diario de guantánamo
[Mahvish Khan] Cara a cara con la guerra contra el terrorismo.
Bahía de Guantánamo, Cuba/Estados Unidos. El marinero en la entrada de Camp Echo escudriña a través del portón mientras Peter y yo mostramos nuestras tarjetas azules plastificadas. "HC", se lee, por ‘abogado de oficio' [habeas counsel]. Nos indica que avancemos, revisa nuestras bolsas a la búsqueda de grabadoras, luego nos da instrucciones de seguridad -marcar el 2431 en el teléfono de pared en el cuarto- en caso de que ocurra cualquier cosa en nuestra entrevista con el prisionero número 1154.
La gravilla cruje debajo de nuestros zapatos cuando seguimos a un soldado a través de un polvoriento patio hacia una puerta marrón. Antes de entrar, me cubro con el chal que llevo sobre mi cabeza y hombros. Este es mi primer encuentro con un detenido de Bahía Guantánamo, y me pone nerviosa la idea de sentarme a hablar con un hombre que puede ser un terrorista.
Ali Shah Mousovi está al otro lado del cuarto, cuadrado, con una pierna encadenada al suelo. Parece desconfiado, pero cuando me ve con mi tradicional chal bordado de Peshawar, se le escapa una sonrisa. Más tarde me dirá que me parezco a su hermana menor, y que, por una décima de segundo, me confundió con ella.
Me presento a mí misma y a Peter Ryan, un abogado de Filadelfia para el que traduzco. Le paso a Mousovi un té de Starbucks, lo más parecido al té afgano que es posible encontrar en la base. Luego abro unas cajas de pizza, galletas y baklava, pero no toma nada. En lugar de eso, siguiendo los usos afganos, nos insta a compartir el alimento que le hemos traído.
Mousovi es un médico de la ciudad afgana de Gardez, donde fue arrestado por tropas estadounidenses hace dos años y medio. Nos cuenta que había vuelto a Afganistán en agosto de 2003, después de doce años de exilio en Irán, para ayudar a reconstruir su wathan, su patria. Cree que alguien lo denunció a las fuerzas estadounidenses solamente para cobrar la recompensa de 25 mil dólares que se ofrecía a cualquiera que delatara a un talibán o a un militante de al-Qaeda.
Mientras traduzco desde el pashto, Mousovi describe, vacilante, su vida antes de su detención. Llevado a la base aérea de Bagram, cerca de Kabul al este de Afganistán, fue arrojado -con la vista vendada, encapuchado y amordazado- en un cobertizo de uno por dos metros. Dice que fue golpeado periódicamente por estadounidenses con ropa de paisano, impedido de dormir mediante grabaciones de sirenas que resonaban día y noche. Dice que fue arrastrado por una cuerda, y sometido a calores y fríos extremos. Estuvo casi un mes sin dormir.
No sabe por qué la han traído de Bahía Guantánamo. Tenía la esperanza de ser dejado en libertad en el jicio militar de diciembre de 2004. En lugar de eso, fue acusado de tener vínculos con los talibanes y de canalizar dinero hacia los rebeldes. Cuando pidió que le mostrasen las pruebas, le dijeron que era secretas. Así que está en la cárcel, lejos de su mujer y sus tres hijos. Extraña sobre todo a su hija Hajar, de once años. Cuando habla sobre ella, sus ojos de llenan de lágrimas y dobla la cabeza, abatido.
No sé qué exactamente esperaba encontrar viniendo a Bahía Guantánamo, pero no era este hombre cansado y triste. El gobierno dice que es un terrorista y un monstruo, pero cuando lo miro no veo más que lo que él dice que es: un médico que quería construir una clínica en su país natal.
Un guardia llama a la puerta, indicando que se acabó el tiempo. Mousovi firma un documento, accediendo a que Peter lo represente para presentar una petición de habeas corpus ante tribunales civiles estadounidenses. "Yo imploro a Alá para que me de sabar", dice, juntando las palmas de sus manos. Paciencia. Se levanta cuando Peter y yo nos despedimos. Cuando miro hacia atrás al salir, está todavía parado, mirándonos.
Fue Google lo que me llevó a Guantánamo. Mi interés en la base militar estadounidense en Cuba fue despertado por un curso sobre derecho internacional que seguí el año pasado en la Universidad de Miami. Decidí que quería participar en lo que estaba ocurriendo allá. Así que busqué en Google los nombres de los abogados en el histórico caso de 2004 en la Corte Suprema, de Rasul contra Bush, que resolvió que los tribunales estadounidenses tenían autoridad para decidir si ciudadanos no-estadounidenses retenidos en Bahía Guantánamo estaban o no encarcelados justamente. Luego empecé a bombardearlos con llamadas y mensajes por correo electrónico, expresando mi deseo de colaborar, como estudiante de leyes, como periodista y como pashtún, en cuestiones jurídicas y como intérprete.
