talibanes dominan otra vez
[Paul Watson] Los combatientes fundamentalistas se han reagrupado para expandir el temor en una provincia del sur de Afganistán plagada por la pobreza y el tráfico de drogas.
Lashkar Gah, Afganistán. En las áridas tierras bañadas por el sol de la provincia de Helmand, la insurgencia talibán se ha hecho tan fuerte que la acobardada policía afgana se vuelve hacia las milicias de comprensivos señores de la guerra en busca de protección.
Cuando la policía escoltó a un grupo de civiles hacia el pueblo de Changer en el desierto, a media hora de camino de Lashkar Gah, la capital provincial, el convoy de todoterrenos paró en una base militar abandonada de la era soviética, que es utilizada ahora como un puesto de avanzada de los señores de la droga.
Unos agentes de policía armados con viejos rifles Kalashnikovs se dispersaron para custodiar el perímetro, mientras un nervioso oficial despertaba a los milicianos que descansaban a la sombra de un árbol. Explicó su inquietud, pidió refuerzos y seis jóvenes armados con viejos rifles de asalto AK-47 y un abollado lanzagranadas se unieron al séquito en un oxidado Toyota Corolla.
No había tropas extranjeras en kilómetros a la redonda. Los aldeanos dijeron que los talibanes controlaban el área, y gran parte de la provincia fuera de Lashkar Gah.
Más de cuatro años después de que las fuerzas estadounidenses ayudaran a expulsar del poder al régimen fundamentalista de los talibanes, los combatientes de las milicias islámicas se han reagrupado y asegurado una base de operaciones en Helmand, donde el principal cultivo comercial es la amapola, para el comercio de heroína, y donde pocos extranjeros se atreven a aventurarse más allá de la capital provincial.
Una enredada red compuesta por señores de la droga, rebeldes y los numerosos habitantes que viven en la miseria han convertido a Helmand en el más importante campo de batalla de la guerra afgana.
La coalición estadounidense dice que ha lanzado una nueva ofensiva contra los rebeldes en cuatro provincias sureñas, incluyendo Helmand. Pero la batalla por recuperar partes del sur de Afganistán está demostrando ser difícil.
En las ‘cartas nocturnas', o folletos clavados en la puertas o dispersos a lo largo de senderos en la oscuridad, los talibanes amenazan con matar a todo aquel que trabaje para el gobierno, o colabore con él. La milicia islamita ha ejecutado a numerosas personas que no obedecieron.
A pesar de las afirmaciones de la coalición de que varios rebeldes han sido eliminados en las últimas semanas, la mayoría de ellos en ataques aéreos, los talibanes y sus aliados continúan reclutando nuevos combatientes con una diestra combinación de intimidación y persuasión, dijo el general Zahir Azemi, portavoz del ministerio de Defensa.
A apenas dos horas de volante de la capital Kabul, los aldeanos del desierto que circunda la ciudad de Ghazni dicen que los rebeldes lanzan ataques periódicos contra los puestos de control de la policía, colocan bombas en la berma, asesinan a empleados del gobierno y queman las escuelas. Pero hace un año, dice, la seguridad era buena.
Los talibanes reclutan inspirando temor en los aldeanos con despiadados ataques, para luego ofrecer salvación a los familiares y vecinos sobrevivientes, dijo Azemi.
"Primero crean una atmósfera de terror, matando y masacrando a la gente", dice. "Decapitan a la gente con espadas o cuchillos y luego los convencen y les dicen: ‘Vamos juntos al paraíso'".
Al menos un punto de los reclutadores talibanes -que los extranjeros no han hecho mucho por los aldeanos- parece convencer fácilmente.
Apenas unos meses después de que soldados extranjeros reconstruyeran el camino de tierra en la comuna de Changer, el camino se está desmoronando. Para aumentar sus ganancias, los subcontratistas afganos contratados por los militares estadounidenses usaron materiales de muy mala calidad, se quejaron enfadados funcionarios afganos.
Pocos se atreven a utilizar el camino en estos días, pero cuando lo hacen pasan a una escalofriante velocidad frente a casas de adobe con altas murallas y torrecillas como las de las fortalezas antiguas, por el camino desmoronado con enormes grietas y hoyos tan grandes como cráteres. Los baches no son solamente una molestia en los caminos en las afueras de Lashkar Gah. Obligan a los conductores a bajar terriblemente la velocidad en lugares donde la velocidad puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
La semana pasada, una bomba improvisada mató a cuatro agentes de la policía afgana que viajaban en un camión por la carretera principal cerca de Girishk, a unos 32 kilómetros al nordeste de Lashkar Gah.
Las bombas y emboscadas hacen que la policía se muestre reluctante a pasar por las aldeas, y cuando se atreven a pasar, no se detienen en ellas.
