guerra de carteles en méxico
[Richard Marosi] En la guerra por las rutas del contrabando de drogas, las bandas de narcotraficantes están reclutando a milicias, cuyas tácticas incluyen decapitaciones y otros actos de atroz violencia.
Tijuana, México. El que llamó describió una escena terrible: Un convoy de cuarenta vehículos, con setenta hombres fuertemente armados y enmascarados pasaba por las calles de Playa Rosario el martes noche. Los tres agentes de policía que llegaron al lugar fueron rápidamente reducidos. Al día siguiente, sus cuerpos mutilados aparecieron en un terreno baldío.
Sus cabezas fueron encontradas más tarde ese día, en el Río Tijuana.
Se cree que el asalto es uno de los más grandes de Baja California, y es la última de una serie de operaciones paramilitares realizadas meticulosamente que han acosado a ciudades mexicanas ahora que los carteles de la droga han intensificado su guerra por el control de importantes rutas de contrabando.
Mientras las autoridades mexicanas dependen cada vez más de los militares para combatir el tráfico de drogas, los traficantes han respondido de la misma manera, formando grandes fuerzas de asaltantes y armándoles con una impresionante gama de armas.
En abril, casi dos docenas de hombres fuertemente armados trataron de asesinar al más importante funcionario de la seguridad pública de Baja California, en un tiroteo en una calle de Mexicali. Los atacantes dispararon granadas y más de seiscientos tiros con armas de asalto, hiriendo a tres guardaespaldas.
El año pasado, los allanamientos estilo comando han sido fenómenos corrientes en Tijuana, con convoys de pistoleros enmascarados secuestrando a sus víctimas en restaurantes y calles en atrevidos ataques a plena luz del día.
"Es una manifestación inquietante del último frenesí en la guerra de las drogas... La militarización de esta guerra, de parte en muchos modos de la policía, ha correspondido con la militarización de sus tácticas y personal de parte de los criminales", dice David Shirk, director del Trans-Border Institute de la Universidad de San Diego.
La situación, agregó Shirk, "ha exacerbado las rivalidades y aumentado lo que está en juego de un modo que ha conducido a una extrema violencia, a un nivel que no conocíamos en México".
En Nuevo Laredo, en la frontera tejana, una violenta guerra territorial entre los carteles del Golfo y de Sinaloa han causado la muerte de más de 230 personas en los últimos dieciocho meses.
La deserción de una unidad de comandos antinarcóticos, los Zetas, del ejército mexicano, hacia el cartel del Golfo a fines de los años noventa, allanó el camino de los asaltos al estilo militar, dicen expertos.
Funcionarios federales dicen que han capturado o eliminado al grupo original, pero creen que el cabecilla del cartel del Golfo, el ahora encarcelado Osiel Cárdenas, tenía a su disposición, para agosto pasado, al menos 120 cuadros adiestrados por los Zetas, y los está utilizando cada vez más para defenderse del cartel rival dirigido por Joaquín ‘El Chapo' Guzmán.
Pero la violencia no se limita a las ciudades a lo largo de la frontera estadounidense-mexicana. En Apatzingán, en el central estado de Michoacán, cuatro hombres fueron asesinados y un agente de policía y cuatro transeúntes resultaron heridos en una balacera, el 18 de agosto pasado, entre bandas de narcotraficantes rivales en la que participaron decenas de pistoleros paramilitares en diez vehículos.
Dos semanas antes, la policía había arrestado cerca de Uruapán, también en Michoacán, a un grupo de diez sospechosos de ser narcotraficantes armados con rifles AK-47 y AR-15.
Los carteles también están utilizando métodos cada vez más brutales para intimidar a sus enemigos. Las decapitaciones de Playa Rosario se produjeron después de la decapitación, en abril, de un comandante de la policía en Acapulco, cuya cabeza fue encontrada en una plaza pública.
José Luis Santiago Vasconcelos, el principal fiscal para el crimen organizado en el despacho del fiscal general de México, se ha encargado de la investigación de las decapitaciones de Baja California. En una entrevista en las ediciones de hoy del diario de Ciudad de México, El Universal, Santiago Vasconcelos dijo que los secuestros y decapitaciones eran características de la violenta banda centroamericana Mara Salvatrucha, que participa cada vez más en el tráfico de drogas en México.
"Actos como los que hemos presenciado son manifestaciones de grupos relacionados con las maras", dijo. "Hemos visto el fenómeno de las decapitaciones en El Salvador, un brutal acto de intimidación que se está aplicando aquí por bandas que están desgastadas y que recurren a este tipo de grupos".
Jeffrey McIllwain, profesor de justicia criminal en la Universidad del Estado de San Diego, que estudia problemas de seguridad fronteriza, cree que la violencia es un signo de que la presión de la policía está afectando el resultado de los carteles.
"El hecho es que está perjudicando las operaciones, severamente en algunos casos... y eso hace que los carteles estén redoblando sus iniciativas", dijo MacIllwain.
En Baja California, la ola de crímenes podría indicar una escalada en la virulenta guerra por el control del lucrativo corredor de Tijuana, que, tradicionalmente ha sido controlado por el cartel de Arellano-Félix. Varios importantes miembros del cartel han sido asesinados o arrestados en los últimos años, y otros carteles tratan de explotar esa debilidad, dicen expertos.
Algunos ataques recientes han sido chocantes por su temeridad, dicen expertos. El mes pasado, tres hombres armados con AK-47 irrumpieron en el despacho del fiscal federal de México en Tijuana y dispararon contra dos agentes, matando a uno. En diciembre, asaltantes atacaron la casa en Tijuana de un comandante de la policía, matando a dos de sus guardaespaldas. En octubre, el jefe de la brigada de homicidios de Tijuana escapó estrechamente de un ataque de agresores que dispararon más de cincuenta balas contra su coche.