La mera existencia del campo de detención militar de Bahía Guantánamo parecía una afrenta a lo que simboliza Estados Unidos. ¿Cómo podía nuestro gobierno negar a los prisioneros allá el derecho a un juicio justo? Yo no sabía si eran inocentes o culpables -pero imaginaba que debían tener derecho a las mismas garantías que cualquier presunto violador u homicida.
Quizás parte de mi interés tenía que ver con mis orígenes. Mis padres pashtún son doctores que se conocieron en la facultad de medicina en Peshawar, una ciudad al noroeste de Pakistán, cerca de la frontera afgana. Llegaron a Estados Unidos para continuar sus estudios de medicina. Yo nací en Estados Unidos en 1978, pero crecí hablando pashto en casa, y soy una musulmana practicante. Siempre he sentido la fuerza de mis orígenes, y la tragedia del pueblo afgano, cuyo país ha sido invadido tantas veces en el pasado.
Como estadounidense, siento el dolor del 11 de septiembre de 2001, y comprendí la necesidad de invadir Afganistán y destruir a los talibanes y a al-Qaeda. Pero también comprendo el sufrimiento de los afganos cuando se bombardea su país. Y cuando cientos de hombres son detenidos y arrojados al hoyo negro de la detención, muchos sin pruebas aparentes de que tuvieran vínculos con terroristas. Sentí que mi propio país había dado un mal paso.
Los abogados a los que escribí me pusieron finalmente en contacto con Peter Ryan en Dechert LLP, que representa a quince detenidos afganos. Después de una rigurosa verificación de antecedentes que duró seis meses, por motivos de seguridad, hice en enero mi primer viaje a la base.
Ahora he estado nueve veces en total. Y siempre me asombra la normalidad de Bahía Guantánamo, la chocante inconexión entre la belleza del paisaje y el infierno que oculta.
Creía que sería un lugar severo, adusto. En cambio, encontré la luz del sol y risueños jóvenes soldados, regadas parrilladas nocturnas y playas que te invitan a nadar a medianoche. También encontré sufrimiento y lágrimas. En tres meses, he hecho de intérprete en decenas de reuniones con detenidos y he oído montones de historias -de traiciones e identidades equivocadas, de golpizas y torturas, de soledad y desesperanza.
He oído protestar a Wali Mohammed de que él era simplemente un hombre de negocios que estaba tratando de hacer negocios en un país dominado por los talibanes. He visto llorar a Chaman Gul, agachado en su jaula de dos por dos metros, pensando que su familia lo puede olvidar. Me he maravillado con el valor e ingenio de Taj Mohammad, un cabrero inculto de 27 años que, en Cuba, se enseñó a sí mismo a hablar fluidamente inglés.
Sin que importen la edad o el pasado del detenido, nuestras reuniones me dejan siempre sintiéndome impotente. Estos hombres me muestran la cara humana de la guerra contra el terrorismo. Han sido deshumanizados sistemáticamente, tratados como meros números al estilo de un campo de concentración. Pero para mí, son casi como amigos, o hermanos, o padres. Puedo decir honestamente que no creo que ninguno de nuestros clientes sea culpable de ningún delito contra Estados Unidos. No tengo ninguna duda de que algunos sí lo son, pero no están entre los que yo he conocido.
Me gustaría que pudiéramos simplemente otorgar a nuestros clientes la libertad que anhelan tan desesperadamente, pero, de momento, no hemos podido, aunque tres de los clientes de Dechert fueron liberados por decisión militar antes de que cualquiera de nosotros fuera siquiera a la prisión. Sin embargo, nuestro trabajo con los que siguen retenidos parece darles lo que necesitan para perseverar: un rayo de esperanza.
El viaje a Bahía Guantánamo empieza en el terminal del Aeropuerto Internacional Fort Lauderdale-Hollywood, de Florida. A excepción de un bufete de abogados que se ha hecho conocido por llegar a lo grande en un jet privado, los abogados que hacen trabajos de oficio en Bahía Guantánamo viajan con Lynx Air o Air Sunshine.
En el mostrador de la aerolínea, te piden que muestres el permiso del ministerio de Defensa. Luego los pasajeros son pesados para un distribución óptima de la tara en los pequeños aviones de hélice. La cabina con diez asientos es tan pequeña que no te puedes parar completamente. Tampoco hay cuarto de servicio, así que todo el mundo visita los servicios varias veces antes de abordar.
El vuelo desde Fort Lauderdale toma tres horas, debido a que tienes que volar evitando entrar al espacio aéreo cubano. Al llegar, nos saludan militares armados del ejército estadounidense, que nos dirigen a la aduana, que consiste en un par de mesas marrones donde más niños del ejército revuelven nuestros bolsos.
Bahía Guantánamo, de cuatro kilómetros de ancho, divide la base en dos áreas: el lado a sotavento y el lado a barlovento. La base principal está a barlovento, que es donde se construyeron los campos de concentración. Los abogados de oficio son alojados en el lado a sotavento, en la casa cuartel de los solteros, por veinte dólares al día.
