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pinturas de klimt vuelven a familia


[William Booth] Un sueño hecho realidad. Un museo de Los Angeles exhibe pinturas robadas por los nazis, y a pesar de Austria, que hasta este año se negaba a devolverlas.
Los Angeles, Estados Unidos. Maria Altmann dice que el retrato de su tiíta Adele de algún modo se ve más grande de como lo recordaba, como la obra maestra de Gustav Klimt de una sensual señora envuelta en oro pero develada aquí el jueves en el museo de arte del condado, casi siete décadas después de que fuera robado a su familia por los nazis tras su huida a Viena.
La historia de esta pintura de Klimt -su creación, su tema, su saqueo, el descubrimiento del robo y la batalla legal para que lo devolvieran- se lee como una absorbente y romántica épica de pérdida y redención, una historia que comprende los salones de la Viena de fin de siglo, las tinieblas del Holocausto y la Corte Suprema de Estados Unidos.
Las cinco pinturas que se exponen ahora, incluyendo el retrato dorado de 1907 de una conocida, rica y empeñosa judía de Viena, constituye una de las restituciones de obras de arte robadas por los nazis más observadas y valiosas de los últimos tiempos.
Adele Bloch-Bauer era modelo, mecenas y quizás amante de Klimt.
Juntas, las cinco telas -de acuerdo a tasaciones artísticas realizadas durante el curso del caso legal- pueden llegar a valer unos 300 millones de dólares -aunque el precio del importante retrato es confesamente sólo una suposición, debido a que obras de su notoriedad y renombre rara vez aparecen en subastas.
"¿Cómo fijas un precio? Las pinturas, especialmente los retratos, son obras de arte representativas del arte del siglo 20. Son simplemente las más raras entre las raras, y están más allá del mercado del arte", dice Stephanie Barron, curadora del Museo de Arte del Condado de Los Angeles, que exhibirá las pinturas hasta el 30 de junio y que querría que los Klimts encontraran en el museo su hogar permanente.

