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modernas bestias de carga


[Linton Weeks] De la casa a la oficina y a la escuela y al gimnasio, cargamos con demasiadas cosas.
Acarreando una mochila, una libreta de apuntes y una botella de agua, te paras un momento y miras las antiguas fotografías en blanco y negro en el Museo Nacional de Historia Americana. Sabes, esas que muestran a los americanos en su vida cotidiana: gente esperando el trole cerca de 1900, por ejemplo, o gente cruzando la Avenida de Pensilvania en 1905.
¿Te parece que falta algo? Correcto: cosas.
La gente -de todas las edades, todos los sexos- no lleva nada, ni mochilas ni botellas de agua. No llevan celulares, ni acunan tazas de café ni acarrean ordenadores portátiles. No tiene bolsas -de compras, bolsones o de pañales. Aparte una pequeña cartera por aquí o un bastón o paraguas por allá, no llevan nada: van libres de pies y manos.
Ahora vuelve a la calle y mira alrededor. La gente está en las mismas calles de la ciudad, pero cargadas hasta los topes. Van cargadas de libros, diarios, jarras Gatorade, estereos personales, mochilas, maletines y bolsones de tela con zapatos taco alto dentro. Llevan iPods metidos debajo de los brazos, riñoneras abrochadas a las cinturas y las llaves de la casa sujetas con cordones de zapatos.
Quizás sea porque hacemos muchas cosas. O porque nos sentimos inseguros. Quizás nos estamos volviendo más independientes. Cualquiera sea la razón, andamos cada vez más cargados con nuestras cosas.
Veamos por ejemplo el caso de Shey Moye, que viene caminando por Wisconsin Avenue en Bethesda, en dirección a Maurice Villency, el almacén de muebles donde trabaja. Moye, 28, lleva un llamativo bolsón de cuero de cartero lleno de libros y otras cosas colgando de un hombro. Lleva dos enormes libretas de apuntes en su brazo izquierdo y un bocadillo envuelto en papel -su desayuno de salchicha y huevo- y un macchiato con caramelo en su derecha. Se siente cómodo cuando acarrea un montón de cosas. "No puedo evitarlo", dice.
Cheryl Douglas, 59, profesora de educación especial en la Escuela Básica Tuckahoe en Arlington. Terminó la escuela y se dirige a su cocha. Lleva en su mano izquierda una bolsa Lancome negra llena de montones de carpetas rellenas de papeles y, por alguna razón, una bolsa de plástico sin nada. En su derecha: una bolsa Lancome rosada con más carpetas, una libreta, una pelota de tenis, la parafernalia de las lentes de contacto y una bolsa de Jolly Ranchers. En su hombro izquierdo lleva una bolsa de correas largas que se apoya en su cadera derecha. Y también de un hombro izquierdo cuelga hacia la izquierda una raqueta de tenis Dunlop en su funda negra.
Es una sherpa suburbana.
Interrogada sobre por qué la gente en el pasado no acarreaba tantas cosas, dice: "Deben haber llevado vidas segmentadas, trabajaban en el trabajo y no en casa".
Dice que siempre lleva cosas diferentes cuando va al gimnasio: zapatos, chándal, un reproductor de discos compactos para escuchar mientras hace ejercicios. Y cuando era más joven llevaba otro montón de cosas: pañales, botellas, mantas.
La vida contemporánea es muy fluida. El trabajo se funde con el ocio, que se derrama sobre la vida familiar. Nunca sabemos qué vamos a necesitar ni cuándo. Un libro para cuando nos quedemos atrapados en el metro; una caja de jugo por si nos quedamos embotellados en el tráfico; galleticas para los momentos bajos en azúcar; una linterna en caso de que tengamos una pana de neumáticos en la noche.
"Es como una red de seguridad", dice Douglas sobre las cosas que acarreamos.
El historiador cultural Thomas Hine, autor de ‘I Want That! How We All Became Shoppers', dice que ha observado que andamos con más cosas que nunca.
"El fin de semana pasado", dice Hine, que vive en Filadelfia, "ayudé a un amigo a elegir un maletín para un ordenador portátil más bien elaborado que también incluía compartimentos especiales para el celular, el organizador personal, el reproductor de MP3 y otros artefactos sobre los que nadie había oído en años".