Hay televisión por cable, un teléfono, conexión telefónica a internet, una pequeña cocina y un servicio de criadas. Cada habitación tiene cuatro camas gemelas. En mi primer viaje, me debatí sobre si dormir o no en una cama diferente cada noche.
Bahía Guantánamo es un lugar extraño, pero poco después de llegar te sorprendes adaptándote a su rígido ritmo militar. Las mañanas empiezan a las 7:30. Normalmente hace sol y hay mucha luz. El jardinero jamaicano, Bartley, está siempre gritando. Todos se reúnen en torno las mesas de cemento frente a la casa cuartel para esperar el autobús, que parte exactamente a las 7:41. Nos lleva al ferry, adonde llega a las 7:51, justo cuando el ferry atraca. A las 8:20 exactas, el ferry nos deja en el lado a barlovento, donde nos saluda siempre uno de los tres escoltas militares que nos entregan nuestras chapas de oficio. La siguiente parada es Starbucks y el restaurante donde recogemos comida para los detenidos, y desayunamos. Luego partimos hacia Camp Echo, la sección especial de la base donde nos reunimos con los prisioneros.
La única parte de la experiencia de Bahía Guantánamo que no funciona con precisión militar son estas reuniones. Más a menudo que no, se produce un retraso en el traslado de los prisioneros a Camp Echo. Una vez tuvimos que esperar cinco horas en el bus. Esto irrita a los abogados, debido a las semanas que has gastado preparándose. Para no decir nada de los helados que se convierten en sopa.
Cuando salimos de nuestra reunión con Mousovi, me saco el pesado chal de la cabeza. Primo, nuestro escolta militar, está parado fuera del recinto vallado, dando profundas pitadas a un Marlboro Red. Nos amontonamos en el bus, y Peter recoge un enorme sobre marrón, sella su pila de apuntes manuscritas en su interior y escribe "1154" por la parte de fuera. Los apuntes serán enviados a Washington para su revisión.
Primo nos lleva, a nosotros y otro grupo de abogados, al economato de la Marina. Junto a este gigantesco supermercado hay un Subway, una tienda de regalos y cajeros automáticos ATM. Al otro lado de la calle hay un KFC y un McDonald's. En el economato, recogemos una pila de filetes châteaubriand, carbón, patatas, patatitas fritas, montones de cerveza y varios vinos. Todos preparan parrilladas para la cena, porque aparte del Clipper Club, una pequeña y sucia cafetería que sirve perritos calientes fritos y pizzas, donde estamos no hay nada donde comer.
Durante la cena, comento lo amable que son nuestros escoltas militares. Bromean y se ríen con nosotros. Primo me da consejos para jugar al billar en el vestíbulo de la casa cuartel. Todos les traen cerveza y cigarrillos. Creo que yo esperaba que fueran más distantes, incluso hostiles.
Pero Tom Wilner, un socio de la oficina en Washington de Shearman & Sterling LLP, replica rápidamente: "Sí, son amables. Pero este lugar es malo, y la cara del mal a menudo es amistosa".
Sus palabras que impactan. Tom es uno de los abogados más dedicados que están trabajando en Bahía Guantánamo. Se enfada cuando habla sobre las condiciones en las que viven los detenidos. La mayoría de ellos son tenidos en régimen de aislamiento en celdas separadas por una gruesa malla de acero o por paredes de concreto. Los hombres comen solos en sus pequeñas celdas. A los prisioneros se les permite salir de sus celdas sólo tres veces a la semana, quince minutos cada vez, para hacer ejercicios, a menudo en mitad de la noche, de modo que algunos no ven la luz del día durante meses.
Tom y su bufete empezaron a representar a los doce detenidos kuwaitíes en marzo de 2002, después de que un grupo de familiares se pusiera en contacto con ellos. Al principio, como la mayoría de los abogados aquí, Tom aceptó la causa debido a los principios legales que estaban en juego. Pero después de que finalmente se reuniera con los detenidos en enero de 2005, su actitud cambió. Repentinamente estaba peleando por gente de carne y hueso. "La mayoría de estos tipos", dice, "son completamente inocentes y fueron agarrados por error". Incluso el oficial que presidió el juicio de Mousovi declaró que era "difícil de creer" que Estados Unidos hubiese encarcelado y trasladado a Mousovi "a Cuba". Sin embargo, aquí está.
Una de las cosas que Tom más odia es tener que informar a sus clientes que ha muerto un familiar mientras ellos se encontraban detenidos. Pero lo ha tenido que hacer innumerables veces: el padre y el hermano de Fouad al-Rabiah, que murieron; murió el padrede Omar Amin; el padre de Nasser al-Mutairi; el padre de Saad al-Azmi; el padre de Khaled al-Mutairi; la abuela de Fawzi al-Odah.
