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verano de descontento


[Julian E. Barnes] Los ataques contra el centro de gobierno de Ramadi han disminuido. Pero, junto con el calor, han aumentado el aburrimiento y las quejas entre los marines estacionados allá.
Ramadi, Iraq. En el Puesto 3, cuando las horas de guardia parecen estirarse fin sin y el calor se hace agobiante, el soldado de primera clase David Hill coge su walkie-talkie y empieza a hablar con su mejor voz de anunciador de radio.
"Buenas tardes, a todos los centros de gobiernos y puestos militares. Esta es WKIL que les llega desde los tejados de Ramadi", entona Hill a su pequeña audiencia de colegas marines.
"Espero que la estén pasando bien. Tenemos 49 grados y el calor ha pasado de la categoría de suicidio a la de demencial".
A medida que se estira el verano en Iraq, disminuyen los ataques contra el centro de gobierno de Ramadi. Pero en su lugar aumentan el calor, el aburrimiento y las quejas -sobre los sacos de arena que deben acarrear los marines, sobre la misión en Ramadi, sobre la guerra.
Los marines ha menudo se fanfarronean de que su misión es matar gente y romper sus juguetes. Pero para los marines de la Compañía Kilo, pegados al tejado del centro de gobierno de Ramadi y de la sede de la policía iraquí, simplemente matar rebeldes no se siente como progreso.
Y así, junto con el mercurio, aumenta la frustración para estas tropas, la mayoría de las cuales cumplen su segundo período de despliegue en Iraq y su segundo verano en el abrasador desierto de la provincia de Al Anbar.
En otras partes en Ramadi, las tropas estadounidenses hablan con los vecinos en un intento de ganar su confianza y mejorar su sensación de seguridad. Pero en torno al centro de gobierno, no han habido charlas y sí montones de tiroteos durante muchos meses.
Los rebeldes han atacado repetidas veces el centro de gobierno, tratando de impedir el funcionamiento del gobierno provincial. La Compañía Kilo ha fortificado los puestos de vigilancia en el tejado, manejados día y noche por marines encargados de responder el fuego y matar a los atacantes que disparan cohetes y colocan bombas improvisadas.
El comandante de Kilo, Andrew Del Gaudio, 30, del Bronx, dice que los marines están haciendo la diferencia.
"Estamos matando gente", dice, refiriéndose a los rebeldes.
Los ataques contra el centro de gobierno han disminuido debido a que los rebeldes eliminados no han sido remplazados, dice.
"Ahora no hay tantos combatientes como antes", dice Del Gaudio. "¿Es eso una forma de progreso? No lo sé. ¿Permite que el gobernador se reúna con su gente? ¿Le da más tiempo al ejército iraquí para que se desarrolle? Sí. Por eso vale la pena".
Sería simpático, dice, si Kilo fuera capaz de ganarse la confianza de los iraquíes, pero eso es imposible en los barrios en los alrededores del centro de gobierno, donde los enfrentamientos siguen siendo feroces y la mayoría de los vecinos han huido.
"Todavía es una zona roja, y tiene que ser tratada correspondientemente", dice Del Gaudio. "No le puedes dar un balón de fútbol a un tipo con un rifle AK-47 que quiere matarte".
Los marines en el tejado dicen que esperan que Del Gaudio tenga razón en cuanto al progreso. Pero su frustración es clara. Pocos dicen que volverán a enlistarse.
"Espero haberme marchado para cuando empiece la próxima guerra", dice el soldado de primera clase Brodey Vann, 20, de Pinellas Park, Florida.
"Hagamos lo que hagamos, hay rebeldes en todas partes", dice Vann. "No creo que estemos avanzando".
Durante horas cada día, las tropas miran los edificios abandonados que rodean al centro de gobierno. Todas las estructuras están salpicadas de impactos de bala. Unas pocas empiezan a desmoronarse. Los marines han dado nombres a muchos de los derruidos edificios: el Hotel Fantasma, el Queso Suizo.
Algunos marines cuentan las horas que han estado mirando ese deprimente paisaje: más de 720. Algunos tratan de calcular las horas que quedan para volver a casa.