La creciente cantidad de cosas que llevamos en nuestro viaje por la vida, dice, refleja "la tendencia de nuestra sociedad de prescindir de fuentes de estabilidad compartida -el trabajo a largo plazo, los vecindarios, los sindicatos, las cenas familiares- y de transformarnos en agentes libres y autónomos".
El walkman, introducido en 1979, dice Hine en un e-mail, "probablemente sentó un precedente: permitió que la gente estuviera físicamente en el mismo espacio, pero mentalmente distantes. La plétora de artefactos de ‘comunicación' que llevamos son también herramientas de aislamiento del ambiente inmediato. Y, en palabras de un anuncio de reclutamiento, cada uno de nosotros se convierte en un ‘ejército de uno', acarreando todas nuestras herramientas de supervivencia a través de un mundo previsiblemente hostil".
Es la postura perfecta para la Era de la Inseguridad. Nos inquietamos por nuestros trabajos, familias, país, masculinidad o feminidad, capacidad de ser un buen padre. Creemos que hay alguien ahí dispuesto a hacernos pedazos. Y a quedarse con nuestras cosas. Y así, como los sin casa, llevamos nuestras cosas con nosotros. Por si acaso pasa algo.
Si la riqueza fuera medida por la libertad y la libertad fuera el estado de estar libre de peso, nosotros seríamos gente pobre y cargada.
"Estamos acarreando más cosas", dice Celeste Niebergall, de JanSport, fabricantes de mochilas, de California. "Especialmente en la escuela". Se han escrito resmas de historias sobre niños que se lesionan debido a las pesadas mochilas. Ahora llevan enormes maletas con ruedas. Parecen pequeñas azafatas de vuelo. O golfistas de fin de semana con sus carritos de golf. ¿Nos falta mucho para la mochila motorizada?
Las mochilas para todas las edades han sido agrandadas, dice Niebergall. "Hemos aumentado la tara".
Tenemos mochilas más grandes, pantalones de cargo con múltiples bolsillos, cabestrillos de nylon, bolsas de viajero, bolsas de todo tipo -de compras, bolsones, carteras. Gap fabrica incluso una bolsa llamada ‘hobo' para el nómada urbano. PurseBrite fue diseñada con una luz dentro para ayudarte a sortear en tu pila de cosas.
"Siempre llevo un montón de cosas conmigo, ando siempre cargada de libros, casetes, bolígrafos y papel, en caso de que me den ganas de sentarme en alguna parte y, eh, no sé, leer algo, o escribir una obra maestra", escribe Elizabeth Wurtzel en ‘Prozac Nation'. "Quiero tener todas mis posesiones importantes, todas mis cosas mundanas, a la mano todo el tiempo. Quiero llevar conmigo siempre lo que me queda de sensación hogareña. Pero me siento todo el rato tan cargada. Esto debe ser un poco como debe sentirse una vagabunda, arrastrando todo a todas partes".
La vagabunda lleva un montón de cosas. Tradicionalmente también lleva un montón de cosas el soldado, la orquesta unipersonal, la Avon Lady. Y ahora todos nosotros hemos aumentado nuestros artículos portátiles, si no nuestra efectividad.
Douglass parece bastante efectiva. Ha estado enseñando durante 25 años. Mientras carga sus cosas en su Honda, que está aparcada en la calle detrás de la escuela, hace el inventario. "Todo el mundo tiene un Palm Pilot", dice, riendo. "Yo todavía uso un calendario".
Pieza por pieza se va sacando bolsas de sus brazos y manos. Las carpetas y el equipo para las lentes de contacto e incluso los Jolly Ranchers, son cosas que entendemos todos. Pero ¿por qué lleva la raqueta de tenis? ¿Va a jugar?
No, dice. No va a jugar. Pero cuando la vida se hace tan agobiante que no aguanta más, saca la raqueta de su funda y la pelota de su bolsa Lancome rosada y la hace rebotar contra una pared. Una y otra vez.
La mecánica actividad sirve dos propósitos. Aclara tus ideas. Y te obliga a dejar en el suelo todas las demás cosas que vas acarreando.

8 de febrero de 2006
©washington post
©traducción mQh
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1 comentario

MIGUEL ANGEL ARRIAGADA MARTINEZ -

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