"El modo en que se ha tratado a estos hombres y lo que les han hecho sufrir me causa vergüenza", dice Tom. Él y los otros abogados piensan que es irónico que las iguanas de Bahía Guantánamo, que son una especie protegida por la Ley de Especies Protegidas estadounidense tengan más derechos que los prisioneros.
Esta noche, Tom está apasionado, explayándose sobre la cara del mal, sobre cuántos perpetradores de los crímenes más terribles de la historia eran hombres que parecían perfectamente corrientes, hombres que eran buenos con los niños y los perros. No puedo dejar de pensar en lo que dice.
Después de cenar, hago una caminata de diez minutos por un inhóspito camino de tierra hacia una impresionante y retirada playa y ahogo todo en la frescura del agua nocturna. Las olas seguían asaltando la arena y fundiéndose con la apacible playa cubana.
A los ochenta, Haji Nusrat -el detenido número 1009- es el prisionero más viejo de Bahía Guantánamo. Un derrame hace quince años lo dejó parcialmente paralizado. No puede levantarse sin ayuda y cojea hacia los servicios detrás de un andador. A pesar de su parálisis, sus piernas y pies hinchados están apretadamente esposados y encadenado al suelo. Dice que sus zapatos le quedan apretados y que necesita nuevos. Ha pedido atención médica para la inflamación de sus piernas, pero no le han llevado al hospital.
"Esperan hasta que estás medio muerto", dice.
Lleva un larga barba blanca y tiene los ojos pardos cuya mirada pasa de la cara de Peter a la mía mientras le explicamos su situación jurídica. A mitad de camino de nuestra reunión, me dice: "Bachay". Mi niña. "Mira mi barba blanca. Me trajeron aquí con mi barba blanca. No he hecho nada. Ni siquiera he dicho algo contra los americanos".
Es de una pequeña aldea montañesa en Afganistán y no sabe ni leer ni escribir. Tiene diez hijos y no sabe si su mujer vive todavía -no ha recibido ninguna carta.
Soldados estadounidenses arrestaron a Nusrat en 2003, pocos días después de que fuera a quejarse por la detención de su hijo Izat, que también está secuestrado en Bahía Guantánamo. Nusrat está acusado de ser jefe de una organización terrorista en Afganistán con vínculos con Osama bin Laden, y de la posesión de un alijo de armas. Izat, que compareció como testigo en el juicio militar de su padre, dice que las armas en cuestión eran una bodega instalado por el ministerio de Defensa afgano, y que a él le pagaban por su custodia y mantención.
Durante nuestra reunión, las emociones de Nusrat pasan de la rabia a la desesperación. En su desesperación, empieza a ofrecerle a Peter que lo hará famoso si lo ayuda a volver a casa. "En Afganistán, todos te conocerán por tu nombre", dice. "Serás un abogado importante, famoso".
A medida que traduzco, siento que se forma un nudo en mi garganta. No puedo hablar. Peter y Nusrat se detienen mientras las lágrimas caen por mi cara en mi chal.
El viejo me mira. "Para mí, tú eres como una hija", dice. "Piensa en mí como si fuera tu padre". Yo asiento, moviendo las cáscaras de pistaco de un lado a otro de la mesa mientras traduzco.
Cuando termina la reunión, y recogemos nuestras cosas para marcharnos, el viejo abre sus brazos y me abraza. Durante varios minutos, reza por mí mientras Peter mira: "Insha'allah, si Dios quiere, encontrarás un hogar que te hará feliz. Insha'allah, algún día serás madre..."
Me suelta y me pide que rece por él. "Por supuesto", le prometo. "Todos los días".
Y, hasta que lo vea nuevamente, lo haré.
La gravilla cruje debajo de nuestros zapatos cuando seguimos a un soldado a través de un polvoriento patio hacia una puerta marrón. Antes de entrar, me cubro con el chal que llevo sobre mi cabeza y hombros. Este es mi primer encuentro con un detenido de Bahía Guantánamo, y me pone nerviosa la idea de sentarme a hablar con un hombre que puede ser un terrorista.
Ali Shah Mousovi está al otro lado del cuarto, cuadrado, con una pierna encadenada al suelo. Parece desconfiado, pero cuando me ve con mi tradicional chal bordado de Peshawar, se le escapa una sonrisa. Más tarde me dirá que me parezco a su hermana menor, y que, por una décima de segundo, me confundió con ella.
Me presento a mí misma y a Peter Ryan, un abogado de Filadelfia para el que traduzco. Le paso a Mousovi un té de Starbucks, lo más parecido al té afgano que es posible encontrar en la base. Luego abro unas cajas de pizza, galletas y baklava, pero no toma nada. En lugar de eso, siguiendo los usos afganos, nos insta a compartir el alimento que le hemos traído.