"Es una forma de violencia más agresiva, con nuevos ingredientes", dijo Víctor Clark, un experto en fronteras y director del Centro de Derechos Humanos Binacional de Tijuana.
Sus cabezas fueron encontradas más tarde ese día, en el Río Tijuana.
Se cree que el asalto es uno de los más grandes de Baja California, y es la última de una serie de operaciones paramilitares realizadas meticulosamente que han acosado a ciudades mexicanas ahora que los carteles de la droga han intensificado su guerra por el control de importantes rutas de contrabando.
Mientras las autoridades mexicanas dependen cada vez más de los militares para combatir el tráfico de drogas, los traficantes han respondido de la misma manera, formando grandes fuerzas de asaltantes y armándoles con una impresionante gama de armas.
En abril, casi dos docenas de hombres fuertemente armados trataron de asesinar al más importante funcionario de la seguridad pública de Baja California, en un tiroteo en una calle de Mexicali. Los atacantes dispararon granadas y más de seiscientos tiros con armas de asalto, hiriendo a tres guardaespaldas.
El año pasado, los allanamientos estilo comando han sido fenómenos corrientes en Tijuana, con convoys de pistoleros enmascarados secuestrando a sus víctimas en restaurantes y calles en atrevidos ataques a plena luz del día.
"Es una manifestación inquietante del último frenesí en la guerra de las drogas... La militarización de esta guerra, de parte en muchos modos de la policía, ha correspondido con la militarización de sus tácticas y personal de parte de los criminales", dice David Shirk, director del Trans-Border Institute de la Universidad de San Diego.
La situación, agregó Shirk, "ha exacerbado las rivalidades y aumentado lo que está en juego de un modo que ha conducido a una extrema violencia, a un nivel que no conocíamos en México".
En Nuevo Laredo, en la frontera tejana, una violenta guerra territorial entre los carteles del Golfo y de Sinaloa han causado la muerte de más de 230 personas en los últimos dieciocho meses.
La deserción de una unidad de comandos antinarcóticos, los Zetas, del ejército mexicano, hacia el cartel del Golfo a fines de los años noventa, allanó el camino de los asaltos al estilo militar, dicen expertos.
Funcionarios federales dicen que han capturado o eliminado al grupo original, pero creen que el cabecilla del cartel del Golfo, el ahora encarcelado Osiel Cárdenas, tenía a su disposición, para agosto pasado, al menos 120 cuadros adiestrados por los Zetas, y los está utilizando cada vez más para defenderse del cartel rival dirigido por Joaquín ‘El Chapo' Guzmán.
Pero la violencia no se limita a las ciudades a lo largo de la frontera estadounidense-mexicana. En Apatzingán, en el central estado de Michoacán, cuatro hombres fueron asesinados y un agente de policía y cuatro transeúntes resultaron heridos en una balacera, el 18 de agosto pasado, entre bandas de narcotraficantes rivales en la que participaron decenas de pistoleros paramilitares en diez vehículos.
Dos semanas antes, la policía había arrestado cerca de Uruapán, también en Michoacán, a un grupo de diez sospechosos de ser narcotraficantes armados con rifles AK-47 y AR-15.
Los carteles también están utilizando métodos cada vez más brutales para intimidar a sus enemigos. Las decapitaciones de Playa Rosario se produjeron después de la decapitación, en abril, de un comandante de la policía en Acapulco, cuya cabeza fue encontrada en una plaza pública.
José Luis Santiago Vasconcelos, el principal fiscal para el crimen organizado en el despacho del fiscal general de México, se ha encargado de la investigación de las decapitaciones de Baja California. En una entrevista en las ediciones de hoy del diario de Ciudad de México, El Universal, Santiago Vasconcelos dijo que los secuestros y decapitaciones eran características de la violenta banda centroamericana Mara Salvatrucha, que participa cada vez más en el tráfico de drogas en México.
"Actos como los que hemos presenciado son manifestaciones de grupos relacionados con las maras", dijo. "Hemos visto el fenómeno de las decapitaciones en El Salvador, un brutal acto de intimidación que se está aplicando aquí por bandas que están desgastadas y que recurren a este tipo de grupos".
Jeffrey McIllwain, profesor de justicia criminal en la Universidad del Estado de San Diego, que estudia problemas de seguridad fronteriza, cree que la violencia es un signo de que la presión de la policía está afectando el resultado de los carteles.
"El hecho es que está perjudicando las operaciones, severamente en algunos casos... y eso hace que los carteles estén redoblando sus iniciativas", dijo MacIllwain.
En Baja California, la ola de crímenes podría indicar una escalada en la virulenta guerra por el control del lucrativo corredor de Tijuana, que, tradicionalmente ha sido controlado por el cartel de Arellano-Félix. Varios importantes miembros del cartel han sido asesinados o arrestados en los últimos años, y otros carteles tratan de explotar esa debilidad, dicen expertos.
Algunos ataques recientes han sido chocantes por su temeridad, dicen expertos. El mes pasado, tres hombres armados con AK-47 irrumpieron en el despacho del fiscal federal de México en Tijuana y dispararon contra dos agentes, matando a uno. En diciembre, asaltantes atacaron la casa en Tijuana de un comandante de la policía, matando a dos de sus guardaespaldas. En octubre, el jefe de la brigada de homicidios de Tijuana escapó estrechamente de un ataque de agresores que dispararon más de cincuenta balas contra su coche.
"Es una forma de violencia más agresiva, con nuevos ingredientes", dijo Víctor Clark, un experto en fronteras y director del Centro de Derechos Humanos Binacional de Tijuana.
Richard Boudreaux en Ciudad de México City contribuyó a este reportaje.
23 de junio de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
2 comentarios
arturox -
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