entre funcionarios y mafiosos
[Héctor Tobar] Vendedores ambulantes reclaman un pedazo de acera.
Ciudad de México, México. El vendedor de jugos Bernardo Guzmán pagó hace poco más de 3800 dólares por un espacio de cinco metros cuadrados de acera en la bullente capital mexicana.
Aunque las aceras y calles del vecindario justo al norte del Zócalo, la plaza mayor, sean de propiedad pública, todo el mundo sabe que en realidad pertenecen a los vendedores ambulantes, un ejército de empresarios de poca monta que se ganan duramente la vida vendiendo de todo, desde DVDés pirateados hasta lencería barata y caramelos con sabor a fresa.
"Se vende todo el espacio de la calle", dijo Guzmán. "En las otras calles también".
Cada día es una batalla para mantener las calles abiertas a medida que vendedores callejeros desesperadamente pobres tratan de ocupar nuevos espacios en el concreto y asfalto de uno de los mercados abiertos más grandes de la ciudad. Muchos vendedores callejeros antiguos, como Guzmán, han encontrado modos de hacer que su presencia en la calle sea semi-permanente. Dueños y arrendatarios de las tiendas del barrio han desistido hace tiempo de tratar de expulsar a los vendedores callejeros.
En cierto sentido, el vecindario de Ciudad de México es un microcosmos: vibrante, hacinado y sin regulaciones.
"Siempre ha sido así", dice María Méndez, que gestiona una tienda de artículos de fiestas. Hay más todos los años".
Guzmán, el vendedor de jugos, paga a una cooperativa de vendedores ambulantes por su espacio en la acera. La cooperativa, a su vez, negoció un pacto con funcionarios de planificación urbana. Otros vendedores pagan un alquiler semanal a una red de ‘jefes’, que pagan sobornos a funcionarios y policías. De esto resulta una apariencia de orden, aunque no siempre.
Este mes, durante el punto álgido de la temporada de compras del festivo de Reyes Magos, la principal arteria del vecindario estuvo prácticamente cerrada debido a los vendedores de juguetes y baratijas. Se necesitaron más de mil policías para desalojar a los vendedores y mantener la calle transitable.
"Lo que ocurrió es que los vendedores habían ocupado cinco de las siete vías de tráfico", dice Raúl Arenas Juárez, el oficial de policía que dirigió las operaciones en la calle, Eje Uno Norte. Los buses se quedaban atascados. Era mucho peor que la pesadilla habitual de la Ciudad de México: Incluso se apareció un telediario a cubrir el suceso.
"Estamos tratando de poner orden a la situación", dijo Arenas Juárez.
Guzmán y sus vecinos vendedores también anhelan el orden. Durante años han estado operando en dos bloques de las calles Haití y República Dominicana. Durante seis días a la semana levantan sus endebles tenderetes cubiertos de lona en las atiborradas aceras. De noche, retiran las lonas y entregan la calle a las prostitutas.
El mes pasado, Guzmán y sus amigos completaron un proyecto para limpiar el área. Construyeron un tejado de dos pisos de acero y fibra de vidrio que se estira de un lado a otro de la calle a lo largo de algunas cuadras de la ciudad. También compraron nuevos contenedores de basura y contrataron personal de seguridad a tiempo completo.
"De ese modo es mucho más bonito", dice Guzmán. "Ya no estamos a merced del sol y la lluvia".
Para el derecho a vender jugos y caramelos bajo el mismo techo, Guzmán pagó 3800 dólares a la recién fundada cooperativa. Entre otras cosas, el pago único se destinó a montar cámaras de seguridad en el tejado, que vigilan la calle abajo.
"Bienvenido", dice un letrero que cuelga sobre la calle. "Compre seguro. Vigilancia 24 horas al día".
El tráfico todavía circula debajo del techo, porque la calle sigue siendo pública. El ayuntamiento aprobó el proyecto, aunque ningún vendedor aquí paga impuestos.
"Todo lo que estamos tratando de hacer es poner algo de orden en el sector informal y crear las condiciones para recuperar el flujo de tráfico", dijo Adolfo Savin, funcionario de planificación del ayuntamiento.