"Tienes cinco minutos", le dijo un nervioso oficial a un periodista durante una parada en la aldea de Nad-e-Ali, donde los talibanes ejecutaron a un maestro e incendiaron las aulas.
Con pocos agentes o soldados sobre los que preocuparse, los rebeldes atacan a los civiles, lo que ahuyenta a los socorristas. Los reclutadores talibanes dicen entonces a los aldeanos que los extranjeros los han traicionado.
"Vienen los talibanes y nos dicen: ‘¡Miren! Esos no son amigos del país. Son en realidad los enemigos del gobierno y del pueblo de Afganistán porque no han hecho nada por ustedes", dice Tawab Khan, agente de seguridad de una destartalada escuela.
Sher Mohammed Akhundzada, ex gobernador de la provicia, es uno de los guardianes más poderosos de la policía de Helmand. Es un hombre alto, fanfarrón, que recibe a los visitantes recostado sobre cojines en el suelo.
Tiene buenas razones comerciales para ser el protector de las fuerzas de seguridad.
El año pasado el presidente Hamid Karzai se vio obligado a remplazar a Akhundzada después de que agentes antinarcóticos estadounidenses sorprendieran al gobernador con casi diez toneladas de opio en su oficina.
Karzai suavizó el golpe nombrando a Akhundzada a la Casa de los Ancianos, el Senado afgano. El hermano de Akhundzada, Amir, seguiría custodiando los intereses de la familia como gobernador interino de Helmand.
Akhundzada insiste en que él no es un narcotraficantel. Pero mantiene una milicia que, junto a milicianos de conocidos señores de la droga, es la única oposición armada permanente contra los talibanes y sus aliados.
"En el sur, nadie cree en el gobierno y nadie confía en el gobierno", dijo el ex gobernador. "Y si no se cuidan, el gobierno se derrumbará y los talibanes llegarán a Kabul".
El ministro de Defensa reconoce abiertamente que las fallidas estrategias militar y de reconstrucción permitió que los rebeldes se reagruparan y recuperaran el control de muchas partes del sur.
"Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reconstrucción del país, pero no lo hicimos", dijo Azemi. "Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reforma o para crear un sistema de control de las áreas remotas en esa región, y no lo hicimos".
"Podríamos haber construido completamente nuestro ejercito en los últimos tres años, y no lo hicimos. Si tuviéramos un ejército fuerte de 70 mil soldados, no habría necesidad de que soldados de la comunidad internacional pelearan en la región".
El ejército nacional de Afganistán tiene 37 mil soldados, incluyendo el personal del ministerio en Kabul. Es algo más de la mitad de lo que las autoridades de la coalición creen que es necesario para que los militares afganos puedan defensar el país por sí solos. Los soldados ganan 70 dólares al mes -más o menos lo que gana un jornalero en Kabul- y pelean con equipos deficientes junto a las tropas estadounidenses.
"En realidad, la moral de nuestro ejército nacional es baja debido a estas situaciones, porque ellos ven las diferencias entre las personas", dijo Azemi.
"Un soldado tiene armas poderosas, potentes y modernas, tanques, aviones de guerra, chalecos antibalas y cascos, y el otro está peleando con un solo arma que ni siquiera funciona bien".
La coalición planea proveer de equipos a la policía afgana, incluyendo pistolas, escudos protectores, escopetas, lanzagranadas y vehículos tácticos ligeros, y "hay planes similares" para el ejército afgano, dijo la teniente de la marina, Tamara D. Lawrence, portavoz de la coalición.
Este año, al menos 40 soldados extranjeros, 26 de ellos estadounidenses, han muerto en combate en Afganistán.
Las fropas afganas son el contingente más numeroso de la fuerza de más de 11 mil militares, incluyendo estadounidenses, británicos y canadienses, que lanzaron la semana pasada la Operación Empuje de Montaña contra los rebeldes en Helmand y otras tres provincias.
Akhundzada cree que la última ofensiva en el sur es una farsa.
El domingo, cuando combatientes talibanes atacaron la casa de Dad Mohammed Khan, el ex jefe de inteligencia de Helmand y ahora miembro del parlamento, cerca de la base norteamericana en Sangin, el enfrentamiento entre los rebeldes, la milicia de Khan y la policía duró doce horas en el mercado de Sangin.
Las tropas estadounidenses no intervinieron nunca, dijo Akhundzada. Murieron 32 personas, entre ellos un hijo de 16 años y dos hermanos de Khan. Su hijo de 17 se encuentra desaparecido.
