educación de un matador
[Tom Hundley] Un torero es como un diamante al que hay que pulir.
Madrid, España. Carlos Rodríguez Mendoza tiene 17, apenas ha empezado a afeitarse, y, sin embargo, se comporta con la elegante altanería de un matador.
Es un caluroso domingo por la mañana. El pequeño y polvoriento coso en las afueras de la ciudad está vacío; no hay toros a la vista, pero Rodríguez está vestido para matar. Lleva apretados pantalones grises que se abren en el dobladillo, una camisa blanca con volantes abotonada hasta el cuello, una chaquetilla gris y un sombrero cordobés.
Se presenta a sí mismo como Manuel Martínez Molinero, 81, mientras ajusta el sombrero del joven. Debe de ser llevado recto y seriamente, no en un ángulo, que podría indicar descuido.
"Sí, maestro", dice Rodríguez, que parece estar colgando de las palabras del viejo.
"Primero tienes que educar al hombre, después al torero", dice Martínez a un visitante de la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, de Madrid.
"Sin educación, sin cultura, no hay torero", explica el viejo.
Martínez es, de profesión, abogado y periodista. Lidió como amateur y entonces, en 1964, abrió una academia de tauromaquia en Zamora. Se mudó a Madrid en 1970.
La academia es financiada por el ayuntamiento de Madrid, una de las muchas escuelas financiadas públicamente que han florecido en España, a pesar de que la lidia de toros es cada vez más polémica.
Las edades de sus alumnos van de 12 a 17, y las clases, de septiembre a mayo, se realizan normalmente en las tardes.
"Vienen de todas partes", dice Martínez hablando de sus estudiantes. "Si un padre soñaba con llegar a ser un torero y no lo logró, quizás matricule a su hijo. Hay miles de padres a los que les gustaría ser el padre de un Juli" -Julián López, uno de los más famosos matadores de España y egresado de la academia de Martínez.
El Juli gana casi 200 mil dólares por lidia, y lidia tan a menudo como quiere. Pero pocos aspirantes alcanzan su nivel.
"Algunos se convierten en banderilleros; otros, en hombres de negocios, pero nunca olvidan las lecciones aprendidas aquí", dice Martínez.
El joven Rodríguez ha estado asistiendo a clases durante dos años. Le gusta matar el tiempo en el coso, aunque no haya clases.
"Desde que era niño quería lidiar toros", explica. "Mi tío era torero, y mi bisabuelo era ganadero".
De momento, ha tenido unas cincuenta lidias de práctica contra vaquillas o torillos. Ha sido corneado dos veces -en la mano y en un muslo-, pero sigue sin tener miedo. Este verano quiere matar su primer toro de verdad. Demostrar su "coraje y valía".
Esta mañana no hay toros vivos y Rodríguez convence a otro estudiante, Antonio Ibañez, 15, que corra hacia él con unos cuernos de toro montados en una especie de carretilla. Quiere practicar clavando banderillas, el par de pequeños arpones que se entierran en la cruz del toro para debilitarlo e irritarlo.
Martínez mira desde las tribunas vacías.
"Un torero es como un diamante. Empieza como una piedra tosca, que tiene que ser cortada y pulida", dice.
¿Tiene Rodríguez lo que se necesita?
"En principio, sí", dice el viejo. "Ya veremos".
Es un caluroso domingo por la mañana. El pequeño y polvoriento coso en las afueras de la ciudad está vacío; no hay toros a la vista, pero Rodríguez está vestido para matar. Lleva apretados pantalones grises que se abren en el dobladillo, una camisa blanca con volantes abotonada hasta el cuello, una chaquetilla gris y un sombrero cordobés.
Se presenta a sí mismo como Manuel Martínez Molinero, 81, mientras ajusta el sombrero del joven. Debe de ser llevado recto y seriamente, no en un ángulo, que podría indicar descuido.
"Sí, maestro", dice Rodríguez, que parece estar colgando de las palabras del viejo.
"Primero tienes que educar al hombre, después al torero", dice Martínez a un visitante de la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, de Madrid.
"Sin educación, sin cultura, no hay torero", explica el viejo.
Martínez es, de profesión, abogado y periodista. Lidió como amateur y entonces, en 1964, abrió una academia de tauromaquia en Zamora. Se mudó a Madrid en 1970.
La academia es financiada por el ayuntamiento de Madrid, una de las muchas escuelas financiadas públicamente que han florecido en España, a pesar de que la lidia de toros es cada vez más polémica.
Las edades de sus alumnos van de 12 a 17, y las clases, de septiembre a mayo, se realizan normalmente en las tardes.
"Vienen de todas partes", dice Martínez hablando de sus estudiantes. "Si un padre soñaba con llegar a ser un torero y no lo logró, quizás matricule a su hijo. Hay miles de padres a los que les gustaría ser el padre de un Juli" -Julián López, uno de los más famosos matadores de España y egresado de la academia de Martínez.
El Juli gana casi 200 mil dólares por lidia, y lidia tan a menudo como quiere. Pero pocos aspirantes alcanzan su nivel.
"Algunos se convierten en banderilleros; otros, en hombres de negocios, pero nunca olvidan las lecciones aprendidas aquí", dice Martínez.
El joven Rodríguez ha estado asistiendo a clases durante dos años. Le gusta matar el tiempo en el coso, aunque no haya clases.
"Desde que era niño quería lidiar toros", explica. "Mi tío era torero, y mi bisabuelo era ganadero".
De momento, ha tenido unas cincuenta lidias de práctica contra vaquillas o torillos. Ha sido corneado dos veces -en la mano y en un muslo-, pero sigue sin tener miedo. Este verano quiere matar su primer toro de verdad. Demostrar su "coraje y valía".
Esta mañana no hay toros vivos y Rodríguez convence a otro estudiante, Antonio Ibañez, 15, que corra hacia él con unos cuernos de toro montados en una especie de carretilla. Quiere practicar clavando banderillas, el par de pequeños arpones que se entierran en la cruz del toro para debilitarlo e irritarlo.
Martínez mira desde las tribunas vacías.
"Un torero es como un diamante. Empieza como una piedra tosca, que tiene que ser cortada y pulida", dice.
¿Tiene Rodríguez lo que se necesita?
"En principio, sí", dice el viejo. "Ya veremos".
8 de septiembre de 2006
©chicago tribune
©traducción mQh
2 comentarios
cazadorrecolector -
Peter -