Maria Altmann tiene 90 años. Está un poco sorda, y cuando la visitamos en su casa de clase media en Los Angeles, días antes de la apertura de la exposición de Klimt, se apoyó en una pared para no perder el equilibrio. Pero conserva su buena memoria.
El jueves, en el museo, llevaba un traje pantalón verde menta con perlas en el cuello. "Estoy tan feliz", dice Altman a la audiencia de mecenas, curadores y periodistas antes de un recorrido de la exposición. Altman habla el alemán de Viena de la preguerra que hoy se escucha rara vez, incluso en Austria -e incluso después de seis décadas en Los Angeles (donde trabajó como modista, a veces en casa), su inglés retiene el vals de su lengua nativa. Feliz, dice, "de que hoy, después de tantos años, este sueño se hiciera realidad", y recuerda a la audiencia que fue hace 68 años que "las pinturas fueron robadas de casa de mi tiíta".
Le preguntan a Altman si siente resentimiento hacia el gobierno austriaco, que intentó por todos los medios mantener las pinturas en el Museo Austriaco del Palacio de Belvedere, un museo federal en Viena, donde colgaron desde poco después del término de la guerra. "No", responde. "Soy una persona que trata de no sentir resentimiento. Pero ha sido difícil para mí. A veces me ha dado rabia".
Dice que a su tía Adele le habría gustado ver su retrato expuesto en Los Angeles. "Iba más lejos que su época", dice Altman. "Le habría gustado vivir como mujer en Estados Unidos ahora", donde no habría sido la esposa frustrada y estéril de un industrial diecisiete años mayor que ella. Habría ido a la universidad y habría participado en política, cree Altman. "No se habría encerrado en tés y reuniones de señoras".
En el salón de exposición Altman posa para las ruidosas cámaras de los periodistas debajo del retrato de Bloch-Bauer, que es algo para contemplar. A diferencia de las reproducciones en afiches que han adornado durante toda una generación los dormitorios de los internados, el dorado de la pintura pareciera vibrar con luz.
"Es tan bella, pero también tiene su filo, ¿no cree usted?", dice Barron, la curadora. "Innegablemente, es una obra de arte, pero es también el tipo de pintura que el público ama. Es absolutamente magnífica, como las otras", que incluyen otro retrato de Adele -una fiesta de colores primarios pintada en 1912- y los tres paisajes, que describen un bosque de hayas, un manzano y una vista del Lago Atter, donde Klimt pasaba sus veranos (entre otros acompañantes con su amante de toda la vida).
Como señala Barron, Gustav Klimt es ahora más famoso por sus pinturas psicológicas de mujeres, algunas de ellas en eróticos dibujos y óleos, y otras en retratos más formales (pero a menudo sensuales), incluyendo trabajos por encargo que hizo de ricas esposas de banqueros, comerciantes e industriales vieneses, que a menudo provenían de prominentes familias judías.
Historiadores y críticos de arte difieren en su opinión sobre la significación de la pintura de Adele Bloch-Bauer. ¿Está envuelta en oro? ¿O sepultada en oro? Donde algunos ven una suntuosa decadencia, opulencia y displicencia, otros ven a Adele como enclaustrada -mantenida en una pose estática, divorciada de la naturaleza, ahogada por la riqueza, por la finura, por las cosas. ¿Y su rostro? ¿Muestra algo de calidez? ¿O resignación?
La Viena de principios del siglo 20 era precisamente el tipo de lugar donde estos analíticos juegos intelectuales pudieron haber causado sensación. En la época de Klimt, su ciudad estaba explotando en desafíos modernistas a la academia formal y al status quo. Había nuevas formas de periodismo y arquitectura. Era la época en que Sigmund Freud escribió su ‘Interpretación de los sueños’. Cuando Ludwig Wittgenstein estaba rescribiendo la filosofía. Y compositores como Gustav Mahler y Arnold Schoenberg estaban rehaciendo la música. Las cafeterías, salones y teatros se llenaban de conversaciones sobre la revolución social. "Los hacedores de cultura en la ciudad de Freud", escribió el historiador Carl E. Schorske en su trabajo sobre Viena, "se definían a sí mismos en términos de una revuelta edípica colectiva".
Klimt mismo estaba en el centro del nuevo arte y controversia artística (se metió en problemas por aguijonear los límites del viejo gusto vienés). Mientras fue famoso, Klimt fue un misterio. Hijo de un orfebre, empezó su carrera como decorador y artesano antes de irrumpir en el mundo del arte con atrevidos encargos que ha menudo tenían como centro eróticos desnudos de sensuales mujeres. No se casó nunca, fue un bohemio que hacía la corte a sus modelos y se lo encontraba a menudo en su taller, envuelto en un blusón de pintor o albornoz árabe, sin nada debajo. Tras su muerte por apoplejía en 1918, a los 56 años, se encontró un alijo de dibujos eróticos, entre ellos varios con sus modelos dándose placer a sí mismas (a su muerte se dieron a conocer varias de sus amantes, con 14 hijos de los que decían que eran hijos de Klimt).

Maria Altmann, nacida en 1916 en Viena, era por supuesto demasiado joven como para recordar a Klimt, pero recuerda sus visitas dominicales a la mansión de Adele y su marido Ferdinand en una de las mejores calles de la ciudad, a poca distancia de la Ópera y atiborrada con las colecciones de porcelana, muebles, tapices y Klimts de la pareja.
"Es verdad, lo llaman le palais, y odio la palabra ‘criados’, pero ella y Ferdinand los tenían. Había mayordomos, criadas y una vieja cocinera", recuerda Altman una tarde algunos días antes de la apertura de la exposición, mientras bebía una taza de té y mordisqueaba chocolates suizos. "Vivíamos entre antigüedades, ¿pero qué saben los niños de antigüedades? Éramos ricos, pero yo no lo sabía".
Altmann recuerda que su tía tenía envidia de la madre de Maria porque ella no tenía hijos, habiéndolos perdido en abortos y en partos de niños muertos. "Así, a ella no le interesaban los niños", dice Altmann. Probablemente le desagradaban los tés del sábado tarde. "Ella muy diferente a mi madre, la mariposa social. Adele quería rodearse de cerebros, artistas e intelectuales. No creo que haya sido feliz en casa".
Se ha rumoreado durante largo tiempo, aunque no ha sido probado nunca por medio de cartas o diarios de vida, que Adele y Klimt tuvieron una larga aventura. Habría sido algo normal en la época y dada la reputación de Klimt, y hay además algunos indicios. Una pintura de Klimt de 1901, ‘Judith con la cabeza de Holofernes’, usa como modelo de Judith, la extática mujer fatal bíblica, a una mujer que se parece muchísimo a Bloch-Bauer, incluyendo hasta el collar. Laura Payne, autora de ‘Essential Klimt’, escribió que la obra es también considerada una de las pinturas más eróticas del artista.