"Si los norteamericanos no los ayudaron en el mercado, que estaba a sólo un kilómetro y medio de su base, ¿cómo podrían haber iniciado una ofensiva?", se pregunta Akhundzada. "Ahora hay pesar en muchas casas. ¿Qué puede significar para ellos la reconstrucción de un puente? ¿Es eso más importante que la vida de las treinta personas que murieron?"
Cuando la policía escoltó a un grupo de civiles hacia el pueblo de Changer en el desierto, a media hora de camino de Lashkar Gah, la capital provincial, el convoy de todoterrenos paró en una base militar abandonada de la era soviética, que es utilizada ahora como un puesto de avanzada de los señores de la droga.
Unos agentes de policía armados con viejos rifles Kalashnikovs se dispersaron para custodiar el perímetro, mientras un nervioso oficial despertaba a los milicianos que descansaban a la sombra de un árbol. Explicó su inquietud, pidió refuerzos y seis jóvenes armados con viejos rifles de asalto AK-47 y un abollado lanzagranadas se unieron al séquito en un oxidado Toyota Corolla.
No había tropas extranjeras en kilómetros a la redonda. Los aldeanos dijeron que los talibanes controlaban el área, y gran parte de la provincia fuera de Lashkar Gah.
Más de cuatro años después de que las fuerzas estadounidenses ayudaran a expulsar del poder al régimen fundamentalista de los talibanes, los combatientes de las milicias islámicas se han reagrupado y asegurado una base de operaciones en Helmand, donde el principal cultivo comercial es la amapola, para el comercio de heroína, y donde pocos extranjeros se atreven a aventurarse más allá de la capital provincial.
Una enredada red compuesta por señores de la droga, rebeldes y los numerosos habitantes que viven en la miseria han convertido a Helmand en el más importante campo de batalla de la guerra afgana.
La coalición estadounidense dice que ha lanzado una nueva ofensiva contra los rebeldes en cuatro provincias sureñas, incluyendo Helmand. Pero la batalla por recuperar partes del sur de Afganistán está demostrando ser difícil.
En las ‘cartas nocturnas', o folletos clavados en la puertas o dispersos a lo largo de senderos en la oscuridad, los talibanes amenazan con matar a todo aquel que trabaje para el gobierno, o colabore con él. La milicia islamita ha ejecutado a numerosas personas que no obedecieron.
A pesar de las afirmaciones de la coalición de que varios rebeldes han sido eliminados en las últimas semanas, la mayoría de ellos en ataques aéreos, los talibanes y sus aliados continúan reclutando nuevos combatientes con una diestra combinación de intimidación y persuasión, dijo el general Zahir Azemi, portavoz del ministerio de Defensa.
A apenas dos horas de volante de la capital Kabul, los aldeanos del desierto que circunda la ciudad de Ghazni dicen que los rebeldes lanzan ataques periódicos contra los puestos de control de la policía, colocan bombas en la berma, asesinan a empleados del gobierno y queman las escuelas. Pero hace un año, dice, la seguridad era buena.
Los talibanes reclutan inspirando temor en los aldeanos con despiadados ataques, para luego ofrecer salvación a los familiares y vecinos sobrevivientes, dijo Azemi.
"Primero crean una atmósfera de terror, matando y masacrando a la gente", dice. "Decapitan a la gente con espadas o cuchillos y luego los convencen y les dicen: ‘Vamos juntos al paraíso'".
Al menos un punto de los reclutadores talibanes -que los extranjeros no han hecho mucho por los aldeanos- parece convencer fácilmente.
Apenas unos meses después de que soldados extranjeros reconstruyeran el camino de tierra en la comuna de Changer, el camino se está desmoronando. Para aumentar sus ganancias, los subcontratistas afganos contratados por los militares estadounidenses usaron materiales de muy mala calidad, se quejaron enfadados funcionarios afganos.
Pocos se atreven a utilizar el camino en estos días, pero cuando lo hacen pasan a una escalofriante velocidad frente a casas de adobe con altas murallas y torrecillas como las de las fortalezas antiguas, por el camino desmoronado con enormes grietas y hoyos tan grandes como cráteres. Los baches no son solamente una molestia en los caminos en las afueras de Lashkar Gah. Obligan a los conductores a bajar terriblemente la velocidad en lugares donde la velocidad puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
La semana pasada, una bomba improvisada mató a cuatro agentes de la policía afgana que viajaban en un camión por la carretera principal cerca de Girishk, a unos 32 kilómetros al nordeste de Lashkar Gah.
Las bombas y emboscadas hacen que la policía se muestre reluctante a pasar por las aldeas, y cuando se atreven a pasar, no se detienen en ellas.
"Tienes cinco minutos", le dijo un nervioso oficial a un periodista durante una parada en la aldea de Nad-e-Ali, donde los talibanes ejecutaron a un maestro e incendiaron las aulas.