Mousovi es un médico de la ciudad afgana de Gardez, donde fue arrestado por tropas estadounidenses hace dos años y medio. Nos cuenta que había vuelto a Afganistán en agosto de 2003, después de doce años de exilio en Irán, para ayudar a reconstruir su wathan, su patria. Cree que alguien lo denunció a las fuerzas estadounidenses solamente para cobrar la recompensa de 25 mil dólares que se ofrecía a cualquiera que delatara a un talibán o a un militante de al-Qaeda.
Mientras traduzco desde el pashto, Mousovi describe, vacilante, su vida antes de su detención. Llevado a la base aérea de Bagram, cerca de Kabul al este de Afganistán, fue arrojado -con la vista vendada, encapuchado y amordazado- en un cobertizo de uno por dos metros. Dice que fue golpeado periódicamente por estadounidenses con ropa de paisano, impedido de dormir mediante grabaciones de sirenas que resonaban día y noche. Dice que fue arrastrado por una cuerda, y sometido a calores y fríos extremos. Estuvo casi un mes sin dormir.
No sabe por qué la han traído de Bahía Guantánamo. Tenía la esperanza de ser dejado en libertad en el jicio militar de diciembre de 2004. En lugar de eso, fue acusado de tener vínculos con los talibanes y de canalizar dinero hacia los rebeldes. Cuando pidió que le mostrasen las pruebas, le dijeron que era secretas. Así que está en la cárcel, lejos de su mujer y sus tres hijos. Extraña sobre todo a su hija Hajar, de once años. Cuando habla sobre ella, sus ojos de llenan de lágrimas y dobla la cabeza, abatido.
No sé qué exactamente esperaba encontrar viniendo a Bahía Guantánamo, pero no era este hombre cansado y triste. El gobierno dice que es un terrorista y un monstruo, pero cuando lo miro no veo más que lo que él dice que es: un médico que quería construir una clínica en su país natal.
Un guardia llama a la puerta, indicando que se acabó el tiempo. Mousovi firma un documento, accediendo a que Peter lo represente para presentar una petición de habeas corpus ante tribunales civiles estadounidenses. "Yo imploro a Alá para que me de sabar", dice, juntando las palmas de sus manos. Paciencia. Se levanta cuando Peter y yo nos despedimos. Cuando miro hacia atrás al salir, está todavía parado, mirándonos.
Fue Google lo que me llevó a Guantánamo. Mi interés en la base militar estadounidense en Cuba fue despertado por un curso sobre derecho internacional que seguí el año pasado en la Universidad de Miami. Decidí que quería participar en lo que estaba ocurriendo allá. Así que busqué en Google los nombres de los abogados en el histórico caso de 2004 en la Corte Suprema, de Rasul contra Bush, que resolvió que los tribunales estadounidenses tenían autoridad para decidir si ciudadanos no-estadounidenses retenidos en Bahía Guantánamo estaban o no encarcelados justamente. Luego empecé a bombardearlos con llamadas y mensajes por correo electrónico, expresando mi deseo de colaborar, como estudiante de leyes, como periodista y como pashtún, en cuestiones jurídicas y como intérprete.
La mera existencia del campo de detención militar de Bahía Guantánamo parecía una afrenta a lo que simboliza Estados Unidos. ¿Cómo podía nuestro gobierno negar a los prisioneros allá el derecho a un juicio justo? Yo no sabía si eran inocentes o culpables -pero imaginaba que debían tener derecho a las mismas garantías que cualquier presunto violador u homicida.
Quizás parte de mi interés tenía que ver con mis orígenes. Mis padres pashtún son doctores que se conocieron en la facultad de medicina en Peshawar, una ciudad al noroeste de Pakistán, cerca de la frontera afgana. Llegaron a Estados Unidos para continuar sus estudios de medicina. Yo nací en Estados Unidos en 1978, pero crecí hablando pashto en casa, y soy una musulmana practicante. Siempre he sentido la fuerza de mis orígenes, y la tragedia del pueblo afgano, cuyo país ha sido invadido tantas veces en el pasado.
Como estadounidense, siento el dolor del 11 de septiembre de 2001, y comprendí la necesidad de invadir Afganistán y destruir a los talibanes y a al-Qaeda. Pero también comprendo el sufrimiento de los afganos cuando se bombardea su país. Y cuando cientos de hombres son detenidos y arrojados al hoyo negro de la detención, muchos sin pruebas aparentes de que tuvieran vínculos con terroristas. Sentí que mi propio país había dado un mal paso.
Los abogados a los que escribí me pusieron finalmente en contacto con Peter Ryan en Dechert LLP, que representa a quince detenidos afganos. Después de una rigurosa verificación de antecedentes que duró seis meses, por motivos de seguridad, hice en enero mi primer viaje a la base.
Ahora he estado nueve veces en total. Y siempre me asombra la normalidad de Bahía Guantánamo, la chocante inconexión entre la belleza del paisaje y el infierno que oculta.