Adele Bloch-Bauer murió de meningitis en 1925 a los 43 años. Su marido Ferdinand la recordaba manteniendo flores frescas en su dormitorio en el palacio, donde también colgó los retratos de Klimt. Fue de estas paredes que el retrato fue requisado por los nazis.
Tras la anexión de Austria por Alemania en marzo de 1938, Ferdinand huyó primero a su castillo en las afueras de Praga y más tarde a Suiza, dejando a los Klimts detrás. (Durante la guerra, el castillo checo de Ferdinand fue utilizado como casa por Reinhard Heydrich, uno de los planificadores de la ‘solución final’ de los nazis para exterminar a los judíos de Europa).
Para su boda Maria Altmann recibió un anillo que había pertenecido a Adele; la Gestapo también lo requisó, y de acuerdo al abogado de Altmann las joyas terminaron en manos de la mujer del comandante de la Luftwaffe, Hermann Goering, como regalo de él. El marido de Altmann estuvo brevemente encarcelado en Dachau, pero su rescate fue pagado por su hermano. Los Altmann escaparon de Berlín a través de Holanda y Londres, y se establecieron en Los Angeles en 1942.
Durante la guerra los nazis arianizaron las fábricas de Bloch-Bauer, se apoderaron de los capitales de Ferdinand, confiscaron el palacio (que fue usado por los ferrocarriles nacionales austriacos, y que ha sido devuelto a su familia recién este año). Los Klimts y otras colecciones fueron saqueadas -y entregadas al Museo Austriaco o vendidas. El método nazi consistía en cargar las participaciones de Ferdinand con abultados impuestos y luego ordenar que sus propiedades y pinturas fueran subastadas.
Con los años los herederos recuperaron varios ítemes del disperso patrimonio Bloch-Bauer. No pudieron recuperar las pinturas de Klimt porque el gobierno austriaco sostenía que Adele había pedido a su marido que legara la obra al país tras su muerte (murió en 1945, en Zurich, casi sin un centavo). Por supuesto, esta petición fue hecha en 1923 antes del surgimiento de Hitler y de la anexión alemana de Austria; es dudoso haya querido dejar las pinturas a una entidad que fue culpable del exterminio de los judíos de Austria.
Maria Altmann y los otros cuatro herederos no tenían demasiadas esperanzas hasta que un periodista austriaco llamado Hubertus Czernin escribió una serie de artículos en 1998, basándose en archivos artísticos austriacos de los años de la guerra abiertos al público recientemente que demostraban que las donaciones de los Klimts al gobierno habían sido obtenidas bajo coerción. El abogado de Altmann, Randol Schoenberg (nieto del compositor Arnold Schoenberg), utilizó una nueva ley de restitución para pedir su devolución después de ganar un caso ante la Corte Suprema de Estados Unidos, lo que le permitió presentar el caso ante tribunales estadounidenses.
Sin embargo, las dos partes acordaron que el caso fuera oído en un arbitraje vinculante por una comisión de tres jueces austriacos. "El gobierno austriaco se comportó de manera arrogante", dice Czernin. "No podían creer que iban a perder el caso, porque no se convencían de que habían hecho algo malo". Pero en enero los jueces concluyeron unánimemente que los Klimts habían sido saqueados.
Así que ahora están en Los Angeles. Schoenberg dice que la familia no ha decidido todavía qué hacer con las pinturas -si las venderán, donarán o ambas ni a quién. "Se están tomando el tiempo", dice Schoenberg. "Han pasado 68 años, y ha sido una larga batalla legal, y recién se están acostumbrando a la idea de que han ganado".
En la apertura de la exposición el jueves, Martin Weiss, cónsul general de Austria, asistió a las festividades. Trató de superar el caso. "Ambas partes pensaban que tenían la razón", dice Weiss sobre el alegato austriaco de que Adele quería que las pinturas se quedaran en Viena. "Pero estuvo bien que la decisión a la que se llegó haya sido tomada por una corte austriaca y eso lo aceptamos". Sonrió diplomáticamente. "Es un buen día para Los Angeles".

15 de abril de 2006
©washington post
©traducción mQh
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