Con pocos agentes o soldados sobre los que preocuparse, los rebeldes atacan a los civiles, lo que ahuyenta a los socorristas. Los reclutadores talibanes dicen entonces a los aldeanos que los extranjeros los han traicionado.
"Vienen los talibanes y nos dicen: ‘¡Miren! Esos no son amigos del país. Son en realidad los enemigos del gobierno y del pueblo de Afganistán porque no han hecho nada por ustedes", dice Tawab Khan, agente de seguridad de una destartalada escuela.
Sher Mohammed Akhundzada, ex gobernador de la provicia, es uno de los guardianes más poderosos de la policía de Helmand. Es un hombre alto, fanfarrón, que recibe a los visitantes recostado sobre cojines en el suelo.
Tiene buenas razones comerciales para ser el protector de las fuerzas de seguridad.
El año pasado el presidente Hamid Karzai se vio obligado a remplazar a Akhundzada después de que agentes antinarcóticos estadounidenses sorprendieran al gobernador con casi diez toneladas de opio en su oficina.
Karzai suavizó el golpe nombrando a Akhundzada a la Casa de los Ancianos, el Senado afgano. El hermano de Akhundzada, Amir, seguiría custodiando los intereses de la familia como gobernador interino de Helmand.
Akhundzada insiste en que él no es un narcotraficantel. Pero mantiene una milicia que, junto a milicianos de conocidos señores de la droga, es la única oposición armada permanente contra los talibanes y sus aliados.
"En el sur, nadie cree en el gobierno y nadie confía en el gobierno", dijo el ex gobernador. "Y si no se cuidan, el gobierno se derrumbará y los talibanes llegarán a Kabul".
El ministro de Defensa reconoce abiertamente que las fallidas estrategias militar y de reconstrucción permitió que los rebeldes se reagruparan y recuperaran el control de muchas partes del sur.
"Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reconstrucción del país, pero no lo hicimos", dijo Azemi. "Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reforma o para crear un sistema de control de las áreas remotas en esa región, y no lo hicimos".
"Podríamos haber construido completamente nuestro ejercito en los últimos tres años, y no lo hicimos. Si tuviéramos un ejército fuerte de 70 mil soldados, no habría necesidad de que soldados de la comunidad internacional pelearan en la región".
El ejército nacional de Afganistán tiene 37 mil soldados, incluyendo el personal del ministerio en Kabul. Es algo más de la mitad de lo que las autoridades de la coalición creen que es necesario para que los militares afganos puedan defensar el país por sí solos. Los soldados ganan 70 dólares al mes -más o menos lo que gana un jornalero en Kabul- y pelean con equipos deficientes junto a las tropas estadounidenses.
"En realidad, la moral de nuestro ejército nacional es baja debido a estas situaciones, porque ellos ven las diferencias entre las personas", dijo Azemi.
"Un soldado tiene armas poderosas, potentes y modernas, tanques, aviones de guerra, chalecos antibalas y cascos, y el otro está peleando con un solo arma que ni siquiera funciona bien".
La coalición planea proveer de equipos a la policía afgana, incluyendo pistolas, escudos protectores, escopetas, lanzagranadas y vehículos tácticos ligeros, y "hay planes similares" para el ejército afgano, dijo la teniente de la marina, Tamara D. Lawrence, portavoz de la coalición.
Este año, al menos 40 soldados extranjeros, 26 de ellos estadounidenses, han muerto en combate en Afganistán.
Las fropas afganas son el contingente más numeroso de la fuerza de más de 11 mil militares, incluyendo estadounidenses, británicos y canadienses, que lanzaron la semana pasada la Operación Empuje de Montaña contra los rebeldes en Helmand y otras tres provincias.
Akhundzada cree que la última ofensiva en el sur es una farsa.
El domingo, cuando combatientes talibanes atacaron la casa de Dad Mohammed Khan, el ex jefe de inteligencia de Helmand y ahora miembro del parlamento, cerca de la base norteamericana en Sangin, el enfrentamiento entre los rebeldes, la milicia de Khan y la policía duró doce horas en el mercado de Sangin.
Las tropas estadounidenses no intervinieron nunca, dijo Akhundzada. Murieron 32 personas, entre ellos un hijo de 16 años y dos hermanos de Khan. Su hijo de 17 se encuentra desaparecido.
"Si los norteamericanos no los ayudaron en el mercado, que estaba a sólo un kilómetro y medio de su base, ¿cómo podrían haber iniciado una ofensiva?", se pregunta Akhundzada. "Ahora hay pesar en muchas casas. ¿Qué puede significar para ellos la reconstrucción de un puente? ¿Es eso más importante que la vida de las treinta personas que murieron?"
24 de junio de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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