Creía que sería un lugar severo, adusto. En cambio, encontré la luz del sol y risueños jóvenes soldados, regadas parrilladas nocturnas y playas que te invitan a nadar a medianoche. También encontré sufrimiento y lágrimas. En tres meses, he hecho de intérprete en decenas de reuniones con detenidos y he oído montones de historias -de traiciones e identidades equivocadas, de golpizas y torturas, de soledad y desesperanza.
He oído protestar a Wali Mohammed de que él era simplemente un hombre de negocios que estaba tratando de hacer negocios en un país dominado por los talibanes. He visto llorar a Chaman Gul, agachado en su jaula de dos por dos metros, pensando que su familia lo puede olvidar. Me he maravillado con el valor e ingenio de Taj Mohammad, un cabrero inculto de 27 años que, en Cuba, se enseñó a sí mismo a hablar fluidamente inglés.
Sin que importen la edad o el pasado del detenido, nuestras reuniones me dejan siempre sintiéndome impotente. Estos hombres me muestran la cara humana de la guerra contra el terrorismo. Han sido deshumanizados sistemáticamente, tratados como meros números al estilo de un campo de concentración. Pero para mí, son casi como amigos, o hermanos, o padres. Puedo decir honestamente que no creo que ninguno de nuestros clientes sea culpable de ningún delito contra Estados Unidos. No tengo ninguna duda de que algunos sí lo son, pero no están entre los que yo he conocido.
Me gustaría que pudiéramos simplemente otorgar a nuestros clientes la libertad que anhelan tan desesperadamente, pero, de momento, no hemos podido, aunque tres de los clientes de Dechert fueron liberados por decisión militar antes de que cualquiera de nosotros fuera siquiera a la prisión. Sin embargo, nuestro trabajo con los que siguen retenidos parece darles lo que necesitan para perseverar: un rayo de esperanza.
El viaje a Bahía Guantánamo empieza en el terminal del Aeropuerto Internacional Fort Lauderdale-Hollywood, de Florida. A excepción de un bufete de abogados que se ha hecho conocido por llegar a lo grande en un jet privado, los abogados que hacen trabajos de oficio en Bahía Guantánamo viajan con Lynx Air o Air Sunshine.
En el mostrador de la aerolínea, te piden que muestres el permiso del ministerio de Defensa. Luego los pasajeros son pesados para un distribución óptima de la tara en los pequeños aviones de hélice. La cabina con diez asientos es tan pequeña que no te puedes parar completamente. Tampoco hay cuarto de servicio, así que todo el mundo visita los servicios varias veces antes de abordar.
El vuelo desde Fort Lauderdale toma tres horas, debido a que tienes que volar evitando entrar al espacio aéreo cubano. Al llegar, nos saludan militares armados del ejército estadounidense, que nos dirigen a la aduana, que consiste en un par de mesas marrones donde más niños del ejército revuelven nuestros bolsos.
Bahía Guantánamo, de cuatro kilómetros de ancho, divide la base en dos áreas: el lado a sotavento y el lado a barlovento. La base principal está a barlovento, que es donde se construyeron los campos de concentración. Los abogados de oficio son alojados en el lado a sotavento, en la casa cuartel de los solteros, por veinte dólares al día.
Hay televisión por cable, un teléfono, conexión telefónica a internet, una pequeña cocina y un servicio de criadas. Cada habitación tiene cuatro camas gemelas. En mi primer viaje, me debatí sobre si dormir o no en una cama diferente cada noche.
Bahía Guantánamo es un lugar extraño, pero poco después de llegar te sorprendes adaptándote a su rígido ritmo militar. Las mañanas empiezan a las 7:30. Normalmente hace sol y hay mucha luz. El jardinero jamaicano, Bartley, está siempre gritando. Todos se reúnen en torno las mesas de cemento frente a la casa cuartel para esperar el autobús, que parte exactamente a las 7:41. Nos lleva al ferry, adonde llega a las 7:51, justo cuando el ferry atraca. A las 8:20 exactas, el ferry nos deja en el lado a barlovento, donde nos saluda siempre uno de los tres escoltas militares que nos entregan nuestras chapas de oficio. La siguiente parada es Starbucks y el restaurante donde recogemos comida para los detenidos, y desayunamos. Luego partimos hacia Camp Echo, la sección especial de la base donde nos reunimos con los prisioneros.
La única parte de la experiencia de Bahía Guantánamo que no funciona con precisión militar son estas reuniones. Más a menudo que no, se produce un retraso en el traslado de los prisioneros a Camp Echo. Una vez tuvimos que esperar cinco horas en el bus. Esto irrita a los abogados, debido a las semanas que has gastado preparándose. Para no decir nada de los helados que se convierten en sopa.
