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renunciando al sueño de un rancho


[Sam Quiñones] Un tendero mexicano pasó décadas construyendo una obra maestra de arte popular en un rancho californiano descuidado. Lo abandonó en medio de disputas por los permisos.
Un día de 1979 un tendero mexicano pasó frente a un rancho que estaba a la venta en un solitario valle al norte de Santa Bárbara.
Viejos oleoductos se estiraban por el paisaje como esqueletos. La casa se estaba cayendo, y pilas de rocas cubrían la estéril propiedad.
Aunque era un hombre práctico, autodidacta, parecía que la tierra se comunicaba con él. José Luis Bonilla no había construido nunca nada. Pero compró el rancho y empezó a pintar en una tela el diseño de una aldea mexicana. Trazó álamos italianos formando columnas junto a la entrada principal. Luego dibujó una plaza, con farolas, bancas y pasillos bajo los sauces llorones y los ciruelos.
A un lado de la plaza, pintó un escenario y un quiosco de orquesta debajo de un tejado de elaborada metalistería.
Al otro lado de la plaza dibujó un corredor arqueado frente a un inmenso mercado. Había un lago para botes, con una fuente gigante. Luego, mirando hacia los establos de 70 caballos, pintó un coso mexicano con sillas para 3.000 espectadores.
Veinte años más tarde, el país de las maravillas mexicano que pintó en una tela se ha erigido en lo que antes fue un rancho destartalado. Llamó a su aldea Así es mi tierra.
En su audacia y extravagancia, evoca una época en que California dio rienda suelta a las febriles imaginaciones que engendraron monumentos como las Torres de Watts o el Castillo de Hearst.
"En la vida hay que pensar en grande", dijo Bonilla.
Simon Rodia levantó las Torres de Watts son fragmentos de vajillas de barro, cuentas de colores y azulejos. Bonilla también usó lo que tenía a la mano: rocas y el viejo oleoducto.
Como Rodia -el que después de 30 años de trabajo entregó las llaves de las Torres de Watts a un vecino y desapareció-, Bonilla también abandonó su sueño. Tras una disputa con los urbanistas del condado de Santa Bárbara, se volvió a México hace tres años.
La obra de arte popular de Bonilla cubre unas 40 hectáreas de nada junto a la ruta California 166 en el Valle del Rió Cuyama, donde el silencio apenas si es perturbado por el viento y el trote de los valiosos caballos andaluces que todavía están en los establos de Así es mi tierra.

Empezó como Lavaplatos
Bonilla creció entre caballos en Fresnillo, en el estado mexicano de Zacatecas, donde su padre poseía un aserradero. A los 11, Bonilla decidió que quería conocer Estados Unidos, y llegó por su propia cuenta a Los Angeles en 1950, pensando en quedarse unas semanas. Luego consiguió un trabajo como lavaplatos en un restaurante de Glendale, y 10 años más tarde todavía estaba aquí.
Más tarde, su trabajo como chef en un hotel de Disneylandia, "me dio la oportunidad de trabajar 16 horas al día, y de ahorrar", dijo. Compró un caballo, y Bonilla lo cabalgaría en su tiempo libre a lo largo del Río de Santa Ana.
Se hizo tendero en 1972 y abrió El Toro Market en Santa Ana. A medida que crecía la comunidad inmigrante, también creció la tienda, a la que agregó exquisiteces mexicanas y una tienda de licores.
Siete años después, Bonilla viajó al sur por la carretera nacional 101 desde Santa María cuando un accidente con un camión cisterna lo obligó a tomar un desvío que pasaba frente al rancho. Poco después, lo compró por 400.000 dólares con sus ganancias de la tienda y se marchó a trabajar.
Bonilla empezó con dos experimentados obreros de la construcción y dos ayudantes. Ellos empezaron a plantar los retoños de álamos. A medida que pasaba el tiempo, los inmigrantes mexicanos comenzaron a llegar, pidiendo trabajo. Como normalmente no sabían nada de construcciones, Bonilla les enseñaba.