El acuerdo implica una promesa oficial de no aplicar la ley: Savin dice que el ayuntamiento podría expulsar a los vendedores si quisiera, pero probablemente no lo hará. Si lo hiciera, se provocaría probablemente un violenta y ruidosa protesta.
Estos acuerdos son corrientes en una ciudad donde millones de personas se ganan la vida en los mercados informales.
Los carroñeros, los vagabundos ciegos y los limpiaparabrisas de las esquinas deben todos pagar permisos regulares a los auto-nombrados ‘jefes’ que tienen conexiones con el gobierno. Muchos de ellos te dirán que los jefes en realidad son una mafia cuya principal tarea es extorsionar dinero a los pobres.
Los vendedores callejeros de Haití y República Dominicana pagaban a un jefe unos diez dólares a la semana para poder trabajar aquí. Cuando los vendedores empezaron su cooperativa, le pagaron para que se fuera.
"Al principio no quería marcharse, pero luego llegamos a un acuerdo con él", dijo Carlos Soto Cervantes, que vende bolsos y maletas.
Para Soto Cervantes, el nuevo tejado es la culminación de un sueño. Llegó a la calle hace siete años, junto a decenas de vendedores, después de que el ayuntamiento los expulsara de las aceras del centro histórico de Ciudad de México.
"Llegamos aquí como pioneros, cuando la calle estaba llena de coches abandonados y basura", dijo. "Nos pusimos a trabajar y la limpiamos".
Ahora Soto Cervantes ha estado en su pedazo de la calle de República Dominicana hace tanto tiempo que se ha hecho imprimir tarjetas de visita con la dirección: "Charly Creations... Mochilas y Bolsos de Viaje... Frente al número 4 de República Dominicana".
Como parte de su proyecto de cooperativa, los vendedores callejeros han reparado las desmoronadas aceras y rellenado los baches en la calle.
"El ayuntamiento podría tratar de sacarnos de aquí, pero con las cosas arregladas como están, les será más difícil hacerlo", dijo Soto Cervantes.
Algún día, dijo, él y sus colegas vendedores podrían incluso pagar impuestos.
Aunque las aceras y calles del vecindario justo al norte del Zócalo, la plaza mayor, sean de propiedad pública, todo el mundo sabe que en realidad pertenecen a los vendedores ambulantes, un ejército de empresarios de poca monta que se ganan duramente la vida vendiendo de todo, desde DVDés pirateados hasta lencería barata y caramelos con sabor a fresa.
"Se vende todo el espacio de la calle", dijo Guzmán. "En las otras calles también".
Cada día es una batalla para mantener las calles abiertas a medida que vendedores callejeros desesperadamente pobres tratan de ocupar nuevos espacios en el concreto y asfalto de uno de los mercados abiertos más grandes de la ciudad. Muchos vendedores callejeros antiguos, como Guzmán, han encontrado modos de hacer que su presencia en la calle sea semi-permanente. Dueños y arrendatarios de las tiendas del barrio han desistido hace tiempo de tratar de expulsar a los vendedores callejeros.
En cierto sentido, el vecindario de Ciudad de México es un microcosmos: vibrante, hacinado y sin regulaciones.
"Siempre ha sido así", dice María Méndez, que gestiona una tienda de artículos de fiestas. Hay más todos los años".
Guzmán, el vendedor de jugos, paga a una cooperativa de vendedores ambulantes por su espacio en la acera. La cooperativa, a su vez, negoció un pacto con funcionarios de planificación urbana. Otros vendedores pagan un alquiler semanal a una red de ‘jefes’, que pagan sobornos a funcionarios y policías. De esto resulta una apariencia de orden, aunque no siempre.
Este mes, durante el punto álgido de la temporada de compras del festivo de Reyes Magos, la principal arteria del vecindario estuvo prácticamente cerrada debido a los vendedores de juguetes y baratijas. Se necesitaron más de mil policías para desalojar a los vendedores y mantener la calle transitable.