Cuando salimos de nuestra reunión con Mousovi, me saco el pesado chal de la cabeza. Primo, nuestro escolta militar, está parado fuera del recinto vallado, dando profundas pitadas a un Marlboro Red. Nos amontonamos en el bus, y Peter recoge un enorme sobre marrón, sella su pila de apuntes manuscritas en su interior y escribe "1154" por la parte de fuera. Los apuntes serán enviados a Washington para su revisión.
Primo nos lleva, a nosotros y otro grupo de abogados, al economato de la Marina. Junto a este gigantesco supermercado hay un Subway, una tienda de regalos y cajeros automáticos ATM. Al otro lado de la calle hay un KFC y un McDonald's. En el economato, recogemos una pila de filetes châteaubriand, carbón, patatas, patatitas fritas, montones de cerveza y varios vinos. Todos preparan parrilladas para la cena, porque aparte del Clipper Club, una pequeña y sucia cafetería que sirve perritos calientes fritos y pizzas, donde estamos no hay nada donde comer.
Durante la cena, comento lo amable que son nuestros escoltas militares. Bromean y se ríen con nosotros. Primo me da consejos para jugar al billar en el vestíbulo de la casa cuartel. Todos les traen cerveza y cigarrillos. Creo que yo esperaba que fueran más distantes, incluso hostiles.
Pero Tom Wilner, un socio de la oficina en Washington de Shearman & Sterling LLP, replica rápidamente: "Sí, son amables. Pero este lugar es malo, y la cara del mal a menudo es amistosa".
Sus palabras que impactan. Tom es uno de los abogados más dedicados que están trabajando en Bahía Guantánamo. Se enfada cuando habla sobre las condiciones en las que viven los detenidos. La mayoría de ellos son tenidos en régimen de aislamiento en celdas separadas por una gruesa malla de acero o por paredes de concreto. Los hombres comen solos en sus pequeñas celdas. A los prisioneros se les permite salir de sus celdas sólo tres veces a la semana, quince minutos cada vez, para hacer ejercicios, a menudo en mitad de la noche, de modo que algunos no ven la luz del día durante meses.
Tom y su bufete empezaron a representar a los doce detenidos kuwaitíes en marzo de 2002, después de que un grupo de familiares se pusiera en contacto con ellos. Al principio, como la mayoría de los abogados aquí, Tom aceptó la causa debido a los principios legales que estaban en juego. Pero después de que finalmente se reuniera con los detenidos en enero de 2005, su actitud cambió. Repentinamente estaba peleando por gente de carne y hueso. "La mayoría de estos tipos", dice, "son completamente inocentes y fueron agarrados por error". Incluso el oficial que presidió el juicio de Mousovi declaró que era "difícil de creer" que Estados Unidos hubiese encarcelado y trasladado a Mousovi "a Cuba". Sin embargo, aquí está.
Una de las cosas que Tom más odia es tener que informar a sus clientes que ha muerto un familiar mientras ellos se encontraban detenidos. Pero lo ha tenido que hacer innumerables veces: el padre y el hermano de Fouad al-Rabiah, que murieron; murió el padrede Omar Amin; el padre de Nasser al-Mutairi; el padre de Saad al-Azmi; el padre de Khaled al-Mutairi; la abuela de Fawzi al-Odah.
"El modo en que se ha tratado a estos hombres y lo que les han hecho sufrir me causa vergüenza", dice Tom. Él y los otros abogados piensan que es irónico que las iguanas de Bahía Guantánamo, que son una especie protegida por la Ley de Especies Protegidas estadounidense tengan más derechos que los prisioneros.
Esta noche, Tom está apasionado, explayándose sobre la cara del mal, sobre cuántos perpetradores de los crímenes más terribles de la historia eran hombres que parecían perfectamente corrientes, hombres que eran buenos con los niños y los perros. No puedo dejar de pensar en lo que dice.
Después de cenar, hago una caminata de diez minutos por un inhóspito camino de tierra hacia una impresionante y retirada playa y ahogo todo en la frescura del agua nocturna. Las olas seguían asaltando la arena y fundiéndose con la apacible playa cubana.
A los ochenta, Haji Nusrat -el detenido número 1009- es el prisionero más viejo de Bahía Guantánamo. Un derrame hace quince años lo dejó parcialmente paralizado. No puede levantarse sin ayuda y cojea hacia los servicios detrás de un andador. A pesar de su parálisis, sus piernas y pies hinchados están apretadamente esposados y encadenado al suelo. Dice que sus zapatos le quedan apretados y que necesita nuevos. Ha pedido atención médica para la inflamación de sus piernas, pero no le han llevado al hospital.
"Esperan hasta que estás medio muerto", dice.
Lleva un larga barba blanca y tiene los ojos pardos cuya mirada pasa de la cara de Peter a la mía mientras le explicamos su situación jurídica. A mitad de camino de nuestra reunión, me dice: "Bachay". Mi niña. "Mira mi barba blanca. Me trajeron aquí con mi barba blanca. No he hecho nada. Ni siquiera he dicho algo contra los americanos".
