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las cosas por su nombre


[Tom Malinowski] Simplemente, es crueldad.
El presidente Bush está insistiendo ante el congreso que deje que la CIA siga usando métodos ‘alternativos' de interrogatorio -que incluyen, según descripciones publicadas, cosas como obligar a las prisioneros a estar de pie durante cuarenta horas, impedirles dormir y usar ‘celdas frías' en las que el prisionero es dejado desnudo en una celda a una temperatura de casi diez grados Celsius y empapado con agua fría.
Bush porfía en que estas técnicas no constituyen tortura -después de todo, no implican arrancar las uñas ni aplicar descargas eléctricas. Dice incluso que "desea" que las normas que propone sean también adoptadas por otros países. Pero antes de que invite nuevamente a los enemigos de Estados Unidos a usar esos métodos ‘alternativos' con estadounidenses capturados, podría aprovechar el conocimiento de su origen histórico y las descripciones de aquellos que las han sufrido. Con eso en mente, aquí hay algunas sugerencias para la lista de libros por leer del presidente.
Podría empezar con el clásico libro de Robert Conquest, sobre Stalin, ‘El Gran Terror' [The Great Terror]. Conquest escribió: "Cuando había tiempo, el método básico de la policía secreta soviética para obtener confesiones y romper al acusado era el ‘transportador': el interrogatorio continuado, por equipos de policías, durante horas y días sin fin. Como otros muchos fenómenos del período de Stalin, tiene la ventaja de que no podría ser fácilmente condenado de acuerdo a ningún principio simple. Claramente, equivalía a aplicar apremios ilegítimos después de un período, y a tortura física después de un período más prolongado, pero ¿cuándo?... De cualquier modo, incluso después de doce horas, es extremadamente incómodo. Después de un día, es muy difícil. Y después de dos o tres días la víctima está en realidad físicamente envenenada por la fatiga. Era tan doloroso como cualquier tortura".
Conquest afirmó: "El interrogatorio se realizaba normalmente de noche y con el acusado recién despertado, a menudo después de sólo quince minutos de sueño. Los deslumbrantes focos durante el interrogatorio tenían un efecto desorientador". Citó a un prisionero checo, Evzen Loebl, que describió haber "estado de pie dieciocho horas al día, dieciséis de las cuales en interrogatorios. Durante las seis horas de sueño, el gendarme golpeaba la puerta cada diez minutos... Si el estruendo no lo despertaba, sí lo hacían las patadas del gendarme. Después de dos o tres semanas, sus pies estaban hinchados; el roce más ligero le causaba dolor en todo el cuerpo; hasta asearse se convirtió en una tortura".
Conquest citó a un prisionero polaco, Z. Stypulkowski, 1945: "Frío, hambre, la luz brillante y especialmente la falta de sueño. El frío no es tan terrible. Pero cuando la víctima ha sido debilitada por el hambre y la falta de sueño, entonces seis o siete grados sobre cero le hacen temblar todo el tiempo... Después de cincuenta o sesenta interrogatorios con frío y hambre y casi sin dormir, un hombre se convierte en un autómata: sus ojos brillan, sus piernas se hinchan, sus manos tiemblan. En este estado, a menudo se convence de que es culpable".
El siguiente en la lista es ‘Archipiélago Gulag', de Aleksander Solzhenitsyn. Solzhenitsyn describe la experiencia de la prisionera Anna Skripnikova, en 1952: "Sivakov, Jefe del Departamento de Investigaciones de la Administración de Seguridad del Estado de Ordzhonikidze, le dijo: ‘El doctor del campo informa que tiene una presión de 240/120. ¡Eso es muy, bajo, zorra! Te la vamos a subir a 340, vas a estirar la pata, víbora, y sin marcas negras o azules, sin golpizas, sin huesos rotos. Simplemente no te dejaremos dormir'. Y si, de vuelta en su celda, después de una noche de interrogatorios cerraba sus ojos durante el día, el carcelero la despertaba, gritándole: ‘Abre tus ojos, o te sacaré de ese catre jalándote por las piernas y te amarraré de pie contra esa pared'".
En otro lugar, Solzhenitsyn escribe: "La falta de sueño... nubla la razón, socava la voluntad, y el ser humano cesa de ser él mismo, de ser su propio yo".
Finalmente, el presidente podría revisar las memorias del ex primer ministro israelí, Menachem Begin, que describe haber sido privado del sueño en una cárcel soviética en los años cuarenta: "En la cabeza del prisionero se empieza a formar una neblina. Está terriblemente cansado, sus piernas tiemblan, y tiene un solo deseo: dormir, dormir aunque sea un poquito, no levantarse, quedarse en cama, yacer, estar tendido, olvidar... Cualquier que haya vivido este deseo sabe que ni siquiera el hambre o la sed se le comparan... Conocí a prisioneros que firmaron todo lo que se les dio a firmar, sólo para conseguir lo que el interrogador les había prometido. Y no les había prometido la libertad. Les había prometido -si firmaban- que dormirían sin que nadie les interrumpiera".
Los soviéticos sabían que estos eran métodos crueles. También eran honestos consigo mismos en cuanto al propósito de semejante crueldad: brutalizar a los enemigos y extraer confesiones falsas, antes que datos de inteligencia fiables. Al negarlo, el presidente Bush no sólo está engañándonos. Se está engañando a sí mismo.

El escritor es director en Washington de Human Rights Watch.

18 de septiembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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