"Lo que ocurrió es que los vendedores habían ocupado cinco de las siete vías de tráfico", dice Raúl Arenas Juárez, el oficial de policía que dirigió las operaciones en la calle, Eje Uno Norte. Los buses se quedaban atascados. Era mucho peor que la pesadilla habitual de la Ciudad de México: Incluso se apareció un telediario a cubrir el suceso.
"Estamos tratando de poner orden a la situación", dijo Arenas Juárez.
Guzmán y sus vecinos vendedores también anhelan el orden. Durante años han estado operando en dos bloques de las calles Haití y República Dominicana. Durante seis días a la semana levantan sus endebles tenderetes cubiertos de lona en las atiborradas aceras. De noche, retiran las lonas y entregan la calle a las prostitutas.
El mes pasado, Guzmán y sus amigos completaron un proyecto para limpiar el área. Construyeron un tejado de dos pisos de acero y fibra de vidrio que se estira de un lado a otro de la calle a lo largo de algunas cuadras de la ciudad. También compraron nuevos contenedores de basura y contrataron personal de seguridad a tiempo completo.
"De ese modo es mucho más bonito", dice Guzmán. "Ya no estamos a merced del sol y la lluvia".
Para el derecho a vender jugos y caramelos bajo el mismo techo, Guzmán pagó 3800 dólares a la recién fundada cooperativa. Entre otras cosas, el pago único se destinó a montar cámaras de seguridad en el tejado, que vigilan la calle abajo.
"Bienvenido", dice un letrero que cuelga sobre la calle. "Compre seguro. Vigilancia 24 horas al día".
El tráfico todavía circula debajo del techo, porque la calle sigue siendo pública. El ayuntamiento aprobó el proyecto, aunque ningún vendedor aquí paga impuestos.
"Todo lo que estamos tratando de hacer es poner algo de orden en el sector informal y crear las condiciones para recuperar el flujo de tráfico", dijo Adolfo Savin, funcionario de planificación del ayuntamiento.
El acuerdo implica una promesa oficial de no aplicar la ley: Savin dice que el ayuntamiento podría expulsar a los vendedores si quisiera, pero probablemente no lo hará. Si lo hiciera, se provocaría probablemente un violenta y ruidosa protesta.
Estos acuerdos son corrientes en una ciudad donde millones de personas se ganan la vida en los mercados informales.
Los carroñeros, los vagabundos ciegos y los limpiaparabrisas de las esquinas deben todos pagar permisos regulares a los auto-nombrados ‘jefes’ que tienen conexiones con el gobierno. Muchos de ellos te dirán que los jefes en realidad son una mafia cuya principal tarea es extorsionar dinero a los pobres.
Los vendedores callejeros de Haití y República Dominicana pagaban a un jefe unos diez dólares a la semana para poder trabajar aquí. Cuando los vendedores empezaron su cooperativa, le pagaron para que se fuera.
"Al principio no quería marcharse, pero luego llegamos a un acuerdo con él", dijo Carlos Soto Cervantes, que vende bolsos y maletas.
Para Soto Cervantes, el nuevo tejado es la culminación de un sueño. Llegó a la calle hace siete años, junto a decenas de vendedores, después de que el ayuntamiento los expulsara de las aceras del centro histórico de Ciudad de México.
"Llegamos aquí como pioneros, cuando la calle estaba llena de coches abandonados y basura", dijo. "Nos pusimos a trabajar y la limpiamos".
Ahora Soto Cervantes ha estado en su pedazo de la calle de República Dominicana hace tanto tiempo que se ha hecho imprimir tarjetas de visita con la dirección: "Charly Creations... Mochilas y Bolsos de Viaje... Frente al número 4 de República Dominicana".
Como parte de su proyecto de cooperativa, los vendedores callejeros han reparado las desmoronadas aceras y rellenado los baches en la calle.
"El ayuntamiento podría tratar de sacarnos de aquí, pero con las cosas arregladas como están, les será más difícil hacerlo", dijo Soto Cervantes.
Algún día, dijo, él y sus colegas vendedores podrían incluso pagar impuestos.
17 de enero de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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