Su equipo llegó a tener dos docenas de hombres. Bonilla compró casas-caravana para ellos y sus familias, dejando la tienda en manos de familiares. El equipo, junto con Bonilla y sus hijos, recorrieron la propiedad de 200 hectáreas recogiendo piedras y llevándolas en camión al sitio de la aldea. Las rompían en dos y las usaban como adoquines.
Bonilla registró depósitos de chatarra a la búsqueda de más fragmentos de oleoductos para cortarlos y hacer barandas, o para fundirlos con el hierro que ceñía el quiosco de orquesta y el podio.Tomó ocho años construir la plaza de toros; el lago, tres. El quiosco de orquesta tomó más de dos años. Su tejado, una amalgaman de cobre, estaño y acero inoxidable, tomó dos años más.
Debajo del quiosco Bonilla construyó un cuarto para que los músicos guardaran sus instrumentos. Para ocupar su tiempo libre, Bonilla empezó a hacer sillas de montar. Compró en Alemania máquinas para coser cuero y transformó el lugar en un taller de sillas de montar. Importó caballos andaluces de España para criarlos y venderlos.
La esposa de Bonilla no compartió nunca su sueño y finalmente lo dejó. "Me dijo: ‘Me siento aquí como si estuviera en la cárcel'", dijo Bonilla.
Pero él creía que hacer la aldea era su razón para estar en la Tierra. Para endurecerse para el trabajo, Bonilla se hizo vegetariano. No bebía, ni fumaba ni jugaba. También se transformó en un fanático malhumorado. Sus atractivos sociales lo abandonaron.
"Un montón de gente se mantenía alejada porque él habla todo el rato", dijo su hija Idoya. "Es muy inquieto. Construir fue su manera de calmarse".
Los trabajadores de Bonilla peleaban a menudo, a veces con las piedras que usaban para construir. Bonilla pensaba que apenas estaban civilizados, que eran como caballos salvajes. Los dirigía con mano firme, los levantaba, elogiaba, mimaba, y les pedía que siguieran.
"Tienes que utilizar a todo el mundo, usar sus cabezas", dijo. "No es solamente el trabajo físico. Tenías que darles una razón e insistirles en hacerlo perfectamente bien, de modo que todo aquel que lo viera lo admirara como una obra de arte".
Le decía a sus trabajadores que una parte de ellos se quedaría impresa en el paisaje. Les instaba a mostrarles a los norteamericanos de lo que eran capaces los mexicanos. Ni siquiera en México, les decía, hay un lugar parecido.
Hablaba de las piedras como de seres vivos. "Les decía que cada roca tenía ojos, cara, una expresión formada en millones de años. Que cada vez que colocaban una piedra tenían que darles las gracias", dijo. "La roca no olvidará nunca a la persona que la puso en ese lugar".
Sus trabajadores habían llegado buscando trabajo, pero se encontraron con una cruzada.
Un creyente era un obrero fundidor llamado Carlos Muñoz, que había dejado Tlaquepaque, cerca de Guadalajara, por lo que creía que sería un año en Estados Unidos. Nunca volvió a casa. En lugar de eso, dedicó 17 años de su vida a dar forma a la imaginación de su patrón.
Durante muchas tardes, Muñoz y otros obreros mirarían a Bonilla atravesar la propiedad, perdido en sus pensamiento, buscando ideas. Bonilla llamaría a Muñoz y se sentarían en las bancas debajo de los ciruelos. Bonilla le contaba las imágenes que tenía en su cabeza, y Muñoz las dibujaría.
"Nunca le dije que hubiera algo que no se podía hacer", dijo Muñoz. "A veces me decía: ‘Carlos, eso parece muy difícil'. Yo decía: ‘No, jefe, déme la oportunidad".
Muñoz dijo que sus clientes en México sólo querían que fuera rápido y barato. Pero Bonilla quería calidad y compró las mejores máquinas para soldar y cortar metal. Mientras construía Así es mi tierra, Muñoz experimentó nuevos modos de moldear, soldar y combinar los metales.
"Nunca en mi vida imaginé que haría algo así", dijo Muñoz. "En México, yo tenía una imagen más limitada de lo que era posible en la vida. Aquí he ampliado mi visión... Duró 17 años. Y todavía estoy aquí. El tiempo pasa rápido, ¿no?"