Para otros, todos los días son como los de ‘Atrapado en el tiempo' [Groundhog Day]. Como Bill Murray en la película, los días se repiten infinitamente.
"Sabes que no es el mismo día", dice el soldado de primera clase Brian Terry, 21, de High Point, Carolina del Norte, asignado a la Segunda Sección de Kilo. "Pero se siente como si fuera el mismo día".
El año pasado los marines aquí, parte del Tercer Batallón, Regimiento Nº8, estaban estacionados en Faluya, y encargados de ayudar a reconstruir la zona después del asalto de noviembre de 2004.
El colega de Terry en el puesto, el soldado de primera clase Jerod Zimmerman, 21, de Charlotte, Carolina del Norte, echa de menos el trabajo de reconstrucción y las relaciones amistosas con los vecinos. Aquí en Ramadi está apostado en el tejado esperando disparar a los tipos que le disparen.
"Allá era más fácil ver que estabas ayudando a la gente", dice. "Y eso se echa de menos. Bueno, yo lo echo de menos. Yo no hablo a nombre de todo el Cuerpo de Marines. Es mucho más fácil entender por qué estás aquí si puedes ver los resultados inmediatamente. Allá es diferente. Es más difícil ver el efecto que causas".
Los sentimientos son similares en la Cuarta Sección, de guardia en el segundo turno. En el Puesto 4, el calor es agobiante. No hay ni la más leve brisa. El único alivio lo proporciona un ventilador. El soldado de primera clase Jay Reed, 21, de Syracuse, Nueva York, escudriña los edificios, sus ojos nunca se apartan de ese paisaje.
"El año pasado teníamos una misión diferente, dirigida a construir la ciudad y ayudar a la gente", dice Reed. "Así podías ver el progreso, supongo. Este año, nuestra misión es este edificio, asegurarnos de que en este edificio no pase nada... Estoy seguro de que alguien en esta ciudad ha visto progresos, pero no desde este edificio".
Reed lleva parte de su frustración garabateada en su casco Kevlar: "Suicidio = Solución".
"El caso lo dice todo", declara.
Para los marines, el trabajo en el centro de gobierno no termina nunca. Hay turnos múltiples, prolongados, en los puestos de vigilancia. Y cuando no están en el tejado, están haciendo patrullas nocturnas a pie, trabajo de construcción, limpieza y desmantelando puestos en desuso y levantando puestos nuevos.
Lo peor de todo son los sacos de arena. Los soldados rezongan cada vez que ven llegar al camión que trae los sacos de arena, que son descargados para ser acarreados hasta el tejado.
Luchan por encontrar algún escape mental. Para Reed y su colega, el soldado de primera clase Ryan Gianoulis, 23, de Beechwood, Nueva Jersey, el turno en el tejado empieza con quejas. Luego hablan sobre cuánto les queda para volver a casa. Luego habla sobre mujeres y sobre casarse.
"Luego, en las últimas dos horas, cantamos", dice Reed. "Pequeños duetos".
Reed y Gianoulis tienen versiones de ‘Jingle Bells'‘, ‘Take It Easy' de The Eagles, y ‘Livin' on a Prayer', de Bon Jovi. Pero su tema favorito es ‘Jackson'. Gianoulis canta la parte de Johnny Cash. Reed la de June Carter Cash.
"Nos casamos por un impulso, más calientes que un brote de pimienta", canturrea Reed. "Hemos estado hablando sobre Jackson desde que se apagó el fuego".
En la última parte del turno, la música en el Puesto 3 es a menudo interrumpida por la ‘transmisión' de WKIL de Hill.
La mayoría de los días, después de que Hill, 23, de Tampa, termina su comentario sobre el nivel de peligro en los varios puestos en el centro de Ramadi, lee algunos ‘patrocinios', todos coloreados por la frustración con los rebeldes que atacan a los marines o la interminable jornada de trabajo.
Una tarde hace poco, terminó así su transmisión:
"Este mensaje ha sido patrocinado por la Muerte -que os visitará muy pronto en algún puesto cercano".

12 de agosto de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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