que decía que era iraní.
Enterramos a un tipo sirio, que estaba con los fedayines [milicianos paramilitares leales a Saddam Hussein]. Estaban peleando en la calle y los mataron. Lo enterramos en el jardín. Pienso en sus padres, que no saben dónde está.


Dos mujeres con túnicas y pañuelos negros se acercaron a Abu Imad y le entregaron un pedazo de papel con un nombre escrito cuidadosamente. Lo miró y asintió, luego les explicó que debían volver con un agente de policía para reclamar el cuerpo del familiar.

A veces, las familias tardan dos o tres días en llegar, algunas no se aparecen hasta en cinco meses... Yo trato de hablar con las familias cuando vienen a recoger a sus seres queridos. Yo les digo: "Vosotros lo plantasteis y ahora no existe. Es la voluntad de Dios". Hay muchos versos coránicos en los que pienso.
Esta mañana vino la familia de un niño. Era un joven que estaba sentado en su tienda y murió en un enfrentamiento entre la policía y los muyahedines. Si los muyahedines disparaban un balazo, la policía disparaba cien. Incluso cuando quieren que los coches se hagan a un lado, disparan [en el aire].
Una vez la guardia nacional trajeron a unos policías que habían sido heridos en Muthana, y estaban disparando [para que la gente se hiciera a un lado]. Pero los policías estaban muertos cuando llegaron aquí. Les dije: "¿Por qué disparáis? Están muertos".
La muerte que más me conmovió fue la de un hombre de Nasiriya. Estuvo tres meses en el congelador, y yo pensaba que él era un devoto y me sentí tan triste que envié dinero a su familia en Nasiriya para que pudieran venir a recogerlo. Les envíe 20.000 dinares [14 dólares].
(Abu Imad gana 99.000 dinares al mes más las propinas que recibe de los familiares de los muertos). He soñado dos veces con él -que lo veía. Pero su familia no se apareció nunca.
Si tuviera una oportunidad de cambiar de trabajo, cambiaría. No duermo por las noches. Llegan tantos, yo recibo los cadáveres y trabajo con cadáveres todo el día, toda la noche. Ahora apenas llego a casa, cierro con cerrojo la puerta principal. Y le cuento a mi familia sobre las cosas malas que están pasando. Incluso yo hago las compras para la esposa de mi hermano está maldiciendo al que me nombró en este trabajo porque desde entonces que le prohíbo salir a la calle. No quiero que mis hijos crezcan como yo.


¿Hay algo que te pueda distraer de todas estas muertes y violencia?

Me gusta mirar televisión. Programas divertidos. Deportes. Me gusta el fútbol. Durante los años setenta yo jugaba en el club Al Amin.
La seguridad era mejor durante Saddam. Cuando vi a Saddam, me sentí orgulloso de que fuera presidente. Si Saddam no hubiera invadido Kuwait, Estados Unidos no habría podido derrotarnos. No necesitamos nada. Teníamos de todo. ¿Por qué lo hicieron?
Lo que más me entristece es que maten a un cristiano, porque son una minoría. Son gente pacífica que no le hace daño a nadie. Durante la época de Saddam no se mataba a nadie. Nunca recibíamos a muertos, a menos que fuera un accidente de carretera. Calculo que he recibido a unos 200 cristianos desde el derrumbe del régimen -la mayoría eran intérpretes.
Tuve vecinos cristianos durante 13 años. Los consideraba como mis hermanos -eran educados, muy amables. Aprendieron nuestras costumbres, celebrábamos los festivos que teníamos ellos y nosotros... Vienen aquí, madres o padres, e incluso cuando lloran, lloran de manera educada, calmados, no como nuestra gente que se golpea [refiriéndose a la práctica chií de golpear sus pechos en señal de pesar].
Escribí dos cartas a la policía sobre los cuerpos en su área geográfica. Les dije: "Tenéis que venir a enterrarlos". Después de algún tiempo no se pueden reconocer las caras de los muertos. A veces les dejo ver los cadáveres y dicen que deben ser sudaneses, porque tienen la cara negra. La policía no quiere venir. No quieren que esto sea parte de su trabajo. Piensan que quizás los ataquen en la calle, y los muertos no les interesan demasiado.


26 de agosto de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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