Es de una pequeña aldea montañesa en Afganistán y no sabe ni leer ni escribir. Tiene diez hijos y no sabe si su mujer vive todavía -no ha recibido ninguna carta.
Soldados estadounidenses arrestaron a Nusrat en 2003, pocos días después de que fuera a quejarse por la detención de su hijo Izat, que también está secuestrado en Bahía Guantánamo. Nusrat está acusado de ser jefe de una organización terrorista en Afganistán con vínculos con Osama bin Laden, y de la posesión de un alijo de armas. Izat, que compareció como testigo en el juicio militar de su padre, dice que las armas en cuestión eran una bodega instalado por el ministerio de Defensa afgano, y que a él le pagaban por su custodia y mantención.
Durante nuestra reunión, las emociones de Nusrat pasan de la rabia a la desesperación. En su desesperación, empieza a ofrecerle a Peter que lo hará famoso si lo ayuda a volver a casa. "En Afganistán, todos te conocerán por tu nombre", dice. "Serás un abogado importante, famoso".
A medida que traduzco, siento que se forma un nudo en mi garganta. No puedo hablar. Peter y Nusrat se detienen mientras las lágrimas caen por mi cara en mi chal.
El viejo me mira. "Para mí, tú eres como una hija", dice. "Piensa en mí como si fuera tu padre". Yo asiento, moviendo las cáscaras de pistaco de un lado a otro de la mesa mientras traduzco.
Cuando termina la reunión, y recogemos nuestras cosas para marcharnos, el viejo abre sus brazos y me abraza. Durante varios minutos, reza por mí mientras Peter mira: "Insha'allah, si Dios quiere, encontrarás un hogar que te hará feliz. Insha'allah, algún día serás madre..."
Me suelta y me pide que rece por él. "Por supuesto", le prometo. "Todos los días".
Y, hasta que lo vea nuevamente, lo haré.
m.rukhsana@gmail.com
Mahvish Khan terminará este próximo mes sus estudios de derecho en la Facultad de Leyes de la Universidad de Miami. Trabaja para el despacho del defensor público de Miami.
30 de abril de 2006©washington post
©traducción mQh
2 comentarios
brunotoscany -
estare mirando comodamente el mi T.V. a ver si llegan.
En todo caso si caminan me dejan algo de comer
Me caen mal los gringos que torturan, asi es que suerte y arriba esa caminata y abajo los pies calientes y inchados.-
CESAR CARRILLO -
Te felicito.
Pretendemos realizar una caminata en cuba, saliendo de la habana, pasando por matanzas, cien fuegos, villa clara, sancti spiritus, ciego de avila, mcamaguey, las tunas, holguín, granma,santiago de cuba, y nuestro destino final es en glorieta GUANTANAMO.
La finalidad, es protestar por las vio9laciones a los derechos fundamentales de las personas, y por que se deroge la Ley de comisiones militares, por ser Ipso facto - Ipso jure "CONTRARIAS A LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA HUMANA".
Son 1070 kilometros que caminaremos durante 60 dias, pero eso no es problema, pues el fin lo justifica.
Ya realizamos en ecuador una caminata de 500 kilometros, por la sierra, en altura, bajo condiciones abrumadoras, asi es que el clima de cuba nos erá problema.
Una vez que lleguemos a guantanamo, realizaremos una huelga de hambre de 7 días y 7 noches, y nuestras boinas mquedaran en las rejas como símbolo de protesta por las torturas.
Pronto, sacaré un periódico, y si me escribes te enviaré 100 ejemplares.
Somos 50 personas que pretendemos caminar, y no ofrecemos ni pedimos cosa alguna.
Cuando vienen y me preguntan que les puedo ofrecer para marchar les respondo: Hinchazon en los pies, calambres, quemaduras por el sol, incomodidades, llagas en el cuerpo, pero "UN PREMIO MORAL UNICO E IMPAGABLE".
Tambien me preguntan quien no9s financia, y loes respondemos: no tenemos zapatos para caminar, menos pasajes de avión, menos comida, menos dinero, pero de que terminarçremos nuestro uúltimo día de huelga de hambre en guantanamo, eso si es seguro, pues el camino ya esta recorrido en nuestra mente, y solo falta que el cuerpo lo camine, lo prometemos ernesto, lo prometemos bolivar, lo prometemos marti, lo prometemos hermanos esclavizados y toprturados en guantanamo.
Sí a las visitas a los presos políticos,
sí, a un juicio justo.
Sí al derecho a la defensa.
Nuestra caminata no es en apoyo a Fidel Castro, ni para hacer proselitismo político; por el contrario, es absolutamente humanitaria. atentamente 2CESAR CARRILLO, PRESIDENTE HONORARIO Y CORRESPONDIENTE DE LA FUNDACION IMPUNIDAD JAMAS - INTERNATIONAL. CHILE Y ECUADOR.-