Una Obsesión
En el interior del Valle de Cuyama, donde durante años los ranchos vecinos no tenían vallas, Bonilla no sufrió las trabas de las restricciones y leyes norteamericanas.
"A medida que pasaba el tiempo, sus ideas se hicieron más grandiosas", dijo Muñoz. "Era locura y obsesión".
Entonces hizo su irrupción el mundo real.
Durante 20 años Bonilla no había pagado a sus trabajos por las faenas de los domingos. Un abogado reunió a los hombres y les dijo que Bonilla les debía salarios atrasados. Los obreros plantaron un pleito y Bonilla accedió en 2000 a pagarles 120.000 dólares en salarios atrasados.
Los inspectores de construcción del condado de Santa Bárbara, entretanto, había empezado a acosarlo. "Debes tener un permiso para esto, un permiso para esto otro", dijo Bonilla. "Siempre había un problema".
Bonilla reconoció que él había empezado Así es mi tierra sin explicar sus planes y sin permisos de los funcionarios del condado.
"Si les contaba lo que pensaba hacer, habrían pensado que estaba loco", dijo. "Pensé que si lo hacía y los tipos lo veían, que probablemente me darían esos permisos".
Cuando Bonilla se empezó a quedar sin dinero, organizó rodeos y conciertos. El cantante mexicano Juan Gabriel actuó para 7.000 personas en la arena de la plaza. El condado insistió en que Bonilla contratara a agentes de la Patrulla de Carretera de California, ocho agentes del sheriff del condado y 32 guardias de seguridad. También pusieron límites a la venta de cerveza, que disminuyó los beneficios.
"Yo pensé que este lugar iba a hacer dinero", dijo Bonilla. "No fue así".
Finalmente, en 2001 sus economías se acabaron y Bonilla volvió a Zacatecas con la amargura de un novio que ha sido plantado.
"En Santa Bárbara exigen una arquitectura hispana", dijo. "El lugar hispano más bonito de Santa Bárbara es Así es mi tierra, que lamentablemente no está terminado".
Steve DeCamp, portavoz del departamento de Construcción y Desarrollo del condado de Santa Bárbara, dijo que el ayuntamiento está estudiando un permiso de utilización adicional para facilitar mejoras en la propiedad.
"Salió poco menos que del paisaje y se veía bastante extraño", dijo DeCamp. "Ahora estamos tratando de encontrar una manera que la todo el asunto sea legítimo".
El rancho se vende por 12 millones de dólares. Pero Bonilla dijo que ninguno de los compradores posible lo aprecia suficientemente.
Los hijos e hija de Bonilla cuidan el lugar con la ayuda de algunos vaqueros. Todavía quedan algunos obreros de la construcción, incluyendo a Muñoz.
"Me quedaré aquí hasta que la venda", dijo Muñoz, que tiene una casa y un taller en las cercanías, donde hace elegantes sillas de montar y aperos. "No creo que la venda. Aquí hay una parte de su vida".
Los álamos italianos de Bonilla han crecido y forman un arbóreo corredor de 15 metros de altura. Su lago tiene agua, pero la fuente está seca. Su arena de rodeo mexicano, considerada una de las más bonitas del mundo, no tiene a nadie en las graderías. Las bancas y los pasillos están vacíos.
Bonilla dijo que Así es mi tierra está lejos de estar terminada. Hay montículos de tierra ahí donde quiere colocar tiendas y vendedores callejeros. También espera construir un hotel. Y, dijo, "si un pueblo no tiene iglesia, no es pueblo".
En un campo de zanahorias Bonilla quiere cavar canales navegables. Sueña con instalar un pequeño ferrocarril para llevar a los visitantes, y una casa de estilo colonial para él y su familia.
"Lo peor es parar", dijo. "Es como si te cortaras un brazo".
Dijo que volvería enseguida si el país lo invitara de vuelta. Está bien de salud, tiene 65, y puede construir más.
"Que me den una mano y no me pongan tantos obstáculos", dijo. "Déjenme terminar el proyecto, para que la gente lo pueda admirar y saber que quien lo hizo es un mexicano que llegó a fregar los platos".

12 de febrero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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